por Alberto Villaescusa
(Jiāng hu ér nü; Jia Zhangke, 2018)
Más que una historia de amor, La ceniza es el blanco más puro es una crónica de una China cambiante. O más bien, una crónica de distintas Chinas, un país que cambia drásticamente con el pasar de un par de años y las coordenadas específicas de su enorme territorio. Es una curiosa contraparte a la retórica de unidad nacional que el Partido Comunista gobernante ha promovido desde la formación de la República Popular en 1949; y es más curioso que su director, Jia Zhangke, haya logrado hacerla dentro del modelo centralista que rige la industria cinematográfica nacional.
Ahora considerado la figura principal de la Sexta Generación del cine chino, Jia hizo sus primeros tres largometrajes relacionados con su provincia natal de Shanxi, con actores no profesionales y tomas extendidas en video digital, una decisión creativa y una reacción a las necesidades de hacer cine a espaldas del gobierno chino. Fue hasta 2004 que hizo su primera película con apoyo estatal, esto le permitió incorporar actores más reconocidos e incrementar la escala de sus proyectos: Joan Chen, mejor conocida por El último emperador de Bernardo Bertolucci y la serie de televisión Twin Peaks, apareció en el semi-documental 24 City. Y Lejos de ella le permitió imaginar a sus personajes chinos en una Australia del futuro cercano.
Esto sin necesariamente abandonar las técnicas y métodos de sus primeras películas: Jia ha seguido utilizando el video digital, un medio apropiado para la rapidez con la que su país natal ha migrado de la administración centralista de la era de Mao Zedong a la potencia industrial actual. La ceniza es el blanco más puro está filmada por el cinefotógrafo francés Éric Gautier en una variedad de formatos: Mini DV, alta definición, 2K, 4K, 5-6K y celuloide de 35 milímetros. Sus tomas largas, por otra parte, muestran una paciencia y objetividad que rara vez se ve en el cine de Hollywood; un estilo que el mismo Jia describe como derivado de una búsqueda de “un sentido de igualdad y democracia”.
La ceniza es el blanco más puro abre en Datong, una de las principales ciudades de la provincia nororiental de Shanxi, en el año 2001. Alguna vez una próspera comunidad minera, ahora Datong se encuentra en decadencia con el colapso del precio del carbón. Los edificios de apartamentos construidos por el gobierno y las calles están despintadas y decaídas, invadidas por la vegetación y prácticamente desiertas por la gente. Es una ciudad que se desvanece, pero una que Zhao Qiao (Zhao Tao, esposa de Jia Zhangke en la vida real) y su pareja, Guo Bin (Liao Fan), dominan. Ella es la hija de un minero sindicalizado y él, un mafioso importante.
Llevan vidas cómodas en un mundo con pocas aunque reconocibles señales del mundo exterior. Bin y su pandilla toman su estilo y código de las películas de acción de Hong Kong; una escena los muestra viendo fragmentos de El asesino, de John Woo, y el tema musical de la película aparece de manera recurrente, acentuando la acción. En los clubes locales, Qiao y Bin bailan al ritmo de The Village People y cuando el jefe de Bin muere, es honrado con un baile de salón que se siente extrañamente fuera de lugar.
La muerte es un anuncio de sus cambiantes fortunas. Cuando se desata una rivalidad entre pandillas, Qiao sugiere que se trasladen a otra ciudad, quizá a Xinjiang, en el desértico oeste del país, donde se rumora que los mineros están siendo reubicados para explotar los recién descubiertos campos petroleros. Ella quiere casarse e iniciar una familia con Bin, pero a él, afiliado al sindicato de transportistas, no le interesa. Él predice una reconstrucción y resurgimiento de la ciudad; por el momento, consigue una pistola para la protección de ambos. Una noche, su coche es interceptado por un grupo de matones en motocicletas que empiezan a golpear a Bin y a su chofer. Qiao saca la pistola y dispara al aire para asustarlos. Ella y Bin son arrestados y llevados a la cárcel. Él sale después de un año, pero ella, quien se rehusó a implicarlo por conseguir el arma ilegalmente, sale después de cinco. Nunca la visita.
Cuando finalmente sale, Qiao viaja al sureste del país, a la provincia de Hubei, donde escucha que Bin trabaja. Su recorrido la lleva cerca del futuro sitio de la Presa de las Tres Gargantas, sobre el Río Yangtsé, el más importante de China. La presa es un símbolo de una China cambiante; un masivo proyecto de transformación del entorno, indicativo de un gigante comercial que transita del carbón a las energías renovables, abriendo camino para nuevas ciudades y transporte naval. Pero con todo “progreso” viene un costo: particularmente, los asentamientos humanos y paisajes naturales que terminarán inundadas por el agua una vez terminada la presa. La secuencia, completada parcialmente con material de archivo, nos muestra las eventuales ciudades sumergidas, sus miles de residentes obligados a desplazarse. La presa y la película se complementan mutuamente: la historia de Qiao es una metáfora para los desplazados por la construcción y viceversa. La idea es la misma: es imposible regresar a ese lugar llamado hogar.
Qiao termina en Fengjie, una ciudad radicalmente distinta a su natal Datong. Tiendas con enormes aparadores de vidrio adornan las calles principales, llenas de gente. Bin llega a un edificio con impecables y brillantes pisos y paredes. Hay un simpático y revelador gag visual en el que se ve a Qiao acercándose a una oficina con puertas de vidrio que se abren automáticamente pero solo desde adentro —ella tiene que detener la puerta con una botella de plástico para decir a qué viene. Es un mundo nuevo e impresionante al que ella no necesariamente está bienvenida; es vibrante pero no equitativo. Qiao estafa a hombres ricos en un elegante restaurante y a la vez regatea con un motociclista por diez yuanes. Hay oportunidades de negocio, aunque algunas no son más que espejismos. En un viaje por tren, Qiao se une a un carismático hombre que dice estar montando una empresa de turismo en Xinjiang, pero resulta ser mucho menos de lo que presume; es una mentira piadosa para esconder su soledad.
La ceniza es el blanco más puro sigue a Qiao y Bin hasta 2017; sus saltos de tiempo son súbitos y desorientadores deliberadamente. Aunque la relación entre ellos es la base de la estructura, la película no está muy interesada en si Qiao lo encuentra o si los dos terminan juntos. Se trata más bien de lo que uno representa para el otro: lo que los une, más que el amor, se parece a la nostalgia, un medio para aferrarse a ese pasado que perdieron.
En los 16 años que cubren casi las dos horas y media de duración, La ceniza es el blanco más puro da un rostro a fenómenos políticos, económicos y sociales que se viven alrededor del mundo, aunque de manera diferente en cada uno de sus rincones. La película se siente como un atlas viviente de la China contemporánea. De balances de poder y relaciones de género que cambian vertiginosamente, donde el sentido del ser se ve desplazado y erosionado por una idea de desarrollo. La idea que los personajes tenían de una comunidad de éxito se diluye. Es una película triste, pues los protagonistas están en un entorno ante el cual son impotentes. Y aun así luchan por encontrar algo que permanezca fijo.
★★★★1/2
Para leer más reseñas del autor, aquí su blog: https://pegadoalabutaca.wordpress.com
Alberto Villaescusa Rico (Ensenada) Estudiante de comunicación que de alguna forma se tropezó dentro de una carrera semi-formal como crítico de cine. Propietario del blog Pegado a la butaca. Colaborador en Esquina del Cine y Radio Fórmula Tijuana.