Francisco Postlethwaite Montijo: estética de los confines

 

por Jorge Damián Méndez Lozano

 

El artista plástico Francisco Postlethwaite (Mexicali, Baja California, 1973) me recibe en su estudio, ubicado a tres calles de la línea fronteriza con Estados Unidos. En el 2011 en este departamento se inauguró «Galería Depto. 4″, un espacio artístico destinado a la exposición de arte que hoy funciona como espacio de trabajo. En una de las paredes del estudio está colocada una pintura matérica, es decir, una pintura abstracta realizada con diversos materiales como pintura, pedazos de papel, trozos de cartón, la hoja de un libro de poesía de Jaime Sabines, la portada de una biografía de José Alfredo Jiménez y una página del libro La panza es primero (1973) del caricaturista mexicano Rius. Sobre esta pieza explica Postlethwaite: «Todos los pedazos de esta obra los recuperé de la casa de mi abuela materna. Hace como dos años mi mamá me dijo: ʻVan a tumbar la casa de tu abuela, ve a ver qué encuentras ahí’. Todavía sigo utilizando todos los materiales que me llevé; esa casa tenía como tres años abandonada».

   Desde 1997 Postlethwaite y hasta la fecha ha participado en distintas exposiciones individuales y colectivas dentro y fue del país. Ha sido seleccionado en la VII Bienal de Artes Plásticas del Noroeste de México (1999) y la XIII Bienal Plástica de Baja California (2001). Su obra forma parte del proyecto fotográfico La frontera: Artists along the US-Mexican Border, del fotógrafo documentalista alemán radicado en Nueva York, Stefan Falke, con el que desde el 2008 ha entrevistado a más de 200 artistas que viven y trabajan en ambos lados de la frontera: desde Baja California hasta Tamaulipas y de California a Texas. Además está incluido en el libro Cambio y permanencia: las rutas abiertas del arte bajacaliforniano del Siglo XXI (UABC, 2014) del escritor Gabriel Trujillo Muñoz. En marzo de 2024 presentó en Mexicali su exposición Hecho a pedazos, en las instalaciones de Cetys Universidad [Centro de Enseñanza Técnica y Superior].

―No es muy común tu apellido paterno, ¿cuál es tu origen familiar?, ¿hay algún pintor o dibujante en tu familia?
―Mi papá nació en Mazatlán, Sinaloa. Fíjate, para que veas de qué tan lejos viene el chingado apellido Postlethwaite, mi bisabuelo paterno era de Inglaterra, pero ya mi abuelo nació en la Ciudad de México y yo y mi hijo nacimos aquí, somos ya cuatro generaciones de mexicanos. A mi abuela, que era de apellido Duhagón, que es francés, mi abuelo la conoció en un ingenio azucarero donde había franceses que estaban en Mazatlán por la cuestión del azúcar y ahí nace mi papá, pero a los dos años se lo traen a Mexicali. Mi abuelo trabajaba en Mexicana de Aviación y creo que llegó a Mexicali en el primer avión que aterrizó aquí; después era el encargado del primer aeropuerto de Mexicali como en los años cuarenta. Mi mamá nació en Caléxico [California], de pura casualidad, porque mi abuela andaba allá. Mis abuelos maternos son de Trincheras y Hermosillo, Sonora; de allá son los Montijo. Yo veía que mi abuelo materno dibujaba muy bien. Recuerdo una vez que mi abuela estaba lavando los platos y mi abuelo la dibujó de espaldas y ahora pienso que lo hacía bien, pero en mi familia artistas profesionales no hubo, que yo conozca.

―¿Cómo inició tu interés por el dibujo y la pintura?
―Mi inquietud por pintar inició, más que nada, por los funnis, por los comics, por el dibujo con texto. Me llamaban mucho la atención las historietas como Hermelinda Linda, Andanzas de Aniceto, Memín Pinguín, El Transas, El Patadura; puros comics que hacían referencia a la mexicanidad. Algunas de las historietas eran de la editorial Editormex que también hacía, por ejemplo, las Aventuras de Capulina. Nunca fui fan de Spiderman, Batman o esas cosas, fui más de caricaturas y caricaturistas mexicanos. De morrillo vivía en el fraccionamiento Villafontana y en San Marcos, la colonia que está enseguida, había un puesto de comics y periódicos en donde están las cuatro esquinas. Recuerdo que todas las pinches semanas, agüevito, iba a comprarme el comic nuevo. El comic fue mi primera afición.

―Creciste en la frontera México-Estados Unidos en donde había facilidad para consumir lecturas en inglés, ¿por qué preferiste los contenidos en español?
―Creo que por las escuela en las que iba aquí en Mexicali. Estudiaba cerca de mi casa, en el Instituto Valle que no era bilingüe ni nada. Todos mis camaradas éramos de ver televisión mexicana, comics mexicanos; lo gringo era otro asunto, aunque la música sí la escuchaba en inglés, pero también oía mucha música en español. Desde morro escuchaba música de mi jefa y mi papá como José Alfredo Jiménez, Cuco Sánchez y eso lo combinaba con toda la onda del rock de los ochentas como Twisted Sister, Ratt y esas cosas. Me llamó la atención el comic mexicano porque estaba acostumbrado a ver televisión en español. Me gustaba El Chavo del Ocho y las películas de Cantinflas y Pedro Infante. Y sí fui de la generación que veía caricaturas gringas los sábados en la mañana [transmitidas en los canales de televisión de El Centro, California y Yuma, Arizona], pero nunca me robaron la atención. Desde morro me gustaba leer en español y sí aprendí inglés, pero el básico que me enseñaban en la escuela. Después fui conociendo la onda gabacha, pero realmente yo me enamoré del español en versión caricatura y comic.

―¿Cuál fue tu primera obra realizada, esa que te hizo saber que tenías talento en el arte?
Fue en el 97, tenía 23 años y pensé que podía dedicarme al arte. Entré a un concurso de dibujo-caricatura en el CECUT [Centro Cultural Tijuana]. Convocaron a caricaturistas y obviamente nos pidieron participar con seudónimo. Firmé como Frank Lorenz, pero ahora sólo firmo como Lorenz, por mi ahora esposa, antes mi novia, que se llama Lorenza. Gané el segundo lugar y estaba que no me calentaba ni el sol; me emocioné mucho. Desde ahí empecé a meterme a cursos de dibujo. Quise entrar a la licenciatura en diseño gráfico, pero tenía que irme a Tijuana. Aquí en Mexicali entré a la licenciatura en ciencias de la comunicación en la UABC [Universidad Autónoma de Baja California], pero la dejé a los dos semestres porque no tenía nada que ver con lo que quería. Me casé muy joven y pensé que no me podía ir de la ciudad y busqué opciones. Entré a un curso de expresión grafica en la Casa de la Cultura, pero seguía en la onda del dibujo y el diseño. Después iba y venía a Los Ángeles, California, a estudiar cursos de arte.

―Hoy te dedicas totalmente a las artes plásticas, pero ¿cuál fue tu empleo anterior? Y en caso de haberla, ¿qué enseñanza te dejó en tu trabajo actual como pintor?
―Me dedicaba al diseño gráfico, pero no lo estudié formalmente. Lo que hice fue buscar planes de estudio, siempre me ha gustado hacer las cosas a mi manera y me preguntaba qué tanto podía haber en los planes de estudio que no pudiera aprenderlo yo solo. Como ya había internet busqué el plan de estudios de la Universidad Iberoamericana y de otras escuelas de diseño en México y me puse a estudiar; me compré los programa de diseño Photoshop, Freehand y todo eso; soy autodidacta, pero no 100%. Llegaba a las agencias de publicidad y cuando me pedían el título universitario les decía que no era licenciado, pero que no me dieran contrato, que primero me pusieran a prueba una semana y si no les sacaba la chamba me iba. Afortunadamente siempre quedé bien, les gustaba lo que hacía. Trabajé como diseñador gráfico en el periódico La Voz de la Frontera, en la agencia Ideas que Venden y en el Museo Sol del Niño. Después, en algún momento, el diseño gráfico ya no era lo mío, pero todavía me gusta porque me ayudó a organizar mis ideas y mis dibujos en la computadora y a repensar mis ideas y no hacerlas tan al bravazo. También me enseñó a ver la composición de la imagen y no solamente la cuestión de la materia, como ahora lo hago. Por mi trabajo como diseñador aprendí cómo tratar con los clientes y a ver otras posibilidades de cómo hacer el trabajo; muchas veces piensas que vas a quedar bien haciendo lo que el cliente quiere y muchas veces quedas mejor cuando haces lo que tú quieres; en la pintura es igual.

―¿Cuál es tu ritual de trabajo; horario, música, bebidas?
―Soy muy convencional en ese aspecto, muy desorganizado, muy cuachalote [descuidado]. No tengo rutinas porque no soy muy afán a ellas. Hay días que trabajo tres horas y a la chingada, dejo todo y hay otros días en que me puedo quedar a trabajar 12 horas seguidas aquí en el taller; todo depende de la obra. A veces puedo hacer 10 dibujos en una hora y con otra obra puedo durar hasta dos meses. Con algunas obras que he expuesto he durado hasta cinco años en terminarlas, entre comillas, porque las vuelvo a traer al estudio y mientras las tenga a mi alcance visual les vuelvo a poner cosas o les engrapo o pego algo, pero bueno. Tampoco me gustan los horarios, he tratado de tenerlos, pero no puedo. De repente llego al taller y en cuatro horas no hago nada y cuando ya falta media hora para irme a una cita se me ocurren un chingo de cosas y lo termino. Sobre bebidas para trabajar, pues, soy pisteador, tal vez para otros sería alcohólico, pero para Mexicali soy bebedor habitual. Me gusta tomarme unas dos o tres cervezas entre semana y el fin de semana un poco más, aunque para mí el fin de semana comienza el miércoles, pero para trabajar en la obra no influye tanto. Sobre la música, me gusta trabajar con ella y escuchar de todo, siempre dependiendo del estado de ánimo que ande. Puedo poner música ranchera o a Cuco Sánchez y de repente le cambio a un blues de Maddy Waters, pero a veces pongo el radio o noticias. Todo depende de lo que esté trabajando, no es lo mismo trabajar obras de gran formato a trabajar obra en papel sentado en una mesa dibujando, es diferente el mood, ahí sí pongo jazz, algo más tranquilón, pero cuando estoy haciendo obra de gran formato oigo lo que salga: rock, heavy metal o música de los 80 como Mötley Crüe. Soy muy versátil, a veces pongo a Marisela o Lupita D’Alessio y de repente un jazz súper estridente como Charley Mingus, Miles Davis, John Coltrane.

―Como forma de vida y actividad económica, ¿qué evento te llevó a tomar la decisión de dedicarte de tiempo completo al arte?
―Fue en el 2003, tenía 29 años. Me fui a España y eso me cambió la vida. En ese tiempo trabajaba como diseñador gráfico en el Museo Sol del Niño y un día, cuando apenas comenzaban las páginas de internet, vi que un pintor que me gusta mucho su trabajo, Ángel Haro (Valencia, España, 1956-), ofrecía un taller de pintura contemporánea; sobre todo para los de Europa, porque él no pensaba que de América iba a ir alguien, pero fuimos dos estadounidenses y yo como mexicano. Para ser aceptado mandé diapositivas de fotos de mis pinturas y quedé seleccionado tres semanas antes de tener que irme; el maestro me dijo que le habían gustado mis pinturas y me fui. Llegando a España me pude hospedar gratis unos días en Madrid y después en Caravaca de la Cruz [en la Región de Murcia] entre 15 artistas italianos, españoles y estadounidenses rentamos una casa de asistencia, grandota, con muchas recámaras; todo nos complementamos muy bien, hubo una fiesta muy chingona entre todos; la residencia artística era en El Jardinico [centro cultural]. La universidad que me certificó fue la Facultad de Bellas Artes de Valencia, de donde es la paella y que está a dos horas en auto. Me gustó mucho el viaje porque no era la típica zona turística como Madrid o Barcelona. Si tuviera que comparar Murcia es como Chiapas, es decir, es en donde están muy arraigadas las tradiciones y se habla el español español; aparte hay mucho flamenco e influencia africana; está pegado a Andalucía que es la parte concentrada de la España en donde hay mucha música flamenca y cantaor flamenco. Esa temporada en España, aparte de la experiencia en lo artístico y de los conocimientos que obtuve de un artista que admiro, fue una ganancia en la cuestión personal porque me dio mucha seguridad y me hizo saber que sí se puede vivir del arte. No fui a un medio artístico muy alejado de mi realidad, fui a un lugar donde había circunstancias, conocimientos y un feeling parecido de lo que es la pintura; entonces pensé que no es Mexicali, no es el país, es en el mundo en donde te tienes que mover. Hay cosas que hicimos en Murcia que hasta la fecha siempre he querido hacer, por ejemplo: grabados en la calle; pintábamos las tapas de alcantarilla y los adoquines y encima poníamos una tela de dos por dos metros y luego con una aplanadora las planchábamos y al quitarla quedaban grabados los adoquines o las formas de la tapa. Cuando volví de Murcia ya tenía 30 años y a partir de ahí pensé que esa sería mi profesión.

―Una etapa de tu trabajo artístico son dibujos y pinturas de rostros humanos, lo cual mostraste en exposiciones como Los madreados (2012) y Tratado sobre el rostro (2012), ¿por qué este interés?
―Creo que mi fijación por los rostros es por el impacto que tuvieron en mi los funnys. Hermelinda Linda, por ejemplo, eran monos muy gráficos, muy caricaturizados; los ojos botados, rostros muy expresivos, entonces, creo que de ahí me quedó la onda de crear rostros; el rostro es la identidad del ser humano y el reflejo de su personalidad y carácter. Luego de pintar rostros me fui al torso, luego a todo el cuerpo y luego a otras técnicas de la figura humana. En el caso de la exposición Los Madreados se trataba de rostros donde la nariz era prácticamente todo el rostro, hacía referencia al olfato, a cómo es el centro de la memoria; cuestiones más filosóficas, así de clavado era. Me remonto a mi etapa en la primaria y recuerdo que lo primero que yo dibujaba eran caras. Un amigo y yo siempre dibujábamos y teníamos varios cuadernos llenos de caras. Nos hicimos especialistas en rostros y dibujábamos a los maestros, a los alumnos; hicimos cuadernos y cuadernos de dibujos que no sé dónde están, pero que ahorita me encantaría ver. Inventábamos nombres como Javier «Escupitajo» Martínez y pintábamos a un güey narizón, con sombrero, greñudo. Mucho tiempo me dediqué al rostro y me clavé en los conocimientos de anatomía; tengo libros de eso y de rostros y la fregada, pero siempre me quedaba el gusanito de seguir, de brincar a otro lado y empecé a deformar y hacer los rostros como yo quería, quitándoles y poniéndoles cosas. Me metí a técnicas de cubismo para dibujar rostros distorsionados y mucho tiempo fueron rostros y después me fui a lo abstracto y regresé al rostro como después de 10 años.

―Tu obra es rica en texturas, en el caso de los rostros, ¿a qué materiales has recurrido para su realización?
―He utilizado de todo tipo de materiales que te pueda imaginar para pintar, desde cosas básicas como lápices, hasta chapopote, emulsión de asfalto y pintura doméstica mezclada con todo tipo de materiales; no le hago feo a nada, hasta he usado ropa intima. Una vez usé un viejo calzón mío, lo estiré y el elástico lo usé para hacer una parte del rostro de una obra; le dio un efecto. En un salón privado de Cervecería Ícono [ubicada en las instalaciones de la antigua Cervecería Mexicali que funcionó de 1924 a 1973] hay varias obras mías que son como puertas, esas piezas son las primeras que hice con el material que agarré de la casa de mi abuela que iban a tumbar; cartón, cortinas, tela, toallas; todo eso lo pinté y lo llené de chapopote y barnices y con eso hice esas obras de Ícono.

―Te defines como melancómico, ¿qué significa ese concepto?
―Yo me considero melancómico, ni trágico ni cómico, sino algo entremedio. Sí reflexivo, sí analítico, pero sin ser demasiado serio. Finalmente hay que llegar a reírnos de nosotros mismos porque si no está ese ingrediente valió madres. Hay que saber que no vale nada esto, no es tan solemne. Creo que la influencia que me dio la caricatura la supe transformar en arte abstracto, porque siempre quise que mi obra no tuviera rasgos de solemnidad. Me gusta que mi pintura vaya hacia lo cómico, a la risa, a lo burdo, a lo grotesco y eso lo pasé de los rostros al arte abstracto.

―¿Qué es lo que anima tu obra?, ¿qué es lo que te mantiene produciendo?
―La necesidad existencial de hacerlo. En este camino te vas encontrando con problemas que pensabas que iban a ser soluciones y al final te crean otros problemas estéticos, creativos, sociales, económicos y artístico educativos con los que tienes que lidiar. Entonces el arte se vuelve una actividad muy compleja en la que tienes que atacar varios frentes. En otras latitudes, dentro del mundo del arte, cada quien tiene su chamba específica, pero aquí los artistas tenemos que fungir de todo: ser el creativo, el galerista, el promotor, atender a los medios; es una chamba muy cabrona que te absorbe energía, tiempo y uno debe tener las cualidades para lidiar con todo eso. El ánimo es una lucha que está ligada a las ganas de salir adelante, a no tirar la toalla y saber que sí se puede hacer arte aunque el terreno sea difícil y complicado.

―¿Cómo definirías el arte?
―Uno se encuentra con cosas que transformándolas, con ojo artístico y creativo, adquieren otro valor, eso siempre ha sido el arte. El arte es sencillo definirlo: es un sentido creativo recontextualizado. Al final lo que hacemos con las cosas es recontextualizarlas, ese proceso creativo es como en la poesía; las letras las utilizas para algo, pero las desarmas y armas de otra manera y generas otra sensación, eso es el arte, crear otra sensación con los mismos productos y artículos que tienes; sea pintura, un cartón o un bote, pero si lo recontextualizas produces otra sensación y de eso se trata el arte.

―¿Una obra de arte debe ser una herramienta de denuncia social?, ¿debe confrontar al espectador?
―En mi obra siempre hay denuncia, es una necesidad personal que también debo hacer pública. Mi obra siempre está cargada de un mensaje que me afecta a mí y a todos y que puede llegar a llevar al espectador a reflexionar y preguntarse:«¿Por qué pinta así este bato?» Porque de por sí es difícil pintar y luego pintas complicado con el abstracto, sobre todo en terrenos donde no hay educación pictórica. Como sociedad mexicana no tenemos educación estética; si no son obras meramente decorativas no las observamos con detenimiento, porque cuando propones otra cosa inmediatamente es un rechazo. No estamos educados para ver una obra de arte que te confronte, siempre queremos una obra de arte que se ligera [complaciente]. Para mí el arte siempre debe ser un reto, siempre debe confrontar y lo decorativo debe estar subordinado a todo eso; ya si te gusta la pintura para ponerla en tu casa es otro asunto, pero una obra debe hacer que te cuestiones tus propios gustos. A mí el arte me ayudó a cuestionarme mis propios gustos: «¿Por qué lo que me gusta debe ser así?, ¿por qué no aprender nuevas formas de ver, de oír y sentir?», me he preguntado. La estética son sensaciones, eso siempre se lo digo a mis alumnos; ahorita doy clases a maestros jubilados de la UABC: ingenieros, arquitectos, bioquímicos; de todo.

―El material de desecho, los residuos, están presentes en gran parte de tu obra. ¿Cómo llevas a cabo su búsqueda?
―Es curioso porque es como mágico, sales a buscar, pero realmente no tienes mucho que buscar porque abundan los desechos. Salgo a caminar y en todas direcciones encuentro algo, siempre y cuando sepa mirar, observar y detenerme, porque si no pongo atención todo puede pasarme desapercibido, sea bello, hermoso o lo que sea. En el momento de mi vida que estoy todo me parece material artístico, no veo algo como inservible o inútil, la sociedad sí lo ve así, pero yo pienso que cualquier material y superficie es útil para crear, para contar algo. Me gusta mucho la referencia de Sun Tzu [de origen chino, autor del libro de estrategias y tácticas militares El arte de la guerra, escrito en el siglo V a.C.] que dice: «Haz uso de lo inservible». Creo que es una frase muy fuerte, directa y contundente, que retrata lo que vivimos ahora, porque parecería que si las cosas no tienen una utilidad decorativa, práctica y funcional, no sirven; yo digo que sí sirven, pero para otras cosas. He aprendido qué hacer con el desecho que me rodea para darle un sentido positivo. En lugar de ir a la tienda de arte a comprar cosas como tela, colores y pinturas, que al final sólo son herramientas, mejor agarro las cosas de otra parte, como de la calle; madera, tela, cartón. La idea del arte no se hace con materiales artísticos, el arte se hace con materiales y punto; no hay materiales artísticos como tales.

―¿Cómo ha influido y moldeado tu obra Mexicali y su frontera?
―Siempre me resistí a creer que Mexicali iba a influirme en algo porque evadía lo que miraba y evadía la idea de que eso que no me gustaba pudiera causar un impacto positivo en mí, al contrario, creía que era un impacto negativo, de rechazo y no de asidero. Pero llegó un momento en el que pensé que soy de aquí y que aquí está mi hijo, mi esposa y mi familia. No sé si la frontera me ha definido, pero la frontera es importante. Creo que puedes crear obras honestas y verdaderamente tuyas hasta que encuentras tu identidad en donde vives. Siempre está la influencia del lugar en donde vives, obviamente si hubiera nacido en Hermosillo, Durango o Sinaloa, por decir algo, pintara diferente y tendría que ser así, no tendría porque pintar igual que como pintan en Oaxaca o Ciudad de México. El entorno influye, pero nos enseñan en las escuelas de arte a negar eso y a querer pertenecer a un mundo; ¿cómo está el arte contemporáneo?, ¿qué está de moda? Están todos volteando al cielo en lugar de mirar al horizonte. Al cielo no vas a pertenecer nunca y al horizonte sí. De hecho el taller que nos dieron en España era sobre la territorialidad del arte. En tu territorio, de donde eres, ¿qué hay que hacer? ¿Por qué creas lo que creas? ¿Cómo influye el clima, lo que comes, tu entorno, en tu obra? Hasta tu acento al hablar está reflejado en tu obra.

―Mexicali y Tijuana son las dos ciudades fronterizas bajacalifornianas que concentran el mayor número de artistas plásticos, ¿piensas que hay similitudes en sus temáticas?
―Cuando el enfoque del arte es social y urbano sí hay muchas similitudes en las dos ciudades de la frontera; son la misma chingadera. En las dos abunda el destrozo, el deterioro, lo roto, lo quemado, el yonke, el baldío. En las dos abunda lo de segunda, lo semi-usado; eso es parte de nuestra cultura. Social y urbanamente somos muy parecidos Ciudad Juárez, Tijuana y Mexicali. Creo que en las ciudades de la frontera nos ha afectado lo social más que lo natural; no importa si estás en el desierto, en la montaña o en alguna playa, lo que más afecta y abunda en el entorno social es el deterioro, la mala organización. En Tijuana no hay un lugar que no esté mal pensado y desorganizado en su crecimiento; todo ese caos influye estéticamente y no puedes evadir o fingir no verlo porque te embriaga ver tanto desmadre y eso lo quiero reflejar en mi obra; por ejemplo ese cartolandia de Tijuana o esa zona del Río Nuevo y del mercado Braulio Maldonado en la zona Centro de Mexicali. En esas zonas ni los vecinos saben la estética que crean al poner cercos de madera mal pintadas y pedazos de rejas para protegerse. Todo eso crea una estética de la escasez y pienso que la pobreza está más en la estética que en la economía de un país.

―Mencionas que en la región fronteriza lo social afecta más que lo natural, pero en el caso de Mexicali, «la ciudad que capturó al sol», los estragos del excesivo calor atraviesan todos los ámbitos de la vida cotidiana, ¿cómo incide en tu obra?
―En Mexicali el sol a uniformado los colores de la ciudad. Existen tonos que si no fuera por el sol no los conseguirías. Es muy difícil ir con una muestra a una tienda de pinturas y decir: «Deme este tono de pintura», seguramente ese tono no existe porque se tratará de una pared muy vieja y quemada por el sol; y si tratan de igualar el tono no queda igual, pero ese deterioro también es hermoso. Como cuando ves en Ensenada esos colores naranja que produce el óxido en el metal de las cadenas viejas, son hermosos y también son colores inigualables; es muy chingón, muy atractivo. Tengo una fijación por los colores del deterioro, con el paso del tiempo sobre las cosas.

―El sol, lo lumínico, tiene su contraparte, ¿qué significado le das a lo sombrío?
―Podría decir que lo sombrío es la otra cara de la moneda de la luz; lo lumínico y lo sombrío son hermanos. No concibo mi obra sin las sombras, sin lo tostado, sin lo tatemado, sin lo arruinado; lo maltratado, lo avejentado. Tengo una fijación por lo viejo, por el pasado, por las cosas de antes que están en el presente. Creo que el presente y el futuro de la pintura y las artes plásticas está en la materia y no en la imagen. Me gusta la esencia del color y del tiempo sobre las cosas, todo eso me roba la atención. Soy un hombre de contrastes y contradicciones. Uso los colores claros y también los más oscuros. No puedo estar sin usar el color negro que para mí es fuerza, es mi carácter.

―¿Quiénes son tus influencias pictóricas regionales e internacionales?
―Uno de ellos sería Álvaro Blancarte (Culiacán, Sinaloa, 1934-Tecate, Baja California, 2021), fue mi maestro en Tecate y lo visité muchas veces en su taller La Panocha; aquí en Mexicali también tuvimos muy buenas pláticas. Blancarte fue una gran influencia en mí, aparte admiro mucho su obra; algunas cosas que descubrí en la pintura fue a través de él. El arte español siempre me ha influenciado. Están los tres grandes, como los llamo yo. Uno es Antoni Tàpies (Barcelona, España, 1923-Barcelona, España, 2012) es uno de los grandes pintores matéricos abstractos del mundo; usa mucho la materia y las texturas, más que la pintura; en algunas galerías sus cuadros se han caído a pedazos, cuadros que tienen pedazos de piedra; él dice que se caen porque están vivos. Los otros dos que admiro mucho son Antonio Saura Atarés (Huesca, España, 1930-Cuenca, España, 1998) y Antoni Clavé (Barcelona, España, 1913-Saint-Tropez, Francia, 2005). Sí me voy hacia atrás hay otros españoles que me gustan mucho como Picasso (Málaga, España, 1881-Mougins, Francia, 1973) y uno de mis favorito al que siempre traté de imitar fue a Goya (Fuendetodos, España, 1746-Burdeos, España, 1828​). De los mexicanos creo que admiro a todos los de la ruptura como Manuel Felguérez (Valparaíso, Zacatecas, 1928-Ciudad de México, 2020)​ que me influenció mucho; Vicente Rojo (Barcelona, España, 1932-Ciudad de México, 2021), que era español pero se hizo mexicano; Fernando García Ponce (Mérida, Yucatán, 1933-Ciudad de México, 1987); y Francisco Toledo (Ciudad de México, 1940-Oaxaca de Juárez, Oaxaca, 2019), que no es de la ruptura, pero me gusta mucho. Mexicanos también me gustan los clásicos como José Clemente Orozco (Zapotlán el Grande, 1883-Ciudad de México, 1949), quien fue una gran influencia en mí en cuanto a la caricatura, sobre todo de rostros. Orozco y Alfaro Siqueiros (Camargo, Chihuahua, 1896-Cuernavaca, Morelos, 1974) utilizaban mucho la exageración de las facciones, que era algo que me llamaba mucho la atención al tratar de hacer una pintura, digamos, figurativa, sin caer en el formalismo y para eso debes recurrir a la caricatura, a la exageración de los rasgos y las características, por eso la necesidad no dejar tal cual el rostro.

―Expusiste en Hong Kong en el 2021, ¿cómo fue ese acercamiento con Asia?
―Una galería que se llama Bravo Art Group vio mi obra en Instagram y me compró; creo que el 70% de las veces que he vendido ha sido por internet. Cuando me escribieron primero dudé, porque ya te imaginarás cuántos fraudes hay por internet con los NFT [criptomonedas] y todas esas chingaderas. Hablé con el representante y me dijo que tenían galerías en Nueva York, Hong Kong y creo que en Egipto, no estoy muy seguro; pero son tres partes del mundo. Me explicó que manejaban obra abstracta de mi estilo y que harían una exposición colectiva y me preguntó si me gustaría participar con tres obras que ellos ya habían elegido, pero la verdad pensé que era puro cuento. Total que mandé la cotización y me preguntaron en dónde depositarme, ¡ah cabrón! Mandé los datos para mi pago y tuve el dinero antes de mandar los cuadros. La verdad es que todo salió muy bien, tuve una relación con ellos como de un año. Ellos son comerciantes de arte y hacen exposiciones para vender. Claro que revendieron la obra y no me quiero imaginar a cuánto. Desde Mexicali costó 1500 dólares enviar la obra por paquetería y para ellos fue regalado. Siempre mandó desde Estados Unidos, pero no quise arriesgarme esta vez a que me la hicieran de pedo los gringos. A mí me pagaron 25,000 dólares por cuatro piezas. Por lo que investigué son galerías que le venden obra a personas de mucho dinero en Hong Kong. Hay gente que me ha contactado para decirme que les gustó mi obra y que están haciendo una colección y los tiene a ellos como referencia. Esta galería está en el puerto de Hong Kong y como muchas galerías se instalan en los llamados Puerto Libre para no pagar impuestos. Por ejemplo, al puerto de Nueva York llegan con un contenedor de obra de todo el mundo y lo guardan y no pagan impuestos porque no entran a la ciudad y ahí se quedan y como tienen mucho dinero se pueden dar la oportunidad de arriesgar y esperar a que la obra suba de precio y después la revenden. Sé que cuando me compraron obra a mí le compraron a otros artistas y todo éramos del mismo estilo: abstractos, geométricos. Guardan la obra unos años, la reevalúan y después la muestran con un valor superior; si vendí un cuadro en 400 dólares en 1998, años después puede costar 4000, a eso le apuestan; obviamente entre más trayectoria tenga el artista más vale la obra.

―Dices que el 70% de tus ventas son por internet, pero ¿cómo era antes de su auge?
―Mi carrera la forjé sin el internet. Muchas de mis exposiciones no están registradas porque fueron antes del internet o cuando estaba muy incipiente. El internet fue para mí un cambio radical en la cuestión de exposiciones y promoción; a la vez me sirvió mucho para vender. Antes del internet tenía más comunicación y exposiciones internacionales y ahora tengo más venta, eso sí; se ha personalizado más el asunto. Antes necesitaba una galería, un espacio de exposición para que se presentara mi obra en tal ciudad, pero ahora directamente te habla el galerista, por ejemplo, de Michigan, y te dice que vio un cuadro tuyo y quiere comprártelo y se lo mandas; eso no le gusta ahorita a las galerías, que ya a los intermediarios se los brincan; obviamente si tienes un contrato de exclusividad lo respetas, pero yo nunca lo he tenido. Una vez en Casa Lamm, en la Ciudad de México, quisieron tener un contrato de exclusividad conmigo y no es que dijera que no, pero nunca me presté a eso; yo quería exponer con ellos y poderle vender a otras personas en la Ciudad de México, no solamente ser exclusivo de la Casa Lamm; eso no me interesaba. Antes era parte de una galería en la zona de Rancho Santa Fe, en San Diego [California], ellos me representaban en las ferias de arte en Estados Unidos, pero yo no sabía en cuánto vendían mis obras en las ferias. Yo les vendí como 10 obras sobre papel como en 600 dólares, cada una, hace como dos años. Un día me marca un coleccionista de arte que conozco y me dice que en la feria de arte de San Francisco están vendiendo una obra mía. Le pedí que viera en cuánto se vendía y me dijo que en 3000 dólares; era una de las obras que yo les había vendido en 600; así es el negocio. Hace como un año que no hablo con el dueño de esa galería, es un cirujano coleccionista de arte en San Diego; tiene mucho dinero. No sé ahora, pero el señor, ya mayor, se iba por todo el mundo buscando pintores, artistas y tenía una colección impresionante; su obra está tan chingona que la comenzó a rentar y prestar a museos. Sobre todo compraba obra sobre papel, obra chica y las llevaba a festivales de arte en Estados Unidos. Tuvimos una relación de compra venta como de dos años, él me compraba obra chica en papel y después las revendía en ferias de arte.

―Pienso en las dificultades económicas de quienes se dedican a la creación artística y trabajan de manera autónoma sin un sueldo fijo; ¿cómo viviste esa incertidumbre durante la pandemia por coronavirus?
―Pues es muy cabrón, muy difícil, para mí es lo más problemático, la incertidumbre de vender o no vender arte, pero nunca he tenido un bloqueo artístico de esos que te hace dejar de pintar un año. Y fíjate que en la pandemia me fue muy bien, yo creo que porque la gente estaba encerrada y estaba viendo las paredes de su casa y querían algo que colgar o no sé; con las galerías también me fue bien porque vendí. Pero en la postpandemia sí me fue mal, debí recuperar ciertas cosas. Siempre son difíciles las ventas, pero al final es una chamba igual que todas; aunque mucha gente cree que la pintura es como un hobby nada más, entonces, de la pintura se vive, pero ¿a qué nivel? La neta yo no me doy lujos de nada, por ejemplo, no puedo viajar. Difícilmente yo estoy en una exposición mía fuera de México. He expuesto en España, en Cuba, en Turín, Italia; en muchos lugares en los que no he estado físicamente. Mando la obra, pero no voy; aunque sí he ido a exposiciones mías en Tijuana, San Diego, Los Ángeles. De repente te llega una buena feria, pero pasa un año y no te llega nada. Puedo recibir una buena lana de Hong Kong, pero esa pinche lana se te acaba en un año; no hay la constancia de recibir dinero cada mes.

―Para finalizar, sobre el oficio de pintor, ¿cómo es trabajar en solitario dentro de un estudio?
―Yo puedo pasar aquí cinco horas encerrado y eso para mucha gente sería desesperante. Me preguntan que si con quién cotorreo y, pues, les digo que no cotorreo con nadie, o sea, esto no es una oficina. Me queda claro que se necesitan otras cualidades, otra personalidad, pero yo puedo estar perfectamente encerrado días y días porque estoy pensando en cómo crear, definir, reparar, restaurar. Aparte, me gusta la música, toco la guitarra y me puedo pasar dos horas tocándola y me tomo unas cervezas y vuelvo a lo que estoy creando, de verdad, sin problemas. Claro que también me gusta salir y distraerme, pero no me molesta trabajar y estar muchas horas solo; no le tengo fobia a la soledad, al contrario, la disfruto. Obviamente tengo familia y sé que alguien me espera y tengo amigos y eso es muy diferente a estar completamente solo y no saber a dónde ir; no sé cómo se sienta eso. Por ejemplo, no me afectó emocionalmente la pandemia, pero sí pensé que mucha gente comprendería lo que es ser artista y estar encerrado, solo, sin la visibilidad social y las relaciones sociales. ♠

Fotografías proporcionadas por Francisco Postlethwaite

Jorge Damián Méndez Lozano nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida de madrugada en alguna fonda oriental de la capital bajacaliforniana, en donde, mientras mastica, escucha sin entender absolutamente nada el mandarín o cantonés en que se comunica el personal de la cocina. Ha colaborado en las revistas internacionales Vice, Munchies y Creators. Textos suyo han sido publicados en las revistas: Generación, Crónica Sonora, Animal Gourmet, Infobae, The Clinic, Vanguardia, UABC Radio, Erizo, Sin Embargo, Neotraba, Publímetro, Excélsior, Diez4, Semanario Contraseña, Debate, Periódico Central, W Radio, El Mexicano y Siete Días. Ha laborado como docente en la Universidad del Valle de México, en el área de humanidades.

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