Juan Gelman: Vida y poesía

por Jorge Ortega

 

 

La muerte de Juan Gelman (1930-2014) puso a su hora el dedo en la llaga: ¿deben poesía y vida ser vasos comunicantes? El legado poético del autor y periodista argentino afincado en México en 1990, y tan ligado en contenido a su dura existencia, nos orilla a reconsiderar las altas implicaciones éticas de la poesía, más que un oficio un destino que trasciende la impersonalidad de casi todas las ocupaciones, insertándose radicalmente en la esfera de la libre elección, la voluntad, la apuesta primordial. El 3 de mayo de 2020 nuestro querido poeta habría llegado a los 90.

   Y es que la estela biográfica y literaria de Gelman es un ejemplo que nos interroga. En primer lugar, a razón de la firme trabazón entre la obra y la historia personal, un modelo de coherencia que vino a dignificar la noción de autenticidad de la escritura lírica como una deriva del vivir, una caja de resonancias de la alegría y el dolor mundanos. Asimismo, la poesía de Juan Gelman es un cuestionamiento en la medida que su codificación verbal conlleva una revisión crítica de la retórica que ampara ese decir acongojado o jubiloso.

    Heredero de las vanguardias latinoamericanas, y en particular de Girondo y Vallejo, pero igual de la prosodia entrecortada y acezante de los místicos auriseculares, Gelman amalgamó una jerga propia caracterizada por su rareza rítmica y la cualidad de ir transformándose al curso del tiempo, como si el autor se desmarcara de su poética en un intento por explorar la pérdida, el exilio y la doliente memoria, no sin ahondar, claro, en una búsqueda de estos sentimientos y emociones.

   Casi una treintena de títulos componen su bibliografía, entre los que cabe destacar Violín y otras  cuestiones (1956), Velorio del solo (1961), Gotán (1962), Los poemas de Sidney West (1969), Cólera buey (1971), Si dulcemente (1980), Dibaxu (1985), Carta a mi madre (1989), Incompletamente (1997), Salarios del impío (1998), País que fue será (2004), Mundar (2007), De atrásalante en su porfía (2009) y El emperrado corazón amora (2011), libros que dibujan un itinerario vital y compositivo que acoge simultáneamente el testimonio de una realidad cruda —a veces siniestra— o luminosa, y la evolución del estilo que la nombra.

   Y es que a través de los poemas de Juan Gelman podemos ver la andadura de una poesía que, en su tentativa de fidelidad a la singularidad del devenir del hombre civil, ha optado por hacer de la experimentación un metabolismo, o sea, un modo de respiración que se reinventa en virtud de la circunstancia. No es por ello casual que la textualidad de nuestro poeta adopte en distintos momentos epocales determinados rasgos distintivos: el versículo, la minúscula, la ausencia de puntuación, la heteronimia, la diagonal, la pieza en prosa, la parodia de las formas tradicionales, el resarcimiento de la ortografía normativa. La obra de Gelman constituye, así, un epítome caleidoscópico del alcance innovador de la lírica de la América hispana.

   En el contexto de su generación, Juan Gelman encarna un magisterio ineludible, el de una personalidad creadora que ha desembocado ya en una escuela —de ahí el riesgo de imitarlo— en la que han recalado muchos jóvenes y no tan jóvenes exponentes de la poesía en español de nuestro continente, incluso, en relación con procedimientos y voces del neobarroco. No obstante, Gelman se mantuvo siempre adherido a la diafanidad, una coloquialidad en cuya música vibraban, eso sí, registros cultos y vernáculos, la cadencia del tango y el castellano antiguo, el romance y la milonga, componentes de su formación cultural y sensibilidad, pesquisas de la lectura y el lugar de origen, el distrito bonaerense de Villa Crespo.

  Juan Gelman tenía  la extraña disposición de sentirse cómodo hablando desde ángulos del conocimiento en apariencia opuestos. Su interés por la cábala judía y por la indagación en las flexiones del idioma convive en él con la entrañable asunción de la temporalidad, su condición de sujeto finito y, a la par, de inquilino de una coyuntura histórica específica. Gelman nunca cerró los ojos ante las peripecias y los injustos reveses de su caminar e incorporó su cauda de humanidad a su creación poética, ahormada tanto de conciencia intelectual como de conmoción afectiva.

   La poesía de Gelman se encuentra minada de este caro engarce. Su ágil, sinuosa y contenida dicción posee en el mundo su mejor contrapunto, su piedra de toque. No deja de resultar paradójico que habiendo auspiciado una aguda noción del poema y el uso inteligente y proactivo de los recursos de elaboración poética, Juan Gelman se halle muy lejos de la torre de marfil y tan próximo a las pautas de la lírica conversacional. Sin trabajar necesariamente una poesía del lenguaje, Gelman revolucionó el lenguaje de la poesía mediante una llamativa e impredecible plasmación gráfica y una sonoridad anómala que sólo funciona y se justifica en él.

   Hace rato que el gran Juan Gelman migró a donde su hijo y su nuera, ultimados en la segunda mitad de los setenta por los comandos del terror de la naciente dictadura militar argentina. Se les unió en un sitio indeterminado para refundar otro reino, tejer otro desenlace. Nos quedan por lo pronto la cátedra de experiencia terrenal de su poesía y la no menos admirable lección de resistencia y tenacidad en la salvaguarda de la memoria: la lucha por la localización de su nieta Macarena consumada finalmente en 2000 entre México y Uruguay, tras poco más de dos angustiosas décadas de incertidumbre. 

 

 

Jorge Ortega (Mexicali, 1972) es poeta y ensayista. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona y, desde 2007, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte de México. Su trabajo poético ha sido incluido en numerosas antologías de poesía mexicana reciente y ha sido traducido al inglés, chino, francés, alemán, portugués e italiano. Autor de más de una docena de libros de poesía y prosa crítica publicados en México, Argentina, España, Estados Unidos, Canadá e Italia, entre los que destacan Ajedrez de polvo (tsé-tsé, Buenos Aires, 2003), Estado del tiempo (Hiperión, Madrid 2005), Guía de forasteros (Bonobos, México, 2014), Devoción por la piedra (Mantis, Guadalajara, 2016), Dévotion pour la pierre (Les Éditions de La Grenouillère, Québec, 2018) y Luce sotto le pietre (Fili d´Aquilone, Roma, 2020). Obtuvo en 2010 el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. 

     

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