por Pablo Seguí
Acerca de El lugar de mi quietud (Dolores de Elizalde, Barnacle, 2024)
1.- Hay recuerdos ominosos que paralizan, que bloquean la vida. No podemos destinarlos a ningún olvido: regresan como fantasmas que buscan redención. Detenerse en el rictus del silencio, pretender anularlos adrede es inútil: siempre se cuelan por la puerta más inesperada, son presencias que nos susurran algo –¿qué?– a los gritos, pese a toda inmovilidad a que nos sometamos.
Ya desde la primera lectura de El lugar de mi quietud de Dolores de Elizalde comprobé que algo la desasosegaba: “en la soledad de una noche / la palabra / toca un espacio / secreto / innombrable / oscuro”. ¿Cuál es ese espacio en torno al cual ronda la palabra de la poeta? El de los desaparecidos, el de sus cuerpos arrojados al mar.
Hay varios pasajes donde se alude a esto. Por ejemplo: “el silencio de la noche / flota / suspendido / el cuerpo / en un mar oscuro”. Más aún: “atrapados en la rompiente / que revuelca / y lastima / y arroja a la arena / unos cuerpos / casi / sin vida”.
Los cuerpos no tienen paz. Tampoco la voz que dice estas cosas. Varias veces aparece la imagen del muro de los lamentos, que no alcanza a serenar. Así, la poeta se ve encerrada en el silencio, en el rictus, en la aparente quietud. Algo puja por nacer pero una máscara siempre lo impide (“la sonrisa como máscara”): quien aquí habla está detenido por lo indecible, por algo que no puede nombrar sin ambages, con claridad. Amén de que vive en un ambiente insano (“cada cual / en su burbuja de silencio”), donde se ha hecho imposible toda clase de comunicación.
Recluida en la soledad de su aislamiento, entonces, a la poeta sólo le queda sugerir en versos algo que no alcanzará plenitud, como escasos, inoperantes intentos de liberarse: “digo nunca más / y después / olvido”.
2.- He tomado citas sueltas, que el lector podrá acrecentar. El poemario, repito, parece un registro de un pasado que retorna; hacia el final se esboza cierto cambio, aunque no se aclara del todo en qué consistiría. Pareciera ser una decisión. Como el lenguaje es velado, alusivo, no terminamos del todo de enterarnos.
Me pregunto ahora: ¿qué debe hacer el reseñador de este libro? ¿Seguir encontrando huellas? ¿Imaginar algo incomprobable de la vida de la autora? ¿Preguntarse una vez más en qué consiste la poesía?
Porque la poesía no puede ser sólo lo biográfico, más aún cuando el autor de turno trabaja con un lenguaje elíptico. No se trata de desenmascarar nada: el hilo que hallé se encuentra en el texto pero a la vez otro lector podría encontrar otros. La poesía no es un mensaje de un único, unívoco sentido; el más objetivo de los poemas puede, pese a todo y de última, caernos bien o mal: no dejamos de estar ahí nosotros los lectores en pleno poema.
La poesía puede sintonizar con la Historia y responder a cualquiera de sus campanas, pero no se reduce a ella. La poesía es algo más o algo menos. “El lugar de mi quietud”, por ejemplo, es también todos los padecimientos, temores, rigideces, asechanzas y frustraciones de la interioridad de su autora, que espera un cambio pero que a la vez no hace ni un gesto, exterior, físico, corporal, para que la renovación se dé: ominoso quietismo.
Es un primer libro. Es un buen trabajo: los poemas están acabados (son hieráticos, estilizados). Apostemos por que Dolores de Elizalde nos ofrezca una nueva obra: estaremos atentos.
Poemas citados
el atardecer
ya no es sabio
perdió la voz
y el oriente
la sombra
y la estrella
el mundo
pasmado
silencioso
apenas
frunce
el manto
en la soledad de una noche
la palabra
toca un espacio
secreto
innombrable
oscuro
y amanece
a destiempo
———————
el alma gime
el cuerpo calla
no aúlla no
el silencio de la noche
flota
suspendido
el cuerpo
en un mar oscuro
debajo del agua
más agua
el cuerpo espera
———————
nuevas letras
para viejas palabras
el sentido
siempre el mismo
muros
soledad
ojos cerrados
hombros caídos
como sauces
sobre la corriente fresca
pero ajena
manos extendidas
que solo tocan
las paredes frías
de un universo
pequeño
y apretado
cada uno
en su burbuja de silencio
———————
la sangre diseminada
en los cuerpos
se reconoce
atrae la mano
la mirada
los mismos dientes
y los mismos dedos
también las mismas
tristezas viejas
encarnadas en un cuerpo
incrustadas en el otro
navegando de lágrima
en lágrima
los tiempos malos
¿será posible
cuidar
como a un niño
cuando la ola de ayeres
persiste
como una amenaza
monótona
terrorífica?
atrapados en la rompiente
que revuelca
y lastima
y arroja a la arena
unos cuerpos
casi
sin vida
el miedo de quedar
para el siempre que resta ♠
Pablo Seguí (Córdoba, 1973). Entre los 8 y los 17 años estudió violín, para luego volcarse hacia la poesía. Ha publicado los siguientes libros: Los nombres de la amada (Alción, 1999), Claves y armaduras (Foja/Cero, 2005), Naturaleza muerta (El Copista, 2011), Otro verano y éste (Barnacle, 2017), Animal de bien (Barnacle, 2018), Noción de ritmo (Barnacle, 2019) Lizard y otros poemas (Barnacle, 2020), Babía y otros poemas (Barnacle, 2021), La internación (Barnacle, 2022), Remy LaCroix y otros poemas (Barnacle, 2023), Poesía juvenil 1995-2011 (Barnacle, 2024) y La derrota continúa (Barnacle, 2025).
Dolores de Elizalde es licenciada en Letras (UCA) y se dedicó a la docencia universitaria y secundaria en Literatura comparada lo largo de 35 años. Coordinó talleres de lectura.
La escritura es un hábito mayormente privado: tiene una vasta obra inédita de poesía y cuentos, y una novela policial en progreso.
El lugar de mi quietud (Barnacle, 2024) es su primer libro de poesía publicado.