por Alberto Villaescusa
(The Lion King; Jon Favreau, 2019)
“No descubro empatía, ni entendimiento, ni piedad. Veo solo la abrumadora indiferencia de la naturaleza (…) Y esta mirada vacía habla sólo de un medio aburrido interés en comida.”
La previa cita del director Werner Herzog en su documental Grizzly Man pasó por mi mente mientras veía El rey león, de Jon Favreau, quizá el más aburrido triunfo de efectos visuales jamás hecho. La película no es estrictamente mala. En un nivel técnico es brillante. Es sólo que el concepto detrás de ella es tan mal aconsejado que ninguna cantidad de proeza y esfuerzo pudo haberlo convertido en una gran película en primer lugar.
El porqué esta película existe no es tan difícil de entender si uno ha estado al pendiente de la estrategia de mercado reciente de Disney –algo cada vez más difícil de ignorar, ahora que son el estudio cinematográfico más grande del mundo. Después de una serie de decepciones y rotundos fracasos, el estudio se dio cuenta de que podía asegurarse una abundante y constante tajada de la taquilla mundial reinventando su amplio catálogo de animación con actores de carne y hueso (y una copiosa cantidad de efectos visuales computarizados). La revelación ocurrió con Alicia en el país de las maravillas, de Tim Burton, y dio lugar a adaptaciones más o menos directas como La bella y la bestia, Aladdin y Cenicienta; variaciones en enfoque y tono como Maléfica, Mi amigo el dragón y Christopher Robin: Un reencuentro inolvidable. Ahora la estrategia es llevada a su extremo más absurdo con El rey león, una propiedad original que por su reparto compuesto totalmente de animales sólo podía ser recreado por la animación por computadora. Lo que Jon Favreau, el responsable de El libro de la selva, uno de los mayores éxitos creativos y financieros de esta etapa de Disney, nos ofrece ahora es básicamente una película animada basada en una película animada.
Este El rey león una vez más cuenta la historia de Simba (voz de JD McCrary de pequeño, Donald Glover una vez que crece) un león africano y príncipe de las planicies cercanas. Simba está destinado a heredar el reino de su padre Mufasa (James Earl Jones, quien también prestó su voz al Mufasa original), pero es travieso y precipitado y no sabe que su tío Scar (Chiwetel Ejiofor) planea en secreto usurpar el lugar de su padre como rey y esposo de su madre Sarabi (Alfre Woodard).
Lo que funciona de este nuevo El rey león es aquello que se mantiene de su versión original. El guión de Jeff Nathanson conserva las características trágicas de Simba: cómo sus propias flaquezas de carácter son responsables de su infortunio (El rey león original toma numerosos elementos de Hamlet, de William Shakespeare; adecuado, por supuesto, para un público familiar). Su ingenuidad, inseguridad y culpabilidad son explotadas por el villano, Scar, para desterrarlo y mantenerlo lejos de la tierra de su padre.
Las emociones intensas y un conflicto poderoso están ahí en la página. Pero la decisión de llevarlas a la vida con el mayor realismo posible le explota en la cara a la película. Los rostros de los leones de carne y hueso (o pixeles) simplemente no son tan expresivos como los rostros humanos o aquellos que permiten la animación tradicional o la tridimensional de menor realismo. Nuestra conexión con los personajes descansa totalmente en las voces de los actores, cuyo trabajo es bueno, pero no lo suficiente para superar la enorme barrera creada por los tiesos rostros de los animales.
Las referencias más importantes de Favreau parecen ser los documentales de la naturaleza; las imágenes de su película de vez en cuando inspiran la maravilla sincera de ver este ecosistema cobrar vida con una cercanía que sería prácticamente imposible sin ayuda de la tecnología aquí empleada. Cada uno de los ambientes, desde la monumental roca que sirve como castillo de Mufasa, al cementerio de elefantes donde Scar envía a Simba para ser devorado por las traicioneras hienas, o el desierto donde Simba es rescatado por el jabalí Pumba (Seth Rogen) y el suricato Timon (Billy Eichner), es vasto en escala y rico en personalidad.
Pero este rígido compromiso a una estética realista también significa que la película pocas veces utiliza algún otro elemento que pudiera resaltar la emoción que le falta a sus estrellas animales, como la iluminación dramática o los movimientos de cámara. Y el humor de la película, mayormente a cargo de Timon, Pumba y el cálao sirviente de Mufasa Zazu (John Oliver) provoca más incomodidad que risas saliendo de la boca de criaturas recreadas con tanto detalle y fidelidad.
Algunos pueden decir que está arruinando el medio, pero la verdad es que la animación por computadora ha sido uno de los mayores triunfos tecnológicos que el cine ha producido en las últimas décadas. Es fácil dar por sentado el nivel de técnica y destreza involucrado en su realización. “Qué rápido nos acostumbramos a las maravillas,” dijo Roger Ebert alguna vez en su reseña de Star Wars: Episodio I – La amenaza fantasma, otro hito de efectos visuales que también dejó fríos a muchos. Pero esta técnica y tecnología son, a final de cuentas una herramienta para llevar a cabo una visión creativa. El mayor problema con El rey león del 2019 no está en su ejecución, sino que detrás de ella no hay una verdadera visión, fuera de reabrir una mina de oro garantizada y empujar los límites de la tecnología.
★★1/2
Para leer más reseñas del autor, aquí, su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com
Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana.