Uno: ¿Por qué empezó a seguir gente por la calle?
Dos: No lo sé. Supongo que no tenía nada mejor que hacer. Estaba aburrida de aburrirme.[1]
Uno: ¿Caminaba aprisa?
Dos: En esos años comencé a seguir desconocidos que salían de los supermercados.
Uno: ¿Le faltaba el aire?
Dos: La mayoría hacía trayectos cortos. Ya nadie viaja grandes distancias para ir a comprar sopa de lata y pasta dental.
Uno: ¿Tosía al doblar las esquinas?
Dos: Cada tanto hacían pequeñas paradas para descansar los brazos del peso de las bolsas. Abrían y cerraban los puños. Se miraban las manos vacías.
Uno: ¿Sabía el nombre de las calles?
Dos: Los años siguientes me dio por seguir personas que salían de las iglesias.
Uno: ¿Contaba los postes de luz?
Dos: Me encantaba ir tras ellas, daban siempre muchos rodeos antes de llegar a casa.
Uno: ¿Solía mirar su rostro en los escaparates?
Dos: Eso sí, cruzaban la calle sin voltear hacia los lados, sin ver los semáforos.
Uno: ¿Trazaba mapas con sus pasos?
Dos: Al final decidí seguir a los que parecían estar siguiendo, a su vez, a alguien más.
Uno: ¿Habló alguna vez con uno de ellos?
Dos: Al final éramos todos falsos detectives.
Uno: ¿Deseaba estar en otra parte?
Dos: Al final éramos todos falsos detectives.
Uno: ¿Deseaba?
Dos: Al final
éramos todos falsos,
detective.
Uno: Trazar la anatomía de un fracaso
Dos: Fui a Estambul. Les pedí que me describieran lo que habían visto la última vez.[2]
Uno: Huíamos de la belleza y de los acuarios porque éramos incapaces de amarlos.
Dos: Lo último que vi fueron tres niños sentados uno al lado del otro, frente a mí, en el diván del salón, ahí donde está usted.
Uno: Todos mis sueños repiten a la misma gente. Sueño que estoy a punto de abordar un avión cuyo piloto es ciego. Le pregunto a mi compañero de asiento si sabe cómo es que vamos a llegar a nuestro destino. Él me contesta que no importa, que siempre viajamos con pilotos ciegos y siempre llegamos a islas donde todos los habitantes tienen las cuencas de los ojos vacías. El mundo es un sitio oscuro y nuestro, dice, mientras abrocha su cinturón.
Dos: Lo último que vi fue el amarillo mezclándose con el blanco. Estaba bordando una alfombra de Isparta con mi madre. De repente, todo se nubló.
Uno: Lo que me elevaba en el aire era una ola o un remolino. Todos los rostros se quedaban abajo. Luego el sueño se tornaba plomizo y yo caía sin saber exactamente a dónde.
Dos: Lo último que vi fue un hombre alejándose.
Uno: Empecé a soñar en blanco y negro. Luego ya sólo en negro. Después únicamente sonidos y, por último, olores. Al final sólo era capaz de percibir el olor del limonero de mi abuelo.
Dos: Lo último que vi fue a mi padre marchándose.
Uno: Huíamos de la insoportable belleza que insistía en venir a sentarse en nuestras piernas.
Dos: Lo último que vi fueron peces. De pie, como un imbécil. Sencillamente porque era hermoso.
—Sara Uribe
[1] Las líneas en cursiva en el título son frases de una entrevista con Sophie Calle
[2] Las líneas en cursiva en el título son frases de Sophie Calle, las del cuerpo del texto de participantes, ambas en torno a su obra titulada La última imagen.
Sara Uribe, Querétaro, 1978. Es licenciada en filosofía. Ha publicado siete libros de poesía, los más recientes son Antígona González y Siam. Poemas suyos han aparecido en publicaciones periódicas y antologías de México, Perú, España, Reino Unido, Canadá y Estados Unidos. Ha recibido el Premio Regional de Poesía Carmen Alardín 2004, el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2005 y Premio Nacional de Poesía Clemente López Trujillo 2005-2006. Asimismo, ha sido becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico.