por Armando Salgado
En estudios recientes se habla sobre la capacidad de adaptación del ser humano a los diferentes entornos que exigían la movilidad de recursos para lograr nuestra subsistencia. Por ejemplo, la investigadora Saioa López dice: “La evolución de los humanos está escrita en la piel”. Frente a estos planteamientos podemos preguntarnos cuáles fueron los mecanismos biológicos para que nuestra piel fuera clara u oscura, qué bases genéticas se toman en cuenta para migrar por los distintos tonos que determinaron una etiqueta social, en las culturas modernas. El azar evolutivo y la fluctuación de las migraciones a partir de las necesidades de los distintos grupos nómadas fueron el origen de una nomenclatura social, sin saberlo, usada como una categoría para polarizar los estratos de la población. Quienes migraron a las regiones del norte de nuestro planeta producieron menos melamina, ese pigmento que nos protege de los rayos del sol, y quienes poblaron los países del trópico planetario cubrieron con mantos oscuros su piel. Simple y magistral evolución adaptativa, pero que pesa tanto a la hora de habitar este mundo basado en reglas estructurales de poder, de los países del norte del globo terráqueo. Estas reflexiones surgen al leer los poemas de Ana Corvera. Su libro: “Palabras que el micelio repite en mi cabeza”, es superficie poblada de emociones e ideas subterráneas que cuando emergen del poemario como locación de setas, señalan el envés donde el reflejo involuntario de nuestros defectos multipla la oscuridad. Ante esto, Ana Corvera escribe:
¿Cómo cambiar la composición química
de aquello que circula
por las capas de la piel?
¿Cómo decirle al ejército
de melamina
que hace mal en trabajar horas extra
asegurando la supervivencia?
Ana Corvera entrega un certero libro que dilucida entre las fronteras de nuestra autopercepción. Refrenda los pliegues del amor propio frente a los juicios de valor que fueron instalados en nosotros, tanto como aquellos que fueron heredados por la familia, en una sociedad que es estampa de sus errores. Hay una exactitud miliétrica en la confección de los versos de Corvera, donde además se dilata la vulnerabilidad de la que somos presa frente al dolor per capita de esta sociedad. “Palabras que el micelio repite en mi cabeza”, es un libro que hace latente una crisis en sus múltiples fascetas: nos enfrenta al espejo personal, a los ideales hememónicos de belleza, a las expectativas familiares que en ocasiones no nos pertenecen y al peso de saber que eres opuesto a esa estírpe. ¿Cuántas veces sentimos que no pertenecemos a un sitio? La familia de origen no es la excepción, hay cierta extrañeza, una distancia a lo que segrega, a los juicios que sepultan el ánimo, a los valores que restan empatía cuando existe un pasillo estrecho y marginal. En esos casos la persona que abre los ojos, sabe que esa loza familiar es impostada y elige, a sabiendas de las consecuncias, la expulsión del paraíso familiar, llevando encima la marca del rechazo, los señalamientos que pesan más que una parabola bíblica. De lo contrario, queda la ecuación de la simetría familiar como un rezo que es norma y destino. Este libro de poesía nos permite replantear nuestra imagen: ¿quién se atreve a mirarse al espejo, a ahorrar la primera piedra, a no ver paja en el ojo ajeno sin salir ilesos? Ana Corvera lo manifiesta de forma puntual en su poema “La marca de Caín”:
El espejo me robó la ingenuidad.
Como siempre
a solas
un día sin ayuda de las lámparas
me miré de frente.
Mi rostro tan distinto al de los santos
los ojos negros y pequeños como el ácido
que desde entonces riega los jardines de mi cráneo.
Darme cuenta
de que llevo la marca de Caín
dividió en blancos y negros
los episodios de mi vida.
Ana Corvera devela una realidad: la poesía que consumimos, que nos consume o ahoga, al final del día, es un espejo de nosotros. O como ella lo expresa directo al miocardio: […] “No soy inmune, lo sé / a lo que sucede mientras los demás / tienen los ojos cerrados” […]
Otro aspecto a resaltar del libro es la conexión del lenguaje poético y científico. Esta relación es latente en el primer poema en prosa del segundo apartado titulado: “Un lugar azul puede mancharlo todo”:
Igual a los hongos, nuestro cerebro tiene
tallo, poros, láminas, estrías.
Nadie sospecha la clase de palabras que
repite el micelio neuronal dentro del cráneo.
Pulsos. Impulsos. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.
La cabeza de los niños es como una esponja,
aprehende las traiciones y rechazos que
se ejercen inconscientemente.
En la parte más ingenua del tallo se esconde un lugar azul que puede mancharlo todo. Pulsos. Impulsos. Locus cerúleo. Flujo sanguíneo que conecta axones y dendritas.
Un grupo de células índigo dispara ácido hacia las partes del jardín de mi cerebro que pudieron ser verdes.
La duda crece como […] “indómito micelio / como una plaga” […], en la cabeza. Crecen de la misma forma otras palabras clave: ansiedad, soledad, oscuridad, herida, abandono, como trozos de una misma herida repatriada al confín de la poesía para nombrarla y visibilizar siglos oscuros dentro del jardín que todos y todas habitamos. Más vale, dice Corvera, no ser ese […] “Jardín: / territorio condenado al ornamento”. Se suma un listado de gotas y pastillas como descargas eléctricas, medicamentos que sofocan de forma paliativa la raíz oscura del desánimo: […] “Esta es la imagen de una herida” […] superpuesta al antifaz, para que las personas observen nuestro semblante verde y armónico, como un muro vertical con plantas artificiales, donde la seguridad falsa reina como cuando eres feliz por no saber. Queda decir, que mientras lean este libro, hay que atravesarlo con talón y punta, para no caer en las trampas de nuestros propios defectos. ♠
Armando Salgado. Escritor y docente. Autor de 18 libros de poesía, narrativa y literatura infantil y juvenil. Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines y finalista en el Certamen Hispanoamericano de Poesía ‘Festival de la Lira’ para obra publicada en Ecuador. Ha impartido talleres de creación literaria en ciudades como Ensenada, Lázaro Cárdenas, Mexicali, Uruapan, Durango, Saltillo, en México, y en Valparaíso, en Chile. Colabora en el suplemento cultural La Gualdra, de La Jornada Zacatecas. En el 2021 ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte, de México, máxima distinción que otorga el gobierno mexicano a creadores con trayectoria. Esta por salir “Frontera” textos de la comunidad normalista de Baja California, compilación a su cargo.