La advertencia de la tortuga

 

 

por Francisco Parés

 

 

Se tiende a pensar en los popotes como algo que, simplemente, existe y que siempre ha existido, y que no merece demasiada atención; son cilindros que sirven para sorber bebidas y los hay de diferentes tamaños y colores. El único y verdadero avance es una serie de dobleces como a tres cuartos de la longitud del popote, que nos permite manipularlos de manera que podemos producir varios ángulos de acceso al líquido, más cómodos y a veces insospechados.

 Desde siempre, la humanidad se sirvió de varitas huecas para sorber bebidas, pero a raíz de la popularización del plástico por ser barato, abundante y versátil, el norteamericano John Wesley Hyatt creó el primero de este material en 1870. El mercado se encargó del resto.

  144 años después, en el 2014, comenzó a circular en las redes sociales un video de unos 5 minutos en donde aparecía una tortuga marina sobre una especie de panga, o algo un poco más grande, quizá un pequeño barco de investigación. La gran tortuga se encontraba sobre la cubierta, rodeada de lo que parecían ser estudiantes de ciencias ambientales.  “Verde, media café», la observaban. «Bastante dura», la tocaban. “Un metro y veinte centímetros de cabeza a cola”, la medían.“Doscientos kilogramos”, la pesaban. “Un, dos, tres, cuatro… muy bien”, le contaban las aletas. De pronto, al estar realizando esta inspección rutinaria, uno de los jóvenes aspirantes a investigador descubrió algo que sobresalía de una de las fosas nasales del pobre bicho. Lo que sucedió a continuación fue una de las escenas que más ha impactado al mundo interconectado. El joven que descubrió el objeto invasor tomó unas pinzas, cogió con cuidado la punta de la protuberancia y, sin más, comenzó a tirar, primero suavemente como para no lastimar a nuestro amigo quelonio y esperando que el objeto cediera sin mucho esfuerzo. Al ver que el largo y delgado cuerpo ajeno no quería cooperar, el joven tomó unos segundos para reevaluar la situación, reacomodó el agarre de las pinzas y, visiblemente frustrado, porque la tarea resultó menos agradable de lo que esperaba, tiró con más fuerza hasta que el objeto empezó a deslizarse. A pesar de que la tortuga no podía gritar su dolor, la pobre empezó a hacer el gesto de sufrimiento más obvio de las comunicaciones intraespecies: cerró los ojos con fuerza, abrió el pico enorme y dejó salir un seseo que incluso hoy recuerdo que sonaba muy parecido a “¡DÉJENME EN PAZ!”. Unos segundos después, cuando salió el objeto por completo, la cara de alivio de la tortuga era inequívoca; un hilo de sangre le escurría de la nariz.

(De las narices del quelonio el joven científico retiró un largo y ennegrecido popote. Yo todavía no estoy seguro de que hubiera sido un popote; lo vi más sólido, pero eso es lo de menos, lo que está claro es que era un pedazo largo de plástico de origen antropogénico, incrustado en uno de los animales más simpáticos del océano.)

  Este acontecimiento desencadenó un sentimiento de odio en contra de esta intrascendente tecnología —el popote—, como pocas han experimentado antes. El resultado fue una oposición generalizada al íntimo compañero del vaso, que hasta entonces parecía inocuo, y la prohibición de los popotes de plástico en miles de restaurantes y en varios distritos del mundo.

  Hasta aquí, la historia todos la conocemos, todos vimos el video de la tortuga y todos, en mayor o menor medida, despreciamos a los popotes. Lo que no fue tan aparente fue cómo reaccionó la mano invisible y cómo el sistema volvió a entrar en equilibrio.

  Inicialmente, la reacción fue más o menos la esperada: las personas exigieron la eliminación de este producto y a las empresas que se deshicieron temprano de los popotes se les aplaudió. Por el contrario, las empresas que no se adaptaron a estas nuevas circunstancias fueron castigadas con el desprecio de la gente y algunas más, previendo que ésta sería la nueva dinámica, pusieron sus barbas a remojar y anunciaron la eliminación de los popotes en sus establecimientos.  

  Como cuando se colapsan los bordos de un agujero en la arena, así el vacío que dejaron los popotes de plástico en el mercado parecía pedir a gritos que lo llenaran; y la gente, también. Desde aquella intervención quirúrgica improvisada que le realizaron a la pobre tortuga hasta hoy, se ha creado una enorme cantidad de popotes alternativos, desde los reutilizables de acero, aluminio y bambú, hasta los que se degradan de bioplásticos, de papel y de caramelo. Incluso, se siguen produciendo de plástico, pero más de un mayor grosor, y vienen en un paquete con un limpiapipas para motivar a que sean reutilizados.

  Nunca el modesto popote había recibido tanta atención y nunca el mercado de los popotes ha sido tan diverso e interesante. Los popotes de plástico comunes fueron estigmatizados y, sin duda, sus ventas cayeron, pero sus nuevos y relucientes, o biodegradables, sucesores están gozando de una estabilidad impresionante y han creado un mercado millonario en tan solo un par de años.

  Lejos de que los popotes desaparezcan, es el mejor momento de la historia para ser consumidor de este pequeño artefacto.

  Mutaron y se multiplicaron.

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  La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma, se sabe, y para que una cosa se materialice, es decir, para que algo exista, fuerzas y recursos tienen que intervenir para  generar su existencia.

  Nada es mágico, ni los popotes biodegradables. Desde la concepción de una mercancía hasta su disposición final existe una serie de etapas que, generalmente, suceden en el siguiente orden: concepción, diseño, pruebas, producción, distribución, venta, uso y disposición.  Al conjunto de estas etapas de la creación y destrucción de una mercancía, del nacimiento y la muerte, los ingenieros le han apodado cariñosamente el Ciclo de Vida. Cada una de estas etapas requiere de energía, recursos naturales y capital humano para funcionar de manera armoniosa y entregar el producto final al consumidor. Para que pueda uno sorber sin problemas.

  La cosa empieza en China, que, como en todo, es el principal productor de acero del mundo. Una vez que las grandes compañías mineras extraen hierro en bruto, es transportado a los altos hornos donde es fundido con carbono y alguna otra sustancia a altas temperaturas para producir acero inoxidable, que se guarda en almacenes en forma de láminas. Después, Popotes de China (PC) S.A. de C.V. compra láminas de acero y las extruye para producir los nuevos popotes reutilizables. Por otro lado, alguien en México que decidió aprovechar la oportunidad, pide un contenedor entero de popotes por Alibaba. PC S.A. de C.V. se los manda en un barco hasta el puerto de Manzanillo donde nuestro empresario los recoge, tres cuartas partes del cargamento lo distribuye en camión a tiendas de autoservicio y más o menos una cuarta parte del cargamento lo vende a una empresa más chica, ubicada en Guadalajara, que pone los popotes en una bolsita de tela de yute junto con un limpiapipas y una etiqueta que dice “Gracias por cuidar el ambiente”.

  Los de bambú —no es sorpresa—  también vienen de China, y los de bioplástico tienen ligadas una serie de estigmas relacionados con la seguridad alimentaria y la destrucción de ecosistemas; temas éticos y económicos que servirían para redactar volúmenes enteros. Se producen de plantas que, para su cultivo, impactan grandes extensiones de áreas naturales o, si es más rentable, utilizan cultivos que tradicionalmente se destinan como alimento humano, lo que en consecuencia reduce la cantidad disponible para comer y eleva el precio de los ingredientes. Además, parece que no se degradan a menos que tengan las condiciones adecuadas, y parece que es complicado que las condiciones adecuadas se presenten por sí solas sin una intervención humana.

***

  El video de la tortuga nos causó conmoción y nos hizo considerar la futilidad de los popotes. Pero, sobre todo, nos llenó de coraje por la ausencia de un sistema eficiente de manejo de residuos. Nos dimos cuenta de que todo lo enterramos, o acaba en el mar ahorcando a una foca o incrustado en nuestro sushi.  

  Pero la basura es sólo el último eslabón de la cadena, el manejo de los residuos es la última etapa en el Ciclo de Vida de las mercancías. Antes de los consumidores, ya hay emisiones de gases de efecto invernadero y contaminación y basura y explotación de la clase trabajadora y muerte y destrucción y pestilencia.  Cada una de las fases de la cadena de manufactura degrada un poco al mundo, y cada uno de esos popotes que adquirimos solventa esta degradación.

  Sucede que es más complicado estimar los daños del Ciclo de Vida aguas arriba del consumidor que aguas abajo. Es fácil observar la basura que, arrastrada por las lluvias, acaba por conglomerar una isla gigante en medio del océano. Pero en la atmósfera, las marcas se vuelven invisibles y el resto de los estragos derivados de la manufactura se diluyen alrededor del mundo, donde mercancías nacen y se constituyen.

   Lo que parece una serie de casos aislados de catástrofes sociales y ambientales es en realidad síntoma de un mismo problema.

  El sistema que hemos construido es extremadamente eficiente para hacer crecer e inventar nuevas soluciones que antes hubieran sido inimaginables. Por ejemplo, si se descubre una nueva cepa de algún patógeno, rápidamente se desarrolla un medicamento para combatirlo, o si los popotes se les están incrustando en las narices a las tortugas, se desarrollan popotes alternativos.

   Pero su mayor promesa es también su mayor perjuicio: para poder asegurar el crecimiento infinito del mercado se requiere de un consumo infinito de mercancías, y es justo ahí donde la puerca tuerce el rabo, porque los recursos de la tierra son necesariamente finitos, así como la capacidad de la vida para solventar las consecuencias de este ritmo de consumo.

   Pobres cilindritos, no fue más que por casualidad y la sincronización con la dinámica de las redes sociales que se convirtieron en el chivo expiatorio del consumismo desmedido. Bien podría haber sido cualquier otra del infinito de mercancías innecesarias que nos pasa inadvertido, igual que con los popotes antes del 2014. Las bolsas de plástico, las porciones individuales de crema para el café, los sobrecitos de Equal y azúcar y Stevia, los empaques robustos y estéticamente armónicos de los Iphone, las latas de cerveza, la ropa, los celulares, los carros, las botanas.

   La reacción inicial del movimiento en 2014 le había dado al clavo. Simplemente, había que dejar de consumir popotes. Así como muchas otras cosas.

Francisco Parés (San Diego, 1989) es ingeniero civil por la UABC y maestro en energías renovables por la UAG. En el 2017 formó Cambio de aires. Actualmente, vive en San Luis Obispo, California, y trabaja para CivicSpark. 

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