por Alberto Villaescusa
(Joker; Todd Phillips, 2019)
Guasón no lleva ni una semana en cines y sin embargo se siente que hemos estado hablando de ella por una eternidad. Desde su estreno en el festival de cine de Venecia, donde ganó el León de Oro, el premio mayor del certamen, a los comentarios de su director, Todd Phillips (mejor conocido previamente por Aquellos viejos tiempos y la trilogía de ¿Qué pasó ayer?), sobre cómo la “cultura woke” lo alejó de la comedia, pasando por los miedos de un potencial tiroteo como aquel de Aurora, Colorado, en 2012, en el que doce personas murieron en una función de Batman: El caballero de la noche asciende, la película ha inspirado suficientes controversias para rato.
Que ha sabido presionar los botones correctos es cierto, pero ¿es tan peligrosa como tantos dicen que es? No existe tal cosa como la mala publicidad. Así que cualquier comentario, por más inflamatorio que parezca, no puede evitar contribuir a la imagen que Warner Bros. está cultivando alrededor de ella: la de una película demasiado sensacional y atrevida para los ojos del mundo. Podemos creer que estamos viendo un acalorado debate cuando en realidad estamos viendo la campaña de marketing.
Guasón es una película diseñada para provocar, o por lo menos para dar la impresión de provocación. Se presenta como un salto cuántico en lo que las películas basadas en cómics de superhéroes pueden hacer y, siendo justos, de alguna forma lo es. No es, como las entregas del universo de Marvel, una aventura de acción y fantasía disfrazada de un género en particular; es, de principio a fin, un psicodrama hecho y derecho; uno en el que la acción es presentada con un dejo de ambigüedad moral.
Pero lo que podría parecer un avance para las películas de cómics se siente como un retroceso para la industria en general. Guasón está claramente inspirada en los sucios dramas urbanos del nuevo Hollywood de los setenta, y su existencia subraya el hecho de que un gran estudio sólo se atrevería a hacer una película de ese tipo si primero puede atontar el material un poco y apoyarse en una de las dos editoriales más grandes del medio. Es tan atrevida como se lo permiten una industria del entretenimiento casi monopolizada.
La paradoja es que las mismas características que tratan de hacerla transgresora también delatan una desesperada sed de importancia y validación. Su relato del origen del mayor villano de Batman imita a películas de Martin Scorsese como Taxi Driver y El rey de la comedia no tanto porque sean miradas atentas a cómo un hombre solitario es torcido por el mundo que lo rodea, sino porque se apegan a la idea de lo que el cine prestigioso y serio debe ser. La apuesta, sin embargo, rinde frutos en ocasiones, sobre todo cuando hace a un lado todo indicio de trama para enfocarse en el mundo que rodea a su protagonista Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un comediante fracasado con distintos trastornos neurológicos, que apenas puede sostener trabajos precarios como un hombre cargando un anuncio o entreteniendo a niños en un hospital, y que vive con su madre en un apretado y sucio departamento de la absurda y sucia área metropolitana de Ciudad Gótica.
En el festival de Toronto, Phillips habló sobre la influencia que la cineasta belga Chantal Akerman jugó en la película. El comentario puede sonar pretencioso pero tiene algo de sentido. Phillips le presta más atención a su construcción de Ciudad Gótica, y el Nueva York post-suburbios y pre-gentrificación que Akerman capturó en News from Home ciertamente es una innegable referencia. Aunque no tan icónica como la de Tim Burton en Batman o vívida como la de Christopher Nolan en Batman Inicia, la urbe de Phillips contribuye a la narrativa: es un alienante y solitario infierno con servicios de salud y transporte públicos que apenas pueden sostenerse.
No es sorpresa entonces que Arthur y su madre, Penny (Frances Conroy), escapen al hiper-pulido mundo televisión, al bombardeo de celebridades ficticias (incluyendo una referencia a Todo un par, una previa película de Phillips) en el programa de entrevistas del comediante Murray Franklin (Robert De Niro, quien interpretó al comediante mediocre de El rey de la comedia), a quien Arthur idoliza; o a la campaña para el alcalde, Thomas Wayne (Brett Cullen), el multimillonario que se presenta como la única solución a los problemas de la ciudad.
Guasón funciona mejor cuando recuerda que su antihéroe “vive en una sociedad”. Arthur es difícilmente el único afectado por el degradado estado de la ciudad. La película nota cómo personajes periféricos como su vecina Sophie (Zazie Beetz), su psicóloga (Sharon Washington) y hasta un empleado administrativo del manicomio de Arkham (Bryan Tyree Henry) tratan de salir adelante en un mundo al que no le importan mucho. Hay una deliciosa ironía en la secuencia en que la crema y nata de Gótica se refugia de sus indignados pobres en una función con orquesta en vivo de Tiempos modernos, la comedia clásica de Chaplin sobre los males del capitalismo industrial. O en la que Thomas Wayne aparece en televisión santificando la imagen de tres empresarios de su compañía asesinados, esparciendo miedos de una guerra contra los ricos.
Las películas que la inspiraron pueden ser mejores, pero Guasón tiene algo que ellas no: una conexión directa con el imaginario de Batman, quizá una de las mitologías pop más importantes del siglo XX. Lo que puede faltarle en profundidad o astucia lo compensa al agregar décadas de historias de cabeza. De manera algo inquietante, Phillips y el coguionista, Scott Silver, le dan a Arthur una historia que es paralela a la del propio Batman. La película, al enfocarse en el villano, desmitifica la imagen del vigilante solitario que toma la justicia en sus propias manos, al mismo tiempo que hace mucho más explícita la conexión entre la violencia y la perversa fantasía de poder infringirla. Y Thomas Wayne, lejos del multimillonario bondadoso que inspira la misión heroica de su hijo Bruce en Batman inicia, se convierte en un omnipotente magnate que por la virtud de su dinero y poder puede hasta alterar la realidad de los más pobres de la ciudad.
El personaje titular de Guasón es entendido, no como un mal aislado o como la solución a un problema social, sino como un síntoma más de ello, un ejemplo de frustraciones sociales mal canalizadas. El misticismo original del Guasón, de quien nunca existió una detallada y definitiva historia de fondo en los cómics, se mantiene intacta por el hecho simple de que no hay nada profundamente extraordinario sobre Arthur Fleck. Y es perdiendo todo sentido de identidad propia, toda relación con el mundo que lo rodea, que finalmente se convierte en la figura icónica.
Guasón tiene elementos suficientes para ser la película provocadora y profunda que todos dicen que es. Su comentario social está razonablemente delineado y la fotografía de Lawrence Sher en conjunto con la música de Hildur Guðnadóttir construyen una ciudad en caos, ahogada en luces parpadeantes y el ruido del tráfico. Pero el producto final se siente demasiado seguro y calculado para ser tan peligrosa e impredecible como su protagonista.
Quizá su momento más representativo sea la escena en que Arthur suelta una risa prolongada en el autobús y de inmediato le entrega a una de las pasajeras consternadas una tarjeta que explica que sufre de incontinencia afectiva. Tan pronto como la película introduce algo que podría inquietarnos, de inmediato siente el impulso de explicarlo, removiendo todo misterio; otras veces prefiere regodearse tanto en su supuesto impacto que, más que el impacto, sólo sentimos la mano de alguien desesperado por provocar.
Phoenix ha atraído toda clase de elogios, en parte porque el papel lo hizo perder veinticuatro kilos y le dicta hacer toda clase de cosas extrañas con su cuerpo y rostro. Es una actuación llamativa pero artificial, consciente de quienes lo ven: la cámara y las personas, en shock. Phoenix, uno de los mejores actores de su generación, no le inyecta la vida que se le ha inyectado a sus trabajos recientes, particularmente The Master: Todo hombre necesita un guía y Nunca estarás a salvo. Es una actuación acorde con una película cuyas imágenes más memorables no son originales sino levantadas sin vergüenza de otras mejores películas; ya sea la obra de Akerman, Scorsese o incluso lo que es probablemente un guiño accidental a Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal.
Pero es esa idiotez pretenciosa de la película en la que también se encuentra su posible genio. Lo que la hace literal y explicativa también actúa como un reconocimiento de las realidades materiales de su protagonista; la decadencia de Arthur, producto de la incapacidad de su entorno de proporcionarle necesidades de salud básicas. Y casi proféticamente, Guasón es una historia sobre el mismo fenómeno mediático que inspiró: un aparato sensacionalista hace relevante a un violento narcisista. Cómo en la película las discrepancias y desigualdades de su mundo son relativamente ignoradas por el escandaloso hombre vestido de payaso. Si la película tiene una lección es que es absurdo tomar al Guasón en serio.
★★★
Para leer más reseñas del autor, aquí su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com
Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana