por Lola Ancira
Elma Correa
Que parezca un accidente
Nitro Press y UANL, 2018, Ciudad de México, 109 pp.
Un accidente es un suceso inesperado que altera el orden y puede devenir en algún daño, resultar tan inofensivo que pase desapercibido o representar una catástrofe insuperable: «A unos les pasa antes y a otros después: puede ser un accidente o la fuerza de la gravedad, pero al final todos terminamos mutilados», revela Chuck Palahniuk en Monstruos invisibles. ¿Será que un accidente es sólo una treta del destino para indicarnos el camino a seguir?
Que parezca un accidente, primer libro de cuento de Elma Correa, reúne trece historias, la mayoría centradas en la niñez y en la juventud, en relaciones interpersonales poco convencionales, en distintos trastornos del desarrollo, en la incapacidad de reconocer —o no identificarse con— el propio cuerpo y también en el descubrimiento de la sexualidad, en el recalcitrante odio que pueden experimentar los niños y en distintos tipos de violencia. Su esencia es la identidad indescifrable de lo fronterizo.
Los personajes de Correa son tan radicales como humanos, y sus circunstancias nos acercan a escenarios particulares: en «Risa», un joven disléxico y mentiroso, un Nosferatu y una mujer en el séptimo mes de gestación terminan cenando juntos en una fonda de comida china tras laborar para una compañía dedicada a grabar inusuales videos eróticos.
Los protagonistas son atraídos por accidentes o son, en sí mismos, infortunios, catástrofes que generalmente aparecen en pares: «se necesitan dos para que haya un accidente», afirma Fitzgerald en El gran Gatsby.
A través de sus letras, Correa critica de forma ácida e ingeniosa movimientos sociales y políticos en boga, el activismo y algunos «odiosos estereotipos» y roles. Los títulos de los cuentos resultan sumamente atinados y, en algunos, la tensión aumenta drásticamente con el cambio de tiempo verbal en los últimos párrafos.
«Kamikaze» muestra a la sexualidad y lo erótico como un diamante cuyo brillo no se le puede negar a nadie. Exhibe al futuro como un peligro certero para la felicidad y la tranquilidad del ahora.
«Nos reiremos cuando acabe» habla de la atracción por las constelaciones y las drogas en una noche que culmina entre las luces y los sonidos de patrullas y ambulancias, y cuestiona qué pasaría si llegáramos a conocer los secretos más censurables de quienes amamos.
«Historia de cigotos» narra lo arduo de convivir con un hermano gemelo con déficits mentales y físicos e incapaz de comunicarse, y presenta una oportunidad perfecta para eliminar de forma espontánea uno de tantos errores. Esta exploración sobre la rivalidad fraternal remite a «El carcinoma de Siam», cuento memorable de Ignacio Padilla en el que unos siameses se enfrentan entre sí debido a la disimilitud de sus personalidades.
«El corrido de Chito Cano» refleja la normalización de la violencia: un dúo criminal —á la Bonnie y Clyde mexicanos y norteños— disfruta de una buena cena, bebe y baila tratando de ignorar un terrible suceso reciente que culminó en una muerte.
El escritor Sergio Ramírez afirma que, aunque la gastronomía es fundamental para la literatura, pocos escritores la toman en cuenta. En «Señor Bigotes», la narración gira en torno a la alimentación extrema: es un recorrido por el menú de una mujer de ademanes peculiares y con sobrepeso, una amante de los gatos que comparte su refinado (y excesivo) gusto culinario con sus adoradas mascotas. La agudeza de esta historia, misma que se degusta con cada bocado de palabras, seduce tanto como la comida a la protagonista.
Correa escribe tomando en cuenta todos los sentidos, es una narradora contundente que imprime fuerza en cada párrafo. Teje finamente las frases, engarza las palabras con acierto y encanto. Sabe narrar la belleza de lo terrible, la fuerza de lo frágil. Encuentra la esencia de lo trágico mediante imágenes poéticas, un lenguaje directo y escenarios eficaces creados lo mismo con guiños sutiles que con descripciones minuciosas.
Estos cuentos remiten a la teoría del iceberg de Hemingway —el cuento demuestra sólo una pequeña parte de lo que en realidad representa—: denotan ingenio, perspicacia y veracidad en las voces y develan a una narradora que conoce muy bien la psicología humana. Correa encuentra guiños de felicidad ocultos entre lo atroz, rastrea sonrisas y muestras de afecto incluso en el escenario más bárbaro. Los estupefacientes, el alcohol y la vulneración son detonantes de eventos que expresan mucho más de lo referido.
Las páginas de este libro también están salpicadas de datos peculiares —como el odio de Hitler hacia los pelirrojos, que «Laika significa “ladradora” y fue el reemplazo de Lavina, una perra que escapó del Cosmódromo de Baikonur retrasando el lanzamiento original» o que «el vibrador fue el cuarto electrodoméstico en utilizar energía eléctrica»— y de sinestesias, las mejores metáforas según Borges.
En una entrevista con Mónica Maristain para Sin Embargo, Correa declaró que escribe sobre lo que conoce, aunque también busca encontrar nuevas formas de narrarlo para alejarse de lo cercano. Independientemente de las temáticas a tratar, una de las principales metas a las que debe aspirar un escritor es a hablar con naturalidad y confianza, que sus palabras resulten verosímiles, algo que, sin duda, la autora logra en cada cuento.
Lola Ancira (Querétaro, 1987) es licenciada en Letras Modernas en Español por la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha escrito ensayos, cuentos y reseñas literarias para medios electrónicos e impresos como Tierra Adentro, Laberinto, El Cultural, La Jornada Semanal y Punto de Partida. Es autora de Tusitala de óbitos (Pictographia Editorial, 2013) y El vals de los monstruos (FETA, 2018). Fue becaria del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Sus cuentos han sido publicados en diversas antologías.