para Deni
deberé buscar el solaz de un ocaso,
para volver cálidos mis cabellos
deberé verterme en el piso,
para retocar de cristal líquido la memoria
uno a uno,
los momentos, los instantes,
girando sin contornos,
sin mayor precisión que la de una ola
de recurrentes colores que siembran
flores, aves y montañas
en la pared derruida del horizonte
ahora, siempre,
los dos ojos sobre el hombro,
azar de la retaguardia
que erige una respuesta
para mi larga ausencia
para mi extenuada soledad,
decrépita como
el caballo que sostiene las máscaras del precipicio
tan adelante está la despedida
de los padres
de los nichos con paja y rama
donde uno aprende a arder a solas
a roer la raíz seca que ya no reverdece,
y solo suspira muerta entre el hechizo de los reflejos
el sueño empezó a parecerse a mi
aprendió a despertarse sobre mi abdomen
y plantar su tronco en mi entraña
pronto, muy pronto,
seré el antifaz que usa la locura para caminar y pasearse
entre las ramas de la noche citadina
¿quién más es sino Dios gobernando
el orbe con un par de pistolas de juguete?
la belleza del impulso queda abierta,
trepanada
expuesta
suficiente como para desafiar
la rúbrica del vértigo taciturno,
y tomar todas las cosas, todas las sensaciones, todos los juramentos
y ponerlos a embestir sin misericordia la certeza de una pantalla oscura
que devora el brillante sinsentido de la dulzura matutina
será hora, quizás,
de escabullirse, y mirar directamente el olor del porvenir
casa de viejos,
campo seco, insolación de las formas reconocibles para el silencio
sobreviviré entre campanas
sobreviviré entre ruedas
¿quedará al alcance de los huérfanos
absorber todo el mar sin apenas mirar?
recurrente esbozo de un baile sobre las tinieblas
simiente de un reino de valijas:
es la lactancia de la sangre del olvido
quedará lejos la fibra que transmite
el tiempo de una florecilla sobre la ventana
quedarse aquí, en la madriguera de los reyes locos,
es cerrar la boca, y ver a
Salomón despellejado gemir ante su propia carne,
ante su propia impureza convertida en verso divino
rotando como espiga de la maraña de un código perdido en la fe de la nada
yo llamo a la nostalgia
perderse en la fatalidad de estar atado al cadáver del mundo
de saltar los ojos,
y retorcerse mordiendo las amarras de la vieja cama
sobre la que sostenemos el alma de todo lo que debe ser absurdo
apenas está quieta la noche volcánica
como para sumergir la cabeza en el calor de
un espíritu que combate sin descanso la fría presencia de los rascacielos
balsa en el cálido mar de mis cabellos
una y otra vez para siempre
siembra de viejos nadando en las montañas
más y más hacia la eterna recurrencia del Este
los horizontes son análogos
en las profundidades de las uñas
vemos para estar dormidos, y después
d e s p e r t a m o s
en la mesura del grito de un niño
—Aldo Vicencio
Aldo Vicencio (Ciudad de México, 1991) Poeta, ensayista y pasante de la licenciatura en Historia por la UNAM. Ha colaborado en diversas revistas mexicanas, como Círculo de Poesía, Opción del ITAM, La Rabia del Axolotl, La Piedra, y en publicaciones hispanoamericanas, como Digo.Palabra.txt de Venezuela, Enfermaria 6 de Portugal y La Galla Ciencia de España, entre otras. Ha sido incluido en la antología Nueva Poesía y Narrativa Hispanoamericana, del sello editorial español Lord Byron, y está próximo a publicar su primer libro, Vicisitudes de lo Sensible, con Abismos Casa Editorial.