Desdoblamientos (4): McPherson por Paniagua -Dos poemas

 

BANDERILLAS

 

Todas las mujeres que se van me dicen que son felices.

Pero la amiga arrodillada junto a mí es la única

 

que continúa viviendo sola

y es dueña de cinco casas,

una de ellas sobre un terreno inclinado hacia un “brazo del mar”,

 

plateado e índigo, joven salmón inquieto,

asaltando bancos de anchoas.

 

El mar oscila,

esta mañana de agosto,

desde el pulgar del muelle

un asombroso nadador, tendido sobre gorgonias

 

afelpadas, patea

su red de tentáculos

lentamente fuera del caudal.

 

Nos hemos sumergido hasta los codos.

 

Recuerdo los inviernos aquí,

escarcha cubriendo el muelle

tanta que podrías segarla;

un bote tuberculoso,

el Barbarroja,

extrayendo agua de sus sentinas

durante todo el día, todo oscuro,

agua que ha hecho

hundir el interior

mientras el exterior flota apenas.

 

Podías alcanzar sus amarras

y acercar el enorme barco.

 

Y esta medusa tan grande

como nuestras cuatro hijas

tan larga como el velo de novia de mi amiga

 

(yo usé una pañoleta)

pereciendo debajo de lanas guardadas en el baúl de un barco de vapor

durante un viaje de ático.

 

El resto del conjunto es importado

de España: volantes escalonados, corpiño esponjoso,

y bolero, casi todo

en tono salmón-melón-camarón

 

o durazno-jengibre; labios

y gónadas metidas en una falda

festoneada en ocho puntos

 

realzados con un cristalino fardo.

 

Así es la moda.

 

“Las mujeres raramente

han sido una atracción para mí”,

dijo Sherlock Holmes en “La melena del león”,

“pues mi pensamiento siempre ha gobernado por encima de mi corazón,

 

pero no pude mirar

la perfección de su rostro,

con toda la suave frescura de las colinas

en su delicado color,

sin comprender

que ningún joven podría cruzarse en su camino sin ser herido.”

 

Ah, amigo,

no solo debemos herir,

también debemos conocer los remedios:

 

Amoniaco, vinagre o suavizante de carne

 

jugo de papaya, gasolina, aceite de oliva,

agua de mar (nunca fresca).

 

Remover tentáculos con las manos cubiertas con guantes,

aplicar harina, polvo para hornear,

espuma para afeitar.

 

Ven al mar con esto.

Después raspa.

 

Y aun así su cristalina cabeza

de Orrefors perfectos…

 

Dilatación, contracción.

 

¿Recuerdas el día

de nuestras depresiones simultáneas?

Mi esposo llamaba por teléfono una y otra vez,

escuchándote primero a ti y luego a mí,

incapaz de sincronizar nuestras llamadas.

 

Nos describió la una a la otra.

Después fuimos a pescar.

Él navego a través de La melena del león,

indeseado, maldito —

no puedes tocarlas, arrancarles

un hilo—

 

y largó su bote a otro lado,

hacia otros animales,

focas, frailecillos, callos de hacha

 

picando y soltando la carnada,

habilidad, éxito y hambre.

 

Tú y yo estuvimos juntas a cierta profundidad,

a millas de distancia, dijo,

 

y de algo nos ayudó.

 

Ahora, a pesar de que hemos empezado la migración

(si tan solo nuestra tercera amiga estuviera aquí

y la cuarta…).

 

La mujer en el Centro de Ciencias Marinas da la bienvenida

a estas medusas en el calor de cada agosto,

extiende sus brazos para mostrar

 

que tan grandes son las que ha visto.

Pero por ahora nuestros brazos y rodillas no aguantan

 

congelación alguna

solo nuestra inmóvil calma,

una concentración en el pulso

 

que no es de piedra

ni convierte en piedra

 

a quien se detiene a presenciarla.

 

Y yace ahí, saludando en su puerta

a todas las corrientes, banderillas, a esos cansados y tóxicos,

 

sin embargo, estriados, arrugados huevos que pastan sin brazos que les guíen

como transparentes panecillos de pascua.

 

Nuestro cabello flota sobre el muelle,

sus ochocientos, novecientos tentáculos

nos jalan fuera de la roca,

 

relajándose, flexionándose.

Ella no se paraliza,

no tensa sus partes,

y está completamente sola.

 

 

EXTRACTO

 

—Y aquí estoy como Jacob,

derrotado por las escaleras

que en el otro extremo sostienen a este angelical techador—

y de pronto la única cosa real para mí

es ese racimo de uvas.

Te vi besando moretones

como si fueran niñas pequeñas discutiendo acerca

de quién será la que levantes del suelo

para bailar.

 

Cuando era niña y me dejaban sola

tenía una forma curiosa de usar mis ojos:

veía las flores más cercanas

como si estuviera al doble de distancia.

Y esos pequeños soles eran imposibles de tocar

y se mantenían viajando,

viajando muy lejos.

 

Y luego venía el domingo,

día de cosas estáticas.

Me paraba debajo de las puertas de la iglesia

y ahí estaban ellas, pienso, lo que más me gusta

de la religión—

inmensas puertas y mi titubeo

entre el interior del balcón

y el vuelo de las aves.

 

Grandes espacios, lo pienso para ti,

que pareces estar preguntando,

vastos intervalos.

 

Traducción: Andrés Paniagua

 

Sandra McPherson (San José, California, 1943). Poeta y profesora de Escritura Creativa. Su obra incluye The year of our Birth (1978), The God of Indeterminancy (1993), The spaces Between Birds (1996) A Visit to Civilization (2002), entre otros. Ha sido becada por la Ingram Merrill Foundation y Guggenheim Foundation.

Andrés Paniagua (CDMX, 1992) estudió literatura. Es autor del libro Usted está aquí (Ediciones Mantarraya, México, 2016). Ha publicado en las antologías Poetas Parricidas (Ed. Cuadrivio) e In Vivo (Acapulco Ed.). Ha sido publicado en diferentes revistas y sitios web, entre ellos Opción (ITAM), Letras Libres, UniDiversidad, Generación, Aesthetoscopio, Digo.palabra.txt., Aeroletras(UAQ), El Humo, Al-Araby, Círculo de Poesía, Blanco Móvil y Des/linde. Fue parte del Proyecto Líquido: Deseo, coordinado por Alumnos 47. Ha participado en conciertos de arte sonoro como Umbral y Germinal.

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