Día de precipitaciones I
Y en menos de que lo cuento: mierda
un microbús arrancó la facia con faro con defensa,
asegurada entonces, llegó el ajustador y luego—dos horas después—el
otro,
luego que mierda que los dineros, esas cosas de la vida:
que el deducible, que me lleva el tren y llueve
y yo que me iba al yoga, de monje tibetana al karma serenar,
la precipitación, días de plumaje lluvioso
¿qué se le va a hacer? Un café tres lecturitas y respiraciones
concéntricas
así que el dinero va y viene y entre los microbuses se detiene
libros, respira
precipitaciones en incontinencias gramaticales
acariciables,
respira
palabras que se precipitan más cercanas que ajustador que facia que faro
que defensa.
Día de precipitaciones II
Y luego que lo del chevy rojo,
mucha agua, me digo, ahora se quita: evaporaciones;
no lleves nada que no amerite el viaje —Kavafis, pienso—
vámonos pronto, allende el mar de las inundaciones, el frío, no hay paraguas a la medida de un deseo, sospecho y escurro;
diluvia todo el santodía
ni en qué atajarse y el resfriado, flor de melancolía o depresión según la sintonía histórica de los involucrados,
probable pero, ¿quién asegura nada? melancolía o depresión:
café y un aspirina, también:
la vuelta a casa, en el parabús como en acantilado al borde,
espera
uno dos tres micros raudos rápidos y salpicones nos remojan:
sólo el perro que me orine —también pienso: melancolía o depresión como uno guste,
luego que lo del chevy: raudo raudo que pronto que uno se acostumbra a un coche y eso que no nacimos en él ni nos cortó el ombligo.
Alaska
Por la avenida Insurgentes pasa un tráiler y suena su claxon como bocina de barco, nos miramos:
de proa a popa
de babor a estribor
hacemos planes: Anchorague, isla de Kodiak
nos embarcamos, the fishing licency en regla: pescamos arenques y salmones, viajamos, bebemos:
zarpamos
aunque más bien en micro al metro, de ahí cada quien para su
casa y sin salmones.
Cantiniana
Estoy en el rincón de una cantina
—por supuesto—
allá en la mesa del rincón…..
rincones, líneas que se cruzan como perros silvestres y lúbricos:
¿otra cerveza?
¿un tequilita?
¡qué amargas son las cosas de la vida!
un poco la cerveza, también
ergo
todas las cantinas tienen un rincón
y luego Machado:
un corazón solitario no es un corazón
es un hígado arrinconado —pienso—
y ahorita ya no sé si tengo fe.
—Maricela Guerrero
Maricela Guerrero (Ciudad de México, 1977). Estudió letras hispánicas en la UNAM. Ha publicado Desde las ramas una guacamaya (Bonobos / CONACULTA, 2006), Se llaman nebulosas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010), Kilimanjaro (Mano Santa, 2011) y .Peceras (Filodecaballos, 2013). Su trabajo ha sido antologado en Efectos secundarios (Madrid: Anaya, 2004), Divino tesoro (México: Casa Vecina, 2008) y Cuatro poetas recientes de México (Buenos Aires: Black & Vermelho, 2011). En 1998 y 2000 obtuvo el primer premio en el Certamen “Después del Discurso” (dentro de la Cátedra Extraordinaria Sor Juana Inés de la Cruz). En 2008 y 2010 obtuvo la beca para Jóvenes Creadores del Fonca.