Un foro sobre la montaña de arena

por Rojas

La treintena de voluntarios que asistimos al Foro Social Mundial de las Migraciones estamos sentados a las afueras del Centro Cultural Universitario de Tlatelolco, en espera de la primera actividad previa al evento. 

   Mientras esperamos, los voluntarios nos conocemos y aprovechamos para intercambiar algunas impresiones sobre lo que sucede en el mundo. Un voluntario brasileño habla de las recientes elecciones presidenciales en su país. Una salvadoreña que habla portugués lo escucha atentamente. La voluntaria alemana se muestra escéptica a la política de allá (hace un gesto de más o menos). Y la voluntaria francesa es todo oídos. 

    La Ciudad de México tiene estos días una temperatura malhumorada: en la mañana es una y en la tarde ya es otra, aunque Tlatelolco sigue siendo el mismo viejo montículo de tierra ubicado al norte de la capital. Su composición viene del náhuatl y significa «sobre la montaña de arena». 

    La primera actividad es una visita guiada por la sede que recibe, durante tres días, a integrantes de asociaciones del mundo entero y migrantes centroamericanos, principalmente. 

     Los pasillos del Centro Cultural contrastan con los pasillos atiborrados del metro en hora pico. La serenidad prevalece sobre el ruido que se quedó lejos de las paredes. Esa serenidad es interrumpida por un olor parecido al del queso maroilles, un olor a fruta fermentada, que ahora se apodera del ambiente. Y es que las salas de la planta baja, encerradas, no cuentan con sistema de ventilación. 

   El salón Juárez, por el contrario, es el más amplio y luminoso de todos los salones. Ahí cabría fácilmente una exposición de restos fósiles de distintos dinosaurios. A semejanza de un Museo de Geología, los huesos gigantescos de algún Tiranosaurio apuntarían hacia las palabras de don Benito Juárez, plasmadas sobre la pared: 

    “El respeto al derecho ajeno es la paz”.       

    Es impensable que en un lugar como éste, donde hubo una matanza de estudiantes en octubre de 1968, haya entrado en vigor un año después el Tratado de Tlatelolco, el cual prohíbe las armas nucleares en toda la región latinoamericana, que junto al continente africano conforman las zonas principales libres de armamento nuclear. 

   Este hecho valió el primer y único Premio Nobel de la Paz para México: Alfonso García Robles, que es, además, el nombre de uno de los auditorios de este recinto. 

   Más lejos, a unos pasos del Centro Cultural, se levanta el Convento de la Santa Cruz de Santiago Tlatelolco. La primera iglesia de este sitio se construyó con las piedras del Templo Mayor después de la llegada de los españoles. Si se camina un poco más se llega a la Plaza de las Tres Culturas.

Bienvenidos

Cómodo tras su escritorio, frente a un avispero de fotógrafos, el presidente Trump manda militarizar la frontera sur de Estados Unidos. Del otro lado, miles de migrantes caminan como hormigas obreras hacia el norte del continente. En medio, la geografía mexicana, emocionalmente fuerte, y un muro separatista levantado por las autoridades.

    Debí haberme inscrito como prensa, pienso mientras esbozo un “bienvenidos” en la recepción del Centro Cultural durante el primer día de actividades. 

    Los invitados llegan de distintos lugares: Argelia, Italia, El Salvador, Mauritania, España, Guatemala, Palestina, Argentina. Después de todo, continúo mi reflexión, ser voluntario permite observar cuestiones que, quizás, no se observarían de otro modo.     

     —Las actividades del auditorio Jesús Terán se movieron a la carpa uno —escriben los voluntarios por mensajes instantáneos de celular. Se necesitan alistar las salas (esas que huelen a queso francés) para el siguiente conversatorio. Los voluntarios notifican a cada minuto lo que hace falta.

—Si conocen al dueño de una camioneta Mercedes Benz díganle que se robaron sus espejos y que agarraron al ladrón. 

    Del otro lado de la plaza, la asociación de Médicos sin Fronteras tiene lentes de realidad virtual. En ellos se muestra de cerca el testimonio de migrantes en Honduras, Siria, Irak o Sudán. Casi que puedo saludar a los migrantes sirios en su viaje por el Mar Mediterráneo camino de Europa. Sin embargo, lo virtual no resuelve los temas migratorios. La cuestión, una vez que se dejan los lentes de lado, es que la realidad sigue estando ahí

     Los reportes de prensa señalan que más de dos millones de personas han huido de Venezuela, por poner un ejemplo, y casi la mitad (poco más de un millón), se han establecido en Colombia en los últimos años. 

    El encabezado del periódico El Sol de Puebla dice así: “Hondureño se casa con poblana durante el paso de la Caravana Migrante”. El testimonio es contundente: Isaac tiene 21 años viviendo en México. En vísperas de la boda, Gloria accedió a recibir a los invitados de su esposo. –Le dije que invitara a su pueblo, pero ahora sí exageró. 

Los tendones roídos de Tlatelolco

El reloj rebasa las once de la mañana. Las nubes vuelven y con ellas la lluvia llegará más tarde. A la par del Foro se lleva a cabo la Cumbre Mundial de Madres de Migrantes Desaparecidos. La primera en su género. El dolor es soportado por los tendones roídos de Tlatelolco. Las antiguas pirámides (lo que queda de ellas) cargan el mundo sobre sus hombros, a la manera de un recinto del sufrimiento, de alguna u otra forma las víctimas de la violencia vienen a parar aquí. 

   Acelero el paso para llegar a la inauguración. Pero el acceso está agotado.  

   —A un costado están transmitiendo en vivo —señala el guardia de seguridad hacia la sala de prensa, un salón de puertas de vidrio al interior del Convento. La sala no tiene pantallas. Es por medio de una bocina, y a través de las voces, que los periodistas reconocen al participante que toma la palabra. 

   —Ya habló el Alto Comisionado de la ONU —me notifican. También habló Catalina López, quien se presentó con voz de orgullo: “para mí es muy importante decir quién soy; soy mujer maya kaqchikel de Guatemala”. Los aplausos retumbaron después de su participación.

   Ahora tiene la palabra una voz arrastrada y aguardentosa. Un español italianizado habla por el micrófono. Es Gianfranco Crua de Italia. Su palabra dice así: “Somos un granito de arena en este sistema”. Los cuchicheos no dejan de hacer mella entre los periodistas luego de haber escuchado esta frase. Una especie de eco repite el mensaje, que a su parecer, es de lo más destacable. 

–Somos un granito de arena en este sistema. Somos un granito de arena en este sistema. Somos un granito de arena en este sistema.     

    Minutos después toma la palabra Walter Coleman de una organización llamada Sin Fronteras. Según su testimonio: “existe todo un ejército de niños ciudadanos con derecho a ser criados bajo el apoyo familiar”. Se refiere a la separación de familias a causa de las deportaciones. Y agrega: “debe haber un cambio de relación entre Estados Unidos y América Latina”.

    Luego, la voz de un abogado proveniente de Argelia. Su nombre es Kosalia Zerguine, quien dice representar a las mujeres madres de migrantes desaparecidos de su país. Se refiere a México como “una tierra lejana”. Por su tono de voz lo imagino de lentes y sin cabello. Quizás lleve vestimenta típica. No lo sé. Me dedico a escuchar la voz que sale de la bocina. Alzo la oreja como si se tratase de un sabueso en busca de una pista.

   Damián Ríos es español, el ceceo no lo deja mentir. Habla sobre las madres subsaharianas que intentan llegar a Europa desde el continente africano. En su oportunidad, el representante de Túnez no puede hablar en voz baja, una especie de diarrea verbal se apodera de su boca. “¡Basta de políticos sin corazón!”. Imagino sus ojos furiosos, llenos de ira. Después vendrá el representante de Mauritania, de Hong-Kong, de Túnez y varios oradores mexicanos. Entre ellos, la que más llama mi atención es María Herrera.

    María Herrera lleva diez años buscando a sus cuatro hijos. Su voz es la más espontánea de todas y suena así: “Si los gobiernos ponen muros para separarnos entonces el amor, o el dolor, hará que volemos sobre ellos. Lo único que traía lo sigo teniendo: mucho dolor. No vamos a descansar”. Se me pone chinita la piel tras escuchar sus palabras.   

   Un mensaje de los voluntarios irrumpe mi atención:

–En la sala tres se necesita una persona que apoye con la interpretación del conversatorio de las cuatro y media. —Miro el reloj. Son las cuatro veinte. «¡Yo me encargo!», notifico por mensaje de texto. Y salgo de volada hacia el Centro Cultural.  

El ritual del baile

Los danzantes se preparan para el ritual del baile. Prenden copal. Se acomodan los penachos sobre la cabeza. Y se soplan los caracoles de mar. Se anuncia un torrente de lluvia en la terraza del salón Juárez. Sobre todo cuando el humo del incienso se esparce como fantasma ocultando la piel de los danzantes quienes llevan poca ropa. Sus vestimentas, es cierto, no cubren lo mismo que unos jeans o un T-shirt. Pero la energía de sus cuerpos al moverse no necesitan más trapos que el mismo cuero curtido a la intemperie. 

     Algunos están descalzos. Los más abusados calzan de huaraches los pies. Eso sí, todos llevan cascabeles atados a los tobillos. Las llaman coyoleras. Antes, se encontraban en los árboles, en forma de nueces huecas, que unidas con tela o con piel, imitan el sonido de las serpientes. Hoy se venden en las tiendas como percusiones musicales. 

     Los danzantes portan paliacates que no forzosamente combinan con las plumas de colores, o con el color de las chaquiras en las pecheras o en las faldas, sin embargo dibujan un mosaico tan diverso como el del arcoíris. Se pide permiso antes de iniciarse el ritual. 

    Todos alineados hacia el este, por donde sale el sol. 

– Déjenos hacer este trabajo en nombre de los señores de la migración —dice uno. 

    Ahora, todos alineados hacia el norte, la región sombría y terriblemente gobernada por el señor del Mictlan, el lugar de los muertos. Todos hacia el oeste, por donde se oculta el sol. 

   –Los dioses, en la jícara universal, ¡que les den ojos, que les den aliento a los migrantes! 

   Y finalmente hacia el sur. 

  – ¡Ometéotl!” —gritan los danzantes.

   Entonces se baila al sonido del tambor. Se imita el vuelo del búho. Se revive al guerrero águila. Se le da cara a la muerte. Se grita, se suda, se le da rienda al cuerpo. Los cuatro tambores, las ocho manos que los tocan, se armonizan con los latidos del corazón: 

    ¡Tá, tá, tara-tara-tá, tá, tara-tara, tá, tá, tara-tara, tá, tá, tá! 

    Un bebé está prensado del cuello de su padre, quien salta como canguro con su cría entre los brazos. Los danzantes se contorsionan, se desdoblan ofreciendo movimientos sincronizados de los pies, imitando los sonidos de la naturaleza con silbatos, se mueven con destreza, no dejan duda de su habilidad para el bailongo. 

    En el centro del grupo cuatro danzantes imitan el ritual de apareamiento de las aves. Al mismo tiempo se declaran la guerra con el revuelo de las plumas. Tienen las espaldas empapadas de sudor, brillosas de tanto mover los huesos. 

    El ritual del baile sirve para terminar el Foro, con una declaración: “En este planeta ningún ser humano es ilegal”.  

 

 

En solidaridad con los migrantes del mundo

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