por Alberto Villaescusa
(Doctor Sleep; Mike Flanagan, 2019)
Actualmente, El resplandor de Stanley Kubrick es considerada una obra maestra del cine de terror. Una icónica e inquietante obra que se distingue dentro del género por su diseño de producción y su brillante iluminación; tan enigmática que sus más extravagantes interpretaciones merecen su propia película, como lo demostró el fascinante documental de Rodney Ascher Habitación 237. Pero vale la pena recordar que su estreno en 1980 provocó más confusión y desagrado que admiración, y que a nadie pareció gustarle menos que a Stephen King, el autor de la novela en que ésta se basó.
Las adaptaciones cinematográficas de la literatura no tienen por qué ser totalmente fieles a su material de origen. Operan, después de todo, en un medio diferente y son por lo general la obra de mentes creativas diferentes. Como adaptación, la película de El resplandor es inusual. Uno puede argumentar que lo que Kubrick nos muestra estuvo siempre en la novela de King: un padre abusivo y una familia que por aferrarse a la idea de su bondad se rehúsa a ver sus peores tendencias hasta que es demasiado tarde.
Pero al momento de plantear la misma historia en sus propios términos cinematográficos Kubrick y la coguionista, Diane Johnson, borraron los matices del protagonista Jack Torrance, quien pasó de ser un escritor frustrado con problemas de bebida y atormentado por los entes sobrenaturales del aislado Hotel Overlook a una monstruosa bomba de tiempo escondida bajo la fachada de paternidad. La indignación de King se vuelve más comprensible cuando uno toma en cuenta los paralelos que existen entre él y Jack Torrance. El autor ha sido bastante abierto sobre su experiencia con la adicción. En una entrevista para The Guardian recontó cómo el personaje fue parcialmente inspirado por su propio alcoholismo; cómo en uno de los juegos de béisbol de sus hijos pequeños le llamaron la atención por esconder una cerveza en una bolsa de papel. “Fue ahí donde me dije a mí mismo: ‘Eso es algo que nunca seré capaz de contarle a alguien más.’” Al borrar el lado bondadoso de Jack, Kubrick parecía estar haciendo lo mismo con King.
Treinta y tres años después de la película, King publicó Doctor Sueño, una secuela a su novela original (a su vez publicada en 1977), y ésta ahora llega al cine gracias al guionista y director Mike Flanagan. Uno puede imaginarse los dilemas planteados durante su realización. Como adaptación, El resplandor de Kubrick no fue particularmente fiel, pero su abundancia de imágenes memorables y la icónica frase “¡Aquí está Johnny!” se volvieron culturalmente imborrables. Cualquier versión cinematográfica de la novela Doctor Sueño tendría que por lo menos reconocerlo.
Incluso a Flanagan, un talentoso artesano del horror, le cuesta encontrar un equilibrio adecuado entre las visiones de estos dos maestros. Pero es precisamente esta tensión lo que hace a Doctor Sueño fascinante como un producto de la cultura de las secuelas y hasta le da una dimensión adicional a la historia que King buscaba contar. Si El resplandor era una historia sobre la violencia intrafamiliar, Doctor Sueño es una sobre el trauma y cómo éste nos persigue a través de los años (algo que comparte con It: Capítulo 2, otra adaptación del “rey del terror” estrenada este año). Aun en el mundo más literal de King, las imágenes de Kubrick encajan perfectamente como monstruosas versiones de eventos pasados.
Meses después de que Jack Torrance perdiera la cabeza y tratara de acabar con sus vidas, el pequeño Danny Torrance (Roger Dale Floyd, supliendo a Danny Lloyd de la película original) y su madre Wendy (Alex Essoe, supliendo a Shelley Duvall) se han mudado a Florida (lo más opuesto a las montañas nevadas de Colorado, sede del Hotel Overlook). Llevan una vida pacífica, pero Danny sigue atormentado por el recuerdo de los fantasmagóricos horrores del hotel, particularmente la mujer de la habitación 237.
Después de la tragedia, Danny tiene un momento de optimismo y claridad en el que cree haber encontrado la forma de salir adelante. Siguiendo el consejo del antiguo cuidador del hotel, Dick Hallorann (Carl Lumbly, supliendo a Scatman Crothers), pone a los monstruos en “cajas” dentro de su mente. Pero treinta años después, Danny (ahora Dan, interpretado por Ewan McGregor) se ha convertido en un alcohólico propenso a violentas peleas en bares; un eco de su propio padre. Si no queda claro, más adelante vemos a Dan en una entrevista de trabajo en una oficina inquietantemente parecida a la que vemos al inicio de El resplandor.
Comprendiendo finalmente que ha tocado fondo, Dan se muda al pequeño pueblo de Frazier, Nuevo Hampshire, donde el alcohólico en recuperación Billy Freeman le ofrece su apoyo y amistad. Ahí empieza a asistir a reuniones de Alcohólicos Anónimos y a trabajar como enfermero en un hospicio. Mientras cuida de los pacientes, muchos de ellos enfermos terminales, se da cuenta de que su don telepático (el “resplandor” que le da su nombre a la novela y película anteriores) le permite conectar profundamente con ellos, ayudándolos a enfrentar la muerte con mayor tranquilidad (de ahí el título Doctor Sueño).
Es una idea intrigante. Como todo concepto fantástico, nos ofrece un punto de vista nuevo sobre algo tan fundamentalmente humano y universal como lo son la vida y la muerte. Lo aterrador de morir es perder nuestro vínculo con el resto del mundo, ¿qué tal si antes de hacerlo pudiéramos sentirlo una última vez, con la más grande intensidad? Hay, no obstante, poco tiempo para profundizar en ello. Doctor Sueño pronto se revela también como la historia de Abra Stone (Kyliegh Curran), una niña con el mismo poder de Dan, que se encuentra bajo la mira de un grupo de vampiros errantes que consumen el “aliento” que aquellos con el resplandor producen antes de morir.
Al saltar constantemente entre Dan, Abra y Rose (Rebecca Ferguson), la líder de los vampiros, Doctor Sueño se siente bastante dispersa. Hay mucho que apreciar; la actuación de Ferguson hipnotiza con cada acción y gesto, creando una carismática y perturbada líder de culto que coquetea con lo grotesco y caricaturesco sin cruzar la línea del todo. Y la forma en que las historias se entrelazan construye un comentario sobre las distintas formas en que procesamos el trauma y encontramos comunidad en otros. Al proteger a Abra, Dan se convierte en el padre que nunca tuvo. Los vampiros ocupan un rol similar para “Snakebite Andi” (Emily Alyn Lind), una adolescente a la que convencen de unírseles aprovechándose de su enojo y soledad.
Las historias de King siempre han sabido complementar sus adornos sobrenaturales con psicologías angustiadas. Su verdadera oscuridad es una muy humana. Pero adaptarlo al cine no es tarea fácil. En su autobiografía/manual de escritura Mientras escribo, King describe su proceso como algo intuitivo y espontáneo, menos un acto de creación que de descubrimiento, al mismo tiempo que señala su desdén general por el trazado de tramas tradicionales. Esto explica la recurrencia de clichés personales, la monumental extensión de sus libros (Doctor Sueño, de 531 páginas en su edición original, no es siquiera de sus volúmenes más largos) y lo decepcionante de muchos de sus finales, pues parece escribir sin meta ni rumbo.
Pero también explica lo íntimo y complejo de sus mundos, particularmente sus atentas recreaciones del Estados Unidos semi-rural, pues tampoco tiene la presión de perseguir una trama y sus obligaciones. En el medio del cine, no obstante, cierta moderación es requerida. Y una película como Doctor Sueño, con una duración de dos horas y treinta dos minutos (más que la película de Kubrick) crea una narrativa con diversas tangentes y complicaciones, pero tampoco permite la riqueza con la que King puede echar a volar su imaginación en la página.
¿Qué hay de Kubrick? Más que una secuela a su película, Doctor Sueño funciona como un intento de reapropiarse de ella para servir a su autor original; corregir los supuestos errores de esa primera adaptación. Flanagan hace esto con cierta astucia: la forma en que las habitaciones de Dan y Abra se tuercen cuando entran en estado de trance ofrece un giro fresco al énfasis que aquella película hizo en la arquitectura. Y cuando la acción finalmente se traslada al icónico Hotel Overlook, Flanagan y su cinefotógrafo frecuente Michael Fimognari encuentran una manera distintiva de iluminar los icónicos sets de Kubrick, reflejando el paso del tiempo y la pérdida de inocencia de Dan.
Pero estos motivos visuales, así como los planos estáticos y prolongados y su apropiación de la partitura musical de Wendy Carlos y Rachel Elkind, se sienten fuera de lugar en una historia que toma los males sobrenaturales de King de manera tan literal. Kubrick podía justificarlos al ser vago con su origen. Lo que hizo a su El resplandor tan aterrador era no saber si estos nacían de los Torrance o del hotel; o si la familia y el edificio estaban tan entrelazados que la distinción no importaba. Al adoptar estos mismos trucos, Flanagan sólo resalta los elementos más ridículos del mundo que se esfuerza por construir, particularmente sus villanos vampíricos.
Atrapado entre King y Kubrick, Flanagan parece más cercano al primero. Su adaptación se mantiene mayormente fiel a la novela; incluso su mayor desviación se siente como un intento de complacerlo, una audaz restitución de una de las omisiones más importantes de Kubrick. Es un simpático y poderoso ejemplo de metanarrativa y un, supongo, efectivo cierre para la historia de Dan Torrance. Pero también es uno que refuerza la idea de que esta adaptación fue hecha más que nada para King y sus fanáticos, sobre todo aquellos que siguieron la saga detrás de escenas de El resplandor, y no para aquellos buscando una efectiva película de terror.
★★1/2
Para leer más reseñas del autor, aquí su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com
Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana.