Bestia de carga

por Ángel Almada

 

I

Hola, hermanita, ¿cómo andas? Aquí en la casa te extrañamos mucho. Ya van diez años que no sabemos nada de ti, nos tienes con pendiente. San Blas ha estado tranquilo, así como lo dejaste. En la casa todo sigue igual, no hay tanta novedad como quisiéramos. Yo sigo chambeando en la fábrica y Fernando está de conserje en la misma primaria. Al que mejor le va es a Ángel. Vieras cómo anda de lucido porque es maestro en la prepa del pueblo. Ojalá que a ti también te esté yendo bien.

    Perdón por escribirte, hermanita, sé que no quieres saber nada de nosotros. Ni tu dirección nos dejaste para poder escribirte. Se la tuvimos que pedir a tu amigo el Eduardito, el jotito del centro con el que tanto te llevabas. No te enojes con él, me la dio porque me urge contarte algo. Es sobre nuestro apá. Se enfermó y anda grave.

   Hace varios meses que empezó a desconocernos. Haz de cuenta que un día el Ángel lo abrazó y nuestro apá preguntó quién era el suato que lo estaba abrazando. Pensábamos que era pura broma, ya ves que siempre ha sido juguetón el viejo. Pero de un momento a otro, vimos que algo malo estaba pasando con él. No podía hablar bien con nosotros, empezó a olvidar palabras y a decir cosas ajenas a la plática. A veces no sabe ni en qué fecha estamos. Un día se escapó de la casa y no podíamos encontrarlo. Lo buscamos toda la tarde hasta que un conocido del Fernando nos avisó que andaba por la salida del pueblo. Cuando fuimos por él no supo quiénes éramos, hasta nos quería pegar porque creyó que lo queríamos levantar. Te daría tristeza verlo así de jodido, ya no es el hombre fuerte que nos crio.

   Lo llevamos al IMSS y el doctor nos dijo que mi apá ya no tenía remedio, que se iba a poner peor por la demencia, que nos pusiéramos abusados con sus cuidados.

   Sé que no he sido el mejor de los hermanos, pero ven a la casa, hermanita, por favor. Ya perdónanos. Olvida lo que pasó con nuestra amá. Si necesitas que me arrodille para pedirte perdón, lo haré, pero ven para acá. Vieras que a veces mi apá dice tu nombre y que te extraña. ¿No ha venido la Sara?, nos pregunta. En serio te quiere ver, no lo castigues con tu ausencia.
Ojalá podamos verte pronto.

   Con amor, Gerardo.

 

II

Nomás volví a San Blas por la lástima que me dio mi padre. ¿Cómo ha durado vivo tanto tiempo rodeado de ese trío de inútiles? Pobre viejo, por lo menos sigue vivo, no como mi amá.

   Cuando regresé a mi antigua casa me sorprendió la fachada: No la habían pintado en años, y la pintura se estaba desprendiendo. Toqué la puerta varias veces, pero nadie abrió. Moví la perilla y resultó que la puerta estaba abierta. Entré y había un desmadre. El piso estaba hecho un asco. La mesa atascada de latas de cheve y bolsas de Sabritas. Y el baño un cochinero. Sentí ganas de vomitar por el olor a mierda. Tenían a nuestro padre viviendo en un chiquero. Fui a la cocina y ahí estaba él. Gerardo tenía razón en su carta, ya no era ese hombre que un día fue. Estaba flaco, casi en los huesos. Y a su lado había una andadera, la misma que usó mi amá.

   Me senté frente a él y le dije hola. Se quedó callado mientras veía hacía la nada. Percibí un intenso olor a orina que venía de él, pero lo ignoré. Me puse a hablarle, sabiendo que no me estaría poniendo atención. Le platiqué sobre mi trabajo en la maquila, el cuarto que rentaba en Nogales y que llevaba varios años sin pareja estable. Tras todo lo que dije, respondió que me parecía a su hija, que si sabía cuándo vendría a verlo. Antes de que pudiera responderle, me explicó que quizá su hija no había vuelto por la muerte de su madre. Me dolieron tanto sus palabras que le grité que su hija lo odiaba por ser un inútil que dejó sola a su esposa cuando más lo necesitaba. Me fui al que solía ser mi cuarto y me acosté a llorar. Él ni siquiera entendió lo que le dije, la única persona lastimada era yo. ¿Para qué fregados volví? Esos tres inútiles dejaron a nuestro padre solo cuando más los necesita.

   Cuando se me pasó el coraje intenté dormir, pero volver a mi antigua habitación me hizo recordar lo que sucedió con mi amá. Yo era la única persona que la cuidaba. La ayudaba a vestirse, la bañaba, le cambiaba los pañales, le daba su medicina y estaba al pendiente de que no se lastimara. Me pedía que me encargara de mi padre y mis hermanos porque ella ya no podía hacerlo. Yo les cocinaba, les lavaba la ropa, compraba el mandado y hacía el quehacer. La obedecía sin chistar porque me sentía culpable, y esa era la única forma de compensar lo que le hice. Cómo no sentirme así si mi padre y mis hermanos me culpaban del accidente que dejó a mi amá amarrada a una andadera por el resto de su vida.

   Una mañana trapeé la sala y la cocina y le dije a mi amá que no pasara, que esperara a que se secara el piso, pero no me hizo caso. Entró a la cocina y se cayó. Escuché un golpe seco y sus lamentos. Traté de levantarla, pero no quería moverla porque temía lastimarla. Ella lloraba y gritaba que ya se había chingado, que mejor la dejara morirse. Tuve que llamar a una ambulancia para que me ayudaran porque no había nadie en la casa. La llevaron al IMSS y tuvieron que operarla, se había roto la cadera. Durante su rehabilitación yo fui quien la ayudó. Mis hermanos sólo me ayudaban a moverla y con mi padre no podía contar porque nunca estaba en la casa, siempre estaba emborrachándose en la cantina y buscando mujeres. Me sentía terrible cada vez que me recordaban que debí haber estado al pendiente de ella. Quizá si no hubiera trapeado ese día mi madre no se hubiera accidentado. O tal vez debí gritarle recio que no pasara, aunque se enojara conmigo.

   La desgracia de mi madre no terminó con su accidente. Hace diez años el Eduardito abrió una tiendita en el centro del pueblo y para festejarlo armó un fiestón. Me invitó, pero le dije que no iría pues tenía que quedarme en casa cuidando a mi mamá. El Eduardito anduvo chingue y chingue con que fuera y acepté. Me convenció diciéndome que necesitaba tomarme tiempo para divertirme porque desde el accidente de mi madre casi no salía de casa.

   Mis hermanos se quedaron con ella. Me prometieron que no se irían, pero cuando llegué ellos no estaban. Sepa dónde andarían. Y mi padre tampoco estaba, andaba en la cantina. Fui al cuarto de mi amá, pero no estaba ahí. Me preocupe. La busqué por la casa y la encontré tirada en el baño. Amá, amá, no te vayas a ir, voy a buscar ayuda, le decía nerviosa. Pero ella ya no respiraba.

   Mis hermanos aprovecharon la oportunidad de culparme de su muerte. No debiste dejarla, me decían, era tu responsabilidad y te valió madres tu mamá enferma. Ella estaba tirada en el suelo mientras tú andabas de loca en una fiesta. Esperaba que mi padre me defendiera, pensaba que la muerte de mi madre lo haría cambiar. Qué equivocada estuve. Les decía a mis hermanos que fueran más duros conmigo. Me siguió tratando como a su chacha y no me dejaba salir. Por las noches me encerraba en mi cuarto como a una cautiva. Y cuando llegaba borracho me gritaba cosas horribles: Por andar de puta en una fiesta con tu amigo el joto ese se murió tu mamá, mejor te hubieras muerto tú. Hasta me decía que no me pegaba porque quién iba a cocinar si me dejaba toda jodida. Hasta que un día me harté y hui de casa y de San Blas.

 

III

Escuché cómo abrían la puerta y fui a ver quién llegaba. Era Fernando. Lo saludé y se asustó, no se había dado cuenta de mi presencia. Se sorprendió de verme. ¿Cómo andas, hermana? Milagro que nos visitas, me dijo. Él sabía por qué me había largado y encima hizo esos comentarios. No le contesté y me fui a la cocina a tomar agua. Cuando volví vi que estaba recogiendo la basura de la mesa. Le dije que yo lo haría porque estaba derramando la cerveza de las latas y tirando el polvo de las bolsas de Sabritas al piso. Le pedí que se pusiera a barrer, pero terminé barriendo yo porque él era bastante torpe haciéndolo.

    Tan pronto como llegó, Ángel se sentó en el sillón y se quedó dormido. Fernando lo despertó de un coscorrón y le dijo que yo estaba en la casa. Se levantó en friega y me dio la mano. ¿Cómo te encuentras, Sarahí? ¿Ya te instalaste en la casa?, me preguntó. Le contesté que sí y cuando le iba a platicar más cosas me interrumpió, dijo que tenía algo que hacer. Se fue a lavar el baño. Lo escuché haciendo tantas arcadas que fui con él y le dije que dejara de limpiar, que yo lo haría luego.

   Gerardo no tardó en llegar. Fue el que mejor me recibió. Me levantó del suelo mientras me abrazaba y feliz me dijo: Mana, qué bueno que llegaste, te extrañé mucho, gracias por hacerle caso a mi carta. Hasta contenta me puse por su recibimiento. Mandó a Fernando a comprar un pollo asado para celebrar mi regreso. Antes de que trajeran la comida Gerardo se puso a trapear, pero noté que el trapeador seguía bastante mojado, así que se lo quité, lo exprimí y trapeé yo. Mientras lo hacía, Ángel se llevó a nuestro padre a su cuarto para que durmiera un rato.

   Tres días me fueron suficientes para notar la dinámica de mi padre y mis hermanos. Él se la pasaba divagando, hablando de personas muertas como si estuvieran vivas. No se callaba, contaba las mismas historias por horas hasta que se cansaba; a ratos no decía nada, sólo miraba al vacío. Se tropezaba mucho. Comía poco, masticaba lento y a veces se olvidaba de tragar. Mis hermanos tenían que estar al pendiente para que no se ahogara. Se meaba y cagaba en varias partes de la casa, y cuando limpiaban empezaba a disculparse como si fuera un niño. Trataba de escaparse a la calle para buscar a mi mamá, preguntaba llorando dónde estaba su esposa. Y ahí estaban mis hermanos, pendientes de él. Gerardo le cambiaba los pañales, Fernando lo vestía, y Ángel le daba su medicina. Mi padre no estaba en tan malas manos como yo había pensado.

    Pasé unos días inesperados. Mis hermanos me trataban como a una reina. Gerardo me dejaba el desayuno preparado. Cocinaba delicioso, y me dejaba una flor en un vaso. Por la tarde comíamos todos juntos y me platicaban de sus vidas, de sus trabajos. Y Gerardo tenía razón, Ángel andaba de presumido por trabajar en una prepa. Nos reíamos de él. Me gustaba que me consintieran. Fernando me compró unos dulces que me hicieron recordar nuestra infancia, y Ángel puso la música favorita de mi amá. Y también me abrazaban sin motivo. Después de tantos años me trataban con amor, y lo disfrutaba porque me hacían sentir como su hermana y no cómo una criada. La casa por fin se sentía como un hogar.

   En la séptima noche después de mi regreso yo y Fernando estábamos mirábamos la televisión cuando llegaron Gerardo y Ángel con una hielera hasta arriba de cervezas. Tomamos un buen rato. Nos reíamos y decíamos pendejadas. Pero en un momento el ambiente se volvió serio. Gerardo fue el primero en hablar: Sara, yo y mis hermanos queremos disculparnos por cómo te tratamos hace muchos años. Y también por no habernos hecho responsables de la muerte de mamá. Debimos estar con ella y nos largamos. Siempre fuiste una buena hermana y nosotros te tratamos como a una chacha. Te pedimos perdón de todo corazón.

   Nunca pensé que escucharía esas palabras de ellos. Los abracé y lloré. Estaba feliz de poder dejar el pasado atrás. Pensé que nos uniríamos como una familia. Seguimos tomando y escuchando música. Me emborraché tanto que mejor me fui a dormir. Buenas noches, hermanita, duerme bien. Te dejaré tu desayuno, me dijo Gerardo. Los tres se acercaron y me dieron un fuerte abrazo.

    Cuando me levanté mis hermanos no estaban en la casa. Encontré a mi padre en la cocina. Y en la mesa estaba mi desayuno, un ramo de rosas y una carta.

 

IV

Hermanita, te agradezco que hayas vuelto a San Blas. No pensé que volvería a verte. Esta semana contigo fue increíble, sentí que recuperamos los años que perdimos. Perdona que nos hayamos ido de la casa sin avisarte. No te enojes con mis hermanos, yo fui el de la idea. Sabía que si te decía que nos iríamos no estarías dispuesta a escuchar los motivos de nuestra partida.

   Ángel huyó del pueblo porque se aprovechó de una de sus alumnas. La regó feo, pero no debería terminar preso, y tú tampoco querrías ver a tu hermano encerrado. No vayas a pensar que yo y Fernando hicimos algo parecido, a nosotros nos salieron buenas oportunidades de trabajo. Un amigo de Fernando lo invitó a tocar en un grupo de música en Mazatlán. Sé que no es bueno tocando, pero aprenderá con el tiempo. Tenle fe.

   Yo conseguí una chamba en Tijuana, y aunque la ciudad es fea, prefiero vivir ahí antes que cuidar a nuestro apá. No me malentiendas, lo quiero mucho, pero yo y mis hermanos no sabemos cómo cuidar a un anciano, ya ves que con nuestra amá no pudimos. Mejor tú quédate con él, ya tienes experiencia con enfermos, de seguro lo vas a tratar mejor que nosotros. Sé que tus cuidados y cariño le harán mucho bien.

   Hay algo que no te he dicho. Los ahorros de mi apá nos los gastamos. Te aconsejo que le pidas trabajo al Eduardito en su tiendita, que ya creció, capaz te hace el paro. Ayuda a mi apá, no lo dejes. No vayas a castigarlo con tu abandono.

   Sé que a mi apá y a ti les va a ir bien.

   Con amor, Gerardo. ♠

Fotografía de Alex Webb

Ángel Almada (Los Mochis, 1998) Egresado de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Autónoma de Sinaloa. He publicado cuentos en las antologías Historias de café I y Raíces a una voz. Becario de Literaria Centro Mexicano de Escritores (2024-2025).

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