Tortugas Ninja

 

Casita

Quieres jugar a la casita
se burló mi padre
cuando le dije que me iba de su casa,
yo tenía diecinueve años
y el tsuru viejo de mi novio
me esperaba afuera
me llevé en bolsas negras para basura
mi ropa mis dos pares de tenis
y mis pocos libros.
Qué tonta, año tras año
volví a esa casa en mis pesadillas
mi carne me arrastraba simbólicamente
a los mismos sitios del trauma.
Sí, papá, siempre he querido
jugar a la casita
el techo se me viene encima
las puertas azotadas
los cuartos oscuros
mi llanto repetido porque
otra vez había elegido mal.

Siempre quise jugar a la casita
un hogar donde pudiera cocinar
sin caras largas ni ansiedad.
En estos días miro las cortinas
de mi departamento:
unas floridas otras grises
amarillas las de la cocina
todas medidas y elegidas
para cubrir mi casita.
También la estufa usada
la vajilla que voy comprando
plato por plato taza por taza
la cocineta que empotraron mal
y aquella lámpara transparente que elegí
una noche en que quise alegrar mi sala.
Incluso la silla en la que me siento
un esfuerzo más por crear
eso que mi padre pensó
que no podría lograrlo sola.
Hace catorce años que juego a la casita
he traído a hombres
que no quieren o no pueden jugar,
después de todo
hay puertas que siguen atrancadas
dentro de mí.

Hay veces en que yo misma
me vuelvo mi padre violento
el mismo alcohol en mi garganta
deteniendo el grito que me quema.
Al final esta es mi casa
estos son mis gatos
estas mis cosas
y estos son los errores
que repetí a la manera de mi familia.
Pero ya no tengo diecinueve años
tengo treinta y cinco
y sé cómo limpiar los pisos
tallar las paredes
cocinar por las mañanas
y multiplicar mis platillos para mis amigas.
Ya rento mi casita
ya no voy de empleo en empleo
y he escrito libros completos
cuando hace años no podía
ni siquiera aceptar
que la escritura era lo mío.
Esto es mío          me digo
esta es mi casita
si estoy sola y si salgo
o me quedo adentro
esta soy yo
y este es el nuevo concepto
que tengo de familia.

 

 

Tortugas Ninja

Siempre quise vivir con alguien
hacer lo que las parejas hacen
una disputa en la puerta del baño
por la marca barata del papel higiénico
irnos a dormir enojados
por la manera reiterada y caprichosa
con la que exprimiste la pasta dental
el reclamo otra vez porque no lavé los trastes.
Quería darte un abrazo al irme a acostar
despertar a mitad de la madrugada
contarte que soñé con las tortugas ninja
hablar entre dormida y llorando
relatando de nuevo esas pesadillas
mis gatas heridas huyendo de casa
o un grupo de militares acribillándome.
En fin        quería tener a alguien
con quien compartir la intimidad
del aliento modorro y agrio de la noche.
No sabía que el hogar podía retroceder
a nuestros hogares primigenios
que las bocas de nuestros padres se abrirían de nuevo
para azotar las puertas antes de irse a trabajar
que tomarían nuestras manos y nos reclutarían en su odio.
Nunca sospeché que nos volveríamos amargos
dulces secos y pegados a los cabellos
manchas en la pared
jarrones quebrados en el piso
muebles envejeciendo.
No sabía que mi cuerpo llevaba muy adentro
los lenguajes aprendidos en la casa de mi infancia
que el enojo era un cuchillo que afilaba día tras día
limaba mis dientes y endurecía la saliva.
No sabía que tu miedo crecería en tu brazo adolorido
la emergencia del terror
paralizando tu jornada laboral
un ataque de pánico no enunciado.
Durante años viví completamente aislada
pagando la renta de mi soledad
alimentando la paciencia de mis gatas
bebiendo descontroladamente
invitando a un hombre diferente cada semana
un hombre que tuviera el valor de venir a dormir en mi cama.
En el momento en que le di la bienvenida a la vida en pareja
mi departamento se volvió pequeño
los cuartos me sofocaron
la suciedad se hizo más notoria
y mi alcoholismo sobresalió como la espuma mugrosa
que se eleva cuando lavas la ropa.
Empecé a endeudarme a la manera de mi padre
me aguanté el hambre para vengarme de las veces
en que mi madre llegaba tarde para hacernos de comer,
ese cordón umbilical no lo adelgazó el tiempo
lo volvió más fuerte y conectó el amor
al sabor podrido de la leche.
Las ventanas retumbaron
los vecinos se volvieron
los mismos vecinos de mis padres
que dudaban si llamar a la patrulla o no
si las peleas de pareja debían quedarse detrás de la puerta
o no sé qué estábamos haciendo entonces
si todo era una puesta en escena
de mamás rogando porque te fueras
de hijos que no eran nuestros hijos
eran mis gatas asustadas
corriendo por el departamento
confundidas por el jalón y los empujones
y ya no sé dónde perdí
aquella mañana serena en que desperté y te dije
que había soñado con las tortugas ninja
y tú solo preguntaste: ¿Con las cuatro?
y yo te respondí: Sí, con las cuatro.

Fotografía de Silvia Cedillo

Iveth Luna Flores (Apodaca, Nuevo León, 1988). Licenciada en Letras Mexicanas por la UANL. Es autora de los libros de poesía Comunidad terapéutica (Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2016), Ya no tengo fuerza para ser civilizada (UANL, 2022) y Mis amigas están cansadas (Dharma Books, 2024); sus ensayos, relatos y poemas han aparecido en revistas como Este País, Punto de Partida y Periódico de Poesía (UNAM), Estudios (ITAM), Tierra Adentro, Armas y Letras, Letras Libres; y en diversas antologías nacionales e internacionales. Fue becaria del Centro de Escritores de Nuevo León y del programa Jóvenes Creadores del FONCA. Actualmente es becaria del Sistema Nuevo León para el Impulso y la Creación e imparte talleres de poesía especializados en temas como la familia, el hogar y la intimidad, además asesora y edita libros en construcción.

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