Me quiero comer tu páncreas

 

 

por Alberto Villaescusa

 

(Kimi no Suizō o Tabetai; Shin’ichirō Ushijima, 2019)

Sakura Yamauchi (voz de Lynn) tiene una enfermedad en el páncreas. Le queda poco tiempo de vida, pero es tan alegre, despreocupada y llena de energía que al verla uno no pensaría que está muriendo lentamente; el pronóstico ni siquiera parece preocuparla en lo absoluto. Apenas y hay señal de que está bajo algún tratamiento. Una película como A dos metros de ti romantiza y endulza la vida de una joven sometida a la rigurosa vida dentro de un hospital, pero por lo menos la muestra.

  ¿Qué lleva a una persona a aceptar con los brazos abiertos un pronóstico tan desolador? Me quiero comer tu páncreas no tiene una verdadera respuesta. El páncreas en cuestión es el de Sakura, pero la historia —basada en una novela de internet de la que después se desprendió una edición impresa formal, un manga, una película con actores de carne y hueso y ahora una adaptación animada— no es suya. Su experiencia se ve filtrada por el punto de vista de un muchacho (cuyo nombre es mantenido en secreto de manera deliberada, un spoiler más grande que si Sakura vive o muere al final de la película) que va a su misma escuela y que, cuando por casualidad encuentra y hojea el diario de ella, se convierte en la única persona fuera de su familia que conoce su diagnóstico. 

   Sakura, si no se enamora, por lo menos queda fascinada con este muchacho (Mahiro Takasugi). Esto es un misterio para el muchacho, un bibliófilo que nunca ha tenido novia ni amigos. Su confusión, prácticamente indiferencia, lo hace irresistible para Sakura, aun cuando el tiempo revela que no tiene mucho que ofrecer más que respuestas escépticas. El muchacho, el opuesto de ella, luce eternamente fatigado; uno pensaría que es él quien está sufriendo de una enfermedad terminal. Parte de mí quiere pensar que esta caracterización nace de un intento deliberado de mostrar cómo es vivir con depresión; los rasgos están ahí. Pero esta condición nunca le plantea un verdadero problema a su protagonista. No es que le cueste socializar, o que la ansiedad le esté previniendo tener una vida fuera de los libros. Es un rasgo enternecedor, más que un defecto.

   Aunque en ocasiones juega con temas serios, Me quiero comer tu páncreas es más una fantasía que un drama. Es personajes adorablemente dibujados en colores brillantes, tierna música de piano, y pintorescos cafés, restaurantes, playas y hasta un cuarto de hotel. Es situaciones que juegan de manera coqueta con volverse románticas y hasta sexuales que aparecen de manera tan súbita y obligada que suenan como los alardes de un adolescente sobre una novia imaginaria que vive fuera del país. Estoy tentado a llamarlas cínicas, sino fuera porque su presentación es tan inocente que se aproxima un poco a lo encantador. Hay algo simpático sobre una película que no sabe que está llena de clichés.

   Y hasta cierto punto entiendo el atractivo de esta fantasía. La idea de ser el centro del mundo para otra persona es extrañamente seductora; más cuando se entreteje con sentimientos de enajenación, timidez y baja autoestima. Películas como Me quiero comer tu páncreas son extrañamente reconfortantes porque imaginan un mundo en el que hacer el esfuerzo de socializar o mirar hacia adentro de uno mismo es innecesario porque siempre hay una joven misteriosa lista para poner tu mundo de cabeza y transformar tu cínico punto de vista.

   Aun cuando la relación entre Sakura y el protagonista nunca llega más allá de lo platónico, ella nunca se siente como un objeto puesto en su camino y no como una persona de carne y hueso. La película no tiene que tratarse únicamente sobre Sakura, pero un interés genuino en ella, una curiosidad por qué hace lo que hace, o un entendimiento de qué hace a este muchacho tan especial a sus ojos y cómo su diagnóstico la llevó a su filosofía de vida actual, pudo haber hecho la diferencia.

   Al final, el tratamiento que la película le ofrece no es sólo superficial, sino monstruoso. No sólo la hace pasar por cosas horribles, sino que ni siquiera se atreve a explorar cómo estas la afectan personalmente. Su muerte ni siquiera se siente suya. El insultante final hace claro que, hasta para ella, es el protagonista quien siempre va primero; que ella prefiera compartirlo con él que con su amiga de años o su propia madre es simplemente bizarro, pero consistente con el egoísta universo que la película imagina desde el principio. Ella tiene que morir para que el protagonista se vuelva una mejor persona… más o menos. Podría hablar de dos particularmente crueles giros en la trama, uno que raya en una agresión sexual, pero creo que el punto está claro. Desde la adaptación de Peter Jackson de Desde mi cielo, no veía una película tan morbosamente enamorada del sufrimiento y la muerte trágica de una adolescente. 

★1/2

 

 

Para leer más reseñas del autor, aquí, su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com

Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana

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