por Gabriela Delgadillo Guevara
Camila Sosa Villada
Las malas
Tusquets Editores, 2019, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 224 pp.
No deja de sorprender cómo lo cruento puede ser narrado desde una prosa poética. En Las Malas (Tusquets, 2019) la crudeza y la búsqueda de lo bello conforman una dialéctica constante que, como un hechizo, me embrujó desde las primeras líneas: “Las travestis trepan cada noche desde ese infierno del que nadie escribe, para devolver la primavera al mundo”. Camila Sosa Villada nos cuenta en esta novela sobre esas flores crecidas del inframundo. Imágenes luminosas encienden las historias de sus personajes, al tiempo que te transportan al sótano de una sociedad que se obstina en avasallar lo que no es idéntico a ella misma, lo que no se doblega a su norma.
Las travestis habitan en los márgenes del mundo, son el residuo necesario para afirmar a la buena sociedad y sus costumbres. Pero ahí donde anidan un halo mágico las corona. La Tía Encarna, personaje casi mítico, es la gran madre travesti que carga en su cuerpo deforme y doliente todas las marcas de las batallas libradas en sus ciento setenta y ocho años. Ella es la madre consuelo y la madre cruel que abre su ala de pájara multicolor a todos los marginales convertidos en monstruos, es también la cuidadora implacable de El Brillo de los Ojos, su hijo parido por la miseria humana. En torno a La Tía Encarna orbita el grupo de travestis del Parque Sarmiento en Córdoba: la Machi Travesti que tiene el remedio para todos los males y el contacto con las Diosas Travestis; Natalí, la séptima hija varón que en las noches de luna llena se convierte en lobizona; Camila, la joven puta que está aprendiendo las artes de la invisibilidad y el deslumbramiento travesti; María la Muda que se transformará en pájara, testigo del vuelo dramático a la libertad que da la muerte. Esta manada bestial se convierte en el clan de Camila, en la familia perdida. La casa de la Tía Encarna, llena de plantas fértiles que dan frutos y flores, es para todas esas huérfanas el refugio ante las asperezas de la calle, esa calle que da de comer y da para los gustos y las tetas pero que también hiere, escupe improperios y maltrato.
Llama la atención cómo el elemento fantástico que anima a la comarca travesti está ligado a una idea de naturaleza salvaje femenina. La dulce protección de La Tía Encarna guarda bajo su terso manto las garras y los colmillos que se usarán sin miramientos para defender la vida, de la misma manera que fueron usados por los animales sobre los que cuenta Camila, esas fieras llenas de miedo y cólera al quedar entrampadas y olfatear la muerte. Curiosamente, pero no por esto fortuito, el misterio que mueve aquel reino de hembras es incomprensible a la mirada masculina. Sólo un hombre que se cortara la cabeza podría tener ojos para apreciar su encanto y ponerse a la orden de su sabiduría irracional. Así que sólo el Hombre Sin Cabeza, personaje por demás sugerente, puede ser devoto del amor de La Tía Encarna: su capacidad extraordinaria para pensar con todo el cuerpo lo dispone al milagro.
A través de este mundo fantástico, la autora hace existir las entrañas de un universo travesti más allá de las lentejuelas que brillan de noche, en los confines de las urbes y de tantos pueblos como Mina Clavero; muestra la herida que lo signa bajo la costra social de la hipocresía. Quién podría contarlo mejor que quien ha entrado y salido de aquel sótano y hace del lenguaje un antídoto para los males cogidos en ese tránsito. El mandato de género, el padre como verdugo del mandamiento, lo potencia femenina sometida y vejada, el deseo masculino negado y transmutado en odio: todas esas violencias se lanzan en esta historia como látigos sobre los cuerpos y las vidas de las féminas nacidas para ser varones.
Fantasía y biografía se tejen con naturalidad en esta escritura que se sitúa en los linderos de la ficción y la no ficción. ¿Novela, crónica, autoficción? Letras insumisas al género, y exorcismo de los demonios que propicia el odio. Así como la presencia travesti subvierte el espacio que decide ocupar, así también Las Malas, de Camila Sosa Villada, infringe los cimientos de una “normalidad” infundada, de un heteropatriarcado impostor, y pone de frente a los ojos un mundo negado que, no obstante, se pasea por ahí coloreándolo todo. ♣
Gabriela Delgadillo Guevara (Ciudad de México, 1983) cursó la maestría en Estudios Latinoamericanos y la licenciatura en Sociología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Actualmente investiga, escribe y da clases. Su cuento “Lluvias” fue seleccionado para formar parte de la III Antología de Escritoras Mexicanas (2020) en el marco del III Concurso Nacional de Cuento organizado por Escritoras Mexicanas. Creadora en La Enredadera Producciones y profesora en la UNAM.
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