El profeta de las explosiones
No pienses, dijo el sabio, en las grandes ciudades
arrasadas por la dinamita, pues la tentación
de volarlas implican desde que fueron construidas.
Piensa en que la guerra destruye los barrios,
los barrios de casas pequeñas y salvajes jardines,
de casas grandes y apartadas, también;
casas con arañas, donde la intemperie juntaba
lenta, conmovedoramente, sarro en los vidrios altos,
hongos muertos en la madera, en un trabajo
que creía de siglos.
La política de los sueños
No tenerlos como presagios
que anticipan serpenteantes abismos
—por lo demás, ya vividos en el hecho de soñar
y que se vivirán dos, tres, cien veces,
hasta su consumación real;
o, sobrevenida la extinción del espíritu oracular,
se vivirán como recuerdos,
un atroz parpadeo de encanto, de pesar
o de inexpugnable sentido—.
Entenderlos como lo que es y no ha sido:
en sus escalones que no fueron bajados
había musgo y plasma, vívida era la mano carnosa
que ofreció un vaso envuelto en celofán
y Caronte en efecto dijo:
Vete de entre éstos. No es tu hora.
Y al despertar un humo cetrino ocultaba
parte de la ciudad en el noticiero.
Las imágenes del televisor puntuaban:
este infierno o aquel, este paso o el otro.
La solvencia del andar en la calle
o la vacilante pregunta al maestro:
¿qué diferencia de calidad,
qué diferencia de realidad poseen?
Y la gota sobre el esmaltado en el baño,
¿lacrimosa o amenazante? Y el tener la vida,
¿qué distingo ofrece sobre el no tenerla?
Li Po
Li Po no quiso hacer poesía de la corte
cuya proliferación de dorados y rojos lo habrá embriagado.
El innombrable despliegue de artesonados y trajes,
la imposibilidad de memorizar los detalles
de solo un atavío, conducían a la locura.
Fue a la montaña y se encontró con un paisaje
de barcas sobre cristal,
copas que destellaban como los rubíes,
el vuelo de las garzas y el de los sombreros,
la carne que no podía ser dicha,
el espectro de Tu Fu entre los altos pinos que cantaban
una canción irreal.
Bosques y laderas le recordaban
el musgo sobre las piedras
de los jardines imperiales, esa naturaleza en miniatura.
Li Po vio
que no podía escaparse de inverosímiles escenarios,
ni de las artes marciales y el arte caligráfico.
Fingió una perenne borrachera y mezcló elixires,
jamás supo si estaba dentro o fuera de sí,
en qué consistía la lírica.
Contrafrente
Una pieza vacía con un colchón
apoyado contra la ventana.
Una luz azul todas las noches en esa ventana
ilumina el alfabeto de un colchón y una pieza vacía.
¿Quién lo escribió, y cuánto va a durar?
Desaparecieron todas las palomas en los alrededores.
En cambio canta algo así como una oropéndola
todas las madrugadas, antes de que te duermas.
La luz azul sigue allí, casi seguro.
Fotografía de Sergio Brown
Jorge Aulicino (Buenos Aires, 1949). Comenzó su trabajo periodístico en semanarios de izquierda. Se desem-peñó luego en agencias, revistas y diarios, incluido “Clarín”, donde dirigió la “Revista Cultural Ñ”. Se incorporó en los años setenta al precursor taller literario de Mario Jorge de Lellis. A medida que publicaba sus libros de poesía, tradujo a Cesare Pavese, Pier Paolo Pasolini, Eugenio Montale, Luciano Erba, Franco Fortini, Antonella Anedda y Biancamaria Frabotta, entre otros numerosos autores italianos. En los años de la recuperación de la democracia, integró el Consejo de Dirección de “Diario de Poesía”. En 2012 reunió sus libros de poemas en Estación Finlandia. Ocho años después publicaría de nuevo su obra poética reunida, corregida y aumentada. En 2015 apareció su primera versión de la Divina Comedia. Ese año recibió el Premio Nacional de Poesía. Publicó dos libros de ensayos: en 2021 Poesía y política y, al año siguiente, breves trabajos sobre la Divina Comedia, bajo el título El amor que no perdona. Su colección de poemas más reciente —con el sello Barnacle— es El capital-La lírica.