Fernando Méndez Corona: «Asalto estético emocional»

 

 

por Jorge Damián Méndez Lozano

 

Antes de iniciar la entrevista le bajamos el volumen a «Glamorous Glue», de Morrisey. Estamos a dos calles de Estados Unidos y el artista visual Fernando Méndez Corona (Mexicali, Baja California, 1976-) explica que las primeras décadas de su vida están repartidas en estas calles de la ciudad, las de la Primera y Segunda Sección de Mexicali, un área que desde 1923 se ha desarrollado de manera colindante a la frontera con California. «Puedo resumir mi vida en esta área. Nací en el Santa Catalina, aquí por la Reforma. El kínder lo hice en el Federico Fröebel, la primaria en la Leona Vicario, la secundaria en la 18, la preparatoria en el bachuni y estudié pintura en Bellas Artes; todo está por estas calles», explica Fernando desde el comedor del departamento de su colega, Gabriel Molina, con quien maneja Galería Arma.

   A lo largo de más de veinte años de trabajo este artista ha expuesto en galerías, museos y muros de ciudades como Sacramento, Nueva York, Los Ángeles, San Diego, Albuquerque y Washington D.C; Londres, Múnich, Berlín y París; San Miguel de Allende, Real de Catorce, Ciudad de México, Tijuana y Mexicali; San José, Costa Rica, entre otros. Su obra es un mosaico compuesto de bodegones, cerdos biomecánicos, ranflas lowrider, paisajes desérticos, situaciones surrealistas, comerciales de la cultura popular, flashazos nostálgicos y de pop art, escenas de road movie, polaroids de corte kitsch y escenas típicas de algún bulevar sur californiano con palmeras y rayos de sol. Su obra remite a un conglomerado de hallazgos, signos y fragmentos de la estética cotidiana en donde se refleja un mundo en el que la única garantía es la ambigüedad, la fugacidad y el absurdo existencial.

―¿En qué momento de tu vida surgen tus primeras inquietudes por la pintura y el dibujo?
―De morrillo me gustaba dibujar y tenía cómics de Spider-Man, cosas de Disney, colchas de Micky Mouse y todo eso lo dibujaba. En algún momento, creo que como a los ocho años, encontré arriba de un clóset unas revistas para adulto Hustler y Playboy de mi papá y empecé a dibujar morras desnudas. Estaba muy loco porque en mis cuadernos podía tener dibujos de una mujer abierta de piernas y a un lado un Spider-Man o un Micky. Encontrar esas revista y dibujarlas fue un shock y creo que tiene que ver con que tiempo después estudiara una especialidad en figura humana. Aparte, el que estuvieran todos esos dibujos conviviendo en la misma hoja es parte de mi obra que está influenciada por la posmodernidad y de cómo para mí todas las imágenes e íconos tienen el mismo valor; es como cuando estás en la línea [la fila para cruzar a Estados Unidos] y ves que venden monos de yeso y alcancías de Cristo, de Piolín, de un chango borracho, de un Bart Simpson y están todos juntos teniendo el mismo valor, por ahí va un poco el asunto.

―Conocí tu obra a inicios de los dos miles y recuerdo que la presencia juvenil femenina era una constante.
―De hecho la primera exposición que tuve en UABC, antes de irme a Seattle, se llamó Lolitas y compañía, ese fue el primer tema que tenía que ver con algo erótico. Ya en Seattle la primera exposición que tuve fue en un peep show, que antes del internet eran lugares en donde los hombres entraban a un pequeño cuarto con unas monedas que echaban a una máquina y del otro lado del vidrio se prendía una luz y había una morra bailando y haciendo estriptís, pero ella sólo le está bailando a un espejo, ella no ve al bato, simplemente ve que una luz se enciende y comienza a bailar y se paga y deja de bailar; es como en la película París Texas, de Win Wenders. En ese lugar me dejaron exponer en el pasillo y lo que me llamaba mucho la atención era que mi nombre estaba en una marquesina chiquita y justo enfrente estaba el museo de arte moderno de Seattle y podías ver Fernando Corona y peep show; era gracioso.

―¿Cuáles son las imágenes y situaciones de tu niñez que influyeron para que te convirtieras pintor?
―Creo que mis imágenes vienen del entorno más intimista y familiar. Tal vez parezca que no tiene nada que ver, pero yo me crié mucho con mis abuelos que vivían en la colonia Cuauhtémoc. Ellos tenían un terreno muy grande y como fui el mayor de los nietos siempre andaba viendo qué chingados se me ocurría para jugar. Otra cosa es que mi abuelo tenía un taller mecánico en su casa y se me hacía muy estético ver el desmadre de partes de auto; por ejemplo, me gustaba ver los motores de auto colgando de las cadenas cuando los estaban arreglando. Otro recuerdo es ver llegar por la calle al verdulero con su caballo jalando un carretón lleno de verduras. Ahí mismo en su casa mi abuelo cocinaba cochis y chivos y había un hoyo en donde los degollaban; la casa era como un rancho. Una vez se les escapó un cerdo porque le clavaron mal el cuchillo en el corazón y como no se murió se fue chillando y fueron detrás de él, pero ya no se pudo comer porque la carne se pone tiesa cuando suelta adrenalina. Visualmente creo que todo esas imágenes tuvieron en mí un chingo de influencia.

―En una entrevista con el maestro Rubén García Benavides (Cuquío, Jalisco, 1937-), me dijo que, al igual que los directores de cine western, él es un amante de los paisajes que proporciona el desierto; ¿en tu caso cómo es?
―Yo tuve una fijación con el desierto, pero ya estando grande. De niño tripeaba el desierto, pero como parte de un viaje a San Felipe [playa en el Golfo de California a 200 kilómetros de Mexicali]; la carretera, la luna, las estrellas, todo bien chilo y mis jefes tomando cerveza. Ya después, en la edad de la prepa, me iba con mis amigos a las dunas, a La Salada [depresión arenosa], al cerro El Centinela y alguna vez me comí un ácido y obviamente el desierto adquirió potencia y poder. Y sí hay una influencia del desierto en mí, tanto así que Sean Wheeler [músico de blues nacido en Palm Spring, California] hablaba de los wizard on the desert y de cierta forma a mí también me nombró así. Es como hablar de las personas que ya tuvieron su iniciación en el desierto, los gringos le llaman big wide open o big open y se refieren a los campos abiertos y al poder que te dan esas imágenes que son un canvas en blanco a la que tú les puedes poner lo que quieras.

―Recurriendo nuevamente a una entrevista anterior, el maestro Carlos Coronado (Ciudad de México, 1945-) me comentó que no hay más luz que el desierto; ¿qué dices al respecto?
―No me había dado cuenta de lo importante que es la luz del desierto. En Seattle el clima era totalmente opuesto: frío, siempre estaba nublado, llovía todos los putos días y cuando salía el sol la gente faltaba al trabajo para tirarse en el pasto nomás a tomar el sol; yo me preguntaba: «¿Qué chingados estoy haciendo aquí?» En una ocasión Chris Kraus (escritora, crítica de arte y editora; Nueva York, 1955-) me preguntó por qué me había regresado de Seattle si me estaba yendo bien; tenía trabajo, estudiaba y ya había tenido otra exposición formal. Le contesté que me había regresado por el clima y me pidió que elaborara más la idea, le contesté que no había más que decir, realmente pienso que el clima es motivo suficiente para que una persona se cambie de un lugar a otro. Ahora podemos ver una migración inversa porque un chingo de canadienses y gringos se han venido a vivir y trabajar a México o a pasar el invierno. Para mí fue muy impactante el día que me regresé de Seattle después de estar un año; llegué al aeropuerto de San Diego sin lentes oscuros y, no miento, la luz era cegadora, ¡qué pedo, esto es lo mío! Ya no me muevo más de aquí, mi área siempre será Baja California o California. Yo soy team calor, prefiero estar sudando que temblando de frío. Lo malo del calor es que te resta al estar trabajando en murales en la calle. Cuando pinté la fachada del museo UABC [Instituto de Investigaciones Culturales-Museo] era verano, mes de agosto y teníamos que trabajar en la tarde, noche y madrugada y aún así estábamos bañados en sudor, de la chingada, pero si ya tienes tiempo viviendo aquí aprendes a torear al calor.

―Iniciaste como pintor y con el paso de los años comenzaste a realizar murales públicos; ¿por qué diste ese paso?
―De niño quise estudiar arte, pero la maestra me trató de la chingada; si no le gustaba un dibujo lo hacía bolita y lo tiraba y ya no quise seguir en clases y me olvidé del tema. Ya después de morro comencé a hacer grafiti, pero no me gustaba solamente hacer letras, también quería hacer dibujo. Una vez en el bulevar Justo Sierra hice un mural del bebé Gerber y una persona de bellas artes [Instituto de Bellas Artes de Baja California] lo vio y me ofreció una beca y entré no muy convencido. Ya en clases tuve buenos maestros como Eduardo Auyón [Cantón, China, 1935-Mexicali, Baja California, 2015], Benjamín Olea (Guaymas, Sonora, 1957-), García Benavides y me gustó y decidí dedicarme a esto.

Un tiempo me estaba yendo bien vendiendo arte en una galería de Phoenix, Arizona, pero en el 2011 me fui de mochilazo a Centroamérica y empecé a hacer murales allá. En Costa Rica me invitaron a una universidad a dar una plática y a hacer un mural y al volver empecé a hacer murales en Mexicali, y me fue bien en ese sentido. Después con Mexicali Rose [centro cultural] propuse algunos murales, me apoyaron e hice murales en Nueva York, París, Londres, Berlín, Múnich, y así fue como empecé a enfocarme más. Siempre hago cosas por temporadas, a veces hago obra en caballete y a veces un mural. Sobre los murales puedo decir que en Europa tienen un estilo más pulido, creo que porque tienen más referencias e historial estético. Acá en la frontera tenemos una mezcolanza, por una parte la influencia del muralismo mexicano que es muy cargado de elementos, combinado con el estilo cholo de Los Ángeles y West Coast; tratan de tener identidad y al final de cuentas es autorreferencial. En mi caso tengo influencia del movimiento skate, punk y hasta del arte cholo de la cárcel.

―Debido a tu trabajo has visitado varios países de Europa y distintas ciudades de Estados Unidos, ¿qué fortaleza te ha dado viajar constantemente fuera del país?
―Los viajes me han dado todo, antes de salir al mundo ya me había servido estar Seattle, aparte, me había movido en Los Ángeles y San Diego. Lo que siempre he dicho es que el chilango nunca me ha dado nada, yo estoy totalmente desconectado de la escena de Ciudad de México. Si acaso a Monterrey y Guadalajara le veo potencial y de alguna manera tienen más en común con la raza de Baja California, pero en realidad los artistas chilangos competitivos se me hacen unos pelafustanes. Con Mexicali Rose estuvimos en Múnich al tú por tú con proyectos chilangos que se supone eran muy chingones y lo mismo pasó cuando hicimos una residencia en la embajada de México en Washington, D.C.; antes de nosotros había estado Carlos Amorales (Ciudad de México, 1970-) que le hacía los diseños a Nuevos Ricos [sello discográfico] y que era representado por la Galería Kurimanzutto; me di cuenta que tenemos muy buen nivel sin andar payaseando tanto.

—¿Cuáles dirías que son los temas e historias que te gusta contar a través de tu obra?
―Mi pintura puede ser intimista y creo que los que conocen mi obra pueden saber si una pieza es mía aunque no esté firmada. Hay varios temas en mi obra, unos pueden ser un poco políticos, con mensaje, con idea y otros muy simbólicos. También me gusta mucho el humor, el chiste, que sea un cuadro gracioso porque definitivamente sé que por medio de un chiste entra la verdad de manera muy cabrona. Los intereses y temas te dejan de gustar y cambian en cada generación porque hay una especie de dar la contra o de explicar las cosas de otra manera. Cuando estaba en la secundaria 18 de marzo, por ejemplo, cruzaba la calle cuando salía de clases y veía los murales de Carlos Coronado en la Biblioteca del Estado. Después el maestro Benavides se volvió una influencia porque en una bienal de arte vi sus pinturas con paisajes muy abiertos y quedé impresionado. Después uno ya no ve la influencia de esa obra como algo a seguir. Es algo generacional, a veces creo que una obra ya dio lo que podía dar y no por eso la dejas de respetar y admirar. En su momento la usas como punto de referencia, pero después sigues en lo tuyo. Otra cosa que me interesa es explotar el simbolismo de los personajes que conozco; por ejemplo, me gusta robarme fotografías de Facebook que me transmiten algo peculiar por sus gestos curiosos, por su manera de vestir y de posar. Lo que quiero es convertir a esos personajes locales en personajes globales y después en obra pública.

―¿Qué piensas que te proporciona la frontera México-Estados Unidos como fenómeno cultural?
―Algo que da la frontera es el híbrido, aquí todos somos hijos de la frontera en este no ser ni de aquí ni de allá. Yo y todo mi contexto tenemos una identidad creada de varias identidades, todos venimos de ahí y a mucha honra, porque si estás mal parqueado eso te puede hacer sentir mal. De morro se me hacía muy pendeja la raza que siempre aspiraba a irse de Mexicali a una ciudad grande como CDMX o Los Ángeles, según esto para hacerla como músico o artista visual. En una entrevista que me hizo Chris Kraus me preguntó por qué me había quedado en Mexicali a trabajar y crear. Ella le llama: «Radical localism», que significa tomar mucho orgullo del lugar en el que se está y del potencial que hay ahí y tomar referencias muy locales y radicales y explotarlas a nivel global. El localismo radical es una manera de enfrentarse a lo global que siempre trata de homogeneizar todo con corporaciones que llegan a los barrios a apropiarse y convertirlo en algo plano, entonces, el localismo es una forma de encontrar esas manifestaciones peculiares en un lugar. Veo a Mexicali y a Baja California como el Viejo Oeste, algo que apenas va empezando, un terreno fértil y joven en donde puedes hacer y deshacer. Creo que de los estados fronterizos Baja California es el más productivo artísticamente, a la vez tiene cosas en común con Ciudad Juárez, Chihuahua; Sonora y Sinaloa. Estos cuatro estados están muy conectados y tienen una dinámica similar; de repente se trastocan los mismos temas y creo que ese es el verdadero norte de México, que no me quieran vender a Monterrey como el norte.

―En el cine, la literatura y la música, ¿a quiénes ves como una influencia o inspiración?
―Por intimista y colorista una de mis influencia en el cine es Pedro Almodóvar; intimista es lo que hacían los pintores impresionistas, esas escenas personales que no se pintaban, por ejemplo, una mujer dentro del baño. Otro cineasta sería David Lynch, porque es surrealista y oscuro, aunque a su vez tiene escenas muy happy go lucky [felices, despreocupadas], muy californianas, eso me gusta. De la música me gusta de todo, pero diría que del country, y no sé si tenga que ver con mi obra, me gusta cómo describe y canta con un sentimiento agridulce. De la literatura Roberto Bolaño me gusta un putero y David Foster Wallace cuando lo leí me voló la cabeza. Cormac McCarthy me gusta porque habla mucho de la frontera, al igual que Barry Gifford.

Debo decir que una de mis máximas influencias es Julio Ruíz (Mexicali, Baja California, 1966-) junto con el Roger (Rogelio Pérez Cano; Mexicali, Baja California, 1966-2020); son los que más respeto, quiero y admiro, son la hostia. Son güeyes que se volvieron locos por amor al arte, a la pintura y tuvieron ese compromiso poca raza lo tiene, aparte, son unas bestias y en Mexicali si quieres triunfar en la pintura tienes que convertirte en una bestia, hacer como si no hubiera futuro. En realidad nadie te nada por pintar y por eso otro que admiro mucho como artista es Pablo Castañeda, produce mucha obra porque es su manera de comunicarse y también es una bestia, pinta todos los días y sabe que lo importante es ser entregado en lo que haces. Creo que hay un chingo de bloffers [farsantes] que sólo se la juegan, se dicen pintor o dibujante y tardan mucho en sacar algo o no producen lo suficiente; aunque podrían sacar dos cuadros al año, pero que fueran muy buenos

―Participaste en Expresión plástica cachanilla (2023), con una pieza peculiar: los restos de alambre de acero del «esqueleto» de una llanta de automóvil; ¿cómo surgió?
―Ahí por donde vivo me iba a correr por el bulevar y pasaba por un terreno baldío, unas maquiladoras y un panteón. En el lote baldío siempre miraba las quemas que los tecatos [personas usuarias de drogas inyectables como la heroína] hacen para sacar el cobre de los cables de plástico y el alambre de adentro de las llantas. Sobre los yumanos [familia etnolingüística a la que pertenecen distintos grupos que habitan Baja California, Sonora, California y Arizona] alguna vez leí que, como parte de sus rituales fúnebres, hacían círculos que se parecen mucho a los vestigios de hollín que deja la quema de llantas y cables y me gustó mucho esa estética que es comprable a lo que hacían los primeros pobladores; es un tema de la droga, de la mortandad y hasta filosófico. Me dio gusto que el público respondió bien a la pieza a la que le incluí un pequeño texto. El curador que vino del Museo del Chopo [CDMX] se mostró interesado en que le propusiera algo. Creo que esa pieza tiene potencial para ser parte de una exposición sólo sobre ese tema.

―Hay una expresión que te he leído: «Asalto estético emocional», ¿a qué te refieres con eso?
―Intento que lo que hago sea un punch de primera intención, un descontón cholo que no sabes por dónde te llegó, pero que te golpeó. Que la raza vea mi obra y diga: «¡A la verga!» o sea, ¡pum!; como cuando le das un trago a un vino o bebida que te lleva inmediatamente a imágenes que pueden ser comunes entre el público y yo. Me caga lo obvio y lo evidente y aún así uso imágenes que, aunque sea contradictorio, están muy quemadas, muy usadas, pero las pongo en otro contexto, al menos un contexto en donde yo no las he visto.

―Es interesante conocer sobre las rutinas y horarios de trabajo de los creadores artísticos, ¿en tu caso cómo lo llevas a cabo?
―Quisiera ser muy organizado, pero la verdad no tengo un orden natural ni riguroso. Si estoy en la casa me tomo un café y trabajo en un cuadro, en el boceto de un mural o trabajo con alguna idea. Y para pintar puedo hacerlo en el patio o adentro de la casa si es verano por el aire acondicionado, pero lo que sí es que casi no me gusta beber alcohol porque después, ya estando sobrio, no me va a gustar lo que hice; sí me puedo tomar una cerveza, pero ya si me pongo a pistear no va a salir nada bueno, generalmente solo tiene que ser un taster. Todos los días trato de avanzar en alguna pintura o un proyecto de mural, pero todo pide tiempo y eso es lo más valioso que tengo y trato de cuidarlo porque todo se basa en eso. No tengo un horario exclusivo para pintar, pero la mañana me gusta mucho, no soy de trabajar de noche porque me da sueño.

―Cada disciplina artística piensa su producto final de manera distinta. Como pintor, ¿cómo armas una exposición?
―Estoy raro, pero no me gusta conceptualizarlas sino pensarlas como si fueran discos de música. Primero pienso en un nombre y veo cuáles cuadros se llevan bien y pueden pertenecer a ese nombre y en base a eso hago mi selección. Me gusta mucho el músico Neil Young porque cada que sacaba algo era diferente a lo anterior y así me gusta hacerlo a mí, siempre hacer algo diferente, pero siempre que sea algo honesto.

―¿Cuál es tu próxima exposición y de qué tratará?
―Tengo un exposición en puerta en Furosato Restaurante. Casi todo lo que expondré es nuevo. Estoy buscando la raíz del arte japonés en el arte de Occidente. En su momento cuando descubrí el arte impresionista obviamente me explotó la cabeza, pero después descubrí que venía de los grabadores japoneses del ukiyo-e [traducido como pinturas del mundo flotante; técnica de grabado en madera] como Katsushika Hokusai [Tokio, Japón,1760-Tokio, Japón, 1849]. Doy clases, debo leer mucho y me enteré de que los orientales se fijan mucho en la naturaleza, tienen una capacidad de observación muy cabrona y gracias a eso han logrado avanzarle en el arte. ♠

Fotografías en las que aparece Fernando Corona son del mismo entrevistador; el resto, son del mismo Corona.

Jorge Damián Méndez Lozano nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida de madrugada en alguna fonda oriental de la capital bajacaliforniana, en donde, mientras mastica, escucha sin entender absolutamente nada el mandarín o cantonés en que se comunica el personal de la cocina. Ha colaborado en las revistas internacionales Vice, Munchies y Creators. Textos suyo han sido publicados en las revistas: Generación, Crónica Sonora, Animal Gourmet, Infobae, The Clinic, Vanguardia, UABC Radio, Erizo, Sin Embargo, Neotraba, Publímetro, Excélsior, Diez4, Semanario Contraseña, Debate, Periódico Central, W Radio, El Mexicano y Siete Días. Ha laborado como docente en la Universidad del Valle de México, en el área de humanidades.

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