por Rosa Espinoza
Las cosas salieron mal. Eso no le tomó por sorpresa. Imaginó muchas veces la escena: su cuerpo en la patrulla, sus manos esposadas y el silencio. Salió por unos cuantos limones a la tienda de la esquina. Limones. Algo simple. Minutos después, un agente le llamó por su nombre, asintió y soltó la bolsita. Rodaron por el piso seis limones. Por la ventana de la patrulla los miró desfilar a la alcantarilla hasta desaparecer. Cuando el carro arrancó, no quedaba un solo limón a la vista.
Seis limones, seis detonaciones. Seis. A partir de ese día ese número entró en su repertorio de obsesiones. Seis estallidos lo despertaban por las noches.
Eugín compartió su plan con Ramón Ángel frente a una Dos Equis en La Sexta, una cantina a la que nunca había entrado. Su camisa, sus caquis y el par de bostonianos recién lustrados serían la última vez que pasarían por ahí. Cuando pidió su cerveza, temblaba. Tomó un trago a la botella. Al salir del tugurio, la tarde luminosa le hizo añicos la frente.
Él y su primo no se veían desde el velorio de la abuela. Ahí sólo gesticularon un saludo a distancia. Cuatro ojos verdes cruzaron levemente un guiño. Ramón Ángel no recibió un centavo de esa herencia tan prometida. Con el plan de Eugín obtendría su parte.
Todo lo que quería el primo empresario era resolver unas deudas. Lo dijo aquella tarde calurosa sin que sus manos y sus labios dejaran de moverse. Parecía que lloraría en cualquier momento, mientras intentaba dibujar razones que lo movían a buscarlo después de tanto tiempo. A Ramón Ángel sólo le quedó claro que la familia no confiaba en las maniobras de Eugín y su mundo se venía abajo. Con su ropa vieja, sus botas negras deslavadas y la piel curtida por la mala suerte y la vagancia, miró los estertores del primo con sarcasmo.
Eugín tomó aliento y un trago, la cerveza apaciguó sus nervios. Concluyó seguro de que el plan sería “ganar-ganar”, como si se tratara de una transacción sencilla en la que se firman documentos con pluma fuente. Él miraba ese plan como si se tratara de un paseo familiar.
Después de acordar los detalles no volvieron hablar. Tampoco definieron pormenores, ni buscaron puntos débiles. Sólo esperaron el día y la hora con la misma ingenuidad con la que se pensaron criminales. Ramón Ángel atracó un par de negocios, estuvo preso por mover algo de mota. Al primo eso le parecía suficiente para volverlo parte de la “maniobra”. De un secuestro, Ramón Ángel sólo sabía lo que leía en el periódico o lo que miraba en la tele. Qué decir de Eugín, que no probaba hostias sin confesarse.
A Ramón Ángel los seis disparos le reverberaban todo el tiempo. Contaba hasta el cinco. El último trueno perforaba la cabeza del primo. Ese no era el plan. Tampoco las patrullas, la persecución, la fuga, el miedo en la celda. Mucho menos el frío y esa desolación sin recompensa.
Rosa Espinoza nació en Mexicali, Baja California, en 1968. Es poeta, narradora, diseñadora, editora y guionista para la televisión universitaria. Su trabajo ha sido incluido en antologías y revistas literarias nacionales y extranjeras. Es propietaria del sello editorial Pinos Alados: Su primer poemario Señero (2014) apareció bajo ese sello, Llevaría tu nombre (poesía en prosa), fue publicado por El Humo Ediciones. En 2017 recibió el Premio Nacional Dolores Castro con Postales de Inglewood (narrativa) y en 2018 el Premio Estatal de Literatura (ICBC) en la categoría de poesía con su libro Cuadernos de la dispersión. Es colaboradora del Programa Editorial del Cetys Universidad.