El medio literario mexicano en 2024

 

por Jorge Cano Febles

 

Un efecto evidente de que, desde inicios de 2024, el público mexicano empezó gradualmente a perder interés en la figura presidencial —que ha monopolizado la conversación durante casi todo el sexenio— es el paralelo y creciente interés en el medio literario mexicano. Para buenas o para malas, los escritores mexicanos son, nuevamente, motivo de escrutinio. E, incluso, hemos visto en ciertos sectores el surgimiento de una suerte de ansiedad por jerarquizarlos o cancelarlos (pienso en la reciente polémica de la Revista de la Universidad o en el reciente acoso digital en “X” a Dahlia de la Cerda y a Nicolás Medina Mora). Del lado de la producción, parece que a ratos las rencillas literarias (interesantes, mezquinas o bobas) se reactivan, aunque en cada pugna el medio literario suela mostrar sus costuras. Uno, entonces, no sabe si nuestro medio literario está en su mejor momento desde la pandemia, en llamas momentáneas o ya en plena e inevitable decadencia. Por todo esto, hace tiempo que quería escribir los siguientes párrafos sobre lo que veo y lo que, para mí, es la situación del escritor mexicano en 2024.

   Lo más característico del medio literario mexicano es la consistente predominancia histórica de cierta ideología piramidal y centralista. El pensamiento piramidal es fácil de identificar porque, según esta visión del mundo, solo puede haber arriba y abajo, centro y periferia, ganadores y perdedores. Por ello, el medio literario mexicano tiende a funcionar con grupos y coaliciones que buscan un acomodo vertical y horizontal. Cuando en nuestra República de las Letras se habla de “mafias” o actitudes “mafiosas”, usualmente se habla sobre los comportamientos instrumentalistas de estos grupos.

    El miembro idóneo de estos grupos es el escritor promedio de la Ciudad de México. Los escritores dan forma a grupos sólidos, dinámicos o efímeros que buscan instalarse en la supuesta estructura y competir por recursos materiales o simbólicos. Todos quieren ganar y ser el “centro” del medio (o estar cerca del “centro” del medio); nadie quiere quedar relegado. O estás dentro de un grupo o estás fuera de todo el medio. Por lo tanto, los escritores mexicanos suelen cultivar alianzas, acuerdos y otros tipos reciprocidades.

    En este sentido, una de las muestras más patentes del sistema de reciprocidades de los grupos y coaliciones es el amiguismo en las reseñas y la promoción, que es una práctica universal en el medio literario mexicano. Algunos escritores mexicanos, en lugar de reivindicar un espacio autónomo desde el cual puedan emitir juicios objetivos o compartir lo que verdaderamente piensan sobre productos culturales o la realidad, suelen escribir crítica literaria para alabar (veladamente) solo a sus amigos. De este modo, aceptan ser algo así como un brazo de propaganda de sí mismos: al impulsar la carrera de mis compadres, empujo (claro) la mía. En otras palabras, suelen engañar al público, a los lectores y a la cultura, y doblegar su autoridad como escritores, críticos e historiadores, con el fin de consolidar su coalición en el medio.

    En contraste, el método coactivo preferido del medio literario sigue siendo el ninguneo. Si uno está dentro, uno puede ser el próximo Rulfo, la siguiente Clarice Lispector, el evidente presente de las letras; cada texto suyo es un acontecimiento único que revoluciona los géneros y nutre y regenera la tradición; los elogios no tienen techo. En cambio, si uno está fuera, ni siquiera merece ser denostado: uno simplemente no existe, no merece ser leído y su obra no merece ni archivo, atención o discusión alguna; ese autor, externo a nosotros y a nuestras dinámicas, merece ser ubicado en La Nada.

    Pero la competencia piramidal y patriarcal de egos en el medio solo representa un rasgo del contexto, porque la verdad es que la situación general de los escritores en México no es buena. La mayoría de los escritores mexicanos viven en una situación precaria e inestable, como la mayoría de los artistas. Y las tareas intelectuales son arduas y el escritor debe trabajar doble: participar en el mercado laboral (en las universidades, en las burocracias o de freelance) y leer y escribir de tiempo completo.

   Y, además, el talento es escaso. Las ambiciones de trascendencia, los vuelos de los egos son altos, el ansia de poder y fama abundan, pero no todos tienen lo necesario, y, aun entre los talentosos, el talento no basta, porque hay que trabajar obsesiva y diligentemente si se quiere producir algo de calidad. Cuando se frustra, el escritor promedio mexicano hace sentir su furia por su condición vía la mala leche y otros codazos horizontales para dejar a otros en el camino o arruinar la carrera de los que considera sus “enemigos”. La suma de esos malalechismos inherentes dan una condición malvibrosa al medio. Por el tamaño de los egos y su estructura piramidal, el medio literario mexicano es, irremediablemente, malvibroso. Cuando el medio literario revela sus costuras se debe a que la mala leche ya fue tirada (una vez más) en el espacio público, frente a los lectores.

    La envidia de los escritores mexicanos promedio por el talento y los privilegios de otros escritores mexicanos es difícil de entender porque, para un escritor, un lugar privilegiado es, como dije, un lugar de trabajo intenso, no de descanso o hedonismo. Son pocos los escritores mexicanos con privilegios y, de estos, todos los buenos escritores mexicanos con privilegios trabajan hacendosamente (y, en la mayoría de los casos, más, mucho más, que el resto de los escritores mexicanos sin tantos privilegios). La economía política de la mala leche del escritor mexicano promedio (creo) explica más sobre su infelicidad —por razones económicas, por desidia o por falta de talento— que sobre la supuesta felicidad de otros, dados ciertos privilegios económicos, intelectuales o sociales.

   Por otro lado, entran en el contexto el mercado y la influencia y el poder que en el presente tienen los conglomerados editoriales (como Penguin Random House y Planeta) y todo el aparato de medios en español, que busca vender libros masivamente.

   Se sabe que para ser considerado por los conglomerados el escritor mexicano, ahora, debe convertirse en marca: en un personaje con ideas y apariencia predecibles, como los limitados personajes de las series de Netflix. El escritor mexicano, ahora, no solo debe escribir bien, sino caer bien; o, mejor dicho: ahora, antes que escribir bien, el escritor mexicano debe caer bien. En las redes, el escritor mexicano debe mostrarse feliz y en movimiento: siempre en escena, siempre en progreso. Sus vestimentas, sus poses, su mundo: todo debe ser predecible, repetible, perfeccionable, atractivo, circulable, cuantificable y mercantilizable. El escritor mexicano debe aspirar a la fama y, por supuesto, servir para la fama; debe ser todo exterioridad y, también, debe ser siempre escritor: una botarga de sí mismo, como el resto de las celebridades.

   Es por eso que, desde hace años, el ecosistema del libro se ha visto invadido de políticos, deportistas, influencers y pseudo-escritores que cumplen a cabalidad con estas funciones frívolas. Para los conglomerados, el mejor escritor es el pseudo-escritor con tintes de influencer que escribe exclusivamente novela.

   Para ser editado por el conglomerado y que el conglomerado venda libros, el escritor debe escribir menos literariamente e intelectualmente. El escritor, ahora, debe agradar también con su literatura. La literatura tiene que entregar al lector promedio historias coherentes con las que se sienta identificado y que le generen algunos sentimientos positivos y entrañables. Para el consumidor burgués, comprar un libro de moda es equivalente a visitar un destino de moda o comprar un perro de moda, una planta de moda, el platillo de moda o un mueble de moda, porque la moda, la competencia, la acumulación y el consumo son su mundo y razón de ser. Entonces, el arte que pretenda complacer a estos consumidores debe ser necesariamente acrítico y tender hacia la decoración, porque el lector burgués debe quedar satisfecho con el libro que cierra y con el mundo que habita.

   Según El Mercado, entonces, el escritor mexicano carga con la responsabilidad de mutar: ser más bestseller, más hermana Kardashian, que artista. El aburguesamiento del aparato cultural pasa por reemplazar a la experimentación, la innovación formal y la complejidad —y a todo el arte que hace de la literatura un arte—, en favor de historias fáciles y chabacanas que se puedan empaquetar y publicitar expeditamente. Según esta no-literatura, el libro ya no debe ser una zona de resistencia de la sociedad y sus lenguajes. Igual que como una serie de Netflix, el arte debe ser transparente y claro, para que circule mejor. En específico, el lenguaje de las obras de los escritores debe reflejar, ahora, el lenguaje flojo y muerto de los conformismos de la sociedad.

   Los escritores en lugar de retratar, retorcer y reírse de los avatares de sus sociedades, deben saciarlas. Mundo invertido: el escritor mexicano, ahora, debe satisfacer el gusto de las masas homogenizadas, solo porque así lo demanda El Mercado. En lugar de disolver las modas, el escritor debe perseguir las modas. El escritor ya no debe sentarse a escribir sobre los asuntos, desde su punto de vista, sino sobre los asuntos que les interesan a otros, según el punto de vista de otros. El escritor, entonces, debe disolverse: renunciar a su libertad creadora, a su individualidad y aceptar ser un esclavo del gusto de los consumidores que, a la vez, son esclavos de la publicidad y los mecanismos del medio económico. El escritor mexicano, pues, debe recibir dictado. Su zona de trabajo ya no debe ser el futuro (los caminos por abrir), sino el presente: las opiniones y ataduras del statu quo simbólico, cultural, económico y político.

   Pero la literatura (si algo es) es un lugar de exigencia. Y una zona de libertad. Y de trasgresión. Y de comedia (sobre la sociedad).

   Es común escuchar a los editores españoles declarar que ya se publica demasiado, que ya hay demasiados escritores, que se publica más de lo que se lee, pero esto es cierto en términos brutos y falso en términos netos. La producción editorial del presente es (en efecto) inabarcable, pero la publicación de buenos libros literarios, académicos y periodísticos sigue siendo magra, como siempre lo ha sido. Se produce mucho y la máquina de publicidad infla todo, pero hay pocos libros de buena calidad. Búsquense los buenos libros en los últimos treinta años, los de mayor ímpetu editorial neoliberal: para cada género, fácil tarea es separar los granos del trigal.

   Eso del lado del Mercado, pero del lado del Estado y el espacio público, la cosa en México está peor que en mucho tiempo. Algunos exaltados miembros del Partido han hecho del asedio a académicos, periodistas, intelectuales, investigadores y escritores mexicanos una suerte de misión de vida. Asimismo, hemos visto una proliferación de fanáticos y propagandistas, principalmente en la Ciudad de México, que toman posiciones en el espacio público y en los medios y, con mucha solemnidad, se sientan a repetir sandeces e irrealidades, también por deporte. Esto sucede porque hay una búsqueda perpetua de estos grupos por distorsionar y participar en lo que ellos llaman “la guerra de narrativas”. Pero, a la vez, ellos están en el gobierno, tienen mayorías en todas partes y gobiernan sin límites o apego a la ley, entonces no se trata sino de una ansiedad de control total francamente delirante.

   Al mismo tiempo que el espacio público mexicano ha quedado minado de agresiones, mentiras y de un proceso de vaciamiento crítico, hemos visto en el ámbito político un auge en la judicialización de la libertad de expresión que va en detrimento de la libertad de expresión en general y que afecta, indudablemente, al trabajo literario. Si a esto sumamos que en el territorio el asesinato impune de periodistas y activistas sigue siendo cotidiano, tenemos un cuadro completo realmente macabro. Hoy el espacio público mexicano es una zona rara y hostil poblada de gente muy exaltada que piensa y se comunica con muletillas y mentiras, que tiene poder efímero (y no saben usarlo…) y que están desesperados por tener todavía más poder, y donde la libertad de expresión ha perdido terreno.

   El evidente desprecio de la coalición gobernante por el conocimiento, las leyes, los datos, las artes y la democracia y el evidente desprecio (en específico) por las minorías se han visto reflejados, igualmente, en los recortes presupuestales a ciencia y cultura. En el espacio público, el gobierno ha buscado arruinar las carreras de escritores, académicos, periodistas y activistas que considera “enemigos” y en las instituciones, en nombre de la austeridad, de la centralización o de la más sórdida estupidez, ha pretendido desaparecer programas, patrimonios, apoyos y espacios sin compasión. Es decir: al tiempo que el gobierno efímero gestiona afuera una campaña permanente de hostilidad en contra de los escritores mexicanos, dentro de las instituciones la ofensiva contra la cultura mexicana y el patrimonio cultural nacional ha venido desde la misma secretaría, que, en lugar de defender al sector, ha justificado los ataques y recortes. Por ejemplo, durante este sexenio, en lugar de descentralizar los recursos, la Secretaría de Cultura los centralizó y gastó cantidades exorbitantes y ridículas en Chapultepec: Naturaleza y Cultura, un proyecto priista, opulente y completamente innecesario, en el bosque más remodelado de toda la historia del país.

  Lo que sucede en cultura es lo mismo que se ha repetido en otras instituciones: en nombre de la “transformación” (retórica…), y sin diagnóstico alguno o idea de nada, se entierra lo que funcionaba y costó años construir y en su lugar se erige y consolida lo que no. En muchos casos, las autoridades mexicanas de cultura, en lugar de hacer cultura, han decidido hacer menos cultura, no hacer cultura o, de plano, destruir la cultura ya existente. Y así parece que funciona el populismo aquí y en el resto del mundo: Estado en el que llega, lo devasta, degrada, corrompe y corroe. El peor efecto de este catarro de las democracias contemporáneas es llegar a un momento límite en que el Estado se empieza a comer a sí mismo.

   Muchos espacios de cultura, como sea, han sido destruidos o cooptados por El Partido. En las instituciones hay un intento de imposición de una visión fanática de que las cosas no son como son, ni pueden ser como proponen los mexicanos, los datos duros, los escritores o los artistas, sino como dicta El Líder. Entonces, si el escritor o el artista quiere participar en las instituciones, su mundo debe quedar y expandirse en los límites de la fantasía. Nada es lo que es: si el escritor mexicano quiere ser en la hegemonía política, debe seguir el mundo de locos de El Partido (cuyo único programa es el mundo de locos de El Líder).

   Algo de esto ha sucedido, por ejemplo, en el Fondo de Cultura Económica, que, si bien entiendo, identifica al arte conceptual (o ligeramente experimental, ligeramente exigente, ligeramente “inmoral” o ligeramente bueno) como arte de la reacción y de “los oscuros años” del neoliberalismo. En respuesta a estas estéticas y para llegar a más amplios públicos, el Fondo ha promovido una literatura (yo diría) juvenil y también fácil o francamente mala que contrasta con lo mejor de la literatura mexicana (que, por cierto, se encuentra en el catálogo del Fondo y que es decididamente ambiciosa, experimental, exigente, social, divertida y crítica: Azuela, Usigli, Gorostiza, Rulfo, Paz, Fuentes, del Paso). Además, el Fondo, que es un gran activo del Estado mexicano y que aloja buena parte del patrimonio artístico e intelectual nacional, ha sido utilizado para la publicación de algunos malos libros de los amigos del editor y de la gente de El Partido.

   Todo esto ha tenido varios resultados. El primero es que el intento por suplantar a escritores e intelectuales por propagandistas solo ha hecho más evidente la distancia irreconciliable entre los verdaderos escritores e intelectuales mexicanos y los nuevos charlatanes, no solo en talento o en ética laboral, sino prácticamente en todo. En otro sentido, yo creo que muchos escritores e intelectuales mexicanos, ante la hostilidad y el aplanamiento del espacio público o por su falta de herramientas para entender al presente gobierno y los procesos políticos y cambios (buenos o malos) que evidentemente ya se dieron, han decidido optar o por el exilio interior o por hacer obra más discreta (con menos fuerza), por miedo a llamar la atención y convertirse en blanco de represalias. El otro daño es indirecto: como la hostilidad de El Partido hacia cualquier heterodoxia es total, no hay incentivos para que empresarios financien nuevos proyectos alternativos de cultura en el espacio público, como se hacía antes, con grandes beneficios para la conversación pública y México.

    En conclusión, el gran tema del medio literario mexicano en 2024 es la pérdida de libertades del escritor. Hoy el escritor mexicano se encuentra constantemente asediado. Su espacio de expansión, tanto en el espacio público como en la hoja en blanco, se ha restringido. Hoy se le exigen asuntos; se busca, incansablemente, su disciplina. En otras palabras, lo que hoy está en juego es la soberanía del escritor y del artista para ser, decidir y crear autónomamente. Se trata, digamos, de un tema de autoridad. El escritor mexicano debe conquistar, de nuevo, la agencia para escribir sobre los asuntos del mundo, desde su punto de vista y con sus formas. Debe resistir y revertir la balanza.

   Al escritor mexicano se le ha invitado a perder autoridad en los temas que le competen, por gente que no sabe qué es literatura, el arte o el mundo del libro. Ahora la sociedad le quiere escoger al escritor sus temas, su personalidad e, incluso, su lenguaje. Entonces, según La Sociedad, El Mercado y El Partido, el territorio de expansión del escritor, ahora, debe ser solamente “lo correcto”.

   Del lado del Mercado, todo está convertido en una cuestión de cuerpos (de carnes, pieles, pelos, tatuajes), poses y marketing, no de arte. Porque, para El Mercado, el escritor es más importante que la literatura y porque las ventas son más importantes que la literatura. Pero nada que haya sido escrito por dinero vale la pena ser leído.

   Y del lado del Estado, la libertad se está achicando: hay menos espacios y los pocos que quedan han sido cooptados por los propagandistas y locos de El Partido. Y, además, la libertad de expresión se ha ido acotando, y yo creo que se seguirá acotando, porque El Líder y los miembros de El Partido muestran una indiferencia escalofriante ante el asesinato (sistemático) de periodistas, activistas, servidores públicos, representantes y ciudadanos.

   Si izquierdas y derechas se alían al momento de exigir arte fácil y desechable, una literatura con un lenguaje transparente e inerte, lo que yo llamo una no-literatura, el escritor mexicano tiene que recordar cómo enunciar el “NO” más prominente, perfecto y estético. Tiene que aprender a separarse de la ideología piramidal y encontrar un espacio autónomo desde el cual escribir con libertad e identificar, en las regiones de El Mercado y El Partido, fugas para colar, reproducir y vulgarizar heterodoxia. Debe recordar que si algo define a la literatura es que es la zona de libertad por excelencia. En un momento en que proliferan las jaulas, los acosos y la más indomable, múltiple y lamentable idiotez, debe recordar que la literatura es la exploración inteligente de “un afuera”.

   Y que lo concerniente al escritor no es el estancamiento y el dominio sino el movimiento y la cooperación, porque los escritores no compiten o escalan, sino proponen, disuelven, avanzan, retuercen, revelan, intercambian, aportan, acompañan, sugieren, preguntan, empujan, historian, juegan.

   Como dije, no se sabe si el medio literario mexicano está en llamas, en un proceso de transición o sufriendo una dolorosa enfermedad terminal. Pero en tanto que haya necesidad de expansión de imaginarios y de profundizar en las cuestiones, necesidad de activar el lenguaje para examinar la sociedad y dislocar sus valores podridos, necesidad de innovar y modificar cómo se está y cómo se vive el mundo, la literatura mexicana seguirá sucediendo. En las editoriales de artistas, en los suplementos literarios, en las revistas de las universidades, en las editoriales independientes o, a veces, en las grandes editoriales, por esos escombros seguirá avanzando, reverdeciendo y renovando el mundo la buena literatura mexicana. ♠

 

Jorge Cano Febles es escritor y politólogo. Es coautor, junto con Anuar Portugal, de Cartas a un joven diseñador (RRD, 2020) y autor de Sopa de huesos (RRD, 2022). Entre 2015 y 2017, perteneció al equipo editorial de Horizontal. En 2023 fue becario Jóvenes Creadores (antes Fonca) en la categoría de Ensayo Creativo. Su próximo libro se titula Terciopelo negro (Editorial Gato Blanco, 2024).

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