Fotografías y texto por
Arcelia Pazos
Enrique Alcantar es un tatuador bajacaliforniano que se defiende cuando le llaman artista. En el escaparate que son las redes sociales su obra destaca entre la de otros tatuadores locales, debido al discurso heterogéneo, pero al mismo tiempo definido, con respecto al estilo que ha construido durante una década.
Desde hace unos tres años he estado atenta a su trabajo, y no sólo al resultado en fotografías y videos, sino a su forma de presentarlo: con claridad, concisión, sobriedad y orden. Esto me llevo a pensar que Enrique podría hablarme de esta manifestación gráfica corporal más allá de estereotipos y polarizaciones. Pues, haciendo gala de mis prejuicios, intuí que alguien dedicado a una actividad asociada a la rudeza y el desmadre, que cuenta con buena ortografía, un claro sistema para difundir su trabajo y un compromiso con el lenguaje, tanto visual como no visual, podría tener una perspectiva fresca y completa sobre el fenómeno del tatuaje.
Durante años los únicos tatuajes que vi de forma asidua fueron el de mi abuelo José María, el de mi tío Pepe, y los de decenas de integrantes del centro de rehabilitación CRREAD que cada sábado tocaban a mi puerta para pedir una cooperación económica. Esto pudo haber reforzado, hasta cierto punto, el hecho de que yo asociara el tatuaje con la rebeldía, o bien, con las adicciones y el crimen, aunque yo pensaba más en lo decepcionante que podría ser para los portadores arrepentirse de haberse rayado el nombre de alguien o que años más tarde detestaran la rosa con espinas en el brazo. Sin embargo, con el paso del tiempo, el tatuaje se abrió paso, a costa de quienes se enfrentaron a críticas desde un estatus de poder.
A principios de los dosmiles, llegó un tatuador a Vizcaíno, mi pueblo, y se instaló temporalmente para ofrecer sus servicios. Varias personas que conocía fueron a hacerse trabajos; delfines, rosas, angelitos, estrellas, la moda del nuevo siglo antes de que los infinitos, plumas y pajaritos acapararan las preferencias. Una ola de gente popular se tatuó y noté que en varios casos, mi noción del tatuaje se modificó según la piel que lo portaba. A partir de allí, el rasgo más llamativo para mí ha sido el desvanecimiento de los viejos prejuicios y la creación de nuevos estereotipos, ¿positivos?, sobre una persona tatuada, así como la intrusión de este accesorio permanente a las filas de la moda, que bien puede conceder aprobación o castigo.
Le propuse a Enrique entrevistarlo para conocer su punto de vista acerca del tatuaje, y accedió.
—¿Cómo llegaste al oficio del tatuaje?
—Me da mucha risa contestar eso y a mucha gente le da risa porque les digo que es por casualidad. Yo me empecé a tatuar un octubre. En ese momento dije “yo puedo hacer esto, yo quiero hacer esto”. Y me acordé que me gustaban desde hace mucho los tatuajes. Llegó diciembre, me fui de vacaciones con la idea de “voy a ir con el que me tatuó a ver si me quiere enseñar”, pero regreso de vacaciones, tengo un montón de trabajo y nunca lo hago. Regresé en enero, pasan finales de febrero (porque yo soy diseñador gráfico) y llegan unos clientes que querían abrir un estudio de tatuajes y mi jefe en el momento me dice “hazles unos diseños porque tienen un diseño bien gacho”. Les propongo unas ideas, ven mis dibujos, y me preguntan que si quisiera aprender a tatuar. Entonces realmente no fui tras eso, pero llegó solito, aunque ya lo quería. Y pues claro que dije que sí. Así empezó. Seguía yo diseñando y el aprendizaje era los fines de semana, después cuando ya empecé a tatuar sólo era los fines de semana en el estudio en el que empecé, y al final de cuentas con quien quería ir a aprender, no fui, pero ahora trabajo con él, en Por Siempre, con Luis Hidalgo.
—¿Hace cuánto fue esto?
—Hace diez años.
—¿Cuál era tu área en el diseño?
—Diseño corporativo. Soy licenciado en diseño, egresado de la Xochicalco, cuarta generación —se rio, después de dar los datos rápidamente uno tras otro-.
—Hay quienes consideran el tatuaje como un arte, otros lo ven como un mecanismo de expresión, ¿tú cómo lo concibes y qué tanto ha cambiado esta percepción desde que empezaste tu carrera?
—Es complicado para mí considerarlo arte. Lleva técnicas artísticas, pero lo curioso del arte, es que es una expresión por parte del artista, y en el caso del tatuaje, no es una expresión exclusiva del tatuador, es una colaboración con el lienzo, con la persona que lo va a portar. Siempre digo que el tatuaje que tú llevas en tu piel, es mío, no es tuyo, es mío, tú eres la galería que lo muestra. Pero sí tiene que haber una colaboración siempre. Cuando me dicen “es que tú eres artista del tatuaje”, les digo “no, yo soy tatuador”. A veces hago arte, pero eso pasa cuando el cliente llega con toda la disposición de decirme “hazme lo que tú quieras” y ha pasado muy pocas veces. ¿Cuál era la pregunta?
—¿Cómo es que ha cambiado tu percepción desde que iniciaste?
—Pues a lo mejor eso, que antes sí pensaba que era arte, y ahora viéndolo más técnicamente, ya tengo esa disyuntiva. A lo mejor es porque yo tengo un estudio de fondo. Si le preguntas a alguien que nomás ha hecho esto y se expresa a través de esto, podría tener una visión diferente.
—He visto que también te apasiona la fotografía…
—No tanto como quisiera —me interrumpió.
—¿Qué otras formas o espacios de expresión tienes además de la foto, y de qué manera influyen en tu trabajo?
—Pues influye todo. Debería influir en todo lo que haces, desde los detalles; como esto, que vengo al café y sólo tomo café aquí, es porque es el único que me da algo específico, no es nomás la patada de la cafeína, es algo más, es una experiencia de café; porque es café especialidad, notas… es como si fuera un vino, bueno, es algo similar. Pero qué sí practico, el dibujo. Lo tengo qué hacer por parte del trabajo también, que ahorita por problemas físicos que tengo en la mano por exceso de trabajo, ya trato de no dibujar más que cuando es para trabajo o pintar. De hecho la fotografía, es parte de eso, es una salida creativa que no requiere que yo esté moviendo la mano, es más estar buscando el momento, las condiciones de luz, las formas, etc.
—¿Y desde cuándo la adoptaste?
—¿Qué? ¿La fotografía? No sé, desde siempre. Yo creo que cuando me vine a estudiar para acá, no es cierto, en el 98. Básicamente le robé la cámara a mi hermana porque ella no la usaba. Era una Nikon semiautomática de film, muy buena cámara, la usé como por diez años y hace poquito, tuve que desechar rollos viejos porque caducan. Ya estaban tomados, quién sabe qué fotos estaban ahí. Tengo fotos impresas hechas bola todavía, de cuando estaba en la universidad. Unas eran casuales, de repente hay unas por ahí que sí tienen algo –sobresaliente –agregué-, -sí. Y ya, hace como cuatro años me compré mi cámara digital y sí la trato de sacar de vez en cuando, sobre todo cuando viajo. De hecho, en una serie de fotos que tengo ahí en Instagram y Facebook, hay un montón de fotos que son de aquí [del café] y mucha gente me pregunta “¿pues dónde estás? Se ve como que vas a lugares diferentes, que vas a todos lados”. Es el mismo lugar, pero en diferentes momentos de luz, en diferentes ángulos, pero es esta plaza, es aquí, es allá en frente, son estos focos, son ellos trabajando… también hay a los que les he tomado foto en el estudio, o sea, en el estudio es nada más cuando no tengo trabajo, casi no puedo tomar fotos ahí.
—¿De dónde eres?
—Yo nací en Mexicali y fui criado en Hermosillo, ya tengo veintidós años viviendo aquí.
—Llegaste aquí para estudiar.
—Sí. Vas a poder deducir qué edad tengo.
Nos reímos.
—¿Qué estilos o corrientes prefieres trabajar?
—Ah… últimamente me gusta más el blackwork, puntillismo. Blackwork se refiere a usar sólo tinta negra, no diluida, y puede ser simulación de sombreado, ya sea sólo con puntos, con líneas o incluso con sólidos, pero es sólo negro, a lo mejor algún detallito blanco nada más para darle brillo. Eso me gusta mucho, porque eso se tiene que solucionar en el diseño, y como soy diseñador, creo que esa es la parte que me motiva más, que la solución que yo le dé va a estar permanentemente en la piel de alguien. No es que me estrese, pero sí me lo tomo más en serio. Me gusta más eso, porque especialmente los clientes de aquí, la mayoría son de piel morena, y funciona mejor y evoluciona mejor en su piel, depende de sus actividades físicas y al aire libre. El sol los va a ir dañando, el sol daña la piel, no al tatuaje, pero si el tatuaje está bien hecho en el espacio de piel que tienes, se va a seguir viendo bien aunque la piel esté tostada. También me gusta hacer color, me gusta hacer neo tradicional.
Me pidió hacer una pausa para probar un nuevo café que le llevó el barista.
—Eso es lo que más me gusta hacer, creo. Pero ahora sí que hago de todo, excepto retratos. Eso sí no, no me considero bueno. Sí he hecho un par, pero de los que he hecho, nomás uno ha sido realista. Quedó, bien. Pero para mí, bien no es suficiente. Tiene que quedar más que bien. Y los otros que he hecho, han sido más abstractos, unos que son solamente lineales, unos neo tradicionales que tienen otra técnica que los hace, no más fáciles, pero, más satisfactorios para mí hacerlos.
—¿Entonces un tatuador puede decir “esto no hago”?
—Cada quien es libre de decidir. Hay corrientes, como de todos los viejos que dicen “no te niegues a nada”, pero por ejemplo, yo me he negado a hacer cosas que sé que no se van a ver como ellos [los clientes] creen que se van a ver, y que sé que no van a evolucionar bien en su piel. Por ejemplo, cosas muy pequeñas con muchos detalles. La tinta tiende a expandirse con el tiempo, entonces esos detalles cuando están muy pequeñitos o muy juntos, muy rápido se van a perder. El tatuaje, no tiene caso si no se va a ver bien por lo menos diez años, para mí no lo vale. ¿Qué van a decir? “qué importa, yo lo pago”. Sí importa, porque es mi trabajo el que está ahí y es el que van a estar viendo. No se trata de que uno haga lo que quiere ni lo que el cliente quiera, tiene que ser esa colaboración, de encontrarse en el medio.
—¿A qué complicaciones te enfrentas? Imagino que hay trabajos y clientes más difíciles.
—Cada vez se hacen menos, creo que tiene que ver con la trayectoria. Los clientes que hacen la tarea y que siguen tu trabajo, llegan más convencidos de que tú les ayudes a solucionar tatuajes. Los que llegan así nomás y que alguien se les recomendó, y ni siquiera han visto lo que uno hace, son los que se ponen más tercos, son los más difíciles. Pero también creo que mi experiencia como diseñador me ha ayudado un montón a decirles de forma muy clara que eso no funciona. He llegado al punto de decirles “prefiero no hacértelo”. Cuando uno les sugiere algo que por lo general va a ser más grande de lo que ellos consideraban, creen que es porque uno quiere cobrar más. El hecho de hacerlo más grande implica para mí, el usar agujas más grandes, pero el trabajo es el mismo que al hacerlo pequeño, sólo que más grande se te va a ver mejor por el espacio que tienes disponible. Pero el cliente creo que sí es el más complicado. Qué otra cosa, pues el estar al corriente con las tecnologías. Tiene uno que estar siempre en constante renovación y la cosa es estar viendo tutoriales, pero no tutoriales como los que están Youtube, son los que tienes que pagar realmente, o lo mejor es cuando puedes observar directamente a alguien trabajar que no está dentro de tu círculo y ver técnicas nuevas; ver documentales, ir a expos, lo cual, a mí no me gusta tanto, pero sí, hay que ir a hacerlo.
—¿Cómo son las prácticas de un tatuador cuando va iniciando?
—Arruinando gente. Mucha gente se va con la idea (porque ve en la tele) de que se usan pieles de cerdo, pieles sintéticas, ¿no saben cuánto cuesta eso? -se ríe-, si tuviera la lana sí lo hubiera hecho, pero no. Desde el principio, mis primeros tatuajes fueron en voluntarios. Afortunadamente tenía la confianza de amigos que me dijeron “yo quiero que tú me tatúes”. Y te voy a citar a Guillermo del Toro. A él en algún momento le preguntaron que si cómo era trabajar en la industria del cine de Hollywood y dijo “la gran diferencia es de que cuando estás en Hollywood tú tienes amigos porque haces cine, pero estando en México, tú haces cine porque tienes amigos”. Bueno. El tatuaje es muy similar, uno empieza a tatuar porque tiene a un montón de compas que, o no les importa, -¿o confían en ti? –interrumpí, –o confían en ti, o simplemente, hay un montón de personas a las que yo les he pedido que me dejen arreglarles tatuajes que les hice hace mucho, y me dicen “no, no, para mí es parte de tu historia y de la mía”.
—¿Tienes un registro de todo tu trabajo?
—No. De todo no. De hecho unas cosas de Facebook que tenían más tiempo, ya las quité.
—¿Ya no te representan?
—No, de hecho, ayer terminé de hacer un cover up a una chica a la que le tapé un tatuaje del cuello a la nuca, la cosa es que su piel se irritó muchísimo, entonces no me sirve como referencia. O por ejemplo, tatuajes recurrentes, las cosas que están de moda y que todo mundo se pone, como los pajaritos, las plumas o todo ese rollo, de repente hay unos que son una palabra y terminan en florecita. Probablemente tenga dos de cada uno ahí [Facebook e Instagram], he hecho mucho más que eso. Ya ni siquiera les tomo fotos, porque ya hay ejemplos de eso. No hay más qué mostrar. Cuando son cosas sacadas de internet, siempre hay que tratar de mejorarlo o cambiarlo, pero si no se puede, hay que hacerlo tan bien como está, como el del artista original, o mejor. Eso es darle el respeto al diseño original, pero si me lo siguen pidiendo, pues nomás voy a subir uno. Al final de cuentas, si llegas con un tatuaje que encontraste, o ni siquiera un tatuaje, una ilustración, un dibujo, lo que sea que encontraste en internet, no vas a ser la única persona a la que se le ocurra tatuárselo. Pero si me pides el diseño exclusivamente, que tú llegas con una idea y te lo hago para ti, a la hora de terminar de tatuarte, yo agarro ese diseño y te lo doy, porque es tuyo, no es mío. Pero, si yo tengo mis dibujos, y tú llegas y dices “yo quiero éste”, y te lo tatúo, ese no te lo doy, no lo tatúo en nadie más, pero ese se queda conmigo.
—Esa es la colaboración de la que hablas, y, ¿cuál ha sido el trabajo más complicado que has hecho?
—No sé. Creo que apenas vienen unos que están super complicados. Estoy haciendo mi primera espalda completa. Yo creo que los más complicados, fuera del tamaño, son los cover up, las coberturas. No sé, creo que eso sería lo más complicado, porque no se puede cubrir algo con cualquier cosa. Creen que con blanco se va a cubrir y no es así, también hay que partir de colores claros para que se cubra bien. Ah, igual y eso, la espalda completa que estoy haciendo. Son muchas horas las que hay que estar ahí, hay que ver el panorama completo todo el tiempo. Hice una sesión de siete horas y son las líneas generales del primer plano, la siguiente sesión, voy a empezar con el segundo plano, y reafirmar líneas. Eso me va a llevar unas seis sesiones, siete sesiones, cada sesión como de siete horas. Eso es complicado, fuera de eso, yo creo que las coberturas. De repente me preguntan “¿cuál es tu favorito?”, pues no sé.
Sacó su teléfono para buscar una foto y mostrar un trabajo.
—Ese estuvo muy complicado, desde la concepción. El cliente quería muchas cosas en un solo tatuaje y logré integrarlo. Tuve que quitarle dos cosas, pero todavía le queda la parte interior del brazo en donde le podemos trabajar después; pero es una cabaña, La Rumorosa, unos glóbulos rojos, unas moléculas de serotonina, el universo, y al final, ya que lo solucioné, dije “¡ya!”. Después de ahí es planear cómo se tatúa. Ese lo planeé en dos sesiones, esta fue la primera sesión, que es el primer plano, y en la segunda ya se hizo todo.
Me mostró el tatuaje del que hablaba. No dijo que fuera su favorito y no creo que tenga uno, pero ese debe ser uno especial.
—Entre tus clientes, o amigos, ¿qué has escuchado sobre las razones para tatuarse?
—Hay de todo.
—¿Qué es lo que más escuchas?
—Todos tienen una historia. Hay gente que incluso llega y dice “ay, es que ya necesitaba tinta”. Siempre hay una razón ahí escondida, siempre hay acontecimientos en la vida que ameritan marcarlos en la piel. Mira, en algún momento me negué a tatuar a una amiga mía que acababa de fallecer su papá. Le dije “te tatúo cuando estés en proceso de sanación, no cuando estés en proceso de duelo, porque eso va a hacer que todo tu dolor se quede en tu piel grabado”. Se enojó conmigo, se fue y se tatuó con alguien más, a los dos años me dijo “ya te entendí”. Pero eso lo hago nada más con amigos. Las razones pueden ser muy variadas, pueden ser desde una declaración de independencia o de libertad. Tengo un amigo que cuando le preguntaban qué significaba su tatuaje, decía: “tú no eres mi jefe y yo puedo hacer lo que quiera”. Hay de todo.
—Y a ti ¿quién te tatúa?
—Normalmente Luis [Luis Hidalgo]. El problema es encontrar que los dos estemos disponibles al mismo tiempo. Entonces me tardo mucho en tatuarme.
—¿Cómo ves la diferencia de los prejuicios sobre las personas tatuadas de hace algunas décadas con respecto a la época actual?
—Radicalmente. Ahorita nuestra clientela, ahí en el estudio, por lo general, es gente con poder adquisitivo, profesionistas y estudiantes. Tatuamos muchos médicos, abogados, he tatuado un juez, gente en puestos gerenciales, y eso es lo que ha ayudado mucho a cambiar la percepción porque ellos son los que están encima de la cadena, digamos, arriba. Cómo es posible que alguien que está en ese punto y se tatúe, discrimine hacia abajo, eso es lo que ha ayudado a que cambie la percepción, porque ahora tienes que demostrar con tu habilidad, con tu disciplina, con trabajo duro, lo que puedes hacer, y no con lo que traigas en la piel.
—Entonces, ¿el proceso tuvo que ser de alguna forma, clasista?
—Creo que tuvo que empezar por rebeldía, o sea, en rebelión hacia los padres, podría ser. Incluso yo empecé a tatuarme a escondidas, aquí al interior de los brazos. La cosa es que si estás estudiando y quieres tener una carrera en lo que sea, el que estés tatuado te tiene que impulsar a que seas el mejor en lo que hagas, para que eso no sea un impedimento para que te contraten o les hagas un trabajo.
—¿Qué sientes al poder ser parte de ese proceso?
—Estás viviendo a través de otras personas. Ellos te van a llevar en su piel el resto de su vida. Si hiciste tu trabajo bien, y no me refiero nada más a la hora de tatuar, sino que le diste toda una experiencia, nunca se van a olvidar de ti.
—¿Qué sigue? ¿Cómo visualizas tu carrera a largo plazo?
—Viajando, espero. No nomás por viajar y trabajar en otros lados, sino viajar para alimentar el alma y mejorar como persona, eso se refleja en un mejoramiento en el arte, en la técnica, en todo.
—Gracias.
Nos despedimos y concertamos una cita en el estudio.
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Ahí lo visité en un par de ocasiones para seguir platicando. En la segunda vez, me impresionó verlo trabajar en lo que me había anticipado como una de sus obras más complicadas: tatuar una espalda completa. Mientras tomaba fotos, Enrique me hacía preguntas, le respondía, después él tarareaba en voz baja algo de Tupac y yo continuaba con mi silencio para pensar en el tema. No quería indagar sobre significados de tatuajes o que si en dónde duelen más, o que si había tatuado a un famoso, porque de hecho, estaba más interesada en ver el trato al cliente y al diseño. El orden con el que lo hacía me pareció una extrapolación del mismo orden y profundidad que reflejan las imágenes que crea a través de la cámara, el carbón o la tinta.
En algún momento le pregunté sobre el estilo que pudiera definir a nuestra época y consideró que no había ninguno en especial. Después hablamos sobre la tendencia creciente de tatuajes más complejos, incluso surrealistas. Cuando pensé en la posibilidad de que la cultura visual de algunos clientes tuviera una mayor y más profunda comprensión sobre corrientes artísticas, formas, colores, líneas, historia y discurso, Enrique habló sobre el avance técnico y artístico, así como la apertura de esta industria, como lo que ha permitido la evolución del tatuaje a construcciones más complejas, que ahora van más allá del significado personal, hacia el deseo, incluso objetivo, de mostrase y competir.
Quizá sea el resultado de esta evolución lo que dicte la historia del tatuaje en esta época, lo que augure un futuro desprendimiento total de las etiquetas negativas y una mayor presencia de elecciones aceptadas por todas las personas. Fascinante. ♠
Arcelia Pazos, nacida en Vizcaíno, Baja California Sur, es licenciada en Ciencias de la Comunicación y residente de Ensenada, Baja California, desde 2009. Concentra su observación entre estos dos puntos de la Transpeninsular y ha plasmado parte de ella en la revista El Septentrión desde su fundación en 2015. Es comunicadora gráfica y visual independiente, actriz de la Compañía Ensamble-teatro y fue Comunicadora de la Cultura en el Centro INAH Baja California, así como participante en la comunicación y protesta de causas feministas y de justicia social en Ensenada.