por Alberto Villaescusa
(Hustlers; Lorene Scafaria, 2019)
Muchos elementos juegan en la introducción de Jennifer Lopez en Estafadoras de Wall Street. En la película, Lopez interpreta a Ramona, una stripper en un club que atiende principalmente a banqueros de las grandes firmas de Manhattan. Primero está el personaje a través del cual vemos todo esto: Dorothy (Constance Wu), una joven que recién empieza a trabajar en el club y queda cautivada por la destreza de la veterana que realiza su rutina frente a un grupo de voraces clientes haciendo llover billetes de un dólar sobre el escenario. Está la forma en que la directora Lorene Scafaria la fotografía: planos abiertos que, más que compartir la mirada de los hombres debajo del escenario, hacen que el momento se trate más de la habilidad, coordinación y confianza de Ramona. Pero también la realidad de que, a pesar de su presencia y el control que parece ejercer sobre la situación, sigue estando a la merced de la gracia e ineptitud de quienes la miran con lascivia. Es un momento de poder, pero es uno fugaz.
Estafadoras de Wall Street ha sido comparada con las películas criminales de Martin Scorsese desde antes de entrar en producción. Cuenta Scafaria que, después de completar el guión para la película, los ejecutivos que lo leían inmediatamente pensaban en él como director. Es una comparación que tiene sentido a primera vista dada su estructura y ambientación, finalmente injusta tanto a Scorsese como a Scafaria. Pero para entender qué clase de película Estafadoras de Wall Street es, ayuda saber qué clase de película no es.
La diferencia más importante se encuentra quizá en las relaciones de sus respectivos personajes con el poder. En El lobo de Wall Street, Dorothy (o Destiny, su nombre en el escenario) y Ramona serían poco más que decoración y accesorios de las extravagantes y salvajes fiestas de Jordan Belfort en las oficinas de Stratton Oakmont. El trabajo de Dorothy es exigente, a ratos denigrante, pero en Ramona y sus compañeras de trabajo Mercedes (Keke Palmer), Annabelle (Lili Reinhart), Liz (Lizzo) y Diamond (Cardi B) encuentra un poco de consuelo y guía. Cuando Diamond le explica los distintos trucos que utilizan para que sus clientes gasten más dinero, parece que tienen más poder del que tienen en realidad. El dinero, además, es bueno; la película abre en 2007, momentos antes del inicio de la Gran Recesión.
La crisis, que se gestó en el mismo Wall Street parcialmente por la burbuja de créditos inmobiliarios, repercutió alrededor del mundo, afectando sobre todo a los más pobres. Para Destiny y compañía, cuyos ingresos dependen de los excesos y derroches de otros, es el fin de una forma de ganarse la vida. La poca protección que tenían se pierde cuando el club nubla los límites de lo que los clientes pueden y no pueden hacer con ellas, todo con tal de generar un poco más dinero. Para darle la vuelta a la situación, Ramona tiene la idea de acercarse a clientes en bares, sin que se den cuenta darles una dosis de éxtasis y ketamina (para que pierdan las inhibiciones y la memoria brevemente) y de ahí llevarlos al club para extraer lo más que puedan de sus tarjetas de crédito.
Ramona justifica sus acciones en términos de clase. Sus ricas víctimas de Manhattan son los arquitectos de la crisis que las regresó a la precariedad y que por su avaricia no sufrieron ninguna consecuencia por su avaricia. Ella sólo quiere restaurar un poco de justicia en el mundo. Esto es lo que ella dice, pero no precisamente de lo que la película se trata. Nuestra protagonista, Destiny, simpatiza con sus motivos pero más que nada se deja llevar por el temerario carisma de Ramona y su deseo de pertenecer a este grupo. “Somos una familia. ¡Una familia con dinero!” dice Ramona cuando ella, Destiny, Annabelle y Mercedes celebran un particularmente exitoso robo.
Estafadoras de Wall Street se parece a las películas de Scorsese en que es la historia de alguien de Nueva York que empieza en relativa precariedad y se involucra en una vertiginosa actividad criminal de la que no sabe escapar por siempre querer un poco más. Dado que Ramona es quien guía las acciones de las demás y nunca tenemos una mirada clara hacia el interior de sus motivos, la película nunca logra ese mismo seductor enganche de Casino, Buenos muchachos o El lobo de Wall Street.
Pero vale la pena señalar las diferentes actitudes que ambos tipos de películas toman de los casos de la vida real que adaptan al cine. Si las películas criminales de Scorsese son tan irresistibles es precisamente porque llevan los peores instintos de sus personajes al extremo, todo para señalar la incapacidad del mundo para hacerlos sufrir las consecuencias de sus acciones. Sus crímenes, aunque horribles y monumentales, son lamentablemente parte del estatus quo.
Scafaria, por su parte, nos invita a tomar una actitud más simpática hacia sus personajes. Estafadoras de Wall Street termina en una coda alegre que, más que cerrar la historia, nos recuerda qué fue lo mejor de todo esto; no precisamente el dinero pero la seguridad que les proporciona. Es una secuencia que una vez más involucra el baile, pero ahora, finalmente, totalmente en los términos de estas mujeres. Por la química de las actrices y el énfasis que la película hace en la violencia y discriminación casuales que sufren como parte de su trabajo, uno en verdad simpatiza con el poder que brevemente procuraron.
★★★1/2