Vallejo[1]
Sorteando avenidas de conductores distraídos,
repetimos
-tu pequeña mano aferrada a la mía –
a diario ese trayecto
y me cuentas
para que la idea me acompañe de regreso.
Un Seven Eleven, una diminuta pastelería, un anciano sin dientes con sombrero de paja barriendo las esquinas, puestos ahí como personajes y escenarios
que jamás interrogaremos.
Escuché que las personas
que pasan mucho tiempo juntas,
terminan llevando el mismo ritmo al caminar
Ahora sólo como frutas: Mi cuerpo envejece y he comenzado a odiar todo lo que me distrae de una lectura o
imagen necesaria para aguantar largas horas.
-el protagonista de esta historia es otro / fuera de cámara
-una melodía dulce -la tensión antes del disparo-
-un ojo que rehúsa confrontar el terror
y desliza su atención hacia una ventana con el horizonte dibujando por el mar
y pensar
Presiento desde hoy un balance desastroso de mi generación, de aquí a unos quince o veinte años. (…) Un verso de Neruda, de Borges o de Maples Arce no se diferencian en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy
Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla.
Un eco de momentos felices.
El amor: Mi madre sujetándome el pecho con su brazo
mientras con la otra mano aferrada al volante
busca evitar choquemos.
Hinostroza
Hematomas que nunca entenderás cómo aparecieron.
El desborde devenido en úlcera
Una competencia que juras mínima
electricidad en los dedos -bravatas adolescentes-
Una canción que persigues en una lista borrosa.
Las carcajadas de rostros fundiéndose con el neón y una chica drogada que deja todo en la pista de baile.
Todos los días lo mismo
calles a rastras que se difuminan
y las conversaciones
-trasnochadas-
en habitaciones de una ciudad sitiada por el miedo.
Un auto te saca de ahí rumbo a un aeropuerto.
Otra vez ese asfalto
tapizado por luces rojas y vendedores de fritanga en las esquinas.
El neón una vez más y la espuma derramada ayer
lo más cerca que llegarás a tentar la suerte – un éxito de los ochenta, perfecto para un montaje de alguien
entrenando para una pelea.
–Hacía seis años que no escribía, siete que nada publicaba, y ya comenzaban a mirarme oblicuamente los amigos, y aquellos que estaban en el asunto, como si a mis 34 años fuera ya un has been, una vieja gloria literaria.
Corte de escena (Aquí me tienes, recortando unos grillos de papel, cortar figuras es lo que mejor se me daba en
la escuela. Podría pasarme horas haciendo eso para ti y viendo como haces una mueca – una especie de bostezo
al mirar con extraña atención una pantalla-
-Qué pasó con Gary Cooper. El tipo fuerte y silencioso. Él no estaba en contacto con sus sentimientos.
Sólo hacía lo que debía hacerse.
Luis Hernández
El nuevo apartamento llegó como una nave de rescate
-tiene refrigerador y lavadora pensamos-
cuesta la mitad de lo que un arriendo en Chile /
hay que tomarlo.
El refrigerador luce abarrotado por las compras del mes
Hiede a algún tipo de ají
y tú
envuelto en una manta, bebes complacido un café a sorbos
repasando artículos académicos sobre Bordieu y Adorno
un cliché universitario
el típico becario estúpido.
Este país aún no muestra la violencia de la cual es capaz
-por qué habría de hacerlo-
no sales de las cuatro cuadras que trazan la simetría de la rutina
de tu casa a la casa de estudios
López Mateo y Alonso de Torres, un radio seguro
en la esquina hay un Starbucks y unos metros más allá
-Sears y Walmart-
si les contaras la cantidad de hipsters que has visto desde que llegamos
si les contaras de la cantidad de autos de lujo que casi nos han atropellado.
El frío te despierta, es la falta de costumbre a la lluvia.
En la calle opuesta
como una invitación a dejar de lado tus pendejadas
un gran campo abierto
hectáreas de árboles, un bosque seco de ramas y cosas muertas
y allí junto al OXXO
esperando ¿qué?
una inmensa hilera de taxistas que nunca abandonan su puesto
sólo comen tacos, ríen, miran pasar a las chicas, gritan día y noche y nunca se mueven de ese sitio.
O sea que cualquier movimiento, cualquier cosa que escribas no es nada. Las cosas suceden igual, sin ti o contigo, escribas o no escribas, hables o no hables, eso es la gran verdad; nada más.
Hace una semana
al pasar rumbo a clases,
viste un sostén y unos zapatos de taco tirados entre los matorrales
sólo miraste hacia el Starbucks y preferiste abandonar la escena
llevabas bajo el brazo libros de teoría literaria y estética –una novela rusa y el poemario que te regaló un chico del taller.
La imagen era una bofetada
eso que todos te advirtieron
una invitación a dejar la soñada coherencia,
llegas a casa / escuchas al vecino gritarle a su mujer
-ya ves como siempre apendejas todo-
—Daniel Pachas Rojas
[1] La actual generación de América no anda menos extraviada que las anteriores. La actual generación de América es tan retórica y falta de honestidad espiritual como las anteriores generaciones de las que ella reniega. Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad de vida, en fin, de sana y auténtica inspiración humana. (Vallejo, 1927)
Daniel Rojas Pachas (Lima-Arica, 1983) es escritor y editor. Actualmente reside en México; está dedicado plenamente a la escritura y a cargo de la dirección del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma y Cristo Barroco, y las novelas Tremor, Random y Video Killed the radio star. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su weblog www.danielrojaspachas.blogspot.com