1
Noches de primavera
tirados bocabajo,
los dientes
mordiendo plumas de gallina, con restos de carne de gallina
aún entre los dientes; si tan solo
pudiéramos dejarnos caer
como ella, abandonarnos
a merced de la oscuridad, como la gallina,
ocultar la cabeza
debajo de un ala, quedarnos quietos
por un instante, como cuando
cae en su pequeño trance en medio de la hierba hechicera,
o quedarnos bocarriba
y que alguien nos acaricie con el dedo
las plumas del cuello,
bajando por los huesitos del cuello,
haciendo vibrar el diapasón
del huesito de la suerte, dejando afinado su re agudo en la sangre diluida
que baja
hasta el esternón, que al acariciarlo se siente debajo de la piel
sobre la carne de la pechuga, hasta que la regordeta gallina
comienza a cabecear, atontada, y echa el buche hacia atrás, la cabeza
descansando en la tabla de picar, anhelando sólo
la muerte.
2
Cuando, sobre ella,
florece la brisa
impregnada con olor de hacha,
sus mejillas se contraen,
su cresta
se torna gris; la molleja se estremece, haciendo
girar las mil piedras ácidas de molino que conforman
su destino: maduro o no
el próximo huevo se desprende
y la dorada esfera terrestre
resbala hacia fuera, despojándola incluso
de la vida por venir.
3
Aunque ando arriba,
donde la gravedad casi toca fondo, me mantengo de pie,
una flor de gallina
colgando de una mano,
ala
de mi ala,
de mis huesos, de mis venas,
de mi carne,
los vellos de mi cuerpo se erizan con la primera brisa fantasmal
que sucede a la muerte,
ala
para el vuelo, incapaz
de decir la tristeza de ser incapaz
de envolver a otro con su abrazo, e incapaz
de volar,
y por ello, esperando
el dulce, eventual resplandor de los genes,
que un día, de acuerdo al evangelio, la devolverán
a los rosados cielos, donde los gansos,
graznando en lenguas,
rasgan el crepúsculo.
4
Bajo el resplandor
de una luz agorera de muerte, emanando del cadáver abierto
de la gallina, pude vislumbrar la masa de diminutos
huevos no nacidos, volviéndose cada vez
más pequeños a medida que avanzan a su origen,
hacia la pulpa helada
de lo creado, y he sentido el cero
congelándose a sí mismo alrededor del dedo que se hunde lentamente en ella.
5
Cuando la aurora boreal
se desplegaba en el negro cielo y luego se desvanecía,
resplandeciendo tanto
que se tornaba invisible,
miré a través del agorero y luminoso
fragmento de omóplato del carnero;
creí, de pronto,
que podía leer el cosmos deletreándose,
las enormes letras rotas
temblando en el negro cielo y desvaneciéndose,
y en un instante,
en lo que dura un parpadeo, lo siguiente me fue revelado:
el sinsonte ensayará cada noche para ella el grito del rifle,
el árbol sostendrá los huesos del francotirador que eligió no bajar nunca,
la rosa ha de florecer, aunque nadie la vea,
el camaleón buscará mimetizarse, pero permanecerá del color de la sangre.
Entonces me encaminé
al gallinero y recogí la gallina
que mataron las comadrejas, me llevé el
cadáver sin sangre
hacia donde daba la primera luz del día. Y cuando la lancé
hacia lo alto, entre los pinos jóvenes,
un último huevo gomoso se escurrió fuera de ella, ¿pasó entonces
o fue un sueño
el verla remontar el vuelo con sus alas muertas
planeando entre los brazos de La Osa?
6
Tendido bocabajo, esperando
el lamento del gallo
he aquí la mañana vacía, así como gimió tres veces
para el discípulo
de piedra
aquél que con su talón destrozó el cráneo de la serpiente, sacándole los sesos,
recuerdo que hace mucho tiempo sembré
bajo plumas de gallina
mi primer diente de leche, y planté bajo plumas de gallina
la horqueta
del huesito de la suerte,
que tan amorosamente se había quebrado hacia mí.
Porque en esto.
Se resume el futuro.
7
Escucha, Kinnell,
abandonado aún con vida,
muriéndote en la vieja cama oscilante,
una capa de plumas aplastadas es todo lo que hay
entre tú
y el largo hueco de oscuridad con la forma de tu cuerpo,
déjalo ir.
Incluso este cuarto embrujado
con todos sus componentes trágicamente fotografiados,
incluso el diminuto crucifijo flotando bocabajo, a la deriva, hacia el centro de la tierra,
incluso estas plumas liberadas de sus alas para siempre,
tienen miedo.
Traducción: Óscar Paúl Castro
Galway Kinnell, poeta americano nacido en Providence, Rhode Island. Por sus Selected Poems (1982) ganó el Premio Pulitzer de Poesía. Estudió en la Universidad de Princeton, donde se graduó en 1948 junto a su amigo y compañero poeta WS Merwin. Recibió su Maestría en Artes de la Universidad de Rochester. Además de sus obras de poesía y sus traducciones, Kinnell publicó una novela y un libro para niños. Kinnell escribió dos elegías de su íntimo amigo, el poeta James Wright, tras la muerte de éste en 1980.
Óscar Paúl Castro (México, 1979) es poeta y traductor. Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. Es autor de los libros Puzzle (Andraval, 2013) y Poemas para leer en un camión sin aire acondicionado (Issste Cultura, 2014). Ha publicado traducciones en las revistas TextoS, Punto de Partida, en el Periódico de Poesía, Espiral y Timonel.