por Jorge Damián Méndez Lozano
Efrén de la Cruz (Guadalajara, Jalisco, 1987-), antes que pintor, muralista, grabador o artista gráfico, se considera un obrero artístico. Su carrera lo ha llevado a residir en Mexicali, Baja California, en donde estuvo al frente de la ocupa-artística Sin Título; en La Habana, Cuba, realizando sus prácticas profesionales; en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, dentro de un centro holístico; en San Miguel de Allende, Guanajuato, pintando vestidos en la marca Sindashi; en Querétaro, diseñando vitrales; y en Oaxaca, como coordinador de Galería Rizoma.
Una constante de su trabajo pictórico es la figura humana. De la Cruz explica que desde su infancia siempre quiso lograr generar la figura humana con exactitud, fidelidad y realismo. Dicha búsqueda, como consecuencia, lo ha llevado a la exploración de ámbitos como la mente, la sicología, las percepciones espirituales y esotéricas. “La figura humana ―explica el artista― la utilizo en las piezas más abstractas porque, como menciono en el libro, necesitamos medidas fiables para poder entender el universo. Las personas entendemos el universo desde nosotros y no desde donde es científicamente exacto”.
Este próximo 17 de octubre de 2025 Efrén de la Cruz, presenta su libro Método: el arte de observar, en Galería Arma en Mexicali, recinto donde actualmente presenta su exposición Metáforas visuales. Para conocer más acerca de su trayectoria e inquietudes platicamos con el artista.
―¿Fue en tu niñez el momento en el que surgió tu inquietud por el dibujo y la pintura?
―Más o menos, recuerdo que mi mamá y mi abuela pintaban, pero sólo por gusto y yo empecé a dibujar porque de morro, precisamente ante de venir a vivir a Ensenada, veía Los Caballeros del Zodiaco, pero mis jefes nunca me compraron un pinche juguete de esos, entonces, mis amigos me prestaban la caja del juguete donde venía la imagen del caballero con sus armaduras y las calcaba; no tenía los juguetes, pero tenía todos los dibujos de todos los caballeros del zodiaco; esa era una forma de tenerlos todos y mis compas se sorprendían al verlos. Eso fue cuando estaba como en tercero de primaria y fue cuando me di cuenta de que lo que no podía tener lo podía dibujar y al menos podía tener la imagen. El dibujo lo agarré como hobby hasta que sin querer me fui perfeccionando. Ya como en la secundaria o prepa decidí hacer algo mío, porque siempre copiaba o hacía collage de imágenes. A los 15 años decidí destruirme el cerebro haciendo algo mío sin copiar.
―Eres de Guadalajara, Jalisco, ¿cómo llegas a Baja California?
―Con mis jefes primero nos fuimos de Guadalajara a Tepatitlán, que está cerca; había sido la devaluación del 94 y mis jefes se habían quedado sin trabajo. Después mis tíos maternos le dijeron a mi papá que en Ensenada había trabajo y nos vinimos y después de mucho desmadre nos cruzamos al otro lado con mis abuelos y luego mi papá se fue dos años a trabajar a Japón. Después yo me quedé en Ensenada y al salir de la prepa no sabía qué estudiar y me tomé un año sabático y luego supe que en Mexicali se había abierto la escuela de artes y pensé que me quería ir lo más lejos que se pudiera de Ensenada, pero sólo me alcanzó para Mexicali.
―Recuerdo que a inicio de los 2010, en Mexicali, llevaste a cabo una ocupa artística en una casa de Infonavit. ¿Cómo surgió esa ocupación?
―El espacio de difusión artística Sin Título, fue la primera ocupa artística del noroeste del país. Todo empezó porque en las últimas materias de la carrera tomé la optativa de arte urbano y entre el maestro [Wayner] Tristao, Chambers [compañero de clases] y yo, nos organizamos como parte de la materia para intervenir el espacio con el respaldo de la UABC [Universidad Autónoma de Baja California]. Esa ocupa artística se hizo en una casa del fraccionamiento Infonavit Cucapá, que se fundó en los años ochenta, pero que tiene muchas casas abandonadas porque quienes vivían ahí se fueron a Estados Unidos y abandonaron las casas o dejaron de pagarlas; al Chambers, que vivía ahí y que era representante de la cuadra, se le botó la canica y quería intervenir con esculturas y le dije que nos verían solamente como unos morros desmadrosos.
Entonces, hablamos con Tristao porque con él ya habíamos intervenido varias casas pegando piezas en las paredes y habíamos hecho exposiciones así de la nada. Y sí había muchas casas abandonadas, algunas estaban tapiadas para que la raza no se metiera a invadirlas. El maestro Tristao llevó una carta por parte de la universidad con el presidente de la colonia y nos dejaron escoger una casa de tres pisos que daba a una calle principal y que tenía un árbol con buena sombra.
Entre toda la clase, que éramos como 30, limpiamos la casa, conectamos el agua directa, conectamos la electricidad con un diablito y en el taller de escultura hicimos las rejas con unos fierros que llevamos y nosotros mismos instalamos el enrejado con una máquina de soldar. Para inaugurar el espacio hicimos una exposición e invitamos a los vecinos y estaban extrañados porque la casa pasó de no tener nada a tener arte, comida y bebida gratis. Recuerdo que frente a la casa había un patio [explanada] y había un bato que siempre andaba comprando droga ahí y nos decía que éramos como de otro planeta porque les dábamos de comer y de pistear gratis; se le hacía increíble. Después cuando se acabó la clase los demás perdieron el interés en la casa, pero yo no, al contrario, mejor dejé de pagar renta donde vivía y me fui a vivir ahí y hasta ofrecí las habitaciones en la escuela, pero nadie quería vivir ahí porque se les hacía que estaba feo; lo bueno fue que el maestro Tristao había bajado un recurso de la universidad y con eso pudimos sobrevivir dos años hasta que me fui de intercambio a Cuba, pero ya estaba con muebles y con aire acondicionado y algunos compañeros ahora sí se fueron a vivir ahí. En esa casa se hicieron reuniones de Yo Soy 132 y del colectivo Pañuelos Rojos. Luego el Infonavit retomó las casas, las revendió y la perdimos, pero yo ya estaba en Cuba y no pude hacer nada.
―Estuviste en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, en La Habana, Cuba, como parte de tu formación académica, ¿cómo fue la experiencia?
―Fue como regresar en el tiempo en un presente alterno donde sí hubo guerra nuclear, los polos se derritieron, la tecnología se quedó atrasada 40 años y sólo puedes tener condiciones básicas de subsistencia. Sí tuve un apoyo universitario, pero sólo alcanzó para medio pagar el vuelo de ida y vuelta. Estuve haciendo mis prácticas profesionales en el Wifredo Lam, que es como decir Bellas Artes, pero las condiciones estaban de no mames, para ser más claros: había más material para trabajar en Sin Título que ahí. La raza no se lo imagina, pero no puedes ir a comprar un lápiz a la papelería porque no existen las papelerías y tampoco hay lápices; aunque tengas dinero no hay qué comprar. Tampoco podía comprar papel porque el papel es de las imprentas y esas son del gobierno; es más, es un delito traficar con papel.
Se supone que yo era el museógrafo y curador en Wifredo Lam. Entraba a las 10 de la mañana y salía a las cuatro de la tarde, pero llegaban los cubanos y me decían: “México, ¿qué haces aquí?, no hay nada que hacer, no hay material; mejor vete a tu casa a desayunar y a las 12 vuelves”. Lo poco que hicimos fue catalogar obra de los últimos 40 años de bienales que tenían almacenadas, pero eso fue poco tiempo y después ya no había nada. Cerca de ahí estaba el taller de gráfica de La Habana. Fui y quise trabajar, pero no me dejaron porque era extranjero y me querían cobrar mucho dinero, pero no tenía; hasta les dije que me dejaran producir y que les dejaba la obra y después ellos se podían quedar con la ganancia, pero tampoco quisieron. No sabía qué hacer y como sea hice compas y conseguí que una morra del taller me vendiera un pedazo grande de linóleo que se había robado del piso de una guagua [autobús]. Comencé a trabajar la pieza con herramienta que me prestaban y robaba tinta y me prestaban un rodillo e imprimía e hice una placa perdida. Eso fue lo que hice en cuatro meses que estuve allá.
Antes de irme me advirtieron de las condiciones en Cuba, pero no me imaginaba a qué nivel estaban las cosas. Me quedaba en el cantón del novio de mi mamá que es cubano y tiene una casa allá que se la cuida una persona. Mi mamá había ido meses antes y sólo me dijeron que me llevara de todo y yo no entendía, ¿cómo que de todo? Me decían que llevara dulces, maquillaje y ropa de más, pero lo que no me advirtieron fue un detalle esencial que es que si tenía mi dinero en una tarjeta con banca americana no podía retirar mi dinero en Cuba. Llevaba efectivo, pero se me acabó y lo que tenía en la tarjeta ya no lo pude retirar y no me podían mandar dinero porque no tenía una tarjeta. El primer mes y medio viví como cubano: comía arroz, frijoles y plátano frito. Hubo un tiempo en que no tenía ni para pagar el camión y tenía que caminar una hora y media al centro desde donde vivía, pero en el camino, como allá hay mucha santería, en las esquinas dejaban [como ofrenda] fruta, pollos y chivos destripados, pero también dejaban centavos y la neta sí los agarraba. Después hice unas trancillas y me pudieron mandar dinero y mi vida cambió a otro nivel.
―Este próximo 17 de octubre presentas Método: el arte de observar, en Galería Arma. ¿Cuál fue la principal motivación para escribir este libro?
―La principal motivación era que no tenía motivación, nunca pensé en escribir el libro. Tenía la creatividad y las ganas de hacer algo, pero no tenía la inspiración, no me salía la energía, entonces, me puse a investigar de la inspiración, de la voluntad y de la creatividad, que son tres cosas diferentes. Comencé a investigar y escribir y de siete páginas pasé a 15, luego a 40 y después pasé al tema de la comunicación, sobre cómo nosotros escribimos de manera fonética, escribimos sonidos y cómo el lenguaje tiene que ver con nuestra forma de entender el mundo; por ejemplo, cuando estaba en Chiapas conocí a una mujer tzotzil y un día me dijo que una niña, Martita, no entendía lo que era la basura; yo me saqué de onda porque no lo creía posible, pero entiendo que en su lenguaje, basado en la naturaleza, no existe la basura; para nosotros la basura es algo inútil que ya no sirve, pero para ellos todo sirve, que tú no sepas para qué sirve es diferente. Me quedó ese trip y años después cuando iba camino a San Juan Chamula, Chiapas, en el radio llevaban puesto radio tzotzil y estaban evangelizando y todo lo decían en tzotzil excepto palabras como: verdad, mentira, fe, Dios; creo que lo hacían porque no había una traducción fiable al tzotzil o porque en su cosmovisión eso no existía. Empecé a masticar la idea y a escribir y en algún momento ya tenía como 200 páginas y tuve que estructurarlo todo para que fuera legible a los demás, porque era un desmadre de información y hasta como cinco años después me puse a estructurar las ideas y a enlazar información para darle forma y fue cuando decidí hacer un libro; todo lo inicié como en el 2018 y fueron como siete años, más un año de edición. El libro lo saqué prácticamente este año y lo he presentado en Oaxaca, Guanajuato, Ensenada y próximamente en Mexicali, pero se ha vendido en Los Ángeles, Querétaro, Durango, Monterrey. Lo tengo en Amazon, pero esos se llevan la mayor parte de las ganancias y a ti te dan algo. Yo sólo subí el escrito con la portada a Amazon y cada que alguien lo compra ellos lo imprimen, lo envían y a mí me dan una feria por la venta.
―¿Cuál es la piedra angular de lo que buscas con Método: el arte de observar?
―Busco que la persona se cuestione por qué considera lo bonito como bonito y por qué aceptamos el orden que nos imponen y no otro; porque a partir de lo que consideramos ordenado y bonito es que está estructurado todo: por eso nos vestimos, peinamos y vivimos de una manera: por eso la ciudad se construye según lo que se considera ordenado y bonito. Pero por eso debemos de aprender a observar, para saber si en verdad es bonito o lo es porque tiene un trasfondo cultural, lingüístico, visual.
―¿Qué papel juega tu vida cotidiana y tus experiencias en el desarrollo de este libro?
―En este libro hay muchas experiencias de vida, como esto que comento del tzotzil y me di cuenta de que en el náhuatl pasa lo mismo, entonces, empecé a investigar más de lleno sobre algunos autores y a poner ejemplos o mencionar filósofos, dependiendo el tema, para ir vinculando la idea de cómo lo que consideramos bonito tiene influencia y cómo eso tiene que ver con cómo es que percibimos la realidad y con cómo nuestros sentidos están atrofiados y en realidad percibimos una parte, una nada de la realidad y cuando lo comunicamos se pierde todavía más en el lenguaje por la forma en que utilizamos el lenguaje, entonces, queda mucha información flotando siempre.
―¿A qué conclusión llegaste con esta obra?
―Una conclusión que tengo es que el arte es el vinculante entre la percepción objetiva-científica y la espiritual-subjetiva; el arte se hace de los dos y crea un conocimiento.
―Actualmente estás exponiendo Metáforas Visuales, una muestra de pintura en Galería Arma. ¿Cuál fue la exploración que realizaste para esta exhibición?
―La exposición es sobre esta idea de que una imagen dice más que mil palabras, pero ¿cómo haces para que mil palabras se hagan una sola imagen? Con esa exposición lo que busco es que muchas ideas y palabras se vean en una sola imagen, una imagen digerible. También busco llegar al simbolismo y al significado de las piezas buscando la universalidad para que la idea que estoy tratando de proyectarte la puedas abarcar desde tu subjetividad. Las piezas de la exposición son un reflejo de 10 años de trabajo mío. ♠
Jorge Damián Méndez Lozano nació en Mexicali. Siente una profunda emoción por la noche, los excesos y la comida china consumida de madrugada en alguna fonda oriental de la capital bajacaliforniana, en donde, mientras mastica, escucha sin entender absolutamente nada el mandarín o cantonés en que se comunica el personal de la cocina. Ha colaborado en las revistas internacionales Vice, Munchies y Creators. Textos suyo han sido publicados en las revistas: Generación, Crónica Sonora, Animal Gourmet, Infobae, The Clinic, Vanguardia, UABC Radio, Erizo, Sin Embargo, Neotraba, Publímetro, Excélsior, Diez4, Semanario Contraseña, Debate, Periódico Central, W Radio, El Mexicano y Siete Días. Ha laborado como docente en la Universidad del Valle de México, en el área de humanidades.