Sentados bajo el polvo de la tarde, ese polvo ojeroso,
cansino, de los barrios de la niñez,
pálido sin duda,
¡tan pálido!
que cada día va cayendo pesadamente sobre nuestros quebrados lomos
Sentados con el sudor abriéndonos surcos en el cabello y entre los espinazos
los restos aromáticos e inaudibles de la locura
Sentados esperando el atardecer con hambre,
Con las piernas sucias y moradas por el filo de la amistad y la luz del amor
Eternos y sensuales, sin duda, pensando en nuestros ancestros
en sus múltiples preocupaciones, en sus manías,
y en ciertas preguntas que no supimos responder jamás
Mirando emerger en el horizonte densas montañas de luz
con ganas de descubrir en el furioso universo de la vida
los peligros de la carne la humedad del amor la complicidad de la muerte
el neurótico espasmo de la droga
Sentados,
indomables, sin perder de vista la montaña
observando derretirse la miel del sol sobre las nubes
incendiando el escaso musgo que crecía bajo el fuego de la memoria
llenándonos de savia y semen
de colores y eléctricos animales el cuerpo
tersos como pájaros de espuma bajo la lluvia
lo recuerdan amigos o ¿habitamos ya el infierno?
Qué había de verdad en eso de que, los niños, son solo niños cuando regresan después de la guerra con el canto de los coyotes arrugado en la sangre con ganas de ver la luz de la tierra diluirse en los ojos de sus madres con ganas de crecer entre el caliginoso plumaje de ángeles obesos de corazones desolados por el brutal aliento de la modernidad y la democracia con ganas de conquistar los grandes ríos de la mente de los ciervos de la noche mestiza con ganas de hundirse en cálidas plegarias que los liberen delicadamente de su miedo al olvido
nada somos y nada seremos nada nos soporta nada nos queda
Lo recuerdan ahora ustedes
pequeños niños paralizados sobre la geometría de los pájaros
Ese fue nuestro último verano como amigos
-las pupilas me brillan mansamente-
Lo recuerdo ahora, mientras miro por la ventana y el sol me pesa y los carros y sus colores me pesan
y la gente y su torpe olor me pesa
y todo está tan perfectamente triste tan perfectamente vacío
tan perfectamente seco
que entiendo a fostercito wallace poniendo su calor en manos de dios y dios despuntando enloquecido y desnudo sobre el follaje del amanecer
y entiendo
la niñez era ese fruto que, pensamos, jamás comeríamos todo de un solo bocado
Amigos hace rato que habitamos el infierno igual que animales asustados, tal me parece
Y aquí me tienen tratando de recordar el aroma de aquella tarde rompiendo
sus cuerpos, su sudor
Cuando sentados bajo polvo de la tarde ojerosa
Nos prometimos volver a vernos al siguiente fin de semana
A llamarnos con más frecuencia
y a no dejar que el tiempo nos obligara a mirarnos al espejo con asco…
—Agustín Guambo
Fotografía de Ale Meter
Agustín Guambo. Master en Antropología por FLACSO-Ecuador. Maestrante por la Universidad Andina Simón Bolívar en Estudios de la Cultura mención Literatura Hispanoamericana. Director del proyecto anarkoeditorial Murcielagario Kartonera y del Festival Internacional de Poesía de Quito “Kaníbal Urbano”. Ha publicado: POPEYE’s Sea (La Apacheta Cartonera, Lima 2014); Ceniza de Rinoceronte (La Caída, Buenos Aires 2015); y Primavera Nuclear Andina (Ediciones A/terna, Buenos Aires 2017)