por Alberto Villaescusa
(Burning; Lee Chang-dong, 2019)
Burning es un enigma. Pero no es un enigma como lo son, por ejemplo, las películas de David Lynch. No hay desviaciones de la realidad a favor de lo abstracto y la metáfora. Lo que vemos en la pantalla es, en su mayoría, congruente con el universo que se nos muestra desde un principio. Es un enigma de la misma manera en que nuestros pensamientos suelen serlo; explicaciones de lo que sucede a nuestro alrededor, que pueden ser salvajes e incoherentes, pero que de alguna manera nos hacen sentido y se quedan con nosotros en un nivel puramente emocional. El verdadero misterio de Burning yace en lo profundo de sus tres personajes principales; a través de sus acciones debemos tratar de deducir lo que piensan y a partir de esto encontrar explicaciones para lo que hacen después.
A primera vista puede dar la impresión de una película incompleta y fría. Pero entre más vuelve a mi cabeza, más convencido estoy de que el director y coguionista Lee Chang-dong la diseñó de esta manera, como una exploración de cómo tratamos, tantas veces sin éxito, de encontrarle sentido a las acciones de otras personas, y cómo nuestras propias experiencias limitan nuestro punto de vista.
La historia tiene un inicio relativamente simple. El joven Lee Jong-su (Yoo Ah-in) está atorado en un monótono trabajo de repartidor cuando se reencuentra casualmente con Shin Hae-mi (Jeon Jong-seo), una vieja vecina de Paju, una comunidad rural cerca de la capital surcoreana de Seúl, donde ambos crecieron. Jong-su no la reconoce. Hae-mi se hizo una cirugía plástica y Jong-su, quien de niño la llamaba fea, ahora queda cautivado por su belleza.
Es amor a segunda vista.
Hae-mi es vibrante y asertiva. Es ella quien lo invita primero a fumarse un cigarro en un callejón y después por una cerveza. Está llena de peculiaridades: puede quedarse dormida al instante; estudia pantomima y demuestra sus habilidades comiendo una mandarina imaginaria. Trabaja como edecán pero tiene planes para irse a África por un tiempo. Aunque hace años que no se han visto y al parecer nunca se llevaron bien, ella le encarga que cuide a su gato mientras está fuera del país.
Hae-mi lo lleva a su pequeño apartamento con la excusa de mostrarle al animal, pero tan pronto llegan lo besa y tienen relaciones. Jong-su es prácticamente su opuesto. Es introvertido y aspira con ser un escritor pero no encuentra el tiempo ni la inspiración. Con estos pocos detalles y escenas, podemos pensar que sabemos por qué rumbo va la película y hasta que Hae-mi es un cliché bastante familiar. Pero esto tiene menos que ver con la clase de persona que ella y más con la idea que Jong-su se hace de ella.
Jong-su cumple su promesa de alimentar al gato, aun cuando éste, curiosamente, nunca se deja ver. Solo, en el desordenado apartamento, se masturba rutinariamente mirando hacia la torre de Seúl, evocando el recuerdo de su breve encuentro con Hae-Mi. Ella finalmente regresa, pero Jong-su queda descorazonado al ver que es con la compañía de alguien más. Ella y Ben (Steven Yeun) se conocieron en el aeropuerto de Nairobi, cuando una amenaza terrorista los obligó a pasar tres días encerrados, y conectaron al ser los únicos coreanos ahí.
Ben, un joven que se materializó de la nada para desplazarlo en el afecto de la chica de sus sueños, es bastante adinerado. Tiene un elegante apartamento en el exclusivo distrito de Gangnam y maneja un Porsche. Jong-su, por su parte, vive en la granja de su padre y maneja su viejo y oxidado pickup. Jong-su por supuesto le guarda resentimiento, aunque no todo tiene que ver con Hae-mi. Cuando joven, el padre de Jong-su, el veterano de guerra Yong-seok (Choi Seung-ho), rechazó la generosa oferta de una casa en el Gangnam, prefiriendo dedicarse a trabajar la tierra.
Jong-su tiene razón para pensar que la vida de Ben bien pudo haber sido la suya. Ahora está arrastrando una granja familiar que está en decadencia, con una madre que no le ha hablado en dieciséis años, y un padre en juicio después de agredir a uno de sus vecinos. Quizá la mayor herencia que éste le dejó fue la imagen de quemar las ropas de su madre después de que ésta se fuera de la casa. Es una imagen que regresa a cuando Ben en un comentario casual le mete en la cabeza la idea de quemar los invernaderos agrícolas de Paju.
¿Qué tiene que ver esto con el triángulo amoroso que parece ser el foco de la película? Todo, la verdad. Porque Burning es el punto de vista de Jong-su y los recuerdos de su infancia parecen influir en cómo interpreta a las dos personas que de repente vienen a dominar su vida. Un escritor frustrado, él trata de encajar todo lo que sucede en una historia de su propia invención. Es así que Ben y Hae-mi se convierten en la viva manifestación de las mejores y peores características que Jong-su ve en ellos: Hae-mi es un espíritu libre que se desviste a la mínima provocación como “solo una prostituta” lo haría, pero también una figura inocente que necesita salvación del Gatsby que es Ben, cuya riqueza y carisma parecen esconder un perturbador y violento secreto.
Sólo que las cosas no son tan simples. Basada en un cuento de Haruki Murakami, “Quemar graneros”, Burning posee un giro característico del autor que convierte la segunda parte de la película casi en una historia de detectives. Hae-mi desaparece por mucho de esta parte, pero la pregunta importante no es qué pasó con ella, sino qué explicación Jong-su encuentra.
Como individuos, nuestros propios pensamientos son los únicos que experimentamos directa e inmediatamente. Podemos conocer a otras personas, quizá con bastante profundidad, pero es más fácil creer que están ahí para cumplir roles en nuestra propia historia. Burning no es la primera película en explorar el concepto de la “masculinidad tóxica” (que, contrario a lo que muchos dicen, no quiere decir que el ser hombre es inherentemente tóxico), pero puede ser una de las más perceptivas al respecto. Parte de ella nace de creer que uno se encuentra al centro de la historia, y que la solución se encuentra en reclamar violentamente lo que se piensa que es de uno. Jong-su puede decir que ama a Hae-mi, pero hasta esto es engañoso. Hay una escena en la que él le pregunta a Hae-mi qué es lo que Ben ve en ella y ella le contesta que tienen conversaciones interesantes. Jong-su no le cree, porque tampoco cree que Hae-mi sea tan profunda.
★★★★1/2
Para leer más reseñas del autor, aquí su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com
Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana