HIEREN LOS HUESOS
La cría más débil de una camada
es la última en nacer,
suele ser pequeña
y enfermiza
la vida no le sonríe,
eso lo sé
algo me quisiste decir
con tu mirada
y abrazos bajo las cobijas
la noche que me curaste
con jugo de verduras enlatado
y una maruchan,
cuando fumaste con mis amigos del tianguis
o la ocasión que fuimos
a los pulques en una vespa
y dijiste que te daba miedo ir en motocicleta,
cuando nos sacamos fotos
o al cocinar en la casa llena de humo,
cuando reías fuerte
y sospechabas que podrías despertar a Manuel,
con tus gemidos
esas veces que traías, dejabas o te llevabas ropa,
cuando pintabas caras en una pared de Mayorazgo
o al verte caminar de Garibaldi a Ermita
con la mochila llena de drogas
entre prostitutas
y policías,
sin miedo, con la vena hinchada
de tu frente palpitando orgullo,
cuando no te enojaste después
de que destrocé tus botas,
cuando me acariciabas
siempre que venías de tan lejos a verme
cuando te vi vomitar y te besé,
esa vez
que pusimos las lenguas en el ojo
uno del otro,
cuando tocaba con mi nariz tu barba
y la vez que lloraste al poner una canción,
cuando perreaste un poquito al escuchar otra
y sobaste mis patas
al lamer la herida que tienes en la axila
luego de lanzar una pelota
que se olvidó bajo la cama
tal vez
fue ese momento cuando
intentaste anunciar algo,
pero no comprendí si floreció
un pacto
o una orden,
aunque me desdoble entero,
la verdad
me cuesta tanto,
no lo entiendo
algo intentabas decir
y ese algo me gustaría
no fuera una confirmación
de lo efímero
porque
soy un animal
que ya no es bravo
indeseado
en esos sitios
donde quise hacer hogar
o familia,
algo
me quisiste hacer saber
y no logré descifrarlo
aunque no importa,
porque de las cosas
que también sí sé
es
que el abandono
te regala
su promesa de amor
con una patada en el hocico.
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ESE MONSTRUO
Mi casa
se encuentra
en las plantas de los pies,
donde sumergido
vive un cocodrilo,
lo verdadero
de su esencia
está en mi carne,
imperceptible
escucho que expone:
habita a la fiera
y date por vencido.
En mi panza
anida una ballena
que intenta
escaparse
por el ombligo,
es la bestia
a la que temo
y me golpea
en el interior.
Escucho
cuando musita:
no tengas miedo
no dolerá,
insiste:
ríndete,
no puedes seguir.
La caída
es humo
en ascenso,
recorre la jaula
que es mi tórax
donde una golondrina
gimotea,
su signo
es la ansiedad
y señala:
hay que darle muerte
la muerte.
El veneno que cabalgo
es una turbulencia corporal,
el cansancio,
el dolor en los ojos,
el animal desbarrancado
en una oscuridad llena
de insomnio
y la tristeza vaticina:
la única esperanza que queda
es perder la esperanza.
Eso explicó después
un tlacuache
en mi cabeza
al confesar haber
perdido el fuego robado
que tenía como dádiva
a los hombres
para salir
de las sombras
y el bufido.
Los hombres
soy yo
y ya no tienen ganas de nada
más que dispararle a la oscuridad
esperando que algo caiga sin vida.
La vida
también soy yo,
esquivando balas,
en la noche muda
de una permanencia
incurable.
—Edgardo Mantra
Fotografia de Julián Zepeda
Edgardo Mantra (San Jerónimo de Juárez “El Grande”, Guerrero, agosto 1986). Es sociólogo por la UAM, tiene publicada las plaquettas de poesía: Gusano de acero (Son del Barrio) y Mientras sepan que hay cocaína (Aleteya), su trabajo se puede encontrar en Cebollas agrias, Unísono (fanzine de Guadalajara), PUF! (revista cartonera) y Kracken (fanzine del caribe). Actualmente es director de tiempo completo en La Mantra Edixiones y maneja junto a Cristían Gómez Olivares el sello 51GL0 V31NT1Dó5.