AQUÍ LES PREGUNTO YO, ¿QUÉ HUBIERAN HECHO USTEDES?
porque, en su momento, yo no quise enredarme
con la pregunta de cuáles son los
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que me gustaría leer,
y es que la imagen del perro
mirando el escaparate de una carnicería ya está muy roída
incluso si dicha proveedora de filetes
fuera solamente una fachada para
lo que tú quieras,
pero bueno, hagamos como que tenemos
la más remota idea:
para empezar tendría que imaginarme libros
y, peor aún, escribirlos,
a modo del cantor que en su isla se puso a componer
porque quería escuchar canciones inexistentes
hasta entonces. Oílo.
Luego tendría que imaginar un país,
el más insignificante del planeta,
con una bóveda en una choza importantísima
en donde bajo tierra los países más
populares, los más bélicos, los más hermosos,
las naciones cuya existencia
es un mal necesario y por eso tienen secretos,
los guardan en la bóveda del paisito antes mencionado:
El libro de las muertas sin estatuas.
El libro de los edificios declarados ante hacienda.
El libro de las haciendas no declaradas y el de sus empleados
pizcando con traje y corbata en medio de una tempestad
terrible, imaginaria.
Los poemas de la especulación del mercado
en la década del hambre.
La novela de lo que sucede después de la novela.
Los cuentos sobre los procesos en las fábricas de Juárez
que es lo mismo que decir las fábricas de cáscaras vueltas semillas.
Los registros de los no nacidos y cuántos años tuvieron que
despertarse temprano para vestir las calles de recuerdos inventados.
El libro de lo que no le deseamos ni a nuestros peores enemigos
pero nos revolcamos en ese lodo blanco vestidos de negro.
Y por último, el libro de los amores fallidos,
o sea, de la adultez sentada en una plaza sin bancas,
porque lo que importa es la felicidad del mundo, la ciudad
rebosante de los ojos que la envuelven
pero desde una pantalla para fotografiar el crepúsculo,
y guardar luego esas fotos en un libro
en una choza, en un país, en un poema.
Irse así
Lo mejor sería que nadie se enterara
de la muerte de ninguno de nosotros,
ni un mensaje, nada;
así como cuando
tampoco a nadie le comentas
que te comprarás un cartón
de cheves o de huevos
y una yoga de leche
para el café cargado
al día siguiente.
Irse así
como emborracharse los domingos
por la tarde. Morir entre los trámites
del lunes
o en una tarde que nomás no se acabó,
que se quedó volando sin volar,
como una pluma arruinada por el lodo
de la última humedad de un charco,
(ningún niño brincoteó en esa agua estancada y
la gente que pasa tras la lluvia
pisa indiferente sobre el árido recuerdo
que el mar de sol se ha ido llevando.)
Ahora mismo habrá niños que celebran
un año más de aún no ser islas
aunque sí huérfano espejismo.
La distancia
entre una mano que soltó un listón
y el azul destino del globo liberado.
Morirse así como la lluvia.
Llover como si nada o no llover
porque tampoco la sequía
nos convoca a hacer algo distinto,
a pedir perdón,
a dar las gracias.
Nada nos prepara ante lo indudable,
ni el valor, la cobardía.
Solo la indiferencia con que otra vez el sol
nos descubre de improviso
aún aquí, todavía pensando
en no querer morirnos o hacerlo
sin que nadie se dé cuenta.
—Elías David
Fotografía de Alicia Tsuchiya
Elías David (Reynosa, Tam. 1980) Máster en Artes con especialidad en Español por la University of Texas Rio Grande Valley. Autor del libro Instantes (ALJA 2017). Es parte del grupo fundador de la revista literaria online SubUrbano.net donde continúa colaborando con reseñas de libros, entrevistas a autores y uno que otro poema suyo. Ha colaborado como editor adjunto en la editorial SED Ediciones. Está por iniciar su doctorado en Escritura Creativa en la University of Houston.