Stonewall

 

por Antonio León

 

Sé que existe Stonewall porque alguna vez fui al bar El coloso de Maneadero y La pepsicola estaba enojada gritando: ¿cómo que ya no podemos bailar con los hombres, ni joto con joto? Sé que existe El coloso de Maneadero porque a la gente le gustaba más llamarlo El salivazo por las actividades que se llevaban a cabo a ras de piso, como de lucha libre microscópica, como una nueva cepa de alguna enfermedad tirándose de la tercera cuerda. Sé que existe El coloso porque lo derrumbaron para instalar un edificio en plan minimalista para oficinas ejidales o junta de mejoras. Sé que existe el ejido porque Lázaro Cárdenas se puso wannabe con los  koljós y pensó que era buena idea mandarnos a un emisario calvo a replicar el numerito agrícola. Sé que existe el ejido porque La pepsicola vino con un acta de nacimiento a exigir que la dejaran regresar a la pista de baile del Coloso porque ella era nativa, pionera, ejidataria, chiclebola, margarita silvestre, floripondio albo para preparar toloache, que acá en el norte llaman té de calzón. Sé que existe Stonewall porque La Pepsicola se amotinó junto a la Cristal, La Vero y el Bellito mudo para exigir que las dejaran bailar entre ellas con sus respectivas permutaciones y que ya no les escupieran la cerveza. Sé que existe Stonewall porque ese mismo día las chicas exigieron que los policías no  fueran groseros y, de ser posible, dejaran de ser unos perros grasientos, unos arrastrados y unos mierdas. Sé que existen los mierdas porque a mis 18, con la fuerza y la agilidad que brinda la adolescencia gay heteronormada de barba fingida y camisa a cuadros del grunge más improbable, fui incapaz de intervenir cuando subían a La pepsicola y sus amigas a una patrulla a jalonearlas del cabello y sacarles las chichis falsas. Sé que los policías se hacen uno con la patrulla y le ponen ojos y boca de gomita. Sé que existe la patrulla histérica y sonriente, de cinta adhesiva en las fijaciones al pene de autor: los policias joteaban y se daban caricias burdas entre ellos en el festival de la burla mal ejecutada, aunque luego bajaron a las chicas porque se hartaron de vejarlas y desaparecieron, echaditos a andar de tanta sobada, rumbo a las parcelas.

Antonio León es un poeta nacido en Ensenada, Baja California. Reside en Mexicali desde 2014, donde se desarrolla como guionista y conductor para televisión y radio universitarios. Es editor de poesía en la revista El Septentrión y colaborador esporádico de noisey\vice, ha sido columnista del semanario Es lo cotidiano y actualmente desmenuza sus fijaciones en el blog Muerte por videoclip. Es autor de los libros Caricia del velocímetro, Busque caballos negros en otra parte (pinosalados) y :ríos, dentro de la colección Ojo de Agua, editada por CETYS Universidad . En 2016 fue el ganador del Premio estatal de literatura (poesía) en Baja California con el libro El Impala rojo. En 2018 fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico en la categoría Creadores con trayectoria. Consomé de piraña (2020) editado por Carruaje de pájaros y el Instituto Sinaloense de Cultura, es su libro más reciente.

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