El encuentro con el doctor Beltrán retrata una vida valiente y polifacética: anestesiólogo, masón, político y hombre de teatro. A la par, sirve de testimonio de la historia de Ensenada a lo largo del siglo XX. Personajes —el profesor Migoni, el licenciado Rocha, el primer presidente municipal David Ojeda— y momentos —el escape inverosímil del licenciado Rocha en plena Navidad, el anuncio en la radio de la primera televisión en ser traída a Ensenada, el estallido de la Segunda Guerra Mundial— hacen de esta entrevista un viaje hacia el pasado que ilumina el presente.
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Dos semanas después de haber regresado del D. F. —ciudad en la que viví cinco años, años de aprendizaje, diversión y soledad— a Ensenada, me encontraba en el Valle de Guadalupe, junto con dos amigos, Andrés y Rosaura. Era temprano, un poco antes de la hora de comida, quizá la una de la tarde, cuando nos dirigimos a un Oxxo para comprar cerveza. Antes de llegar al estacionamiento y de bajarnos del auto, Andrés y Rosaura me habían comentado, emocionados, de una especie de documental de historia de Baja California que les había dejado un muy buen sabor de boca. Les quise preguntar más, pero la compra de cerveza interrumpió la conversación. Al volver al auto, bebidas en mano, y con la sensación de que si no les recordaba de lo que estábamos hablando me iba a perder de algo importante, les dije: «Y luego… ¿qué vieron?, ¿de qué era o qué?» Respondieron que era una especie de cortometraje, pero más largo, aunque tampoco una película, de la vida de un Gobernador de las Californias, en tiempos del Virreinato, a principios del siglo XIX. La trama, palabras más palabras menos, se enfocaba en el Gobernador que no se enteró de la Independencia de México sino hasta después, y que, cuando lo hizo, fue una catástrofe. Me sentí interesado, ¿una película, o algo así pero más corto, de historia de Baja California? No sonaba mal.
Semanas después, habiendo olvidado por completo el tema, Andrés me dice que habrá una nueva proyección del cortometraje en el Riviera. Y que mejor vaya, porque quién sabe cuándo se volvería a proyectar. Además, me comenta, será una gran oportunidad para hablar con el director —material valioso para El Septentrión—. Sin embargo, la proyección comenzaría a las 19:30, y a las 19:00, en CEARTE (Centro Estatal de las Artes), habría un homenaje al historiador Jorge Martínez Zepeda, lo que me llevó a sentirme poeta y afirmar: «La cultura en Ensenada es un río pequeño y, para colmo, dos eventos al mismo tiempo —una chinga—». Concluimos que lo mejor era estar una media hora en el homenaje y después salir corriendo a la proyección.
Eso hicimos.
En el homenaje al maestro Martínez Zepeda, en un discurso que pretendía ser elogioso, un supuesto doctor concluyó con, «Lamentablemente, el maestro Martínez ha dejado una gran obra para las futuras generaciones ensenadenses»; me morí de la risa. Transcurrida media hora, después de la típica entrega de placas a los homenajeados (muy bonitas, bien hechas, con la forma del estado de Baja California) salimos como lo planeamos: corriendo al Riviera. No tuvimos que correr mucho, quizá doscientos metros, y un minuto y medio después de salir del homenaje, ya estábamos sentados en unas butacas de discutible comodidad, en un salón del ex Casino Riviera. Ensenada permite estas andanzas exprés.
Nada más empezó el mediometraje —finalmente una definición, pues un mediometraje, hay que aclarar, tiene una duración mayor a los treinta minutos y menor a los sesenta—, con un público de máximo quince personas, escuchando el zumbido de los moscos, cuyo nada elegante vuelo se hizo presente encima de las cabezas de los asistentes, en las que, de vez en cuando, aterrizaban, recordé que ya no estaba en ninguna Cineteca capitalina con aire acondicionado y asientos reclinables, sino en Ensenada, ¿más al norte?, difícil.
Del mediometraje me llamó la atención el audio —pues era malo y no se alcanzaba a oír nada—, un intérprete de lenguaje de señas —bello esfuerzo—, los subtítulos en inglés —mejorables—, y la interpretación del que hacía de General Ruiz —fantástica—. Al terminar la proyección, ya con las luces encendidas, no supe si sentirme feliz por haber acabado de ver Adiós a la Madre Patria, una obra de gran valía, o triste porque todos los que debieron haberla visto estaban a doscientos metros, sin saber de la primera producción cinematográfica de la historia de Ensenada.
Si el lector discurriera algo como, «¿Y por qué no se proyectó en CEARTE Adiós a la Madre Patriapara que hasta el presidente municipal la pudiera haber visto?», pues bien, ya seríamos dos.
En la proyección se encontraba el actor que interpretó al General Ruiz, el doctor Juan Beltrán. Después de unos minutos de diálogo protocolario, de comprobar el carisma del Doc., Rosaura y Andrés le propusieron entrevistarlo. El Doc. dijo que sí, que el martes, o sea al día siguiente, a las 11 a. m., en CEARTE.
De guayabera blanca, anillo y reloj dorados, carismático como el que más, el Doc. se sentó a la mesa. Esto es lo que pasó:
—Asael Arroyo
El Septentrión: Un gusto estar aquí con usted, doctor Juan Manuel Beltrán. Cuéntenos de sus primeros años, de Ensenada en la primera mitad del siglo XX.
Doctor Beltrán: Mi familia es de aquí, india, autóctona, de una comunidad nativa de Baja California Sur. Yo nací en Mexicali un 9 de octubre de 1938. En mi infancia vivimos en una choza. Mi papá nació en Ensenada. Él fue de los fundadores de la Normal y de la Preparatoria de Mexicali, en la época de Lázaro Cárdenas. Esas Normales tenían maestros para acompañar a los agraristas que iban al asalto de la tierra para defender el territorio nacional de los integrantes de la Colorado River Land Company. En Ensenada mi papá hizo la primera primaria en el Ejido Chapultepec; él hizo su primaria en la Escuela de los Varones, así se llamaba la Justo Sierra. La Escuela Primaria para Señoritas era La Corregidora. A mi abuelo le dieron trabajo de conserje en la Normal (Escuela Benito Juárez); lo invitó el profesor Silva. Yo llegué a Ensenada a los tres años de edad. En ese momento no había ISSSTE (Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado), y cuando mi papá enfermó de tuberculosis no le dieron la incapacidad. Le dijeron, «Que tu esposa trabaje por ti», y así entró mi mamá de maestra.
S: ¿Cómo era la formación escolar, claro, para quien pudiera tener este privilegio, en Ensenada?
DB: En mi caso la primaria la hice en la escuelita del Ejido Chapultepec y en la Matías Gómez. La secundaria en la única que había: la Federal no. 1 SFF 17-B (Secundaria Federal Foránea, calendario B) que después se empezó a llamar Héctor A. Migoni. El director era el profesor Héctor Agustín Migoni Fontes. La secundaria era unos salones que estaban en la primaria Justo Sierra, unos pabellones de madera. Quince años antes de que ingresara a la secundaria, el profesor Migoni había llevado a todos los de la escuela a la ciudad de México, para que el Presidente de la República la abanderara. Los chicos se hospedaron en el Colegio Militar. El Presidente le entregó los documentos de propiedad a Migoni con el proyecto de hacer una escuela naútica, una escuela marina mercante, pero se suspendió porque estalló la Segunda Guerra Mundial.
La construcción de la escuela era pura obra negra, y como no estaba en condiciones de habitarse, seguimos en la Justo Sierra. Queríamos cambiarnos a otro terreno, pero al licenciado Rocha, administrador del Riviera, lo meten a la cárcel por un desfalco; era muy ambicioso. Hace mucho tiempo tú cercabas un terreno y era tuyo, sólo pagabas los papeles en la Notaría. El profesor Migoni, así, sin techo, se trajo a toda la escuela. En las noches hacíamos guardia como pelotón armado, con tres cartuchos de salva y dos de guerra. Nosotros, los alumnos, hicimos las ventanas y las paredes. Hacíamos retenes. Entonces a mí me tocó… estábamos haciendo la guardia, y ahí me tocó… Apareció un señor enviado por el licenciado Rocha con una cuadrilla haciendo agujeros y poniendo postes —Rocha se quería apropiar de todo, porque eran terrenos baldíos— queriendo invadir el terreno, pero llegó el profesor Migoni y nos dijo que no nos retiráramos. Nos dijo, «Déjenlo, el señor no tiene la culpa». Y quedó ahí la Escuela Secundaria Federal.
S: La figura del licenciado Rocha pareciera el antagonista del profesor Migoni. ¿Qué recuerdos guarda de estos dos personajes tan distintos entre sí?
DB: Cuando el casino es suspendido, el licenciado Rocha se convierte en el administrador del Riviera, pero comete un desfalco muy grande en el Programa Nacional Fronterizo, pide una cantidad de dinero muy grande y se la embolsa, y lo meten preso. Ya estando preso, Rocha pide permiso a David Ojeda, el primer presidente municipal de Ensenada, para cenar con su familia en Navidad. Ojeda dice, «Sí, ábranle la cárcel para que vaya a cenar a su casa, y, cuando termine de cenar, que regrese a su celda». Pero Rocha era preso federal y Ojeda presidente municipal. Rocha estaba fuera de su jurisdicción. Eso le cuesta a Ojeda la presidencia, lo desaforan. Y entra un presidente interino, Luis Salazar. Ya no se supo de Rocha, se perdió.
Y en cuanto al profesor Migoni, recuerdo que por ahí de 1954, le ofrecieron una cátedra en la escuela donde él estudió, que se llamaba la Escuela Coronel J. Cruz Gálvez, en Sonora. Entonces se corrió la voz —perdón, hasta la voz se me corta— por Ensenada, de que el profesor Migoni se iba, y la Asociación Recreativo Mutualista, la Logia Occidental, el Club de Leones, el Club Rotario y muchos ciudadanos ensenadenses firmaron para que no se fuera, y el maestro se quedó. Lo querían mucho. Fue delegado de Ensenada. Él hizo el primer Palacio Municipal, entre la Gastélum y la Ruiz. Después, el Gobierno Municipal usó el edificio del Palacio Municipal como mercado —eso le encabronaba—. Y también él construyó, en su administración, el primer puente de Ensenada, el de la calle Juárez. Fue un gran hombre.
S: ¿Qué importancia tenía el Casino Riviera para los ensenadenses?
DB: Sólo iba gente de “lana”. Las olas llegaban hasta la barda. Esto queda cancelado, ya no es casino, queda como cuartel militar para la Segunda Guerra Mundial. Después continúa en abandono, se vuelve a abrir como hotel, y el Programa Nacional Fronterizo quita lo que es el hotel y deja nada más el Salón Rojo. El Casino Riviera se formó en los años veinte, con la prohibición del alcohol. Lo mismo que el otro casino de Tijuana, el de Agua Caliente. Tijuana por eso creció, hasta tenía la barra más grande del mundo en la cantina La Ballena. Igual pasó en la Isla Coronado, estaba el casino de Al Capone donde la gente llegaba con sus yates; igual que en Mexicali, con El Tecolote. Eran un conjunto de casinos que después el general Lázaro Cárdenas prohibió… Prohibió las casas de juegos y puso escuelas. Aquí [El Riviera] siguió funcionando como hotel, pero a uno de los accionistas su esposa Margarita lo demandó. Pero la esposa no podía recibir como propiedad este inmueble porque era gringa. En ese momento el licenciado Ochoa se adueña del Riviera.
Ah… y como anécdota también recuerdo cuando trajeron la primera televisión. Entre la Séptima y la Octava ahí vivía la familia Badillo, y el Badillo fue el que hizo el Canal 23, y se anunciaba en la radio que si alguien quería ver televisión fuera a donde ellos vivían. La gente se sentaba en las banquetas, y veía la televisión, se veía el Mickey Mouse, se veían cosas blancas y negras moverse. Yo estaba en sexto año, fue a principios de los cincuenta.
S: ¿Qué se debía hacer para seguir estudiando después de la secundaria?
DB: En todo el estado no había preparatoria; ni en Sonora había, sólo hasta Morelia. Por eso mi papá me mandó a la ciudad de México junto con otros tres compañeros: Juan Manuel Rico San Román, Francisco Rodríguez León y José Tapia Cota. Allá hicimos la prepa, pero no había lugar en la Preparatoria no. 1, ni en la no. 2 ni en la no. 3. Había la esperanza de que se abriera una nueva preparatoria —era el año de 1955—, y se abrió la Prepa no. 5. Yo fui parte de la primera generación.
S: ¿Cómo fue la adaptación de un lugar tan pequeño como lo era Ensenada a la ciudad de México?
DB: La muerte, mano. Tremendo. Para atravesar las calles los cuatro nos íbamos corriendo juntos, y para regresar a la cama, también. Vivíamos en el Multifamiliar Alemán en la Colonia Del Valle. Y para perderse había putas y putos, borracheras, amigos…
S: ¿Y la prepa?
DB: La prepa era tremenda: los “fósiles” detenían a los carros para que les dieran dinero, y así comprar cohetes, en ese momento les decían “palomas”. Les ponían una chinga a los “perros” —los perros eran los nuevos—. Se llamaba “el desfile de perros”. La gente les echaba agua desde arriba a los de las porras… y nosotros veníamos acostumbrados a una disciplina estricta. Los porros iban al teatro porque algunos artistas les pagaban para que aplaudieran o para que le chiflaran a otro. En el Teatro Esperanza Iris, les decían, «Cuando salga tal fulano le chiflan, cuando salga yo, me aplauden» —eran paleros—. Hasta los maestros sabían. Nos decían, «Váyanse», cuando estaban por terminar las clases. Cuando se acercaba el periodo de vacaciones nosotros gritábamos: «¡Vacaciones!»
S: Después ingresa a la Facultad de Medicina en la UNAM…
DB: Sí, mi tía Soledad Pérez Arechiga, que fue la primera mujer que se graduó como licenciada en Derecho de la Universidad de Guadalajara… gracias a ella entramos. Para entrar nos hicieron el examen de vocación y de cultura, que se llamaba MCU (Medicina Ciudad Universitaria). Pero yo no quería ser médico, yo quería entrar al Conservatorio. Desde niño, yo tenía el vicio del piano. Yo quería estudiar música, pero mi papá me dijo, «Usted se me va a estudiar medicina» —porque en ese tiempo ser médico era muy prestigioso… o militar o cura.
S: ¿Cómo nace su gusto por el piano?
DB: Mi papá tocaba el piano en las cantinas. En la Escuela Normal aprendió. Aprendió a tocar todos los instrumentos. Entonces no había equipo de sonido, y en las reuniones le decían, «No, no, no pare profe, no profe, a ver tóqueme ahora ésta», así sacaba una “feria”. Hasta jugaba competencias con otros pianistas. Era a tal grado conocido que, si a los taxistas les decías «Lléveme a la casa del doctor Beltrán», los taxistas te llevaban.
S: Y, ¿qué decidió hacer después?
DB: Al terminar la carrera de seis años tenía que venir a hacer mi Internado Rotatorio, y escogí venirme a Ensenada; pero yo tenía una novia de todo el tiempo, ella de Guadalajara, y me casé. Tuve un hijo. Nos vinimos acá, obviamente con mis papás, a la colonia Los Maestros que mi papá hizo. Luego me regresé a la ciudad de México a hacer el servicio social. Cuando llegué allá me compré un Volkswagen, un Vocho, en veinte mil pesos, nuevecito. Ahí me decían Tarzán, estaba alto, fuerte y greñudo. Allá nació mi primer hijo y terminé: tenía ya mi título y mi cédula. Un día me senté en la Alameda, busqué trabajo en el periódico y no encontré nada. Al regreso, ese mismo día, me alcanzó un compañero de la facultad y él fue quien me informó que se iba a inaugurar el nuevo Hospital de la Armada, y que sería el primero de junio, y que había una plaza para residente de anestesiología: así entré a la Armada. Ahí estuve dos años y medio, y ya me vine para Ensenada pero con el grado de Capitán de Corbeta. Y a los catorce años de servicio asciendo a Capitán de Fragata, ¡ganaba mil dólares a la quincena! ¡De ganar dos mil pesos cuando era Primer Maestre!
S: ¿Cómo inicia su incursión en el teatro?
DB: Me inicié en la masonería en 1970 y tenía que dar discursos, aparte de que me dedico a la política sindical porque entro a trabajar en el Seguro. Cuando estaba en el atril para dar un discurso me ponía tenso, no estaba acostumbrado a hablar en público, y me metía las manos a los bolsillos. Pero me metí al Toastmaster, un curso para formar líderes, supuestamente.
Ya después, en la masonería, a la hora de dar discursos, me los chingaba a todos porque yo me los sabía de memoria. Me hice Venerable Maestro de Logia Simbólica Occidental. Y luego, Primer Gran Vigilante. Y luego, Diputado de distrito. Y luego, Muy Respetable Gran Maestro de la Gran Logia de Estado (Baja California). Y termino siendo grado 33º como Soberano Gran Inspector de la Orden. Aparte, me acordé de las clases de teatro para mejorar mi trabajo escénico, porque era muy malo el mío, y me metí en 1985 a la Casa de la Cultura y luego me pasé a Extensión Universitaria, y al final el teatro fue lo que más me gustó. Y así anduve. También ingresé al Coro Promúsica, fui al XXXII Festival Cervantino, que en el 2004 se dedicó a Baja California y a Sudáfrica.
S: ¿Por qué cree que se encontró tan cómodo en la actuación?
DB: No sé, me gustó, la vena artística de mis papás… En mi casa se escuchaba música todo el tiempo, mi papá afinaba los instrumentos, la gente se los regalaba como chatarra vieja.
S: Y en 1999, se jubila…
DB: Sí, dejé la medicina, nunca tenía vacaciones: cuarenta y cuatro años de chinga. Para descansar, lo que hacía era pedir permiso, y dejaba a un compañero… Yo tenía diario que hacer de tres a nueve operaciones. Adonde quiera que fuera tenía que decir en qué lugar, en qué cantina iba a estar. Tenía que avisarle al residente o a la enfermera, «Estoy en El Rey Sol. Estoy en el Kon-Tiki», y ahí me iban a buscar. Si estaba en el cine, subían a la cabina y ponían una tarjetita que decía, “DOCTOR BELTRÁN LO BUSCAN”, y terminaba despedido con música de viento.
S: ¿Cómo es la vida del doctor Beltrán después de cuarenta y cuatro años de trabajo?
DB: Fundo la Asociación Civil Estudio y la Asociación Cultural de Liberales de Ensenada, y después, en el 2005, fundé la Compañía de Teatro Ensenada A. C. y Ensenada Estudio, para que me llamaran a mí, yo quería ser escogido para actuar. Ahorita me dedico al teatro, ya llevo ochenta obras. Cuando Ensenada cumplió cien años como asentamiento humano, a un compañero se le ocurrió hacer un Simposio de Historia Regional, en mayo, cada año. Ahorita ya van en el XXXIII Simposio de Historia Regional. También inicié el Congreso de las Tres Californias.
S: ¿Y cómo surge el proyecto de Adiós a la Madre Patria?
DB: Para historia de Ensenada el maestro Jorge Martínez Zepeda es un referente. Y Zepeda me dice: «Oye, Beltrán, ¿por qué no haces una obra de teatro? Puedes elegir el juramento de la Independencia de México en San Vicente Ferrer; el desembarco de Juan Rodríguez Cabrillo; o el juicio de Antonio María Meléndrez Ceseña». Nos decidimos por el caso del general José Manuel Ruíz, y así empieza Adiós a la Madre Patria, aunque primero inició como una obra teatral. Ernesto Burgoin hizo el guión de la obra y el maestro Zepeda lo analizó, y dijo que estaba bien. Después el guión cinematográfico lo hizo René Pinet y Jose Abella. Entonces en el aniversario de la fundación de la Misión San Vicente Ferrer, en el 2010, para conmemorar el aniversario, se estrenó la obra de teatro. En el estreno nos hicieron un poquito de sombra, porque hubo una fiesta de XV años, y el pueblito se quedó casi vacío, muy poquita gente asistió a verlo. Pero ahí estábamos, en el mero lugar del hecho. Después, aquí en Ensenada les llegó una orden de México que conmemoraran el Bicentenario. México les había dicho que hicieran algo de la obra de Los de abajo de Mariano Azuela, pero no sabían cómo hacerla. Así que nos dijeron que presentáramos Adiós a la Madre Patria y entonces presentamos la obra en la Ex Cárcel (Museo Histórico Regional de Ensenada) y en el Teatro de la Ciudad de Ensenada.
S: ¿En qué momento Adiós a la Madre Patria se convierte en un proyecto cinematográfico?
DB: Habría que empezar con decir que hay una diferencia absoluta entre teatro y cine. El teatro es continuo, no para, y en el cine las cosas tienen que ser como son, si tú quieres mostrar una llave, tiene que ser una llave, en el teatro no, se juega más con las cosas. También fue cuestión de pura casualidad: vi una Convocatoria del PACMyC (Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias) que pertenece a CONACULTA. La arranqué y me la robé, bueno, la tomé prestada, le saqué una copia y luego la regresé, y convoqué una asamblea, y les dije, «Aquí está la convocatoria». En ese entonces acababa de terminar dos cortometrajes con dos compañeros que fueron a unos cursos de cine y se hermanaron y formaron Apartamento 5. Así fue como se embarca Jose Avella, el director, así, “Jose”, sin acento, él un español. Y me pareció muy bien que fuera cine, porque una obra de teatro ya que deja de presentarse es difícil volverla a montar y reunir a los diez actores otra vez, y una película es “eterna”, entre comillas. Al personaje del general Ruiz tuvimos que suavizarlo porque era cabrón, traía a chingazos a los indios, y el cura, igual, era un hijo de la chingada.
S: ¿Cómo fue el proceso de producción?
DB: CONACULTA nos dio cincuenta mil pesos; yo aporté cien mil. Pero CONACULTA nos pedía recibos y, ¿cómo le pedimos recibos al que nos cuidaba los caballos? Yo fui el productor ejecutivo, iba a comprar las sillas a Los Globos pero no me daban factura. La grabación se hizo entre seis y diez meses en el Rancho Agua Caliente y en otros lados. El tocado napoleónico lo mandé hacer a París, y me cobraron cuatrocientos cincuenta euros más el traslado, y el sable de caballería lo mandé hacer a Toledo; todo eso salió de mi bolsillo, pero no me arrepiento, porque yo quería lucirme, también me mandé hacer dos trajes aquí en Ensenada. Luego tuvimos que poner la comida para diez cabrones y, ¿quién va a hacer la comida? Tuvimos que pagarles a dos señoras.
S: ¿Fue difícil publicitarlo?
DB: No se ha publicitado. Fui a El Mexicano y a El Vigía y les dije, «Tengo el beneficio de usar este deducible de impuestos para promocionar el trabajo teatral de artes escénicas». Y me dijeron, «Sí, ¿cómo no?, nada más cómpreme un espacio. Usted nos compra uno y nosotros le damos otro». ¡Ellos con un recibo de deducible, es como si se los hubiera pagado! Cuando era obra de teatro fue incluso peor, el Teatro de la Ciudad nos cobraba cinco mil pesos por función. Y nosotros vendemos el boleto en cincuenta pesos, ¿cuántos boletos hay que vender para sacar la pura obra de teatro?
S: ¿Cuál fue el objetivo de hacer el mediometraje?
DB: Que se diera a conocer, que tuviera presupuesto y así repartirla en las bibliotecas. Que exista una muestra para todos. Y que, siendo el primer cortometraje de historia de Ensenada, lo superen, que sea una referencia para futuros proyectos.
S: ¿Podría describir la sensación de interpretar al general Ruiz?
DB: En primer lugar hay que distinguir entre persona y personaje. Como persona me sentí muy orgulloso de representar a un hombre importante para la historia de esta península. Al encarnar al personaje del general José Manuel Ruiz sentí preocupación el momento, por todo lo que sufrió mi pueblo durante esos diez años en los que no recibí ayuda de la Madre Patria por la ocupación francesa. La Misión vivía en completo estado de miseria. Era un momento de incertidumbre ya que había jurado lealtad al Rey de España y me pedían que ahora la jurara al Imperio Mexicano.
S: Desde su punto de vista, ¿cuál es el panorama cultural de Ensenada?
DB: Es malo. A lo mejor es por la cantidad de personas. En la ciudad de México se dice que hay mucho público, porque con el diez por ciento de la gente ya chingaron. En cambio aquí somos quinientos mil, es el porcentaje, no es que aquí no nos guste la cultura. Para que la gente asista al teatro a nosotros nos ha funcionado ir de puerta en puerta en las escuelas. Aunque en el teatro ha habido maestros que dicen que para qué van a ir a perder el tiempo; maestros que se salen a fumar a media obra. Una vez mandamos hacer diez mil volantes, y pusimos en el volante, “Este volante vale 20 pesos”, ¿sabes cuánta gente llegó con sus volantes? Ni una.
S: ¿Cuál es su siguiente proyecto?
DB: Se está preparando una película del episodio de Meléndrez. Ya fui al Archivo Histórico de La Paz, al Archivo de la Defensa Nacional y al Archivo de San Diego a prepararme.
S: Gracias por compartir con nosotros su testimonio, doctor Beltrán.
DB: Gracias a ustedes. Están motivados, y se les nota.