por Bladimir Ramírez
María Fernanda Ampuero
Pelea de gallos
Páginas de espuma, 2018, Madrid,115 pp.
El cuento hispanoamericano contemporáneo lo escriben las mujeres. Desde Inés Arredondo, Amparo Dávila y Elena Garro a la fecha. En ese lapso de más de cinco décadas, grandes libros y autoras han salido a la luz del mundo editorial. Sin embargo, el caso de María Fernanda Ampuero me parece extraordinario: la tinta con la que escribe sus cuentos es la sangre y el sudor de sus personajes, gente que está en apuros, experimentando situaciones limítrofes, tensas, violentas y, lamentablemente, cotidianas. Tal vez, para algunos lectores de países no latinoamericanos, María Fernanda Ampuero sea una escritora talentosa por el poder de su ingenio y la profundidad de su imaginación; pero, para mí, esta escritora tiene una sensibilidad extraordinaria para hablar de una identidad latina —si es que eso existe— que nos hermana por dos vías principales: el idioma y la violencia.
¿A qué subgénero del cuento pertenece Pelea de gallos? Además del realismo, en las páginas de Ampuero se manifiesta el terror, el suspenso, el thriller y un poco el cuento noir que recuerda, irremediablemente, a Clarice Lispector. La prosa de Ampuero es contundente, ágil, y violenta. Es una pelea de box. Un incendio en un circo. Un terremoto en cada página. Es una orquesta de voces que materializa el terror para que podamos habitarlo.
Las personajes de Ampuero nos cuentan su dolor, su forma de vivir la violencia en carne viva, cada una de las narradoras de los trece relatos que integran Pelea de gallos nos comparte su visión del mundo, hablan desde el lugar en el que están situadas, con todo lo que esto representa en términos de escritura, tiempo y espacio.
Una de las características principales de Ampuero es la franqueza prometedora de sus inicios. Fiel a la enseñanza de narradoras como Joyce Carol Oates, Dorothy Parker o Liliana Heker, Ampuero nos plantea el cuento desde la primera línea. El libro inicia con “Subasta” y la oración primigenia tiene un poder de evocación e invocación muy poderosa.
En algún lado hay gallos.
Y antes de imaginar una historia, de delinear un personaje, ya comenzamos a ver los gallos, las crestas, las plumas y la pelea. La historia es contada por una chica que acaba de ser secuestrada por un taxista y ahora está a punto de ser subastada en una reunión de criminales. La relación padre e hija es una de las claves de este cuento, igual que la idea —negativa— de ser “mujercita”. La narradora del relato ha vivido, desde muy pequeña, en un ambiente hostil y peligroso por el trabajo de su padre. ¿Qué tiene que hacer una niña para no ser violada por los galleros?
Por eso antes de quedarme dormida me metía la cabeza de un gallo en medio de las piernas.
Desde pequeña, esta chica ha entendido que la única forma de no ser objeto de deseo masculino es convirtiéndose en un monstruo, en “algo” asqueroso. Sólo eso puede salvarla de las garras de los hombres. El resto de los personajes que actúan en este cuento forman parte de todo el imaginario del libro: ladrones, asesinos, violadores y toda clase de fieras humanas que casi siempre buscan víctimas femeninas. El desenlace del cuento, además de cinematográfico, es entrañable:
La sangre empieza a caer por mi pecho, a bajar por mi estómago, a mezclarse con la mierda y la orina. Empiezo a reír, enajenada, a reír, a reír, a reír.
La chica se salva de ser vendida, y lo único que tuvo que hacer fue renunciar a sí misma. Convertirse en algo diferente a “una mujercita”. El impulso de sobrevivencia la lleva por un camino escatológico que aleja a los hombres y la ayuda a liberarse. Este cuento traza una línea que ha de atravesar cada una de las historias: la disputa entre las fuerzas masculinas y la resistencia femenina. Es claro que, en el libro, el hombre es aquello de lo que las mujeres deben escapar.
En “Monstruos” conocemos a unas gemelas aficionadas al cine de terror. El inicio del cuento es memorable:
Narcisa siempre dice que hay que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos.
Podemos añadir que cuando Narcisa habla de vivos, se refiere a los hombres vivos. En este cuento, además del mundo infantil que denuncia cierto abandono, nos encontramos con dos tipos de violencia: la sexual y la económica. ¿Habrá algo más clásico que el patrón que abusa de la muchacha del aseo? En Las batallas en el desierto, uno de los personajes dice: Carne de gata, buena y barata.
En este cuento encontramos la otra cara de la moneda, la voz, la consciencia y el miedo de esa carne. Además, las niñas de este cuento aprenden —de la peor manera posible— que el peligro de los hombres está en cualquier parte. Es interesante la evolución de los personajes: inician siendo niñas con cierta inocencia del mundo real y terminan siendo niñas que ya menstrúan e intuyen que su padre abusa de Narcisa, quien por cierto, es apenas mayor que sus hijas.
Todos los cuentos tienen un encanto particular, una atmósfera de la que no podemos salir incluso después de haber leído el libro. Con cierta frecuencia me descubro pensando en cierto pasaje de algún cuento, recordando una imagen en específico. En cierto modo, los cuentos de Pelea de gallos son como los cuadros de Goya, perturban y conmueven a la vez. Uno de mis cuentos favoritos de este libro es “Nam”, probablemente por la forma de entender el amor erótico de los personajes. Las descripciones que definen a los personajes y su entorno me parecen magnificas:
Hay algo triste en la luz de las fotos, típicas fotos gringas de los setenta: tal vez demasiado color pastel, tal vez distancia, tal vez todo lo que no aparece. Siento una tristeza que no es la mía. La mía está, pero esta es otra.
“Nam” es un cuento erótico, juvenil, con cierto aire de rebeldía, incesto y bisexualidad. Se puede entender muy bien desde la dicotomía del Eros: la belleza, la sexualidad y la fertilidad que emanan los cuerpos jóvenes y atléticos de Mitch y Diana; en contraparte, el Thanatos: materializado por el cuerpo cercenado, víctima de la guerra de Vietnam del padre de esos chicos.
Desde que Joseph Campbell publicó El viaje del héroe tenemos claro que hay pocos temas para narrar y que los tópicos principales son clásicos, elementales: la muerte, el amor, el odio y la guerra son algunos de los temas centrales de toda la literatura occidental. Desde luego, María Fernanda Ampuero no desea omitir ninguno de ellos, y en “Crías”, encontramos una historia de amor. Por supuesto, es nauseabunda, escatológica, un poco lúgubre y llena de cucarachas. Una historia de amor que escapa magistralmente de los lugares comunes del romance de pareja.
…se abrió el cierre, me empujó la cabeza, dijo que me arrodillara, que abriera la boca y me metiera en la boca ese otro trozo de carne rosada que él tenía entre las piernas. Ordenó que no usara los dientes y así lo hice. Eso pasó delante de los hámsteres y, quién sabe, de los vecinos. Eso era el amor, me explicó, y yo dije que sí porque digo que sí a los hombres
Yo tenía doce y él, trece. Qué sabía ninguno de los dos del amor.
Este cuento es extraño, metafórico y, por momentos un poco abstracto, tiene cierto aire a David Lynch, un decorado oscuro para contar una historia que parece sencilla pero no lo es.
De los trece cuentos, diría que once están cortados con la misma tijera; responden a una época establecida y los personajes son cercanos al lector de forma espaciotemporal. Son cuentos del siglo XXI, escritos por una narradora ecuatoriana sumamente talentosa. Pero hay un par de cuentos diferentes, atemporales, perversos y seguramente conflictivos para algunos lectores. Hablo de “Pasión” y “Luto”.
En “Pasión”, la voz narrativa también es femenina, pero desde esa olvidada voz que es la segunda persona. Es una mujer que podría o no estar hablando con María Magdalena, a propósito de Jesucristo y sus milagros. ¿Y si Jesús no es hijo de Dios sino un hombre ordinario y elocuente ayudado por una poderosa hechicera que no tiene nada ni a nadie en el mundo? La mujer de esta historia tiene poderes sobrenaturales, capaces de crear y destruir, de redimir, de hacer milagros:
Cuando encontraron a tus abuelos estaban secos, deshidratados, tiesos como esas culebras huecas que a veces aparecen en los caminos.
La mujer, que ha heredado los poderes y la maldición de su madre, es capaz de destruir y, tocada por la misericordia —completamente humana— de Jesús, también es capaz de crear:
A veces, mientras él contaba sus dulces historias de pescadores y pastores, tú apretabas la piedra gris de tu pecho y aparecían veinte, treinta, cuarenta personas o más a escucharlo como tú: con tu devoción infantil, como si fuera un mago, como si de su boca saliera miel, pájaros.
La prosa es poética y desafiante, llena de símbolos y alusiones, tiene cierto tono bíblico y profano, con tintes épicos, es la historia de Cristo pero no contada por él ni por sus discípulos, tampoco contada por ninguna religión. Es la historia de Cristo contada por la bruja que hizo posible todos sus milagros. Además, el punto más interesante del cuento es la reflexión, la denuncia, pues esto Cristo humano es capaz de traicionar a la mujer que le concedió los milagros que él le dio al resto de los hombres.
La cuentística de María Fernanda Ampuero problematiza los límites del cuento como género, combina subgéneros, estilos e influencias para crear un estilo propio. En sus relatos, Ampuero reflexiona y denuncia la violencia desde distintas perspectivas: la económica, en personajes que sufren la desigualdad; de género, por mujeres que son violentadas por su padre, su esposo o sus hermanos, sin mencionar esas complicaciones que afectan y condicionan la vida de cualquiera, sin importar su contexto. Hay también un acercamiento breve al deseo homoerótico, al descubrimiento de una sexualidad diversa que va más allá de los hombres.
Pienso que a lo largo del siglo XX, grandes narradores, hombres en su mayoría, hablaron de su visión de la decadencia, de sus burdeles, de su pobreza y sus excesos. De Onetti a Faulkner, de Arlt a Rulfo, las plumas masculinas compartieron su visión de la oscuridad. En el siglo XXI, es el turno de ellas. Ampuero, Harwicz, Colanzi, Ojeda, Rivera Garza y compañía nos dicen cuál es el rugido de las fieras y qué se siente escucharlo.
Bladimir Ramírez (Zapotlán,1996) es pasante de la Licenciatura en Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur. Ha participado en congresos nacionales, como el CONELL (Morelia 2018) el CONACREL (San Luis 2018) y el EIELLZ (2018). Ha tenido menciones honoríficas en concursos literarios universitarios. En 2019, su cuento “Libertad del conejo blanco” fue incluido en la antología Si era dicha o dolor, de Editorial Paraíso Perdido y La décima letra. Su cuento “Muñecas” fue finalista del concurso internacional de cuento Juan Rulfo 2020. Ha publicado textos en medio digitales como Plástico: Revista Literaria y El Septentrión. Su santo patrono es Pedro Lemebel y su alma gemela es Manuel Puig.