por Alberto Villaescusa
(Shazam!; David F. Sandberg, 2019)
Las mejores películas de superhéroes suelen ser aquellas que muestran al héroe y al villano como dos caras de la misma moneda. Si esta es la regla, ¡Shazam! es la excepción que la prueba. La más reciente película en el irregular universo cinematográfico de DC Comics abre con un prólogo que cuenta la tragedia familiar que puso al pequeño Thaddeus Sivana (Ethan Pugiotto) en el camino de la supervillanía. Es una escena que sobreestima lo importante que el personaje es en realidad, pero que además opaca la propia introducción de su protagonista. Cuando finalmente conocemos a Billy Batson (Asher Angel), como un adolescente de Filadelfia y a través de un flashback que nos explica cómo terminó huérfano y sin hogar, la película ya se ha empezado a repetir.
Después de infiltrarse a una patrulla de policía tratando de localizar a su madre perdida, Billy es puesto al cuidado de una familia adoptiva encabezada por Rosa (Marta Milans) y Victor Vasquez (Cooper Andrews). Rosa y Victor no son nuevos en esto: bajo su techo ya viven la pequeña Darla (Faithe Herman), la aspirante universitaria Mary (Grace Fulton), el adicto a los videojuegos Eugene (Ian Chen) y el aficionado de los superhéroes, el callado Pedro (Jovan Armamnd), y el experto en superhéroes, Freddy (Jack Dylan Glazer) –aunque ¡Shazam! técnicamente se desarrolla en el universo de Liga de la Justicia, Mujer maravilla y Aquaman, ésta conexión se sugiere a través de artefactos, como una bala que le pegó a Superman o un arma de Batman, nunca de manera explícita. Aunque la familia recibe a Billy con los brazos abiertos, éste no necesariamente les corresponde. No le desagradan, sólo quiere dejar en claro que no tienen ninguna obligación hacia él. A su parecer, no son su familia de verdad. Victor y Rosa saben que le tomará tiempo acostumbrarse a confiar en ellos. Su dedicación y paciencia es algo que uno no suele ver en una película como ésta.
Después de —en un raro momento de solidaridad— rescatar a Freddy de una golpiza a manos de unos bravucones escolares, Billy se refugia en un tren subterráneo que, contra su voluntad, lo transporta a una cueva mística. La cueva es protegida por el hechicero Shazam (Djimon Hounsou), quien, debilitado y anciano después de siglos de proteger un artilugio mágico, le concede sus poderes a Billy, a quien considera noble de corazón. Con sólo gritar “¡Shazam!,” Billy se convierte en un adulto fornido (Zachari Levi) vestido en un brillante traje rojo con una capa blanca y un rayo enarbolado en su pecho.
Este Shazam puede volar, expulsar electricidad de sus manos y resistir el impacto de una bala, pero, en el fondo, sigue siendo un adolescente. Levi, un dotado actor cómico que ha tenido pocas oportunidades para brillar en la pantalla grande, reproduce los gestos y emoción de un adolescente con una inquietante naturalidad y un contagioso sentimiento de júbilo; el que esto salga de alguien con músculos delineados y la cara de una estrella de cine adulta sólo hace su actuación más divertida.
¿Su primera acción heroica? Detener el robo de una tienda y después comprar cerveza (la cual, tiernamente, le parece asquerosa). Buscando guía en estos “asuntos de cruzado encapuchado,” Billy recurre a Freddy y los dos hermanos adoptivos se vuelven más cercanos paseándose y experimentando y presumiendo los poderes de Shazam (el giro contemporáneo a todo esto es que hacen mucho de ello a través de un canal de YouTube), todo hasta que Sivana, ahora un adulto y doctor en física interpretado por Mark Strong, logra ingresar por su propia cuenta a la cueva del mago Shazam para liberar a los demonios de los siete pecados capitales para sembrar caos en el mundo.
Si me he tomado tanto tiempo para explicar la premisa, es porque la misma película lo hace. Más que ayudarnos a entender la motivación del villano, la escena en las que éste atemoriza con gárgolas de ojos rojos animadas por computadora a un padre que lo menospreció toda su infancia, sólo ofrecen más relleno a una película que de por sí se siente demasiado larga (132 minutos). Este momento es aún más chocante porque el director David F. Sandberg, mejor conocido por Cuando las luces se apagan y Annabelle 2: La creación, lo dirige como una película de terror, con todo y puertas traslúcidas que se cierran mientras los demonios se dan un banquete sangriento con los cuerpos del padre de Sivana y sus colegas en su oficina.
Hay, sin embargo, una lógica detrás de la mezcla de géneros Sandberg hace aquí. A su superheroismo tradicional, traviesa comedia y ocasionales imágenes oscuras los une un afecto por el cine de los ochenta, sin recurrir a referencias explícitas (salvo una pelea en un centro comercial que toma prestado un gag a Quisiera ser grande de Penny Marshall). Así como los poderes de Shazam le permiten a Billy evitar el aburrimiento y la impotencia de ser un adolescente solitario, la película se siente como un caleidoscopio de todos los géneros en los que un chico de la época podría tratar de escapar.
Sandberg, de hecho, salta entre modalidades mejor de lo que se podría esperar, lo que tiene sentido: tanto el horror como la comedia requieren un cuidadoso y fundamental manejo de los elementos del cine, todo para lograr una reacción muy específica, ya sean risas o sustos en el público.
La historia, sobre el poder de la familia y cómo esta no siempre tiene que fundarse en lazos de sangre, se siente obligatoria por mucho de su duración. La película juega con una reunión entre Billy y su madre perdida, y aunque la resolución de esto cumple su función en el guión, también se siente como un freno abrupto antes de que la historia pueda seguir. Y sin embargo, a medida que se prepara para su clímax de acción y emoción, noté que la película me gustaba más. Cada detalle obligatorio anteriormente planteado de repente cobraba sentido. Los demás niños, tan irrelevantes al inicio, se volvieron fundamentales para el final, el cual demostraba que la película se tomaba en serio su mensaje.
Después de ver ¡Shazam!, me puse a pensar en que pocas películas de superhéroes contemporáneas tienen sus mejores momentos cerca del final —hasta las que aciertan con la química entre sus personajes y su historia eventualmente descienden a una incoherente confección de efectos especiales incompletos. Para ¡Shazam!, sin embargo, este clímax es su razón de ser. Tan está cargada de emoción, chistes, imágenes estupendas y personajes simpáticos, que estoy dispuesto a pasar por alto el que no me la haya pasado tan bien con lo que vino antes. Estos primeros momentos sientan las bases que hacen a su resolución tan especial (un momento en que el superhéroe Shazam trata de confortar a un padre y a una hija con un tigre de peluche es perfecto por cómo hace referencia a eventos anteriores). ¡Shazam! tiene bastantes baches, pero el destino hace que el camino valga la pena.
★★★1/2
Para leer más reseñas del autor, aquí su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com
Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana