por Marbrisa Ter-Veen
Extraño; sin anuncio alguno comenzaba un espectáculo que había que ver inclinando la cabeza. Cuando por azar o destino se reunían al menos tres niñas pequeñas, la música comenzaba poco a poco a manar de sus labios al unísono. Así, como un suceso natural: perfecto y espontáneo, se dejaba oír un susurro que iba cobrando fuerza. Los adultos quedaban encantados, les causaba muchísima gracia, igual que las demás ocurrencias inofensivas tan propias de la infancia. Pero éste era un acto poderoso. El canto llenaba los oídos como una lengua húmeda y viscosa contoneándose. Los espectadores enmudecían, quedaban hipnotizados; el ruido del mundo capturado por la melodía. Eran incapaces de notar que las niñas estaban a punto de desvanecerse exhaustas y que el coro se tornaba punzante. Una jaula de gorriones. El hechizo duraba hasta que algún perro, perturbado, empezaba a aullar.
Terminado el acto los mayores hacían festejos y felicitaciones exageradas. El acontecimiento no suscitaba ninguna extrañeza, toda suspicacia escapaba por las enormes sonrisas complacidas y los ojos iluminados de las madres recién iniciadas en el orgullo filial.
Ni jazmín ni azufre, sin notarlo los pobladores tenían el olfato anulado. Sólo los canes escapaban presurosos de la batalla que se gestaba en el viento mientras las niñas cantaban.
Después de numerosas y gratas repeticiones los adultos notaron que la música no dependía de la combinación inicial de criaturas, y que, entre más fueran, la música cobraba vigor, se volvía sublime. Entonces les vino la idea de exhibir el acto celestial con la propiedad que un espectáculo como aquel requería. La convocatoria era muy simple: “Si tiene usted hijas entre los tres y seis años y desea que éstas formen parte de la Noche de Música Coral, inscriba su nombre aquí y preséntela el día de la función”. A continuación el día y la hora, así como los códigos de vestimenta. El cartel se llenó de nombres. Era el evento de la década. En este pueblo el tiempo siempre había pasado silencioso, lánguido. Durante las semanas siguientes no se habló de otra cosa. Todos se dedicaron a planear la ceremonia. Las madres confeccionaban orgullosas vestidos y esperaban con anhelo el día de la función, mientras que las niñas se rechazaban entre sí, hacían lo posible para permanecer en sus casas, agotadas y temerosas.
Pocos se preguntaban por la razón del extraordinario fenómeno: por qué las niñas, que no solían coordinarse ni para mentir, mostraban ahora esa disposición innata para ejecutar tales sinfonías. Ninguna desafinaba nunca. Sus voces corrían de la mano trazando figuras armoniosas sobre la yerba pálida de los parques, salones, patios y plazas. Ciertamente, a nadie sorprendía que Dios eligiera entre los géneros a las mujeres y entre las edades a los más inocentes para cantar con belleza su palabra.
Llegó el día y era jueves. Muchas flores y listones, un escenario no muy alto y sí muy amplio, el proscenio lleno de velas. Sillas y cirios para cada habitante del pueblo; con seguridad que cada familia tenía entre sus miembros a alguna corista. Al punto del ocaso comenzaron a aparecer sobre el escenario filas interminables de vestidos, moños y zapatitos brillantes. Apenas estuvieron juntas arriba y comenzaron a vibrar el aire.
Cantaban en coro y asían sus trenzas; en formas y disposiciones tan variadas como los calcetines ornamentales que subían, bajaban y se ensanchaban bajo las líneas también disparejas de las faldas, y que parecían sostener sus piernas escurridizas.
Estaban en la penumbra con la boca abierta; la garganta hacia el cielo, las pobres niñas tersas sometidas al hálito sonoro de su cuerpo, desesperadas, viendo en derredor sin poder girar el rostro, esperando la aparición de Phenex. El cántico enciende la materia. Fuego. Grandioso fuego.
Fotografía de Alicia Tsuchiya
Marbrisa Ter-Veen (Puerto Peñasco, Sonora, 1989). Publicó «Reiko» en la antología El gran libro de los perros de Blackie Books. Además ha publicado y editado en revistas como VICE México, Folio, i-D México, Pánico, Frente, Código, NYLON México, Errr Magazine, Negratinta, La Peste y Langosta Literaria. Actualmente reside en la Ciudad de México donde dirige un club de lectura.