Toy Story 4

 

por Alberto Villaescusa

 

(Toy Story 4; Josh Cooley, 2019)

Cuando Pixar hizo la primera película de Toy Story, las limitaciones de la tecnología fueron una de las principales razones para hacer una película sobre juguetes que cobran vida cuando los humanos no los ven. El sueño de crear un largometraje animado generado totalmente por computadora se remontaba a los inicios de la casa de animación como un laboratorio del New York Institute of Technology en 1974 (antes de pasar por las manos de George Lucas y después Steve Jobs). Para inicios de los noventa, la tecnología existía para modelar y dar movimiento a personajes tridimensionales en entornos vagamente realistas, pero no para crear piel y cabello humanos por hora y media de duración.

  Mucho ha cambiado desde 1995. La animación por computadora se ha convertido en el estándar del cine infantil, y con ello la técnica y la tecnología involucradas en su realización. Fue inteligente de los cineastas invertir tanto en la historia como en la animación. Las texturas y detalles que ahora aparecen en cualquiera de sus imitadores brillan por su ausencia en imágenes que alguna vez fueron revolucionarias. Pero el comisario Woody y el guardián espacial Buzz Lightyear perduran en la imaginación.

  Las cosas también han cambiado dentro de Pixar, particularmente desde su adquisición formal por Disney (el imperio del ratón siempre se encargó de la distribución de las películas de Pixar, pero sólo en 2006 se convirtió en su empresa matriz). La casa de animación, que empezó produciendo un clásico de la animación tras otro, pronto empezó a convertirse también en una fábrica de secuelas. Nuevas ideas de genuina ambición como Intensamente o Coco tuvieron que coexistir con continuaciones a Buscando a Nemo y Cars: Una aventura sobre ruedas.

  Toy Story 4 es, de alguna manera, la película perfecta para poner en perspectiva el casi cuarto de siglo de la compañía en la pantalla grande. Regresar a los personajes y al mundo de aquella película inaugural permite comparar lo mucho que el medio ha evolucionado desde entonces. Pero la prueba definitiva era ver si la magia narrativa de Pixar podía justificar la continuación de una historia que parecía haber encontrado ya un final perfecto para estos personajes.

  Toy Story 4 es, sin duda, visualmente deslumbrante. Texturas que la primera Toy Story apenas podía sugerir, como la felpa, el plástico y la tela y efectos como la minúscula profundidad de campo y el reflejo de la luz en la porcelana finalmente completan la ilusión de un mundo en que los objetos físicos cobran vida. 

  El concepto detrás de la historia es intrigante, y la película en sí se divierte bastante con él. Ahora que la practicidad no es la única razón para contar una historia sobre juguetes, Toy Story 4 aprovecha explorar las implicaciones metafísicas de su universo. En su primer día en el preescolar, la niña Bonnie, la dueña de Woody y los demás juguetes que alguna vez le pertenecieron al niño Andy, crea un nuevo juguete a partir de un tenedor-cuchara, un poco de plastilina, un palito de paleta y un trozo de alambre limpiapipas.

  Forky, cómo todos sus demás juguetes, cobra vida, pero está aterrado de su propia existencia. Donde la primera trilogía parecía limitar esta capacidad a los juguetes que uno encuentra en las tiendas (Barbies, el Señor Cara de Papa, soldaditos de plástico, por mencionar algunos), Toy Story 4 sugiere que la vida de un juguete inicia cuando un niño decide verlo como algo más que un objeto. 

  Cuando Forky se escapa durante un viaje por carretera, queda en manos de Woody, el líder de los juguetes, rescatarlo. Las cosas se complican cuando, en una tienda de antigüedades, el comisario se encuentra con el rastro de Bo Beep, la pastora de porcelana y su amor de hace mucho tiempo. Alguna vez la damisela en apuros en los juegos de Andy, Bo viaja errante por los patios de juegos cual sobreviviente del apocalipsis. Aunque es Forky quien echa andar la trama, Toy Story 4 es más bien la historia de Woody y su decisión de si su valor se encuentra en que un niño juegue con él, o en la vida que él por sí mismo decide llevar. 

  Bueno algo así. La historia de Woody es eclipsada por la fantástica villana de la película. Dentro de la tienda de antigüedades, Woody y Forky se encuentran con Gabby Gabby, una muñeca con una caja de voz defectuosa que quiere la de Woody para impresionar a una niña que frecuentemente visita la tienda pero nunca se fija en ella. Gabby Gabby y sus secuaces, un pequeño ejército de muñecos de ventrílocuo, hacen una gran impresión porque parecen haber sido diseñados con la intención de provocar pesadillas en los más pequeños (el que las antigüedades de la tienda cobren una escala monumental porque las vemos desde el punto de vista de los juguetes contribuye mucho a este efecto). También porque su conflicto funciona brillantemente como una metáfora para el amor celoso y no correspondido. Llega cierto punto en el que, por más que haga uno, no puede cambiar lo que el otro siente.

  Si las películas de Toy Story siguen jugando con nuestras emociones tan hábilmente es en parte porque su premisa es existencialmente aterradora. La razón de ser de sus personajes siempre ha sido el aprecio que invierten en ellos los niños para quienes siguen siendo objetos inanimados. La imaginación de un niño es caprichosa y se marchita con el tiempo; la relación de los juguetes con sus dueños eventualmente deja de ser mutua. ¿Pero qué hemos de extraer de todo esto? Viendo Toy Story 4, me pongo a pensar en lo que la youtuber Jenny Nicholson dijo sobre Cars 3, otra película de Pixar en la que los problemas de su protagonista no tienen un claro equivalente en nuestra sociedad. Entre Toy Story más se adentra en las ramificaciones de su universo, más fascinante se vuelve como un ejercicio mental, pero más difícil es vernos reflejados en las historias de sus personajes.

  Otro problema al que la película, y cualquier potencial secuela futura, se enfrenta, es el abarrotado elenco de personajes. Aunque con cada entrega han llegado nuevos juguetes, y la mayoría de ellos han sido memorables, estos son tantos que es difícil balancearlos en cien minutos de película. El guion de Stephany Folsom y Andrew Stanton (a partir de una historia desarrollada por ellos, John Lasseter, Rashida Jones, Will McCormack, Valerie LaPointe, Martin Hynes y el director Josh Cooley) hace todo lo posible por hacerles justicia. Es un gusto volver a ver a Jessie, Rex, Hamm, Slinky, el Señor y la Señora Cara de Papa; y los recién llegados Ducky y Bunny, dos peluches de feria cuya sed de sangre le proporciona a la película sus dos mejores chistes, y Duke Caboom, un acróbata en motocicleta de tracción, hacen una buena impresión, pero al final ninguno tiene mucho qué hacer.

  Toy Story 4 no es una decepción. Es tan buena como una secuela innecesaria tiene derecho a ser. Pero es quizá lo máximo que Pixar puede extender esta franquicia antes de que empiecen a notarse señales de cansancio. Su final es ciertamente conmovedor, pero esta emoción nace, menos de lo que pasa en ella y más por lo que representa como parte de una saga. La historia es efectiva, pero lo sería muchísimo menos si películas anteriores no nos hubieran encariñado ya con Woody, Buzz y compañía. Es manipulador, pero funciona. Toy Story 4 se siente como el producto de dos fuerzas en conflicto: una casa productora motivada por superar los límites visuales y narrativos del medio y un gigante del entretenimiento cuya estrategia de mercado se concentra en éxitos garantizados respaldados por marcas familiares.

★★★1/2

 

Para leer más reseñas del autor, aquí, su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com

Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana

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