Cuatro poemas de Carlos Vicente Castro

 

De Un edificio en construcción:

Marca

 

Cayó un vaso tequilero, de grueso fondo,

al piso. Estaba entre una pila de trastes

recién lavados, y yo mismo lo tiré al sacar alguno.

Pude observar su trayectoria

y cómo, sorpresivamente, en cámara lenta,

uno de sus pedazos rebotó y su filo se fue acercando

a mi ojo derecho, para ir a estrellarse contra mi lente de plástico.

No tuve tiempo de evadirlo, tanta es la fascinación

ante el arma cuando va acortando distancia

hacia su objetivo.

Ahora miro, cada día, la marca en mi lente

que se suma al paisaje y lo rasga

cuando quiero enfocar los detalles.

 

 

Mi primera y única nevada

 

La vez que nevó en mi ciudad

estaba medio dormido,

enrollado entre cobijas, en un cuarto de azotea.

Esa mañana escuchaba

las expresiones de sorpresa

de mis hermanos

y tuve la sensación de presenciar

un hecho que no volvería a repetirse.

Imaginé la nieve caer suavemente,

abrazar los muros de mi cuarto,

deshacerse poco a poco en el techo,

rodar por el resumidero.

Dormitaba y la nieve se confundía

con mi sueño fragmentario,

fantaseaba con que saldría a tocarla,

colocaría un copo en mis labios. Cuando abrí la puerta,

ya se había derretido y una película de humedad

brillaba en el paisaje.

 

 

De Late night show:

 

 

Estoy aquí, esperando

 

esa señal que podría ser un elemento simbólico

en un sistema de hechos que se enlaza con otros

sistemas, y entre sí riman y se repudian, creando

un nuevo efecto o afecto, y yo aquí, por planetas

de células divagando, las neuronas atrofiadas

como un montón de prendas sucias bajo la televisión

este domingo soleado que promete desperdicio.

 

 

Todo y nada

 

Habría que decidirlo más que decirlo,

decir, decir, obsesionado estás con ese decir,

Diletante. No quiero aparentar que caes

y desdecirme. Pero caes. Bien, a veces,

y no es por dártelas de trovador, de esos de manteles verdes

en presentaciones de autodidactas.

Hemos avanzado cual si se necesitara para hacerlo

nada más. Nada más que nada. Ni crees en el sentido,

y eso es decir mucho, un decir. Por si fuera poco,

por si la nada fuera poco, Diletante. Sísifo está azorado

con tus gestos de buena voluntad en el canal de la TV

que siempre evita, y que hoy de pronto se le puso enfrente

como una bailarina exótica, expósita.

No amedrentas, no sirves un excelente café

y no gustas de semillas de café doradas y cubiertas

de chocolate. Es decir, es un decir, vales

sorbete. ¿Madre? Eso ni se menciona. Y no sorbas, no es momento. No es

una invitación a tu baile de máscaras en un yate de lujo

como el de un Presidente habituado

al shopping en heladeras. Y esto, todo, la nada,

para decir poca cosa.

 

 

—Carlos Vicente Castro

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