Fotografía: Sofía González
Por Asael Arroyo y Andcor Lecuanda
Corrían tiempos preparatorianos y me encontraba en medio de una celebración al interior del edificio conocido como la Ex Hacienda de Abelardo L. Rodríguez, cuando mi compañera de preparatoria, Andrea California, llamó mi atención con una seña. Dejando de lado lo que hacía, acudí rápidamente. Me hizo saber que en medio de la fiesta se encontraba su padre y que quería presentármelo. En ese momento despertó en mí una extraña sensación… cierta inquietud. Para mí ese encuentro significó el primer contacto directo con un historiador —tanto de oficio como de profesión.
Después de presentarnos, Andrea le comentó a su padre, el maestro Jorge Martínez Zepeda, de mi entusiasmo por estudiar historia y se retiró, dejándonos solos. Cerca de la entrada principal de la hacienda, a un costado de los barandales de cemento y de los enormes ventanales que permiten ver hacia dentro del edificio, el maestro Martínez inició aquella breve conversación con una pregunta «¿Entonces quieres estudiar historia?».
Ocho años después de este episodio, esta pregunta cobra más sentido para mi persona. Resulta fácil imaginar, retomando las memorias de cuando se es tan joven, antes de iniciar una trayectoria profesional, cómo las pasiones, las corazonadas, los ideales impregnan irremediablemente nuestras decisiones en torno al futuro. En esa atmósfera de romanticismo mi decisión era incuestionable: quería ser historiador.
En aquel entonces el maestro Martínez me hablaba de las dificultades a superar en el quehacer histórico, de lo poco reconocido y en ocasiones mal remunerada que es la investigación social. Advertencias y recomendaciones a considerar por una autoridad en la materia hacia quien apenas descubre este campo de estudio. Para un joven es fácil olvidar, y en aquella ocasión no entendí siquiera la responsabilidad que implicaba ser un historiador. No comprendí la importancia de dedicar una vida entera a evitar que se pierda la memoria.
Ahora, un reencuentro me permite conocer de manera más profunda al maestro Martínez. El Maestro acepta muy amablemente reunirse en uno de nuestros encuentros dedicados a los rostros que le dan forma a Ensenada. La cita es en el Café Arábiga, de la Calle Segunda, en punto de las 10 a. m. Para este momento, el equipo —Asael Arroyo Re y un servidor— de El Septentrión, encargado de entrevistar al Maestro, afina los últimos detalles técnicos previo al encuentro.
Al ingresar el maestro Martínez al inmueble, sin mayor preámbulo, dimos inicio a la entrevista. Me resultó evidente que el maestro Martínez es una persona intensamente sincera, abierta y sin pelos en la lengua para señalar todo aquello que considere incorrecto. Comenzada la entrevista habla de su procedencia familiar jalisciense, de Mascota, con fuertes raíces campesinas. Habla de su infancia transcurrida en el área que ahora rodea la zona de El Ciprés, donde su familia, en algún tiempo, fue la propietaria del Rancho El Naranjo, así como de un mercado con el mismo nombre.
Conforme las palabras salen de su boca se hace cada vez más evidente la determinación de un hombre incansable. Académico, pragmático y “bronco”, así es el maestro Martínez; no le asusta la “talacha”. Ha sido un camino difícil y accidentado, el trabajo incesante es lo único que garantiza resultados, asevera Martínez. Pero no me extiendo más, esto es lo que pasó:
—Andcor Lecuanda
El Septentrión: Maestro Jorge Martínez Zepeda, estamos muy agradecidos de que haya aceptado nuestra invitación a entrevistarlo. Entendemos que usted nace en 1954, el 17 de febrero, en el Rancho El Naranjo, Ensenada. Cuéntenos de la Ensenada de sus primeros años.
Maestro Jorge Martínez Zepeda: Se vivían buenos tiempos, Ensenada siempre ha tenido el privilegio de estar cerca de Estados Unidos. Antes era más claro el asunto, en función de que podías adquirir ropa, comida, lo que te hiciera falta… generalmente lo tenías a la mano. Obviamente tenías que trabajar para tenerlo.
S: O sea, ¿era común ir a Estados Unidos?
JMZ: No, te podías abastecer tranquilamente aquí. Muchas mercancías eran norteamericanas. La gasolina era norteamericana. En ese momento mi familia tenía la estación de gasolina El Naranjo que colinda con la zona militar de El Ciprés. Los combustibles que se surtían ahí eran de Union 76. Y aparte, mi familia tenía a un lado lo que era el mercado El Naranjo. Se consumían productos locales. Llegaban con el ferrocarril en aquel tiempo a Mexicali, y de Mexicali se distribuían hasta acá a Ensenada.
S: ¿Podría decirse que la situación ha cambiado?
JMZ: Ensenada como que de pronto ha perdido esa característica marítima. Tú esperarías que llegara más mercancía del interior a un buen precio, y más bien parece ser que hay una competencia en cómo desabastecer Ensenada. Afortunadamente para Ensenada, esta cercanía con Estados Unidos era una ventaja: «Si me falta esto pues voy al Otro Lado, y lo consigo». Hay que pensar también en el poder adquisitivo del dinero, mi generación se quedó en la cultura del 12.50 por 1. A muchos jóvenes de ahora se les olvida que se quitaron tres ceros; independientemente de que el peso mexicano no vale en el poder adquisitivo. Nosotros nos criamos en una familia trabajadora pero también es cierto que el poder adquisitivo del peso era otro. Era una generación de tiempos felices. Aunque fueras obrero, aunque fueras campesino se podían adquirir las cosas, se podían conseguir.
S: ¿Se usaba el dólar como la principal moneda de cambio?
JMZ: En un tiempo funcionó mucho el dólar… Claro, nunca como en Tijuana. Allá en Tijuana me tocó, a partir de 1977, que no circulara la moneda nacional. Para uno como ensenadense, irse de pronto a Tijuana era así como una mentada de madre. No aceptaban el peso, todo tenía que ser en dólar.
S: ¿De Ensenada a Tijuana había una diferencia tan grande?
JMZ: Totalmente. Aquí en Ensenada se usaba el dólar sólo en las zonas turísticas. Obviamente en la estación de gasolina y en el mercado caían dólares, pero, de ahí en fuera, era una situación muy curiosa… porque tú notabas la gran diferencia que había de Tijuana con esta pequeña frontera. También hay que pensarlo en función de la zona libre: Tijuana tenía mayores libertades, y para nosotros en Ensenada era más difícil la llegada de las mercancías, aunque la cercanía fuera relativamente corta. Siempre estuvimos dependiendo del abastecimiento norteamericano. Lo del interior llegaba tarde y malo. Eso es una constante.
S: ¿Qué sucedía con la influencia cultural de Estados Unidos sobre Ensenada?
JMZ: Pues la había y no. Depende del medio que tuvieras. Por ejemplo, la radio tenía muchos programas nacionales. Ojo, había incluso novelas que se escuchaban en la radio. La hora nacional forzosamente llegaba aunque con otra característica. Había contenidos nacionales que te interesaban. No odiabas tanto al gobierno en aquel tiempo. Era un nacionalismo bien entendido. No ahora que todo mundo queremos mentarle la madre al gobierno porque nos ha ido mal. Y no por nosotros… tú sigues siendo trabajador… La bronca es el otro cabrón que se acostumbró a estarnos robando a todos, y a la frontera despreciarla. Ahí te sale tu raíz como local, como ensenadense: «Oye, pues trátame bien… Si yo estoy trabajando, si yo estoy produciendo…». ¿Por qué ese problema que viene desde el interior a darte poco y a pedirte mucho?
S: ¿Su familia es de Ensenada?
JMZ: Mi familia es de Mascota, Jalisco. Yo nací en Ensenada, en El Naranjo. Ahí viví gran parte de mi vida y seguí viviendo mentalmente en ese espacio. Ahora, jubilado, estoy regresando a ese mismo espacio; aunque yo viví en Tijuana desde el ´77, nunca lo he perdido. Yo me fui a trabajar a lo que era el Centro de Investigaciones Históricas UNAM-UABC. Veinte años después a mí me toca convertirlo en el Instituto de Investigaciones Históricas.
S: ¿Por qué migra su familia?
JMZ: Por necesidad. En el ´46 llegan mis primeros parientes… gente de campo. Les va bastante bien. La agricultura en aquel tiempo, si te tocaba un “periodo de aguas”, como le llaman, te permitía sembrar; lo que sembrabas se daba: trigo, cebada… Veinte hectáreas te producían el frutal que quisieras. La tierra la trabajabas y te daba lo que quisieras. Era bien pagado lo poco que exportaras; te daba para tener y para crecer.
S: En la entrevista con el doctor Juan Manuel Beltrán, él nos comentaba que no había una preparatoria en Ensenada y que por eso se mudó a la ciudad de México. ¿En su caso ya existe una preparatoria?
JMZ: Sí, la preparatoria me toca aquí; el problema es en la universidad. Había muy pocas opciones: ciencias marinas, derecho… Si te interesaban las humanidades lo más cercano era la carrera de leyes, pero yo iba por otro lado.
S: ¿Tuvo algún acercamiento a un tipo de acervo en Ensenada?
JMZ: Fue doña Carlota García, la esposa de don Luis Lamadrid, una mujer muy culta, muy inteligente, la que abre las puertas de su casa, de su biblioteca. Te compartía los libros de historia, te los platicaba. Obviamente no había un archivo hasta que lo formamos nosotros. Las bibliotecas eran muy limitadas. Digo, tenían un montón de libros, pero un montón de libros no significa que sea una buena biblioteca. Hoy en día esto sigue siendo un problema muy grave en Ensenada. Esto obedece, también, a criterios nacionales. Éstos te van a mandar la porquería que quieran. Piensan que por ser libros van a ser buenos, y no es así, debe haber criterios de calidad. Las bibliotecas se van modernizando, pero, ¿en qué sentido?, ¿nada más libros nuevos?, ¿así quieres educar a tu gente? No debe ser así.
S: ¿Qué tan real era en ese entonces eso de que en el norte se acaba la cultura y comienza la carne asada?
JMZ: Sí y no, porque lo puedes aplicar a Sonora pero también a Baja California Sur. Son espacios a los que costó mucho esfuerzo crecer y formarse. Ojo, llegabas y de pronto te preguntabas con cuánta gente culta podías hablar. Tener una profesión no quiere decir ser alguien culto. Hay gente insoportable que tiene una pinche profesión.
Nosotros formamos Patrimonio Cultural de Ensenada, un grupo de distintas edades. Éramos gente con interés por Ensenada. De ese grupo recuerdo a René Barrera Villavicencio, Amando Diéguez, Marco Antonio Belester, Aníbal Bernáldez, Martín Barrón Escamilla, Carmelita Carrillo, Lupita Núñez, entre otros. Por ejemplo, Ensenada no tenía fecha de nacimiento. Nosotros participamos en darle una fecha de fundación; darle identidad a los lugares. Pero para darle identidad tienes que conocer su historia. En esos momentos vivía Francisco Panchito Zarate Vidal. Él tenía una herencia cultural de su familia, de origen chileno. Su familia llega en la segunda mitad del siglo XIX a Baja California, buscando minas en Real del Castillo. También recuerdo al profesor Jorge Olguín Hermída, un personaje increíble, fue presidente municipal de Ensenada. Estaba también Octavio León Medellín, un químico interesado en la cultura, en la poesía.
S: ¿Qué respuesta causó en los demás su decisión de estudiar historia?
JMZ: La bronca era ésa, tú quieres estudiar algo que te guste, y cuando regresas, muy emocionado, te dices «En la tierra de los ciegos el tuerto es rey». Pero no es algo que se me haya inculcado. Mi familia era gente agricultora, gente que se partió la madre. Mi tío abuelo, el que me pagó mis estudios, me decía, «Yo quiero que tú estudies administración de empresas», algo que me sirva, pero le dije, «Yo quiero estudiar historia». Nunca me preguntó «¿Eso para qué sirve?», sin embargo, sí se preguntaban de que se trataba eso. Eran otros tiempo, tú tenías que hacer algo productivo.
S: ¿El panorama hoy en día es distinto?
JMZ: Desafortunadamente aún se sigue pensando que las humanidades no sirven de gran cosa, que no son productivas. Ojo, porque me tocó también fundar la escuela de humanidades de la UABC. Es estar luchando contra el mismo gobierno, el gobierno que hace las cosas por aparentar. Al gobierno lo que le interesa es fabricar técnicos, “maquilos”. No tengo nada en contra de los “maquilos”, pero, ¿dónde está la gente que va a pensar, que va a reflexionar, que va a dar identidad?
S: ¿Existe algún tipo de eco en Ensenada del Movimiento estudiantil del 68?
JMZ: En aquel tiempo, la raza de Ensenada que se movió fue la de preparatoria, porque ahí nace, finalmente, ciencias marinas. También vino gente de fuera que sí despertó cierta conciencia. Yo me fui en el ´71 a Guadalajara. Se escuchaba que había represión. La gente del gobierno se las gastaba de otra manera. Todo lo que fuera “rojo” era mal visto, pero a mí no me tocó vivirlo en ese sentido. A mí me mandaron a estudiar y fui a estudiar.
S: ¿Se empieza a dar cuenta en la licenciatura que la historia regional es el área en la que le gustaría especializarse?
JMZ: La licenciatura en historia era muy especial en aquellos momentos, porque los maestros jaliscienses eran muy cultos, no tenían grado, porque no se usaban ni las maestrías ni los doctorados, pero era gente que tenía bibliotecas chingonas. ¿”Chingonas” qué significa? Diez, quince mil volúmenes. Principalmente eran personas que venían de buenas familias, en el sentido de la época. Gente educada, pero de a de veras. Porque ahora cualesquier cabrón compra las bibliotecas. En ese tiempo no. Las cosas se heredaban. Uno de mis profesores, el doctor Salvador Reynoso, poseía una biblioteca con «incunables». Imagínate que tienes un libro del siglo XVI, ¡único! Yo tenía el privilegio de tocar esos materiales. De cierta manera, por ser norteño, bronco, y malhablado me querían educar. ¡Creían que Baja California pertenecía a Estados Unidos! A mí me encabronaba que dijeran eso. Era el mundo cerrado jalisciense, y “jalisciense” quería decir en aquel tiempo: Guadalajara. Yo iba a hacer mi tesis de licenciatura sobre Ensenada, y me lo negaron. Porque, ¿a quién chingados le iba a importar hacer una historia de Ensenada?
S: ¿Tuvo alguna influencia académica en particular?
JMZ: Yo me considero discípulo de Luis González y González. Empecé a leer su microhistoria en Invitación a la microhistoria (1973), y la microhistoria no correspondía a lo que me estaban enseñando. Su otro libro, Pueblo en vilo (1968), es algo que tienes que estar leyendo y releyendo. El año pasado tuve el privilegio de estar en su casa. Es precioso el aire que se respira en San José de Gracia (Michoacán), el pueblo de González. Imagínate que llegues y veas en su biblioteca, que pronto va a ser patrimonio nacional -una biblioteca especializada en historia regional-, un diploma que estaba en su pared, que le entregué cuando yo era director del Instituto de Investigaciones Históricas. ¡Puta, chingón!
S: ¿Microhistoria e historia regional son sinónimos?
JMZ: Eso es meterte en pequeñeces. Mucha gente critica a lo pendejo sin hacer historia regional, pero para hacer historia regional tienes que meterte a los archivos; tienes que conocer la geografía; tienes que conocer la historia; tienes que conocer al campesino, por más mugroso que esté; tienes que platicar con la raza; tienes que sentir la raíz, el olor, partirte la madre con ellos. En lugar de los que dejan el cubículo y quieren ser macrohistoriadores. No mamen, cabrones… Hay que hacer “talacha”, hay que partirse la madre.
S: Siendo la ciudad de México el centro cultural y académico del país, ¿nunca pensó en trasladarse a la capital?
JMZ: No, no, porque me interesaba lo regional.
S: Una gran cantidad de revistas y periódicos al hablar desde la ciudad de México pareciera que hablan de todo el país, pero no es así, hablan de la capital.
JMZ: Volvemos a lo mismo que decía de Guadalajara. Jalisco tiene, si mal no recuerdo, 125 municipios. Tú pregunta cuántos municipios tienen textos que hablen de su historia. Yo la tesis la hice en el ´75 y, ¿cuántos años han transcurrido? ¿Cómo es posible que no se haya hecho una tesis de cada municipio? Y, ¿cuántos licenciados, maestros y doctores han egresado? El mismo problema lo tenemos en Baja California. Hay mucha gente cachando “elevaditas”, que no leen, que no se meten a los archivos. Creen que el internet les va a resolver todo, y no. Dicen, «Ah es que tengo mil libros que bajé». «Sí, cabrón, ¿pero cuántos leíste?».
S: ¿Qué sucede en Ensenada, en la UABC, donde las clases de sociología se imparten una sola vez a la semana?
JMZ: Lo mismo sucede en Mexicali con la carrera de historia, es de weekend.
S: ¿Cuál es el estado de los museos de Ensenada?¿El Museo Caracol, el Museo de la Vid y el Vino?
JMZ: Lo que pasa es que se pide asesoría a la universidad, y la universidad está con el gobierno del estado. Depende del amigo que esté. «Oye, ¿quién conoce de poquita historia de acá? Ah pues mi jefe, mi jefa». Y se recomienda a alguien que no sabe nada, y él te está asesorando. Yo pregunto: ¿Por qué no en automático se va con el IIH (Instituto de Investigaciones Históricas) donde hay diez doctores en historia, la mitad de ellos en el SNI (Sistema Nacional de Investigadores)? Exigir que se haga un buen proyecto. Pero no, un grupo de amigos se adueña de eso, y ya cuando desmadraron las cosas, entonces sí llaman a un historiador a enderezarlas.
S: ¿Esto quiere decir que en la misma UABC hay una falta de comunicación?
JMZ: No comunicación, sino que, el que esté arriba manda, y tú obedeces, si es que la quieres llevar tranquila, si es que quieres recursos y no castigos.
S: ¿Se podría hablar entonces, más que de falta de comunicación, de las mismas políticas administrativas dentro de la universidad?
JMZ: La universidad depende del gobierno federal en un cincuenta por ciento y del gobierno del estado en un cuarenta y nueve por ciento. Las decisiones fiscales y hacendarias vienen de México. Si estás bien con ellos te dan presupuesto, si no, no. El área humanística le toca lo menos de todo el pastel. El gobierno quiere técnicos, “maquilos”, pues. En la Facultad de Humanidades te das cuenta de que hay raza bien chingona, pero tú pregunta los productos que hay. No hay recursos. Pero ve a los de arriba, ahí sí hay recursos, pero te dicen, «no te metas, porque te corro, cabrón». Esto sucede a nivel nacional.
S: ¿En el Museo de la Vid y el Vino consultaron el Instituto de Investigaciones Históricas?
JMZ: Consultaron el Centro de Estudios Culturales, que ahora es el Instituto de Investigaciones Culturales (IIC). Pero no consultaron a historiadores. La historia no la ves ahí. Qué Grecia; qué Roma, qué la chingada… La gente que tanto presume de la cultura del vino no conoce la historia de Baja California. Dicen, «Me vale madres la historia», y yo respondo «Sí, pendejo, pero sí sabes de historia el vino te va a saber mejor ». El montón de gente que llega a tomarse la foto… «¿Qué conocen de ese rancho? ¿Sabes quién fue José Matías Moreno? ¿Por qué San Antonio de las Minas? ¿Quién fue el padre Félix Caballero?» Ahora tienen a un historiador ahí: Mario Alberto Magaña. Un personaje ensenadense muy chingón.
S: ¿Qué sucede con museos como el de la familia Samarin?
JMZ: El problema ahí es que te obligan a depender de una migaja… de alguien que esté repartiendo dinero. Entonces si tienes un proyecto que sea vendible… pues es casero. ¿Te diste cuenta de que el Museo Comunitario lo cerraron? O sea, ¿qué onda? Ve a San Vicente donde hay otro museo comunitario: ¡Reciben migajas! Y reciben migajas porque quieren que te encabrones y desaparezcas. Se trata de quedar bien con un turismo de paso, que no sabe ni qué, que se va de Ensenada sin ninguna pizca de historia. En cambio, en Sudamérica tú te das cuenta de que el más “pinchurriento” lugar te ofrece un testimonio de historia. «Ésa fue la casa de fulano»… En Colombia recuerdo la obsesión que tienen por Bolívar… por San Martín. Sientes que el corazón de ellos es parte tuyo. ¿Por qué? Porque tienen algo que enseñar. Porque se ha conservado la tradición y la información. Se mantiene esa historia viva.
S: ¿Sucede lo mismo con el Archivo Histórico de Ensenada?
JMZ: Aquí formamos el Archivo Histórico de Ensenada. Tiene el presupuesto más pequeño de todo el Ayuntamiento. Miserias está ganando el pobre que está ahí. ¡Una persona que fue el director del Archivo Histórico del Estado de Baja California! Arturo Meillón. Una persona muy capaz. Él formó la fototeca del propio Museo de Mexicali. Y aquí está en Ensenada, y lo están desaprovechando. Lo están ahorcando. Sin recursos. ¿Por qué? Porque eso no importa. Chingada madre, ¿cómo que no importa?
S: ¿Existe el turismo cultural en Ensenada?
JMZ: Pareciera que no. Pareciera que de los barcos baja puro zombi que no le importa nada. ¡No! Ése cuando llegue aquí va a decir, «este pueblo ignorante» Cuando tú podrías ofrecer otra cosa. En cambio tú regresas de cualquier lugar de Estados Unidos con el lapicito, con la postal, con el video, ¿qué sé yo? ¿Y por qué allá sí se hace? Aquí tú dices, «Ve a una biblioteca». Aquí las bibliotecas no van a tener nada de Baja California. «Ve a Tijuana». ¿Qué pasa? ¿Ensenada no tiene?
S: ¿La Biblioteca Benito Juárez?
JMZ: Algún día tendrán que quitarle el nombre de biblioteca. Es que no es posible, ¿qué es lo que vas a consultar? Ve a la Biblioteca Benito Juárez de Tijuana. Es una crisis del gobierno: el gobierno está en manos de administradores. No hay especialistas en biblioteconomía. En la propia universidad hay una sola persona con esa formación. Quitaron a los que había. Se hacen ediciones de literatura bajacaliforniana, de historia bajacaliforniana y no se reimprimen. Al menos súbelas al internet. Yo recuerdo a un amigo, Luis Pavía. Un genio. Un poeta. Un cabrón de poca madre. Sentía lo ensenadense… Por sus rimas del carnaval lo mandaban a la cárcel. Se chingaba a los políticos con el ingenio del ensenadense. Todo el mundo las disfrutaba, pero ya que lo echaban al “bote” nadie quería pagar por él. Esos textos son los que se tienen que rescatar. En lugar de esto te metes al Diccionario enciclopédico de Baja California y aparecen puros amigos de políticos.
S: Revisas el organigrama del Museo Caracol y no hay museógrafos. No hay una especialización.
JMZ: No, ni la va a haber. Es el grupo de amigos que están ahí para aplaudirse. Yo pregunto si están pensando en Ensenada. ¿Cuánto han invertido y qué están enseñando? Ojalá que aterricen algo. Que no sigan con esas fiestecitas. «Ah es que tenemos que rentar». Parecen congales. Réntalo para un evento cultural. Que a la raza que no tiene, no le cobres. Ofrécele el espacio. Porque estamos repitiendo eso: «Si tú no me pagas, no puedes tener permiso». Ah, pero el de la quinceañera sí lo tiene.
S: En contraparte podríamos hablas de la asesoría que usted da al doctor Juan Manuel Beltrán y que culmina en Adiós a la Madre Patria.
JMZ: Lo que pasa es que uno como historiador asesora, y si encuentras a una persona con inquietud, pues aprovéchala. Que el público se entere. Si estuvo bien o estuvo mal, pues qué bueno, se hizo algo. Ya está ahí el guión, ya está ahí la obra. Ojo, eso se convierte en historia. ¿Me explico? Se convierte en un registro. Un registro que lo puedes repetir las veces que quieras. El caso de la obra de teatro fue algo increíble. Más cuando la presentamos en el lugar de los hechos, en San Vicente. La gente de ahí se acercó sin saber nada. Cuando ves las expresiones de los rostros, ya chingaste. Ofrecimos que esa obra de teatro se llevara a Tijuana, a Mexicali, a Rosarito y ahí no hubo a quién chingados se le prendiera el foco para financiarla. Pero no, a fuerzas quieren negocio, quieren renta. ¿Cómo tú como compañía de teatro vas a también pagar para financiar la cultura? No se vale. Estamos matando a la gallina de los huevos de oro. Lo bueno es que el doctor Beltrán gana otra convocatoria. CONACULTA le dio cincuenta mil pesos… pregúntate cuánto vale una de las cámaras que tiene. Tú estás haciendo algo para que la gente aprenda, y aquí a la gente se le sale lo pueblerino, lo envidioso… y en Tijuana o en Mexicali es peor.
S: El embargo atunero es un episodio trascendental para Ensenada en la que la ciudad tiene que decidir si es un lugar de vocación pesquera o turística… y se decanta por una vocación turística de escasa calidad.
JMZ: Sí, un turismo chafa. Pero es tan sencillo como esto: si en la universidad estamos criando, formando licenciados en turismo, y en el área de turismo metes a cualquiera, ¿para qué estás formando a una persona? Los propios licenciados en turismo conocen mínimamente nuestro estado, y te quieren hablar de Cancún. «Oye, espérate, yo quiero que me hables de historia local».
S: ¿Qué puede sucederle a una ciudad sin conciencia histórica?
JMZ: Lo que está pasando: nos importa madre lo que pase en el gobierno. Al menos antes teníamos un poquito de memoria. Antes se tenía una cultura sexenal, ahora, ya ni eso. Luego queremos que Facebook nos resuelva la vida. Facebook te puede servir para muchas cosas. Puedes hacer comentarios más inteligentes. Pero no, puro chisme de vecina. Luego escuchas en las plazas música del Kommander. Oye, no me chingues. La persona del municipio… que tenga una pizca de cultura.
S: ¿Se pensó en establecer la licenciatura de historia en Ensenada?
JMZ: La propusimos varias veces, y había tres personas que decían que sí. Sin embargo, muchos terminaron estudiando sociología porque no se abrió la carrera. Yo siempre fui investigador; daba clases porque me obligaban, pero mi rollo fue investigar. He disfrutado siempre de lo que hago. Me decían «Oye, tú, vente para acá, funda la escuela». Pero yo no quiero fundar escuelas, no es lo mío. En Mexicali se abrió la carrera, pero, ojo, también en fines de semana. En Mexicali hay sólo un historiador, y el historiador es de Tecate. Se apellida Franco. Tú generas licenciados en historia sin profesores historiadores. Pero la raza no exige, es apática.
S: Sabemos que su tesis de licenciatura, Santiago Tenamaxtlán en la época colonial(1977), recientemente fue reimpresa.
JMZ: Sí, regalé los derechos, y se hace esta edición. Me pagaron mi boleto de avión y el de mi hija para que fuera a presentarlo, y me dijeron «Llévate tantos ejemplares». ¿Cuál es el gusto? Se hacen mil ejemplares, y desaparecen rapidito. ¿Cómo es posible que en un Tenamaxtlán, un pueblo de Jalisco, se pueda hacer, y aquí que presumen de la cultura no den un cinco? Se los platico así —y no es por mamón, ni nada—: Llegas al pueblo, de cinco mil habitantes, y que en la plaza se esté leyendo tu libro, cuando tú todavía no lo conoces… Llegamos, y me dice mi hija «Mira, papá, están leyendo tu libro». En la madre, casi me da un infarto. Pero eso no es nada, luego ves que hay un festival en el parque, un festival de lectura, ¡y los niños están leyendo tu libro! No mames, cabrón, chingonsísimo… No es ego. No es ego. Es real.
S: ¿Qué podemos hacer desde esta trinchera?
JMZ: Educar. Educar. Educar.
S: ¿Podría hacer una recomendación a El Septentrión?
JMZ: La recomendación sería que tengan un espacio, no de historia, porque de repente les da miedo, sino uno cultural. Que si ven una casa vieja se pregunten: «¿Qué significa para la gente que vive ahí?» Tiene que ver con una familia; tiene que ver con un apellido; representa un periodo… Vayan ustedes al Museo de Historia Regional de aquí… llegas y no hay nada que te diga qué significa cada cosa. Yo les hice un libro… ¡por favor! Tiene treinta años ahí, y yo les hice la investigación. No tuvieron para pagarla. Quieren que yo también la financie. Un folleto, no te estoy pidiendo más. ¡Que si van por la Avenida Ruiz no digan que fue por Adolfo Ruiz Cortines, sino por José Manuel Ruiz, un ilustre Californio!