por Jorge Damián Méndez Lozano
Mar Violeta Perea López (Mexicali, Baja California, 1982-) es una pintora y dibujante que dieciocho atrás, a los 25 años, comenzó su carrera artística; antes deseó ser socióloga, psicóloga, estudiante de biología, hasta que finalmente se asentó en el oficio de la forma, la luz y el color.
Entre sus presentaciones destaca la exposición itinerante: Mil artistas visuales de México (2021), que inició en San Francisco, Campeche y posteriormente se exhibió en las principales galerías de todo México; Meditaciones en el umbral (Mexicali, 2021), una retrospectiva pictórico-poética-autobiográfica narrada por la autora y presentada en Espacio Cultural Atmósferas; Periferias imaginarias (Mexicali, 2018), en Galería Arma; exposición colectiva Expresión Plástica Cachanilla Salón 2017 (Mexicali, 2017); y Prácticas cachanillas (Mexicali, 2013), en Casa de la Cultura del Kilómetro 43; entre otras.
Mar Violeta ha vivido mayor parte de su vida en Palaco [siglas provenientes de Packard Land Company], una zona ubicada en la parte suroeste de la ciudad fundada en el primer lustro de 1900, la cual inició como un núcleo de ranchos algodoneros y que actualmente es de un corredor de maquiladoras y parques industriales. Para platicar de su trayectoria la artista me citó en la sala de su casa en la que descansan varias de sus obra producidas. Una pintura colocada en una pared llama mi atención por su crudeza, ya que, entre los distintos elementos que la componen, destaca en primer plano una hielera blanca que muestra en su interior un cuerpo humano mutilado. Más adelante me explicará el origen de esa pieza titulada Anunciación (2025).
―Platícame brevemente de tus padres, de su origen y ocupación.
―Mis papás nacieron en Mexicali. Mi mamá era del ejido Pólvora y mi papá de un pobladito que se llama Las Abejas y está registrado en su acta de nacimiento en La Progreso [delegación]. Todos mis abuelos eran de Sinaloa y sólo la mamá de mi papá de Ensenada. Mi papá era electricista, albañil y tenía aquí en el patio su taller de carpintería; podía estar muchas horas en el taller hablando con la madera; ahora que lo pienso era muy genial que pudiera platicar con la madera sin que nada lo molestara. Mi mamá siempre estaba cocinando, limpiando y cuidándonos. Ella tenía sensibilidad artística; cuando fue adolescente trabajó en una tienda de su mamá en el Valle de Mexicali y me platicó que un día llegaron unos señores y vieron sus dibujos y le ofrecieron una beca para irse a estudiar artes a la CDMX, pero no la dejaron ir. Ella no me enseñó a dibujar, pero sí me regañaba porque nunca le gustaba lo que yo hacía, siempre criticaba mis piezas y eso era bueno, pero también difícil porque luego no tienes confianza en lo que haces ya que siempre te están recalcando lo que haces mal; ya cuando llegaba de la escuela de artes me decía que parecía que venía del kinder con mi dibujitos [risas].
―Háblame de las imágenes que recuerdas de este entorno en el que creciste, el cual en su momento fue una periferia semirural.
―Cuando estaba bien chiquita, por la calle de atrás, pasaba un canal que era parte de una planta de agua en donde se llenaban las pipas. Recuerdo las imágenes de las flores platanillo anaranjadas, rojas y amarillas que crecían alrededor del canal. Recuerdo los sapos gigantes, los sapo toro, que había en ese canal. También la oscuridad, porque no había alumbrado público, llegó hasta que tenía como siete años, pero no era como que cada casa tenía alumbrado, seguía estando muy oscuro. Otro recuerdo es que cuando llovía mi mamá nos hacía figuritas con el barro de tierra; hacía borreguitos, chivitos, niñitos; me gustaba mucho jugar con el barro, aunque no era muy buena con las manos, pero esas cosas eran significativas porque en este entorno en el que crecí, no céntrico, sino en la periferia de la ciudad, no había mucho contacto con museos o cosas por el estilo y sólo jugaba con las cosas que podía hacer a diario y que tenían que ver con el arte como dibujar, moldear algún material o pegar con goma recortes de periódico en la pared de mi cuarto, eso era algo que me encantaba: pegar recortes de llantas de un comercial de una llantera, pescados o cosas que no tenían nada que ver; después entendí que tenía que pegar cosas significativas; eran collages que no tenían sentido; desde pequeña siempre he hecho las cosas al revés, hago unas cosas por otras. Cuando tenía seis años le hice un regalo a mi mamá: era una cajita con piedritas y cosas que encontré, pero creo que no le gustó [risas].
―¿Cómo te inicias en el dibujo?, ¿cuáles son tus primero ejercicios?
―Desde niña siempre he tenido la inquietud de dibujar. Recuerdo que dibujaba monos calillas [musculosos] con una metralleta en la mano y un carro bigfoot [camión monstruo] y un ninja al lado; siempre tenía que estar todo junto; eran cosas que veía en la televisión o juguetes que había a mi alrededor. Nunca dibujé copiando de los comics porque no me gusta seguir patrones; sí los entiendo, pero me aburre repetir cosas, prefiero hacerlo desde el principio, por eso siempre batallo mucho. Ahora la mayoría de las imágenes están disponibles y las puedes imprimir, estamos bombardeados, pero siempre me ha gustado dibujar lo que veo, así ha sido mi forma de aprender; me gusta ver un rostro, una cara y ver cómo va cambiando dependiendo de la perspectiva. En la escuela dibujaba a los maestros, a mis compañeros y siempre me regañaban por andar dibujando. Cuando entré a la secundaria ya sabía dibujar y a veces los compañeros me pedían que los tatuara con pluma; en esa época también me gustaba dibujar combinando cosas abstractas y figurativas como flores, retratos, cosas fuera de lugar y trataba de ordenarlo todo en una página; a veces empezaba con rayones e iban saliendo las formas, pero me daba mucha vergüenza que vieran mis dibujos, no creía que era buena, lo mío era un impulso inconsciente y a veces no entendía por qué dibujaba. Cuando todavía estaba en la secundaria mi hermano entró a estudiar ingeniera en electrónica y ahí llevó unos talleres en donde le enseñaron a pintar con acuarela y él me enseñó lo mismo con unas acuarelas Pelikan bien nice; también me enseñó a pintar con Prismacolor y a poner sombras y a agarrar el lápiz; me dio por pintar bodegones y bosques, llegaba de la escuela y agarraba un libro de historia o una enciclopedia y buscaba imágenes que me gustaran y así me pasaba la tarde pintando con acuarela.
―Antes de ser artista intentaste estudiar varias licenciaturas en la Universidad Autónoma de Baja California, ¿qué te llevó a estudiar, finalmente, en la facultad de artes plásticas?
―Quise estudiar sociología, pero no se abrió la carrera y entre a psicología, pero no se me dio y me salí a los dos años. Después me fui a Ensenada a estudiar biología en la facultad de ciencias y tampoco funcioné y me regresé a Mexicali. A los 21 años tuve una depresión y no quería salir de mi casa y empecé a pintar, a experimentar y trabajar con colores al pastel. Primero trabajé color porque mi hermano me regaló un libro de recortes de Henry Matisse (Le Cateau-Cambrésis, 1869-Niza, Francia, 1954) y uno de Gustav Klimt (Baumgarten, Austria, 1862 Viena, Austria, 1918) y con eso en mente hice muchas imágenes trabajando el dibujo, la forma, el color como forma y así hice muchos bodegones que luego vendía. Fueron dos años que no quise estudiar nada y cuando quise entrar a estudiar artes en la UABC no abrían la carrera y cuando la abrieron me puse diva y no quería entrar [risas]. Pero como no salía de estar dibujando y pintando mi familia me dijo que hiciera el examen para entrar a artes y lo hice.
Uno de los ejercicios de habilidad que hice para entrar a la licenciatura fue dibujar una lámpara antigua que pusieron sobre una mesa y todos los demás estábamos alrededor. Algunos la dibujaron muy detalladita y otros más o menos; unos con colores, otros con plumones y yo con pasteles, pero nomás hice unos manchones de colores y dejé el vacío de la lámpara, un vacío de colores como si dibujara el aire alrededor de la lámpara, pero sin ella; bien loca, eso se me ocurrió cuando fui a orinar. Los maestros me dijeron que no me convenía entrar a artes porque ya tenía un proceso creativo y era contraproducente porque iba a perder mi manera de trabajar. Al final sí entré y me sirvió mucho porque aprendí dibujo con el maestro Donato Rechy (Ciudad de México, 1923-), un arquitecto que tiene 102 años y que es muy bueno enseñando dibujo; aunque con él la exigencia era mucha porque nos ponía a hacer rayas con dos milímetros de separación en una hoja tamaño tabloide, aparte, nos enseñaba a tomar el lápiz y a mover la mano y de que aprendías aprendías. En artes no terminé, me salí en quinto semestre porque tuve una crisis de sentido del tipo ¿qué estoy haciendo aquí?, ¿para qué estudio artes?, ¿qué significa hacer arte? Entré en una depresión muy fuerte y no tuve la capacidad para continuar mentalmente y abandoné la carrera.
―Cuando conocí una parte de tu obra pensé en Rembrandt y el estilo tenebrista, ¿quiénes dirías que son tus influencias pictóricas?
―Tal vez a veces se parece a Rembrandt (Leiden, Países Bajos, 1606-Ámsterdam, Países Bajos) y eso es parte de lo que me enseñó la escuela de artes, por ejemplo, cuando me enseñaron la historia del arte europeo, entonces, quieras o no eso marca las expectativas de las imágenes que quieres crear. En mi parte más inocente quería pintar como Matisse, muy libre, muy colorido. Luego cuando aprendía a dibujar me asombraba mucho Francisco Goya (Fuendetodos, España, 1746-Burdeos, Francia, 1828), que es uno de mis pintores favoritos y quien más me ha impresionado, más que Rembrandt. Por revistas que le prestaban a mi hermano conocí a Toulouse-Lautrec (Albi, Francia, 1864-Saint-André-du-Bois, Francia, 1901) y me identifiqué con él, aunque no diseño como él, pero me identifiqué con la deformidad física que tenía y me sentía igualita a él, porque yo tengo unos chichones en la frente y él también; aparte de que me gustaba mucho su manejo del dibujo y el color. Otro que me gustaba mucho en esa época era Picasso (Málaga, España, 1881-Mougins, Francia, 1973). Recuerdo que cuando entré a la escuela de artes un profesor me dijo que mi proceso era como Picasso, o sea, que iba haciendo equis cantidad de cosas a ver cuándo salía qué cosa, pero según yo hacía lo contrario, que era crear algo a partir del diseño, del color, pero no como Picasso.
―Tu exposición Meditaciones en el umbral hace referencia al poema del mismo nombre de la poeta mexicana Rosario Castellanos, ¿por qué decidiste titular tu exposición de esa manera?
―Ese fue el primer libro que leí de poesía por mi gusto, era una antología poética y también el nombre del poema. Tenía como 14 años y recuerdo que le leía los poemas a mi mamá, a mi papá y a un hermano y dije: «¡Válgame!», me gusto mucho, ahí estaba en la mesa leyéndoles poesía muy chila, muy ruda, desgarradora, muy emocional. Todo empezó porque cuando tenía como 11 años jugaba futbol en un centro comunitario y biblioteca que se llama Rosario Castellanos, en el Fraccionamiento El Cóndor, donde también hacía la tarea, y pensé que tenía que saber quién era esa señora y cuando lo supe me hice fan de su poesía. Esa exposición fue una retrospectiva pictórica de mi obra a lo largo del tiempo y se sobrepuso la cuestión de mi identidad a la cuestión pictórica. Fue una relectura de mi obra a la luz de mi cambio de identidad, entonces, alguna obra que tenía arrumbada cobró sentido y otra que tenía como buena perdió sentido; al final traté de que fuera muy personal la obra que expuse y que hablara sobre la libertad de expresar la propia identidad.
―Tienes 18 años dedicando al arte, ¿cuáles son los «baches» y dificultades económicas que se te han presentando en ese tiempo?
―He estado yendo y viniendo porque la vida a veces no da tiempo ni dinero para dedicarte a esto de las artes, en especial cuando no tienes un sustento sólido. Mi ingreso económico depende de lo que haga, mis hermanos son contratistas y a veces trabajo con ellos en la construcción pintando casas. Antes de comenzar a transicionar [de hombre a mujer] hacia trabajo rudo en vacaciones o fines de semana, pero ahora ya no se me da tanto porque estoy en tratamiento hormonal y no tengo tanta fuerza; ha cambiado mi masa muscular, mis depósitos de grasa, pero me tocó mezclar cemento, desmantelar fábricas, cargar pedazos de pared, remodelar farmacias. Sé emplastar, sé poner un poco de loseta y hasta me tocó batir mezcla en el suelo con los tecolines [personas usuarias de drogas inyectables como la heroína]. Con mi papá me tocó ir a casas a instalar muebles de madera que él hacía y también pintar muebles con pistola.
―¿Qué narrativa te interesa contar y desarrollar a partir de tu trabajo artístico?
―Me gusta pensar que mi trabajo cuenta varias historias, pero a veces, en cuanto a la temática, es más difícil dar una ilación, pero en el sentido técnico se trata de la exploración del espacio, el color, el movimiento y los procesos. Antes pintaba los procesos, pintaba como si fuera música, como si tratara de hacer algo musical visualmente; eso fue de los 18 a los 25 años, cuando mi principal interés era lo musical y lo técnico tratando de expresar gestos, eso era algo que hacía de forma consciente. Pero también salgo a la calle, veo algo y luego regreso a mi casa y lo plasmo; cosas como la injusticia, el sin sentido y el caos de la vida, el dolor y el sufrimiento, todo eso siempre ha sido un interés inconsciente que he tenido, son los intereses más significativos y también los más dolientes y más difíciles de vender o promocionar; por ejemplo, un amigo que es artista plástico me ha dicho que algunos cuadros míos están bien chilos, pero que no los pondría en su sala; entonces, creo que necesito encontrar cómo hacerle para que las personas sí quieran tener un cuadro mío en su sala [risas].
―Algunas pinturas tuyas asemejan una especie de «periodismo pictórico», es decir, parecería que capturas fragmentos de la vida cotidiana que posteriormente conviertes en una pieza artística, ¿es así el proceso?
―Acostumbro tomar fotos con el teléfono celular para piezas que quiero presentar como pintura. A veces tomo fotos pensando en una pieza que haré y después no lo hago. Mi proceso en general es ir a un lugar a vivir algo que luego traduzco en una pieza; por ejemplo, cuando iba a la escuela de artes me iba a caminar al Mercado Municipal y le tomaba una foto a un indigente con una paloma muerta y luego los dibujaba; ese el proceso general, esa emoción e impacto es lo que va a quedar en la pieza. Para la exposición Mil artistas visuales de México tomé una foto de borrachito con su perro y una foto de unos niños columpiándose de un poste con los cables caídos; eso lo vi en la Colonia Satélite y eso después lo dibujé.
―Cómo paisaje natural y como símbolo, ¿qué significa el desierto para ti?
―Sobre el desierto, recuerdo que me gustaba subir al techo para ver los atardeceres hasta que un día mi hermano llegó a la casa con sus amigos y pensaron que me iba a suicidar [risas]; fue chistoso, me regañó porque sí pensó que me aventaría; a veces pintaba cosas tristes en mi cuarto, pero era porque estaba triste, por eso me mandaban al psicólogo. Desde mi infancia tengo un largo historial en el CESAM [hoy Instituto de Psiquiatría del Estado de Baja California], porque me diagnosticaron epilepsia, pero nunca tuve convulsiones, pero el doctor decía que tal vez las tenía estando dormida. Muchos años estuve en tratamiento por la epilepsia, las ausencias y las crisis de pánico. Ya no estoy en tratamiento, pero es muy difícil la vida así. Antes el tratamiento me daba un horizonte plano donde podía estar. Tomaba carbamazepina, un neuroregulador que modula las ondas cerebrales y las aplana cuando se ponen locas. Hace tres años dejé de tomar el medicamento, pero es una desregulación bien fuerte, todo es demasiado intenso; por ejemplo, el viento muy fuerte del desierto me pone bien loca porque siento que la vida se mueve a la velocidad del viento; ¡ahhh!, bien feo.
―En el mes de mayo próximo expones en Galería Planta Libre; temáticamente, ¿cómo preparas un exposición?
―Cuando preparo una exposición me gusta pensar en un tema, generalmente mis temas son yuxtaposiciones de momentos y alegorías. Esta vez quiero trabajar mitos griegos y traerlos al presente en pintura o cerámica, y quiero relacionarlos con otro interés que son las periferias imaginarias, o sea, las cosas que veo alrededor en lo cotidiano.
―Cuando llegué a tu casa este cuadro [lo señalo] llamó mi atención por un elemento sumamente violento que no he visto en otras de tus piezas, me refiero a la representación de un cuerpo humano descuartizado adentro de una hielera.
―Este cuadro es de este año, es una alegoría de la muerte, se trata de un cuerpo despedazado adentro de una hielera y, como tengo una necesidad de recreación, me basé en El Ángelus, de Jean-François Millet (Gréville-Hague, La Hague, Francia, 1814-Barbizon, Francia, 1875). La pintura surgió por una impresión muy fuerte que tuve. Unos parientes iban a viajar a Sinaloa y tuvieron que cancelar el viaje porque un amigo de ellos con los que iban lo agarraron, lo hicieron pedacitos y lo echaron a una hielera; nadie imaginaba que él amigo tenía algo que ver con el narco, todo esto en el contexto de la guerra en Sinaloa. Mis parientes perdieron los vuelos porque pensaron que los podían matar en cualquier parte y no viajaron. Eso me impactó y la idea me daba vueltas en la cabeza y tratando de imaginar lo que sentían traté de expresarlo en una alegoría; pinté a dos personas desnudas [físicamente] por la incertidumbre e indefensión de encontrarse una hielera con un cuerpo en pedazos en el patio de su casa de INFONAVIT con ventanas tapiadas; también habla del sentido alegórico del territorio, de lo que es tuyo, de lo que es sagrado, de tus pertenencias, de tu lugar y de cómo la muerte puede estar asomándose ahí tan tranquila y tú ni te imaginas. Me gustaría presentar este oleo en mayo. Quise hacer una pintura tenebrista, pero creo que no lo logré, el manejo de la luz no está como yo quisiera, en cuestiones técnicas es en donde me entretengo al último. A veces me da vergüenza que lo que traigo en la cabeza es una cosa y lo que presento es otra; veo lo que hice y pregunto: «¿Qué es esto?”. ♠
Con excepción de las fotografías en la que aparece Mar Violeta, tomadas por el mismo entrevistador, las otras imágenes fueron proporcionadas por la misma artista
Jorge Damián Méndez Lozano nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida de madrugada en alguna fonda oriental de la capital bajacaliforniana, en donde, mientras mastica, escucha sin entender absolutamente nada el mandarín o cantonés en que se comunica el personal de la cocina. Ha colaborado en las revistas internacionales Vice, Munchies y Creators. Textos suyo han sido publicados en las revistas: Generación, Crónica Sonora, Animal Gourmet, Infobae, The Clinic, Vanguardia, UABC Radio, Erizo, Sin Embargo, Neotraba, Publímetro, Excélsior, Diez4, Semanario Contraseña, Debate, Periódico Central, W Radio, El Mexicano y Siete Días. Ha laborado como docente en la Universidad del Valle de México, en el área de humanidades.