Puede simplificarse el mundo en la escasa
extensión de un gallinero
Si el estiércol que salpica la viruta en la barraca las plumas embarradas la paja
la herrumbre de las chapas los hierros retorcidos
la carcoma en la madera
el hollín del bebedero el agua turbia las cáscaras
los restos de comida
toda esa inmundicia —digo— se mistura
en la retina de un Dios
inolvidable.
Un hornero ve Gladiador en el televisor de un
bar
Yo también habría sido capaz de matar por los míos.
O de andar llevando mierda en el pico de rama en
rama
de arrancarle las crines a un caballo moribundo
de gastar ríos de saliva para levantar el nido.
Yo también habría sido capaz de morir por los míos.
Sin embargo la vida no me ha puesto en esos trances
y ahora vuelvo sin que me llamen con el plumaje
oscurecido
como un pájaro chambón que no reconoce el nido
y se entrega solo a la ceguera del instante.
Por eso me hurgo las plumas desprovisto
de ese aire fabuloso que me dan en las leyendas.
Una épica
Puedo dividir (mentalmente) la realidad en varios planos
si lo deseo sentado en la antesala de una morgue
hospitalaria donde las enfermeras bromean entre sí
mientras aguardan la ambulancia que pedimos hace un
rato.
Vos también bromeás narrándome tu última aventura
porque sos un viejo amigo y te sentís autorizado
aunque la escena en la que actuamos lleve por nombre
“la muerte golpea nuestra puerta”.
En eso te parecés a estas mismas mujeres que
conviven
a diario con los muertos: pero te estaba diciendo que
puedo
que estoy en condiciones de festejarte la anécdota
de buena gana riéndome y palmeándote en el hombro
(como lo hago) porque no hay nadie de la familia
merodeando y no me importa lo que piensen unas
mujeres desconocidas y sin embargo podría estar
llorando
y soplándome los mocos a conciencia
o discutiendo con los de la administración
por la dudosa factura que hace poco recogí y pagué
con plata ajena: cualquier de las opciones sería digna
de esta luz que no quiere dejar nada en la penumbra.
Demasiado tarde para la poesía
Soy el niño melancólico. El loco sagrado. Más grave me pongo, más ridículo. Soy el hazme reír del cielo.
Un mártir de pacotilla. Levito sobre la tierra. Pero
pierdo el equilibrio. Como un bruto que patina y cae de
culo. Lleno de ínfulas. Vacío. Busco augurios en las ruinas.
Del milagro que jamás sucederá.
—Diego Colomba
Fotografía de Rodo Ibarra
Diego Colomba es profesor y licenciado en Letras, y doctor en Humanidades y Artes, con mención en Literatura. Dirigió el sitio web de prensa literaria Letracosmos. Fue uno de los responsables de Salón de Lectura, sección de escritores del banco sonoro Sonidos de Rosario. Artículos, entrevistas y poemas de su autoría integran diversas antologías. Es autor de varios libros, entre los que podemos mencionar: Blanco a la cal (Toluca, Universidad Autónoma del Estado de México, 2019; Mención Honorífica Premio Internacional de Poesía Gilberto Owen 2019) y Platillos volantes (Rosario, Libros Silvestres, 2019). 2017), Los poemas que aparecen en esta selección forman parte del libro Papá trajo a casa un Cuatro Ele (Buenos Aires, Editorial Barnacle, 2018; Mención Honorífica Premio Provincial de Poesía José Pedroni.