Texto y fotografía de
Arcelia Pazos
En materia geográfica, desde niña aprendí que la columna vertebral de la península de Baja California es su sierra, o bien, la carretera transpeninsular, si se piensa en términos de infraestructura, sin embargo, a través de la mirada de la historia, un eje muy importante desde el cual se definió un nuevo sistema de vida a lo largo de todo el territorio, y para mí, un parteaguas de la identidad californiana, fue el Camino Real.
El proceso geopolítico del Camino Real en las Californias consistió en trazar rutas de comunicación para expandir el dominio de la Nueva España, a partir de finales del siglo XVII, con la primera fundación jesuita –en lo que hoy es Loreto, Baja California Sur– para después expandirse de sur a norte a través de la construcción de misiones, pueblos y presidios por parte de los jesuitas, franciscanos y dominicos, hasta llegar a San José del Cabo en el sur, y a la Alta California en el norte. Es muy probable que el sistema misional sea el más reconocido y relacionado con el Camino Real, debido al empeño arquitectónico depositado en los templos de los sitios, por supuesto, al ser los misioneros los encargados de llevar la batuta de la colonización en terreno peninsular, pero también, por haber generado entornos para fundar pueblos y ciudades que continúan hasta la actualidad.
Así pues, Baja California Sur se convirtió en menos de cien años, en territorio de los jesuitas, quienes extendieron el camino más arriba de la mitad de la península con su última fundación: Santa María de los Ángeles, en 1767. Después del breve paso de los franciscanos por tierra peninsular y al irse éstos a trabajar a la Alta California, llegaron los dominicos y fundaron su primera misión en 1774 y así otras más en el norte de Baja California, hasta salir definitivamente en 1849.
Crecí entre la misión de San Ignacio de Kadakaamán y la misión de Santa Gertrudis la Magna, la primera en Baja California Sur y la segunda en Baja California, ambas jesuitas. En el caso de mi familia y de los amigos de mis padres, oír mentar al Camino Real era de lo más normal, como lo era acudir a las fiestas patronales, incluso de sitios más lejanos como San Francisco de Borja al norte o San Francisco Javier al sur. Sin embargo, esos lugares conservaban un rasgo de tesoro. Se trataba de sitios especiales para visitar en momentos especiales, con un aire de ritual más allá de lo relacionado con la religión católica, tal y como si se tratara de islas de otra cultura insertas en un alargado territorio con muchos trailers y pueblos que son partidos en dos por una carretera.
Desde entonces, ese aire de lugar atrapado en el tiempo, es algo que atesoro, ahora, además de mi afecto por esos lugares, con la perspectiva que se ha ampliado al trabajar dentro de un proyecto de investigación, conservación y difusión de la ruta histórica, gracias a lo cual puedo apreciar la necesidad de que se promueva responsablemente para su conservación.
Actualmente el Camino Real de las Californias cuenta con un peso sustancial de estudios científicos que respaldan su valor como patrimonio cultural, y que además favorecen su apreciación como potencial de espacio de conocimiento, de fortalecimiento de la identidad y de turismo cultural. Es gracias a este avance, en gran parte, dado por los acuerdos entre el INAH y autoridades de California, y otras instituciones de México desde 1996, que el proyecto se ha consolidado hasta alcanzar la madurez necesaria para buscar el reconocimiento de talla internacional más importante en materia patrimonial: el ingreso a la Lista de Patrimonio Mundial de la Unesco, en la categoría de Itinerario Cultural.
Cuando alguien me pregunta para qué se busca esto, suelo responder lo que suscribe el proyecto, o sea, hablo de las necesidades de un plan de manejo sustentable para los sitios, en el que se permita la recepción de turismo cultural de todo el mundo, una mayor oportunidad de ampliar la investigación de campo y una serie de acciones que promuevan el interés de los locales, que es el amor más importante a un sitio: el de los que viven cerca de él. Pero más allá de ello, y según mi experiencia, es todo el proceso de la Unesco lo que enriquece al proyecto y lo que lo hace más fuerte, más profundo, incluso sin que se le llegara a otorgar el reconocimiento, pues para quienes trabajan en él, la precisión es un asunto que se vuelve hábito permanente.
El primer gran paso para llegar a la meta de Patrimonio Mundial es elaborar el Documento de Presentación de Lista Indicativa, que consiste en seguir un formato de la Unesco para describir brevemente al futuro bien a nominar, desde la ubicación geográfica, hasta la comparación con sitios similares. Este documento es la carta de presentación en la que con mucha claridad se debe describir el Valor Universal Excepcional, el carácter fundamental que la Unesco busca en un sitio para que se precie igual de valioso por cada ser humano sin importar su procedencia o su cultura.
Este proceso es tan riguroso tanto en terminología como en los filtros que aprueban o sugieren cambios que al Camino Real de las Californias, le ha tomado desde 2016 hasta 2018 conformarlo y ser aprobado por la Dirección de Patrimonio Mundial del INAH para ingresar a la Lista Indicativa y continuar con el procedimiento. Es precisamente en esta área en la que yo trabajo, la documental-discursiva del proyecto. Tengo la fortuna de poner en diálogo los trabajos de arqueólogos, historiadores o arquitectos en función de los documentos necesarios. Acercarme a los expertos, desde el principio, ha sido una clave para ver además su interés genuino por contribuir a la conservación y difusión del patrimonio, algo que difícilmente se ve cuando sólo se es espectador. Así, imagino la conformación de un discurso institucional sólo en lo necesario y sí mucho más humano, con la claridad de que la responsabilidad de conservar es una extensión que corresponde a los expertos y a los no expertos por el simple hecho de existir en un espacio que nos ha dado y permitido tanto.
Justo cuando se habla con respecto al espacio, salta a la vista la valía del Camino Real por sí mismo y como un proyecto, ya que revela cómo natura y cultura son una especie de moléculas inseparables, pues un factor afecta al otro, y por lo tanto al conservar uno es muy factible lograr procesos de conservación para el otro, no es fácil, pero sí viable si se se planea con esa conciencia integradora. Por ejemplo, en una de las primeras charlas que tuve con el guía especializado y explorador, Francisco Detrell, miembro del Corredor Histórico CAREM A. C., acerca de este trabajo, comentamos lo increíble que sería llevar a cabo la candidatura en la categoría mixta, como patrimonio cultural y natural, ya que en la península, en cada uno de los puntos en los que el Camino Real intervino, hay rasgos que bien valen ser reconocidos por su singularidad natural, sin embargo, dado el tamaño del itinerario, sería más que titánico enarbolar todo un proyecto que lograra incluir tantos elementos, no obstante, no hemos dejado fuera al ámbito natural, ni del discurso, ni de la ejecución de los expedientes, y mi ejemplo más próximo y recurrente es el enorme complejo de San Ignacio de Kadakaamán; un sitio fundado por los jesuitas en 1728, de gran abundancia debido al rico oasis que fue intervenido con nuevas especies y aprovechado para el desarrollo de rancherías, incluso durante el periodo de los dominicos, quienes terminaron la construcción del monumental sitio de cantera que actualmente conocemos y visitamos en el pueblo de San Ignacio.
Para argumentar el Valor Universal Excepcional son necesarios dos elementos fundamentales: una declaración de autenticidad e integridad y el desarrollo de los criterios que propone la Unesco.
Sobre los criterios, la organización propone diez, seis de índole cultural y los otros cuatro de ámbito natural. Fue hasta mayo de 2017, en una reunión binacional entre autoridades de patrimonio de California y de la Universidad de California, con miembros del grupo de expertos por parte de México, que se eligieron los tres criterios que respaldan el valor de la candidatura para ambos países, aún con sus diferencias en cuanto a la composición de los sitios y las estructuras de gobierno:
(ii) Atestiguar un intercambio de valores humanos considerable, durante un periodo concreto o en un área cultural del mundo determinada, en los ámbitos de la arquitectura o la tecnología, las artes monumentales, la planificación urbana o la creación de paisajes.
(iii) Aportar un testimonio único, o al menos excepcional, sobre una tradición cultural o una civilización viva o desaparecida.
(v) Ser un ejemplo destacado de formas tradicionales de asentamiento humano o de utilización de la tierra o del mar, representativas de una cultura (o de varias culturas), o de interacción del hombre con el medio, sobre todo cuando éste se ha vuelto vulnerable.
UNESCO, 2005.
Esto implica que los criterios basan el desarrollo del proyecto en la descripción de la arquitectura misional y en el diseño paisajístico, de las tradiciones dadas a partir del período misional, y de las formas en la que los distintos grupos interactuaron con los ecosistemas para generar sus formas de vida.
En conjunto, esto es la suma de un sistema que se fundamentó en la construcción de un camino con fines geopolíticos para unir misiones y pueblos en un terreno de basta rudeza, en el que el aprovechamiento de los recursos hídricos marcó la pauta para el tamaño y el éxito de los pueblos.
Algo que no se ha trasformado del todo a lo largo de los años, pues aunque las batallas cambien de nombres, en esencia, la supervivencia y el arraigo son dos banderas sin colores que buscamos cada uno desde distintas trincheras: proteger a nuestra tierra, a nuestra agua, a nuestra historia, a nuestras familias y su futuro, a nuestros lugares sagrados (sea sagrado un concepto tan subjetivo como se guste). Por eso, ya sea en presentaciones o en charlas, cuando hablo al respecto, me agrada hacerlo con una comparación entre hace trescientos años y nuestros tiempos, y el ejercicio se vuelve más horizontal, quizás porque yo, bastante alejada del quehacer histórico, considero que para apropiarnos del pasado es importante no desatender los caracteres humanos en todo fenómeno social, pues al final de cuentas, las pasiones y las necesidades siguen siendo las mismas.
Con respecto a la declaración de autenticidad e integridad, aunque nos comparamos con bienes similares, como el Camino de Santiago de Compostela en España y Francia, el Camino de Qhapaq Ñan en la ruta andina o el Camino Real de Tierra Adentro en México, se busca tornear un discurso con base en la propia belleza de este Camino Real y de los testimonios de su pasado. Para muchos el factor que desanima es la situación de los sitios misionales del norte de Baja California, como Santo Domingo de la Frontera, San Vicente Ferrer o San Fernando de Velicatá, los cuales se encuentran en vestigios de su construcción original, debido a que por su composición de adobe, el tiempo los desgastó como no lo hizo con los sitios de cantera en el centro o en el sur, no obstante, esas paredes de tierra develan mucho más de lo que imaginamos, pues son el testimonio vivo de la arquitectura de tierra que emplearon los misioneros con bastante precisión, enmarcada en paisajes que conservan un alto grado de integridad. Si se omiten elementos modernos del rededor, los compañeros del equipo suelen decir “estamos viendo lo que los misioneros vieron”.
Así que sí, es tan auténtica San Francisco Javier como San Vicente Ferrer, pues en estos casos, como en la mayoría, las intervenciones no han transformado la originalidad de la construcción.
Algunas personas me han dicho que a ellas no les gusta que se hable sobre las misiones porque eso es enaltecer el proceso de aculturación de los pueblos originarios de las Californias, o casi apoyar al catolicismo, lo cual me parece un tanto absurdo, porque al abordar un tema, un gran peso está en la forma y no en el fondo mismo. Constantemente digo que negar la historia no la borra, ni borra el futuro que dejó. Somos lo que somos, en cierta parte, por un antecedente que definió nuevas rutas de supervivencia, de conocimiento, de apropiación, de adaptación, de discriminación, de casi todo.
Es decir, el período misional dejó consecuencias negativas para los pueblos originarios, y quizás para tantos viajeros que tuvieron que migrar desde sitios con mayor prosperidad, no obstante, representa un momento histórico de intercambio, de aprendizaje y de lucha, la cual bien vale destacar, sobre todo si el proyecto se va a convertir en un escaparate a nivel internacional, en donde habrá cabida para hablar de las herencias arquitectónicas, del idioma, de formas de vida, como los ranchos, o la introducción misionera de especies animales y vegetales que han dictado las actividades económicas de la península, como la icónica y exitosa industria del vino en el norte; pero también para hablar de caudillos o vengadores, como el caso del kumiay Jatñil, quién se rebeló contra el Padre Félix Caballero e incendió la misión de Nuestra Señora de Guadalupe del Norte, o el del asesinato de Fray Eudaldo Surroca en la misión de Santo Tomás de Aquino por presunta autoría de la indígena Bárbara Gandiaga, quien era abusada sexualmente por el religioso.
Hacia allá creo que va el Camino Real, hacia un punto en el que todas las historias sean urdidas por el mismo hilo y nos dejen ver a un camino complejo, mestizo y muy rico. Un camino con un campo de visión muy abierto en el que no escape a nuestros ojos, ni lo que se perdió, ni lo que se ganó, ni lo que queda como testimonio para recordarnos que en la península de Baja California estamos sólo los más fuertes.
Referencias de consulta
Bendímez Patterson, Julia, Porcayo Michelini, Antonio y Panich, Lee (2016). The missions and Camino Real of Baja California: a binational view en Journal of the California Missions Foundation, Vol. 32, Núm. 1., pp. 120-141.
INAH (2018). Documento de Presentación de Lista Indicativa.
Mathes, W. Michael (2003). Misiones en el Camino Real Misionero del Estado de Baja California. CONACULTA-INAH, México.
Unesco (2005). Directrices prácticas para la aplicación de la Convención de Patrimonio Mundial