Arbolarias

Una vez, una humilde mujer dio a luz dos hijos de aquel hombre, quien luego la dejó para casarse con otra, rica y de familia respetable. Él quiso llevarse a los vástagos. La mujer humilde lo impidió: los ahogó en el río y murió de tristeza. Dicen que aún se le mira, convertida en ánima. Camina la rivera buscando a sus críos. Grita de dolor, de despecho. Grita y el agua hierve. Y sus gritos, como pájaros, atraviesan la noche de lado a lado.

  El inicio de esta leyenda se pierde en el tiempo: La Llorona es más antigua que el México de la Conquista española, cuando se cree tuvo su origen. Desde antes formaba parte de una tradición oral que los pueblos de Mesoamérica usaron para explicar mitos sobre la vida y la muerte. Luego, cada generación se ha apropiado del cuento para dar forma a sus narrativas colectivas (1). Existen versiones contemporáneas donde la mujer es una guerrera sindical o una figura clave en el conflicto migratorio con Estados Unidos (2).^. Así, el mito muta, evoluciona, figura y desfigura, para acoplarse a las necesidades psíquicas de cada grupo social en un espacio y tiempo determinados. Pero invariablemente conserva su esencia: la Mujer que confronta al sistema, y el Río y su control sobre la vida y la muerte de quienes habitan a su lado.

   Arbolarias (2016) es un proyecto de la fotógrafa Elsa Solorio (Ensenada, 1989), desarrollado durante una residencia en el taller “Campamento 20 Fotógrafos México”. Las imágenes representan una tradición oral de Tlacotlalpan, poblado en la cuenca del río Papaloapan en el estado de Veracruz, que bien podría ser escenario para otra versión de La Llorona.

  Según el mito local, hay mujeres —las que dan título a esta serie— que al caer el sol se transforman en extrañas aves y surcan el cielo en busca de sus maridos infieles. Furtivas, fugaces, aletean, llaman, quizá chillan, escalofriantes cantos de despecho. Pues aunque a la luz deben ocultar sus emociones, al salir la luna el reclamo les pertenece.

  En Tlacotlalpan el río trae vida, muerte y todo lo que hay en medio (en un ciclo que se repite cada año, lo mismo alimenta las parcelas que inunda el pueblo). Con esta metáfora, Solorio abre una secuencia de 14 imágenes donde sus Arbolarias, mujeres perennes, recorren tejados, callejuelas y huertos; habitando pieles de pájaros, dejando atrás singulares plumas y orgullosos rastros de caca, como testimonios de sus pesares pero también de su resilencia; así, sus historias no caerán en el olvido. Elusivas como el vocablo que las denomina, las Arbolarias son dos cuerpos de un solo ser femenino hecho con mitos de agua, aire y luz.

  El sincretismo de la leyenda local con otras leyendas ancestrales no es tan evidente pero la narrativa está ahí, escondida a plena vista, en rostros que no vemos, en reflejos, destellos y fragmentos corporales. Son relatos atávicos que a los ojos de Solorio se convierten en pistas para entender la creatividad femenina, esa que con la voz o con la cámara es autora y guardiana de ricas tradiciones.