por Antonio León
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Para posicionarse en torno al evento artístico de la pieza es necesario trazar una convención. No es sencillo buscarse un lugar entre las esquinas del objeto, dinámica geométrica en la que sus características palpables entrelazan prismas y esferas. La esencia tridimensional revela la singularidad de cada pieza. Uno no podría comunicarse verbalmente con una pared de la misma forma en que lo hace frente a una torre, un promontorio o un santito de bulto.
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El objeto, en las civilizaciones originarias, se deja teñir de materiales y recursos del entorno. Si pensamos en el arte popular mexicano, lo primero que se viene a la mente es un caudal de color, listones y formas rancheras. Un festival folkorizante para el sueño vernáculo centralista que heredamos del tándem Fernández-Figueroa en el Cine de Oro, así como del proyecto de nación posrevolucionario. El color de las jarras y las muñecas Lele era obvio a pesar del formato en blanco y negro.
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¿De dónde obtienen sus signos (los colores, los referentes, los soportes, las texturas) las piezas tridimensionales del arte de Baja California? Una vez pasado el desierto hay costa y se presienten oasis llenos de restaurantes de cocina de autor y vinícolas y drones. Pero resulta que los artistas han intuido la pátina sobre el objeto con base en el humor, en la observación de los efectos geográficos, en una interpretación de frontera que no todo el tiempo tiene que ver con los estudios fronterizos y la cultura pop.
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Hace un par de años leí La belleza del objeto cotidiano, una obra clásica y profundamente influyente escrita por Soetsu Yanagi. Se trata de una lectura que es, a su vez, una celebración de las piezas de arte en la vida diaria y una reflexión sobre cómo los objetos cotidianos pueden ser portadores de belleza y significado, más allá de su función práctica.
Pero, lo que en Japón puede ser contención y líneas rectas, así como la condición de unicidad y pocos elementos, en México es barroco, delirante y vertiginoso: suma de una herencia de santitos almidonados, vestidos de encaje, cortinajes de plata y piolines en los tableros del transporte público.
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La idea detrás de la exposición El objeto directo: la colección Elías+Fontes es la de acompañar a los artistas de Baja California con base en la pulsión con que transitamos en la cotidianidad. La misma que nos dice que no estamos solos al pensar en lo que sucedería si le prendemos fuego a una montaña de legos y después lo documentamos. La misma que nos lanza a cambiar de color un madero del patio y ve en ello el inicio de su praxis artística, que luego se envalentona al tener un choque mortal con el academicismo.
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Recrear un accidente de automóviles puede ser tan trágico como tenerlo.
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El objeto directo, también llamado complemento directo, es una construcción que designa algo o a alguien que recibe la acción expresada por el verbo. Por lo tanto, se trata de una o varias palabras que hacen referencia a una persona, un objeto, un animal u otro elemento sobre el que recae la acción de la oración. Al leer los enunciados «Enrique abrió un regalo», «Pablo pintó un cuadro» o «Estela rompió un jarrón», el objeto directo siempre será la obra de arte. ♠
Fotografías de Hugo Fermé
Antonio León. Maneadero, Baja California. Poeta, cronista y gestor cultural. Es editor de poesía en la revista El Septentrión y autor de los libros Busque caballos negros en otra parte (2015), :ríos (2017), Consomé de Piraña (2019) y Drowner (2021). En 2016 fue el ganador del Premio Estatal de Literatura de Baja California, en la categoría de poesía, con el libro El Impala rojo. En 2018 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) en la categoría Creadores con Trayectoria. Actualmente se desarrolla en el ámbito de la promoción cultural universitaria. Es integrante del equipo organizador del encuentro Tiempo de Literatura, en Mexicali. Cuaderno de Courtney Love (y otros poemas), editado por pinos alados ediciones, es su libro más reciente.