7. EXT. BARDA CON BOTELLAS QUEBRADAS / DÍA
Toda intención de crimen comienza con el filo de un cristal.
Y tu casa está muerta.
Una casa con muros de filosas vértebras.
Una casa con esqueléticas botellas de cristal atadas
a los cementerios de la barda.
Una casa que podía rebanar el golpe.
Que significó, para muchos, una muerte amputada.
Hay casas que tienen bardas que no dividen nada,
y que dan a paredes tan altas que el sol
apenas cabe.
Y el miedo, que ha vivido en mí, atado a un ramillete de canas,
alega siempre al recuerdo de los pájaros que
atesoraban tu arroz desperdigado en las comisuras del patio.
No he tenido más respuestas.
Tengo que,
en el amplio terreno de la incredulidad,
mandar a colocar metros de concertina
por donde ya no se cuele más su canto,
ni jóvenes estrepitosos
y bellos como el muchacho albañil
que riega con negro arroz tu cuerpo,
que calla con paletadas un gorjear
de pájaros invisibles.
8. INT. CASA DE CHAPULTEPEC / NOCHE
En la pared de mi casa,
se dibuja poco a poco una figura
por los resquicios de la lluvia.
Una gotera cuela su furia por las carpetas de cemento.
Cabe su esencia.
Cava con sus manos de agua pozos de humedad.
Por ahí asoma el ojo de mi abuela.
Los hoyitos de su risa.
Es un milagro que Dios la dibuje tan perfecta.
Las líneas de su voz se filtran por la esquina.
Me llama.
Yo sostengo
entre mis manos
sus manos muertas y frías.
Le acomodo el rosario
con el que compartió la vida desde que soy un niño.
En cada cuenta de madera
aparecen sus huellas al centro de la cruz,
donde una medalla de San Benito ora por los hijos que dejó.
Yo no sé si la pared de mi casa
sepa de la juventud de mi abuela
y su mirada triste.
Yo no sé si la humedad
sea también una forma de su llanto a lo lejos.
El punto aquí
es el milagro de su aparición.
El remanso
donde cupe alguna vez entre sus manos.
11. INT. PASILLO DE LOS DEPARTAMENTOS / TARDE (FLAHSBACK)
Era una cosa de primos.
Nadie nos dijo que llegaría la abuela a vernos.
Que repartiría Snickers y Paletas Payaso.
Que su dinero sería distribuido entre los siete que éramos.
Que nuestro resfriado se curaba con paletas de melón.
Que nuestros miedos se apagaban
después de encender, en su buró, las lámparas.
La cosa era tocar un teclado
y cantar villancicos de memoria.
Era moldear nuestra niñez con barras de plastilina.
Era crecer como muñecos de hule espuma
en una tina de acero.
En el pasillo un set, ella nuestro público.
—Fernando Trejo
Fernando Trejo (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1985). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Alonso Vidal 2018, con el libro La abuela está en la casa porque he visto su voz (IMCA-Cuadrivio, en prensa). Los poemas aquí publicados pertenecen a este libro. Coordina el Colectivo de Arte y Cultura Carruaje de Pájaros.