De Un edificio en construcción:
Marca
Cayó un vaso tequilero, de grueso fondo,
al piso. Estaba entre una pila de trastes
recién lavados, y yo mismo lo tiré al sacar alguno.
Pude observar su trayectoria
y cómo, sorpresivamente, en cámara lenta,
uno de sus pedazos rebotó y su filo se fue acercando
a mi ojo derecho, para ir a estrellarse contra mi lente de plástico.
No tuve tiempo de evadirlo, tanta es la fascinación
ante el arma cuando va acortando distancia
hacia su objetivo.
Ahora miro, cada día, la marca en mi lente
que se suma al paisaje y lo rasga
cuando quiero enfocar los detalles.
Mi primera y única nevada
La vez que nevó en mi ciudad
estaba medio dormido,
enrollado entre cobijas, en un cuarto de azotea.
Esa mañana escuchaba
las expresiones de sorpresa
de mis hermanos
y tuve la sensación de presenciar
un hecho que no volvería a repetirse.
Imaginé la nieve caer suavemente,
abrazar los muros de mi cuarto,
deshacerse poco a poco en el techo,
rodar por el resumidero.
Dormitaba y la nieve se confundía
con mi sueño fragmentario,
fantaseaba con que saldría a tocarla,
colocaría un copo en mis labios. Cuando abrí la puerta,
ya se había derretido y una película de humedad
brillaba en el paisaje.
De Late night show:
Estoy aquí, esperando
esa señal que podría ser un elemento simbólico
en un sistema de hechos que se enlaza con otros
sistemas, y entre sí riman y se repudian, creando
un nuevo efecto o afecto, y yo aquí, por planetas
de células divagando, las neuronas atrofiadas
como un montón de prendas sucias bajo la televisión
este domingo soleado que promete desperdicio.
Todo y nada
Habría que decidirlo más que decirlo,
decir, decir, obsesionado estás con ese decir,
Diletante. No quiero aparentar que caes
y desdecirme. Pero caes. Bien, a veces,
y no es por dártelas de trovador, de esos de manteles verdes
en presentaciones de autodidactas.
Hemos avanzado cual si se necesitara para hacerlo
nada más. Nada más que nada. Ni crees en el sentido,
y eso es decir mucho, un decir. Por si fuera poco,
por si la nada fuera poco, Diletante. Sísifo está azorado
con tus gestos de buena voluntad en el canal de la TV
que siempre evita, y que hoy de pronto se le puso enfrente
como una bailarina exótica, expósita.
No amedrentas, no sirves un excelente café
y no gustas de semillas de café doradas y cubiertas
de chocolate. Es decir, es un decir, vales
sorbete. ¿Madre? Eso ni se menciona. Y no sorbas, no es momento. No es
una invitación a tu baile de máscaras en un yate de lujo
como el de un Presidente habituado
al shopping en heladeras. Y esto, todo, la nada,
para decir poca cosa.
—Carlos Vicente Castro