Tuercas funestas aceleran el mundo

 

 

por Lola Ancira

 

Andrés Kaiser

La zarza ardiente

Atrasalante, 2017, Jalisco, 124 pp.

 

La fatalidad es el condimento de la existencia. Un sinfín de adversidades, en mayor o menor medida, son las responsables de modificar la personalidad, de dotar de coraje o cobardía. Es en estos cambios, en las cicatrices visibles y en las internas, donde reside la esencia, el atractivo de un ser.

   El escritor y guionista Andrés Kaiser (San Luis Potosí, 1984) parece haberse inspirado en aquella sentencia de Kerouac que afirma que la única gente que le interesa es la gente «que arde, arde como fabulosos cohetes amarillos explotando igual que arañas entre las estrellas» para crear a sus personajes, pues cierta reminiscencia de la desgracia o el infortunio permea los nueve relatos de La zarza ardiente (Atrasalante, 2017), primer libro del autor con el que obtuvo el Premio de Literatura Manuel José Othón 2015 de Narrativa. Las historias que lo conforman se rigen por su propia lógica, por una verdad interna. No son sorpresivas, no tienen vueltas de tuerca inesperadas que las vuelvan efectistas, sino que cada parte está desarrollada de manera orgánica.

     El libro inicia con un cuento de gran fuerza, «Ciudad de juguete», donde el protagonista narra la breve y trágica historia de su familia nuclear y la vida en la periferia árida del desierto, en un sitio donde el abandono y la violencia son ley y no queda más que saciar los instintos naturales, por más precoces y crueles que resulten. 

   En «Sobremesa», una sospecha deviene en lo impensable y en un consecuente alivio. En el apacible estado que resulta tras ingerir alimentos, el cotilleo surge por la necesidad de comunicar, de irrumpir un silencio soporífero: divulgar información, sobre todo de alguien que no está presente, establece vínculos sociales más estrechos porque ayuda a compartir una carga emocional, es liberador y genera complicidad y confianza a pesar de ser una acción negativa que, a su vez, le otorga seguridad al que habla, mientras que el que escucha se siente atraído por la intimidad ajena. Y muchas veces, el chisme es la esencia de la escritura: Hebe Uhart afirmó que «un escritor es un chismoso refinado».

   La trama de este relato gira en torno a un secreto, un enigma que demuestra que «lo extraño» no lo es tanto e incluso podemos identificarnos con ello, reconocerlo en nosotros. Kaiser recurre aquí a la estrategia de Poe en «La carta robada»: «A veces las cosas están justo delante de nosotros, tan cerca que no podemos verlas», escribe el autor. 

   «7 a.m» detalla lo que ocurre después de estirar una noche de juerga hasta las primeras horas del día siguiente y así tratar de aprovechar cada minuto de oscuridad hasta contemplarla desvanecerse en la madrugada, en el inicio de una nueva jornada tediosa. Buscar en el placer, en el éxtasis de los sentidos, el significado de la vida. Una detención por beber alcohol en la vía pública culmina con una felación: una jugada de naipes perfecta en la que la experiencia de la farra otorga, espléndida, una flor imperial.

   «La respiración de Dios» es un texto con matices autobiográficos sumergido en el ambiente literario contemporáneo de la Ciudad de México. Kaiser abre la ventana de un mundo privado, muestra una faceta íntima de quienes trabajan con el lenguaje. Transmite la experiencia de haber convivido con Vicente Leñero, uno de los grandes autores mexicanos, gracias a su taller de guión cinematográfico “Sólo los jueves”. Entre títulos de obras y autores imprescindibles, Kaiser habla sobre su proceso creativo y cómo llegó a la narrativa: «Al cabo de un año de tallerear y leer prácticamente cualquier género —excepto poesía y ensayo, explícitamente prohibidos en los estatutos del taller—, me entraron las ganas de escribir narrativa, ya que durante ese tiempo, sólo escribía guiones». Cabe destacar el símil que hace Leñero de la «respiración» de Dios y la teoría cosmológica llamada la Gran Implosión (Big Crunch) —un inmenso inhalar y exhalar que inicia y acaba con todo—, pues genera cierta confusión entre lo real y lo ficticio, ambigüedad que Juan Ramón Ribeyro consideró eficaz y esencial en su «Decálogo para cuentistas».

   «La zarza ardiente», texto que da nombre al libro, es una mezcla de géneros, un cuento/ensayo filosófico, una disertación sobre el destino, el azar y las casualidades a partir de un episodio bíblico: la visión de Moisés y el mensaje que recibe de Dios (liberar al afligido pueblo hebreo de los egipcios y buscar la “Tierra Prometida”). El narrador omnisciente de este cuento vincula tres historias —una de ellas distante por más de tres mil años— que coinciden en un punto esencial: un fuego que no consume, un anhelo tan potente que modifica suertes. 

   Composiciones de Bach, gematría, teofanías, orquestas, música clásica, una violinista anónima —quien es a su vez otra zarza ardiente que nunca se consume, un fuego eterno que distorsiona el destino de quien la contempla e incluso osa quemarse con su flama, una pena eterna que abrasa pero no destruye, no convierte en ceniza—, la adversidad, la descendencia, encuentros y desencuentros, destinos torcidos a fuerza de ánimo o a manera de resistencia; deseo, pasión, dolor, ilusiones, mentiras, interpretar señales de manera errónea, verlas donde no las hay e ignorar los detalles realmente importantes. «Quizá el orden de la casualidad en nuestras vidas humanas está dado por el deseo y la ambición de alguien o algo más grande que nosotros», asegura el narrador.

   En «Lollapalooza», Kaiser lleva de la mano al lector a un evento musical masivo: lo prepara con las compras necesarias, lo guía entre una multitud de jóvenes (y no tan jóvenes) «jípsters, rockers, modernillos, poperos» que se reúnen para disfrutar de bandas como Teleprompter, Dominos, The Reeves y Workstation. Como si fuera una Go Cam, el autor posa al lector en la cabeza del protagonista mientras alcohol y drogas entran a su cuerpo, hasta que termina en un sitio y día distintos. La euforia, las ganas de disfrutar, de dejar a un lado la vida anodina de oficina, de no pensar en el futuro inmediato: el Carpe diem de Horacio rejuvenecido en el YOLO. Esa otra realidad en la que no se puede permanecer más de algunas horas o un par de días. Dos son los engranajes que hacen girar los mundos de La zarza…: el de la fatalidad y el del placer.

   Los cambios de registro mantienen la fluidez de la narrativa en historias que permiten imaginar y reflexionar sobre distintas perspectivas. Estos relatos se basan en lo visual y espacial, sus escenarios están construidos a la medida de las voces que los conforman. Kaiser moldea el lenguaje para revelar y generar emociones, ofrece a sus personajes y sus respectivos conflictos como objetos de contemplación; conjuga todos los elementos de los relatos para desembocar de manera uniforme y continua, cada parte de éstos es funcional y logra que la expectativa permanezca, que el lector continué leyendo. 

   Éste es el tipo de literatura en La zarza…, una que deja al lector imaginando qué habrá pasado después con los personajes: con el doble fratricida, con los integrantes del club de Asexuales Anónimos, con los policías timados en el prostíbulo encubierto o con el médico inculpado de acoso sexual que sufría de parasomnia. 

   Estos relatos no terminan con el punto final, sino que abren caminos a infinidad de posibilidades que residirán en la fantasía del lector. Precisamente Guillermo Samperio —uno de los jurados del premio que obtuvo Kaiser con La zarza…— afirmó en el punto 6 de su texto «A los nuevos cuentistas», publicado en la revista Puro cuento en 2007, que «El cuento es un relato breve que remueve a profundidad el espíritu del lector, dejándole una marca indeleble y perdurable en su existencia».

 

Lola Ancira (Querétaro, 1987) es licenciada en Letras Modernas en Español por la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha escrito ensayos, cuentos y reseñas literarias para medios electrónicos e impresos como Tierra Adentro, Laberinto, El Cultural, La Jornada Semanal y Punto de Partida. Es autora de Tusitala de óbitos (Pictographia Editorial, 2013) y El vals de los monstruos (FETA, 2018). Fue becaria del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Sus cuentos han sido publicados en diversas antologías.

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