
BIBLIOTECA DEL INFIERNO
La imagen es clara, aunque no sé si ponerla
en verso o en prosa:
el niño (doce, trece años) sale del baño
camina, sin prisas, a su salón
lo repito: camina sin miedo a su clase de computación
ni siquiera logra llegar a su lugar antes de que lluevan las risas
digo risas pero debería decir lo peor que le ha pasado en la vida:
todos, hasta el profesor, se burlan de él.
Vive en esa biblioteca de clavos hasta que sale de clase
quiero decir el nombre, para ser específico, para darle rostro
pero no lo tengo. Tengo que decir que alguien le dijo que se lo quitara sin que él supiera
qué: ‘tienes un pedazo de papel atrás’.
El niño (doce, trece años) gira el torso y avienta con la mayor violencia
que puede (que no es violencia) el trozo de papel de baño que ha quedado atrapado en sus pants.
Y ahí, se da cuenta, es cuando empieza la librería del infierno.
LIBRO DE AMOR
Nunca he escrito un libro de amor.
Si lo digo mejor, nunca he escrito un poema de amor.
Mi primera novia me dijo que no me hace débil escribir de amor
queriendo persuadirme, en el salón
mostrándome sus textos litris sobre mí, queriendo convencerme
pidiéndome, más bien, en nuestro silencio acompañado
que le escribiera un poema de amor.
Mi lengua, nunca se lo dije, pero mi lengua es inútil
para guiarme por una pasión desconocida.
Hubiera sido bueno meter una materia para aprender
a amarla, pero en nuestra universidad había cursos de todo, excepto para aprender a amar.
La ausencia de ese poema es todo lo que me queda de ella. ♠