BANDERILLAS
Todas las mujeres que se van me dicen que son felices.
Pero la amiga arrodillada junto a mí es la única
que continúa viviendo sola
y es dueña de cinco casas,
una de ellas sobre un terreno inclinado hacia un “brazo del mar”,
plateado e índigo, joven salmón inquieto,
asaltando bancos de anchoas.
El mar oscila,
esta mañana de agosto,
desde el pulgar del muelle
un asombroso nadador, tendido sobre gorgonias
afelpadas, patea
su red de tentáculos
lentamente fuera del caudal.
Nos hemos sumergido hasta los codos.
Recuerdo los inviernos aquí,
escarcha cubriendo el muelle
tanta que podrías segarla;
un bote tuberculoso,
el Barbarroja,
extrayendo agua de sus sentinas
durante todo el día, todo oscuro,
agua que ha hecho
hundir el interior
mientras el exterior flota apenas.
Podías alcanzar sus amarras
y acercar el enorme barco.
Y esta medusa tan grande
como nuestras cuatro hijas
tan larga como el velo de novia de mi amiga
(yo usé una pañoleta)
pereciendo debajo de lanas guardadas en el baúl de un barco de vapor
durante un viaje de ático.
El resto del conjunto es importado
de España: volantes escalonados, corpiño esponjoso,
y bolero, casi todo
en tono salmón-melón-camarón
o durazno-jengibre; labios
y gónadas metidas en una falda
festoneada en ocho puntos
realzados con un cristalino fardo.
Así es la moda.
“Las mujeres raramente
han sido una atracción para mí”,
dijo Sherlock Holmes en “La melena del león”,
“pues mi pensamiento siempre ha gobernado por encima de mi corazón,
pero no pude mirar
la perfección de su rostro,
con toda la suave frescura de las colinas
en su delicado color,
sin comprender
que ningún joven podría cruzarse en su camino sin ser herido.”
Ah, amigo,
no solo debemos herir,
también debemos conocer los remedios:
Amoniaco, vinagre o suavizante de carne
jugo de papaya, gasolina, aceite de oliva,
agua de mar (nunca fresca).
Remover tentáculos con las manos cubiertas con guantes,
aplicar harina, polvo para hornear,
espuma para afeitar.
Ven al mar con esto.
Después raspa.
Y aun así su cristalina cabeza
de Orrefors perfectos…
Dilatación, contracción.
¿Recuerdas el día
de nuestras depresiones simultáneas?
Mi esposo llamaba por teléfono una y otra vez,
escuchándote primero a ti y luego a mí,
incapaz de sincronizar nuestras llamadas.
Nos describió la una a la otra.
Después fuimos a pescar.
Él navego a través de La melena del león,
indeseado, maldito —
no puedes tocarlas, arrancarles
un hilo—
y largó su bote a otro lado,
hacia otros animales,
focas, frailecillos, callos de hacha
picando y soltando la carnada,
habilidad, éxito y hambre.
Tú y yo estuvimos juntas a cierta profundidad,
a millas de distancia, dijo,
y de algo nos ayudó.
Ahora, a pesar de que hemos empezado la migración
(si tan solo nuestra tercera amiga estuviera aquí
y la cuarta…).
La mujer en el Centro de Ciencias Marinas da la bienvenida
a estas medusas en el calor de cada agosto,
extiende sus brazos para mostrar
que tan grandes son las que ha visto.
Pero por ahora nuestros brazos y rodillas no aguantan
congelación alguna
solo nuestra inmóvil calma,
una concentración en el pulso
que no es de piedra
ni convierte en piedra
a quien se detiene a presenciarla.
Y yace ahí, saludando en su puerta
a todas las corrientes, banderillas, a esos cansados y tóxicos,
sin embargo, estriados, arrugados huevos que pastan sin brazos que les guíen
como transparentes panecillos de pascua.
Nuestro cabello flota sobre el muelle,
sus ochocientos, novecientos tentáculos
nos jalan fuera de la roca,
relajándose, flexionándose.
Ella no se paraliza,
no tensa sus partes,
y está completamente sola.
EXTRACTO
—Y aquí estoy como Jacob,
derrotado por las escaleras
que en el otro extremo sostienen a este angelical techador—
y de pronto la única cosa real para mí
es ese racimo de uvas.
Te vi besando moretones
como si fueran niñas pequeñas discutiendo acerca
de quién será la que levantes del suelo
para bailar.
Cuando era niña y me dejaban sola
tenía una forma curiosa de usar mis ojos:
veía las flores más cercanas
como si estuviera al doble de distancia.
Y esos pequeños soles eran imposibles de tocar
y se mantenían viajando,
viajando muy lejos.
Y luego venía el domingo,
día de cosas estáticas.
Me paraba debajo de las puertas de la iglesia
y ahí estaban ellas, pienso, lo que más me gusta
de la religión—
inmensas puertas y mi titubeo
entre el interior del balcón
y el vuelo de las aves.
Grandes espacios, lo pienso para ti,
que pareces estar preguntando,
vastos intervalos.
Traducción: Andrés Paniagua
Sandra McPherson (San José, California, 1943). Poeta y profesora de Escritura Creativa. Su obra incluye The year of our Birth (1978), The God of Indeterminancy (1993), The spaces Between Birds (1996) A Visit to Civilization (2002), entre otros. Ha sido becada por la Ingram Merrill Foundation y Guggenheim Foundation.
Andrés Paniagua (CDMX, 1992) estudió literatura. Es autor del libro Usted está aquí (Ediciones Mantarraya, México, 2016). Ha publicado en las antologías Poetas Parricidas (Ed. Cuadrivio) e In Vivo (Acapulco Ed.). Ha sido publicado en diferentes revistas y sitios web, entre ellos Opción (ITAM), Letras Libres, UniDiversidad, Generación, Aesthetoscopio, Digo.palabra.txt., Aeroletras(UAQ), El Humo, Al-Araby, Círculo de Poesía, Blanco Móvil y Des/linde. Fue parte del Proyecto Líquido: Deseo, coordinado por Alumnos 47. Ha participado en conciertos de arte sonoro como Umbral y Germinal.